Capítulo 5
Mientras las llamas de las velas bailaban, las luces que producían jugueteaban con las sombras. Al derretirse, la cera esparcía por el aire un olor suave que perfumaba la sala. Esculpidas en la roca negra, una serie de imágenes de seres deformes adornaban las paredes. En el centro de la habitación, sobre una gruesa y fría mesa de piedra, se hallaba tumbado Woklan. Aunque tenía los párpados cerrados, el temblor que estos sufrían mostraba que, aun durmiendo, los ojos se movían frenéticamente.
—No tengo piernas... —balbuceó.
Una risa dulce sonó en la sala.
—Pobrecito —dijo una figura femenina mientras le acariciaba la cara—. Que desconsiderado ha sido Ígneo Oscuro intentado ahogarte con el humo de las pesadillas... Menos mal que el amo me envió a tiempo para salvarte. —Acercó la boca a la de Woklan y le dio un beso—. Hacía tiempo que no teníamos visita —susurró, sonrió y se mordió con suavidad el labio—. Disfrutaré mucho cuando llegue mi turno. —Soltó una risita.
El ruido de los tacones fue alejándose hasta que dejó de oírse al cabo de medio minuto.
***
La oscuridad envolvía el cuerpo tullido y mutilado de Woklan. Incrustada en el tronco, la sierra eléctrica mantenía la espalda del crononauta pegada a la silla.
—Esto es un desastre —dijo el hombre enmascarado a medida que se materializaba—. No has podido vencer y te han matado. —Chasqueó los dedos y la oscuridad retrocedió unos metros—. Sí, te han matado en tu mente... —Levantó la barbilla del teniente, observó los ojos a punto de estallar y los dientes ensangrentados—. Aun así, seguimos vivos. Es intrigante, muy intrigante. —Contempló la niebla gris que se extendía a su alrededor y añadió—: ¿En qué parte de este delicioso reino de oscuridad te han encerrado? Y ¿por qué yo no estoy recluido también ahí? —Retiró la mano de la barbilla y la cabeza de Woklan chocó con la sierra. Ignorando al teniente, sacó un pañuelo, limpió la sangre del guante y permaneció unos segundos en silencio—. Esto es lo que pasa cuando invitas a una macabra deidad a cenar a tu casa... —Golpeó las puntas de los dedos las unas contra las otras, silbó y, sin dejar de hacer ambas cosas, anduvo en círculos alrededor del cuerpo sin vida—. Piensa, piensa. ¿Cómo demonios podemos escapar de aquí? —Apretó el entrecejo—. ¿Demonios...? —Se frenó en seco y exclamó—: ¡Demonios! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Lo habrán secuestrado esos parásitos y se lo habrán llevado más allá de los límites de esta mente. —Aunque quedó tapada tras la máscara, en la cara se le marcó una sonrisa—. No te preocupes, voy a darme una vuelta por ese antro tan deliciosamente infernal y te traeré de nuevo a tu... —Hizo una pausa y se corrigió—: A nuestra mente. —Acarició con el guante el cabello sucio del teniente y caminó hacia la niebla tarareando una siniestra melodía.
***
El despertador sonó y Woklan estuvo a punto de lanzarlo contra la pared.
—Deja de pitar, maldito.
—A levantarse —dijo Weina mientras salía descalza del lavabo; vestía un albornoz blanco y la melena rubia, que caía sobre él, estaba un poco húmeda.
—¿A levantarse? —El teniente tenía los ojos muy secos y apenas podía mantenerlos abiertos. Pestañeó varias veces y se los frotó.
—Venga, arriba.
Weina le quitó la sábana de encima y él se quejó.
—Vamos, déjame dormir un poco más. Ayer tuve que estar hasta las tantas con los genios de La Corporación haciendo los últimos preparativos para el viaje.
Su mujer posó las manos en la cintura, frunció el ceño y dijo:
—El viaje, el viaje... Últimamente solo tienes tiempo para el dichoso viaje.
—Oklen me ha pedido que lo lidere. Es importante.
—He aceptado que dediques la mayoría de tu tiempo a esa misión. He aceptado que es alto secreto y que no puedes decirme qué es lo que vas a buscar ahí fuera, en la corriente temporal. Pero solo lo he hecho porque me has prometido que después de esto te darán un puesto de pocas horas en las oficinas de La Corporación y lo aceptarás. —Se sentó a los pies de la cama y concluyó—: Sé lo que te gusta viajar por el tiempo y servir de enlace con las distintas colonias temporales, pero tu familia te necesita, aquí y ahora.
Woklan se incorporó y dijo:
—Lo sé... Ya va siendo hora de que deje la acción y que le dé el relevo a las nuevas generaciones. —Acarició el cuello de Weina, se acercó y la besó.
—Mamá y papá se quieren —entonó la pequeña de la casa.
—Vaya, ¿a quién tenemos aquí? A La Intrépida Señorita Norris —dijo Woklan con tono afable, mirando hacia la puerta.
—No, ya no quiero ser La Señorita Norris.
—¿No? —preguntó la madre, sonriendo—. ¿Y quién quieres ser ahora?
—Ahora quiero ser... Uhm... No sé, me lo pensaré. —Se volteó y caminó arrastrando a su amigo Devor, un oso de peluche algo desgastado.
La pequeña llevaba puesta una camiseta de Woklan; siempre que su padre estaba fuera y no podía darle un beso antes de dormir acababa usándola de pijama. Mientras se alejaba por el pasillo caminando hacia la habitación de los juguetes, de tan grande que le quedaba, parte de la prenda barría la alfombra.
—Vaya, si deja de gustarle La Señorita Norris tendremos que deshacernos de todos los comics y figuras —soltó pensativa Weina.
—No te preocupes, le dará un tiempo por otra cosa y luego le volverá a gustar La Intrépida Señorita Norris. —Se puso de pie, estiró los brazos y bostezó.
—Wokli, mi pequeño oso perezoso. —Se levantó y lo abrazó—. ¿Es real?
—¿El qué?
—¿La Señorita Norris? —Se separó un poco de él y lo miró a los ojos—. Cuando éramos pequeños, el héroe de nuestra infancia era El Doctor Loyr. —Le acarició la mejilla—. Con el tiempo, después de tus muchos ascensos en la fuerzas de expedición, en una cena con los altos mandos y sus mujeres la esposa del presidente me dijo que El Doctor Loyr nunca existió, que todo fue una campaña para insuflar en los niños los ideales de La Corporación. —Al ver cómo Woklan aún luchaba contra el sueño, añadió—: Solo es curiosidad, Wokli. No me importa si los héroes que ayudan a los niños son inventados, lo que me importa es que los ayuden. —Hizo una pausa—. Pero me gustaría saber si La Señorita Norris también es una actriz que interpreta un papel.
—Cariño. —La besó en la frente—. No es del todo inventada, se han basado en crononautas reales. Mezclan sus hazañas, crean un perfil, buscan a alguien que lo pueda representar y dan vida al personaje. La Corporación prefiere crear héroes ficticios para así no tener que sacar de las misiones a algún miembro del personal altamente cualificado.
—Entiendo... —Sonrió—. Y ¿quién será el próximo héroe de las masas? ¿El teniente Woklan?
A él se le escapó una pequeña risa.
—¿Quién sabe? Después de la misión bien podrían crear un personaje basado en mis hazañas. —Dio un paso hacia atrás, posó de perfil y se tocó la barbilla—. ¿Qué tal estoy para que me adoren las masas... y las mujeres?
—Maldito. —Agarró una almohada y, sonriendo, le golpeó la cara.
—Ahora verás. —La cogió de la cintura, la elevó y la dejó caer en la cama—. ¿Se rinde la mejor esposa del mundo y la más celosa del universo? —Le hizo cosquillas.
—Basta, basta. Me rindo, teniente. Me rindo.
Woklan se tumbó a su lado, miró el techo y dijo:
—Es solo un reconocimiento, iremos a un punto, haremos unas mediciones y volveremos. —Giró la cabeza hacia ella—. Solo estaré fuera unos días, después se acabaron las misiones. —Al ver cómo los ojos de su mujer trasmitían cierto temor, la tranquilizó—: No te preocupes, no va a ser peligroso. No tenemos que abandonar la nave, solo orbitaremos algo y volveremos. —Iba a besarla cuando el sonido del intercomunicador lo interrumpió—. Que oportunos...
Woklan se levantó, lanzó un beso a su mujer y caminó rápido hacia el despacho. Una vez dentro, pasó la mano por un pequeño escáner adosado al escritorio y apareció un holograma del general Oklen.
—Teniente Woklan, siento informarle con esta brevedad, pero debe venir inmediatamente a la base. —La cara del oficial mostraba incertidumbre, miedo e ira—. Hemos adelantado el inicio de la misión... —Ladeó la cabeza y, por unos segundos, quedó con la mirada perdida.
—Señor... —le costó interrumpir los pensamientos de su superior—. General Oklen, ¿qué ha sucedido?
—Esa cosa ha destruido siete colonias flotantes.
—¿Siete ciudades?
—Exacto. —Centró la mirada en Woklan—. Ha pulverizado siete ciudades de la corporación en el continuo espacio-tiempo.
—No lo entiendo, el profesor Ragbert dijo que era inofensiva, que estaba controlada.
—Lo estaba... Hasta hace tres horas. —Apretó los dientes con furia—. Partirá inmediatamente con Duklar y Zafaer. Viajarán en la Ethopskos.
Aunque no se atrevió a discutir la orden, Woklan sí manifestó el temor en sus pensamientos:
«¿La creadora de paradojas? Es solo un prototipo...».
Ocultando el nerviosismo, el teniente se apresuró a responder:
—Sí, señor.
—Les escoltarán doce navíos Falsar de última generación. —Woklan asintió y el general concluyó—: Lo quiero en el cuartel en media hora.
El holograma se descompuso y él susurró:
—¿Doce naves Falsar...? Solo con ellas se podrían destruir varias líneas temporales... —Miró cómo no podía controlar el temblor de las manos—. Pero con la Ethopskos podríamos destruirlas todas. —Apoyó los codos en el escritorio, puso las palmas en la cara y se hundió en pensamientos oscuros de muerte y extinción.
Sin que Woklan fuera consciente, el hombre enmascarado del traje a medida se materializó en la sala, lo vio lamentándose y pensó:
«Que patético».
Puso el puño en la máscara y tosió.
—¡¿Quién demonios eres?! —exclamó Woklan.
—Yo también me alegro de verte.
—¡Quieto! —ordenó, a la vez que sacaba del cajón una pistola de anti-materia.
—¿Qué piensas hacer con ese juguetito? —Sonrió y aplaudió.
—¡¿Quién eres?! —bramó, rabioso, apuntándole con el arma.
—Me está empezando a fastidiar tu amnesia, siempre que nos encontramos tienes un vacío aquí. —Se señaló la cabeza e introdujo el dedo en ella, hundiéndolo en el cerebro.
Woklan, al ver al extraño perforarse el cráneo, quedó boquiabierto.
—¿Qué eres...?
—Estoy harto de repetírtelo. Yo soy tú, formó parte de tu mente.
—¿Cómo? Eso es imposi... —Se calló cuando el enmascarado sacó el dedo de la cabeza, elevó un poco la máscara y lo introdujo en la boca.
Después de saborear la sangre, el hombre del traje a medida dijo:
—Tengo ganas de que muevas tu culo, fuera, en la realidad, y nos alejes de Dhagmarkal.
—¿En la realidad? —preguntó confundido.
El enmascarado negó con la cabeza.
—Estamos perdiendo el tiempo. —Caminó hacia Woklan.
—¡Quieto! —gritó, abriendo fuego.
La esfera negra que salió disparada del arma atravesó al hombre de la máscara sin producirle ningún daño, pero cuando impactó con la pared del despacho hizo que gran parte de ella implosionase.
—¡Recuerda de una vez! —gritó, mientras se abalanzaba sobre Woklan. El teniente intentó defenderse, aunque no pudo evitar que el enmascarado lo cogiera del pelo—. ¡Recuerda! —bramó y la mano se iluminó con un intenso magenta.
Woklan soltó un alarido; las pupilas se tornaron blancas, cayó al suelo y sufrió espasmos.
El enmascarado no logró aguantarse la risa. En el fondo, aunque su existencia dependía de lo que hiciera el crononauta, le resultaba cómico verlo contorsionarse.
Entre carcajadas, se remangó un poco, miró el reloj de oro de la muñeca y pensó:
«Esto va para largo».
Fue hacia el mueble bar y cogió una botella de Whisky. Cuando estaba a punto de servirse un vaso, cambió de opinión y empezó a verter el líquido directamente en la boca. Sacó un habano del humidor que había encima del escritorio y lo encendió.
—Esto es vida. —Creó círculos en el aire con el humo—. Vamos, amigo, espabila. —Woklan desde el suelo, sin poder evitar que los músculos le temblaran, lo observaba asustado—. Este lugar no es seguro para darte una siesta —dijo, contemplando cómo el teniente echaba espuma por la boca.
Volvió a mirar el reloj y pensó:
«No va a quedar otra, no podemos quedarnos aquí, los meminims se darán cuenta de que he interrumpido que viviera por más tiempo en recuerdos».
Le dio un par de palmadas al teniente en la mejilla y dijo:
—Tenemos que irnos. —Aunque el crononauta no pudo contestarle, su mirada hablaba por él. De nuevo era consciente de que estaba atrapado en un infierno.
El enmascarado se cargó a Woklan en el hombro y salió al pasillo. Cuando vio cómo se asomaban la hija y la mujer del teniente, dijo:
—Con vuestro permiso, vamos a acabar con esta farsa. —Chasqueó los dedos y una película de blanco y negro deshizo los colores y borró las representaciones de la familia de Woklan.
Las paredes del pasillo comenzaron a agrietarse y la alfombra se arrugó como si el fuego la quemara desde distintos ángulos. Sin impórtale el cambio del aspecto de la casa, el hombre enmascarado caminó hacia la puerta que daba al exterior, la echó abajo con una patada y la cruzó sonriente mientras Woklan empezaba a dejar de contorsionarse.
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