Capítulo 41
El día del suceso originario.
La Ethopskos se hallaba anclada a una de las estaciones que orbitaban la ciudadela del final del tiempo. La gigantesca nave, la más grande de la flota, estaba siendo activada sección por sección.
Multitud de militares y técnicos se apresuraban a comprobar por última vez que no hubiera errores en los sistemas y que los contenedores energéticos mantuviesen valores estables ante la fuerte presión de la energía atemporal.
Aunque durante el periodo de pruebas no se habían producido fallos en los análisis de medición de la capacidad de resistencia de los motores Gaónicos, por orden de Galken en las últimas semanas se habían intensificado las pruebas de resistencia de los sistemas.
El sobreesfuerzo al que se vio sometida la nave, que según algunos estaba destinada a moldear el futuro reescribiendo los cimientos de la realidad, logró tranquilizar al General Supremo y al resto de altos mandos de La Corporación.
Después de dos años de esfuerzo y de lucha contra el tiempo, se había culminado la mayor obra de la humanidad. Lo único que quedaba por hacer era terminar de activar los sistemas en hibernación, despertar a la inteligencia artificial diseñada por Ragbert y completar el plan para crear una paradoja controlada en los límites de una línea temporal.
Con ello en mente, deleitándose ante la situación que había ayudado a crear, disfrutando de su victoria mientras los sistemas terminaban de activarse, el arquitecto del proyecto, el mayor genio que la humanidad había conocido, caminó los últimos pasos que lo separaban del puente.
Cuando la compuerta se abrió, al entrar en la gran sala de mando, Ragbert sonrió y saludó con un ligero movimiento de cabeza a Galken.
—Por fin ha llegado el momento —aseguró, antes de dirigir la mirada hacia la pantalla central donde un punto azul brillaba mostrando cómo se despertaba la inteligencia artificial—. Después de mucho tiempo y esfuerzo, hemos alcanzado el futuro. A partir de ahora, la realidad no volverá a jugar con nosotros.
Galken observó el parpadeo azulado y caminó hacia el científico.
—Empezaremos por el suceso de la Dhareix. Reconstruiremos la historia a partir de ahí.
Ragbert lo miró de reojo.
—Por supuesto, la prioridad es tu hijo. No hay nada más importante que la vida de Woklan —dijo, ocultando el cinismo de sus afirmaciones.
Galken movió la mano y ordenó a varios de sus hombres que abandonaran el puente. Había llegado el momento de poner en marcha el proyecto y no podía quedar en la nave más que un reducido número de personas.
Durante el último año, un centenar de científicos se habían dedicado a estudiar las condiciones en las que se originaría una paradoja controlada, llegando a la conclusión de que solo un grupo muy limitado de personas podría hallarse en la nave cuando se iniciara la ruptura de la realidad. Por más que en las recreaciones intentaron aumentar el alcance del soporte vital, no fueron capaces de resolver los problemas generados por el bombardeo Gaónico.
Acudieron a Ragbert para que los ayudara con los cálculos, pero el científico se apresuró a llamarlos incompetentes y a espetarles que bastante trabajo tenía resolviendo las ecuaciones para la estabilización de la paradoja como para perder el tiempo con nimiedades.
Desde el principio, desde antes de lo que los otros científicos empezaran a buscar soluciones, Ragbert había conseguido manipular el proyecto para que la tripulación fuera formada por un pequeño número de personas.
Sonriendo, pensando en lo que había logrado, al ver que Galken no abandonaba el puente, se acercó a él y le preguntó:
—¿No vuelves a la ciudadela?
El General Supremo guardó silencio unos segundos observando en la pantalla el centelleo que mostraba la actividad de la inteligencia artificial.
—No. —Miró a Ragbert y negó ligeramente con la cabeza—. He relevado a uno de mis hombres. No voy a esperar sentado en el centro de mando a que me digas si mi hijo vive o muere.
Ragbert asintió.
—Entiendo... —Se adelantó hasta llegar a un panel de control y comprobó el proceso de abandono de la nave del personal no seleccionado—. Es normal que quieras estar aquí para ver cómo curamos a tu hijo.
Galken se cruzó de brazos y murmuró:
—Sí.
Ragbert, sin apartarse del panel de control, elevó un poco la mirada, observó el brillante punto azul y sonrió.
«Ya falta poco».
Una vez que en la nave solo quedaron los miembros de la tripulación, Galken se sentó en el sillón de mando del puente, miró al encargado de los propulsores e hizo un gesto con la cabeza.
—Pongamos en marcha los motores Gaónicos, salgamos de la plataforma y vayamos al límite de la línea temporal.
—Sí, señor —respondió el subordinado iniciando la maniobra de desacoplamiento.
Ragbert fue hacia uno de los extremos de la sala y se apoyó en una pared.
—Queda poco —susurró el científico sin que nadie lo oyera.
Mientras la Ethopskos se separaba de la estación y se estabilizaba orbitando la ciudadela del final del tiempo, Galken movió la mano y ordenó que pusieran en la pantalla principal las imágenes de las cámaras frontales de la nave.
—Encended los sistemas de comunicación. Enviemos un mensaje antes de irnos.
—Una de las mujeres de la tripulación, la encargada de las transmisiones, inició el proceso de apertura de un canal—. Perfecto —dijo Galken cuando apareció en la pantalla la imagen de uno de los altos mandos de La Corporación.
Una vez se estableció la conexión, el general Oklen se dirigió a Galken desde la base de control ubicada en la ciudadela.
—¿Cómo va todo? ¿Responde bien la nave?
—Sí —contestó El General Supremo—. Los sistemas se mantienen estables y la nave no da muestras de fallos.
Oklen asintió.
—No podía ser de otro modo. —Hizo una pausa—. Estaremos esperando las noticias sobre la creación del túnel dimensional.
Ragbert, que escuchaba lo que decían con mucha atención, movió la mano lentamente hasta que tocó un pequeño interfaz adherido a la pared. Miró a una de las cámaras de seguridad, sonrió y lo presionó. El científico sacó una mascarilla del compartimiento que sobresalió de la pared y se la colocó mientras por el sistema de ventilación se filtraba un gas que comenzó a adormecer a la tripulación.
Galken, luchando contra los efectos del gas, al ver a Ragbert aproximarse, le preguntó:
—¿Qué has hecho...? —Quiso levantarse, pero antes de poder hacerlo cayó en un profundo sueño.
El científico lo cogió, lo apartó y se acomodó en el sillón de mando.
—He creado el futuro.
Oklen, que había sido testigo de cómo perdían el conocimiento Galken y los miembros de la tripulación que se hallaban en el puente, le gritó a Ragbert:
—¡Maldito cabrón! ¡¿Qué demonios haces?!
—General, solo hago lo que me pidieron. —Al notar cómo los sistemas de ventilación eliminaban el gas de la atmósfera, se quitó la máscara—. Me pidieron que creara una máquina capaz de dar forma a una paradoja controlada y eso es lo que he hecho. Me pidieron que hiciera posible una brecha en la realidad y eso es lo que voy a hacer.
Histérico, Oklen espetó:
—No vas a hacer nada. Te vamos a destrozar a ti y a la maldita nave.
—Qué poco imaginativo, lo único que saben hacer los tuyos es destruir. —Cuando vio que el general se daba la vuelta, sonrió y añadió—: En tu lugar yo no lo haría. Si ordenas que aborden la nave, haré que estallen los motores Gaónicos y la ciudadela acabará convertida en polvo cósmico. —Después de captar la atención de Oklen, prosiguió—: Y si lanzas un haz, la nave explotará creando un agujero en el espacio-tiempo que absorberá la ciudadela. —Hizo una pausa—. Tienes pocas opciones, general. La nave está bajo mi mando y no puedes hacer nada más que ver cómo creó una paradoja controlada sobre los restos de la humanidad.
—¿Quieres crear una paradoja en la ciudadela? ¡Eres un maldito loco! —Se giró y bramó—: ¡Atacad, enviad a todas las naves y destruid la Ethopskos!
Apenas un segundo después de que Oklen terminara de dar órdenes, los sistemas de la flota y de la ciudadela dejaron de funcionar.
—Humanos tontos —pronunció Ragbert complacido—. Habéis estado tan cegados observando un espejismo que no fuisteis capaces de prever lo que pasaría. —Se cogió parte del pelo y de la piel de la cabeza y tiró hasta dejar al descubierto un implante robótico—. He trascendido. He duplicado mi consciencia y la he trasladado a las inteligencias artificiales de La Corporación. Ahora estoy en todas partes. Soy todo.
Oklen, sin poder ocultar la rabia y el temor que sentía, replicó:
—Estás enfermo.
Fueron las últimas palabras del segundo al mando de La Corporación, un haz salió disparado de la Ethopskos e impactó contra la sala de mando de la ciudadela acabando con los oficiales de más alto rango.
—Sí, sé que estoy enfermo —susurró con deleite—. Tengo una enfermedad llamada humanidad dentro de mí y he de erradicarla
Ragbert se conectó con la flota e inició la secuencia de autodestrucción. Una a una, por los rincones del multiverso, las naves empezaron a explotar.
—Maravilloso —pronuncio saboreando el momento, sintiendo cómo se extinguían las vidas de cientos de miles—. Solo queda abrir la puerta al futuro y poner fin al pasado.
Mientras Ragbert se daba la vuelta y se dirigía al pasillo que comunicaba el puente con los elevadores, la Ethopskos viró ligeramente y comenzó a armar los cañones Gaónicos.
El científico, a la vez que descendía hacia la sección en la que se hallaba Woklan, se conectó a la ciudadela del final del tiempo y envió un mensaje que sonó por los sistemas de comunicaciones internos de la gran base:
—Ha llegado la hora de que paguéis con fuego vuestros pecados y los de vuestros ancestros. He destruido la flota y estoy accediendo a los sistemas vitales de las colonias para que sus habitantes mueran lentamente. —Por un instante, se oyeron respiraciones agónicas mezcladas con gritos desgarradores—. Hoy es el día del fin de la raza humana. No hay sitio para vosotros en el nuevo universo: en mi universo. —Las personas, que escuchaban la voz del científico a través de los comunicadores, comenzaron a padecer un miedo irracional—. Disfrutad de los últimos minutos de vida aferrándoos a vanas esperanzas. Nada os librará del lento y agónico final. —Hizo una breve pausa—. La nueva creación desea saciar parte de su hambre con vuestras almas.
Ragbert produjo una sobrecarga en los sistemas de comunicación de la ciudadela que explotaran lanzando chispas sobre grupos dispersos de gente. El arquitecto del final de la humanidad, sabiendo que el caos comenzaba a desatarse y que el miedo a morir impulsaba a las personas a correr aplastando a los más débiles en un intento de alcanzar los hangares de transporte, sonrió e hizo que estallaran las pocas naves que aún se hallaban en ellos.
—El infierno se alimentará con vuestros cadáveres —dijo, mientras salía del elevador y caminaba hacia la sala en la que se encontraba Woklan—. Con los vuestros y los de la tripulación de la Ethopskos. —Después de unos segundos, cuando alcanzó la compuerta que mantenía sellada la sección en la que se hallaba el teniente, concluyó—: El infierno os lleva esperando mucho tiempo.
Introdujo un código en un teclado, la puerta empezó a abrirse y poco a poco fue quedando a la vista el crononauta. Woklan estaba en medio de sala, desnudo, con el cuerpo repleto de agujas que se le hundían en la carne y lo conectaban a unos cables que alimentaban los motores Gaónicos de la Ethopskos. El teniente, al que Ragbert había anulado la consciencia, parecía un muerto en vida. Tenía la piel pálida y rasgos enfermizos. La energía atemporal le había consumido el cuerpo y la locura del científico había hecho lo mismo con su mente.
Ragbert se adentró despacio en la sala, observando complacido cómo la energía era drenada del interior del crononauta.
—Y pensar que durante mucho tiempo creí que las paradojas eran incontrolables. —Se acercó a un pequeño panel de control al lado de Woklan—. Era ingenuo. —Apretó un botón y las agujas que se hundía en la carne se iluminaron—. Era humano. —Las venas del cuerpo del teniente comenzaron a volverse negras—. Era imperfecto. —Pulsó otro botón y sonrió—. Pero se acabó, hoy terminaré de elevarme. Hoy me convertiré en el único dios.
Ragbert, con una siniestra sonrisa, comprobó a través de una pequeña pantalla cómo los primeros haces impactaban contra la ciudadela. Tras unos instantes, en los que el tiempo se detuvo en el último reducto de la humanidad, movió una palanca y observó con atención lo que le mostraba el monitor.
—Adiós al pasado —dijo, contemplando el gran haz que impactó contra la ciudadela y creó una paradoja que se extendió con rapidez por la línea temporal.
***
Con un fuerte dolor de cabeza, sintiendo como si un hierro al rojo le atravesara las sienes, Woklan parpadeó, observó confundido cómo temblaban las paredes humedecidas de la celda y susurró:
—¿Qué está pasando...? —Cuando cayó un fragmento del techo, se incorporó con rapidez y soltó alterado—: ¡¿Qué demonios está pasando?! —La litera empezó a agrietarse y él se levantó y corrió hacia la puerta metálica que sellaba la celda—. ¡Sacadme de aquí! —Golpeó el metal con los nudillos hasta que los destrozó—. ¡Abrid la maldita puerta! —Las paredes se fracturaron y se desprendieron más partes del techo—. ¡Vamos! ¡Sacadme de aquí!
Después de unos instantes, en los que los pedazos de la construcción que chocaban contra el suelo elevaron una polvareda que forzó al crononauta a toser, la temperatura comenzó a descender con rapidez.
—Nadie más que yo te escucha —una voz, que trasportaba una brisa gélida, se propagó por la celda—. Tan solo el que se alimenta de pesadillas puede oír el sonido de tu agonía.
Woklan tragó saliva y, poseído por un profundo miedo, con algunos músculos temblándole, se giró para observar a quien le había hablado.
—¿Quién eres...? —soltó sin discernir bien la figura que quedaba oculta por la polvareda.
Tras unos segundos, en los que lo único que se oyó fue el intenso ruido que producían las grietas que se extendían por la construcción, el que le había hablado se adelantó y contestó:
—Soy un viejo recuerdo olvidado. Soy algo extinto que gracias a ti ha vuelto a vivir. —Movió la mano y una ráfaga de viento partió la polvareda—. Soy Dhagmarkal.
El crononauta se quedó un instante paralizado observando el cuerpo podrido del dios oscuro; le impactó el gran tamaño de la deidad y la visión de la carne corrupta rodeada por una tenue capa de niebla negra.
—¿Dhagmarkal...? —tartamudeó.
En los ojos del Antiguo resplandeció un brillo oscuro.
—Demasiado débil, con tantas preguntas. Aún no eres capaz de comprender lo que significa que esté aquí. Todavía no sabes qué significa que esta ilusión se este desmoronando.
—¿Ilusión...? —repitió casi de forma instintiva, sin poder dejar de sentir un intenso temor.
—Algún día entenderás. —Le posó la mano en la cabeza—. Pero ahora debes despertar y ser consciente de lo que te están haciendo.
Antes de que Woklan pudiera siquiera sobresaltarse, un intenso brillo lo cegó y lo lanzó fuera de la proyección que lo aprisionaba. Tan solo fue consciente de que abandonaba la celda cuando comenzó a escuchar las palabras de Ragbert.
***
—Adiós al pasado —dijo Ragbert, contemplando el gran haz que impactaba contra la ciudadela creando una paradoja que se extendía con rapidez por la línea temporal—. Es la hora del futuro.
Mientras a través de la pantalla el científico era testigo de cómo se descomponía el espacio y el tiempo alrededor de la Ethopskos, la consciencia de Woklan, que se hallaba impregnada por las ondas Gaónicas, comenzó a recrear la forma del cuerpo del crononauta con una brillante energía azulada.
—¿Ragbert, qué has hecho? —preguntó el teniente una vez se formó la réplica de su ser.
El científico se volteó y contempló perplejo el cuerpo energético.
—¿Cómo es posible? —Lo analizó con el ojo biónico—. No puede ser... ¿Cómo has conseguido fusionar tu consciencia con la energía atemporal? —Se aferró a una palanca del panel de control y soltó confiado—: Da igual cómo hayas impuesto tu mente a la información Gaónica. Ya es tarde para ti y para los tuyos.
—¿Los míos? —preguntó extrañado—. ¿Qué quieres decir?
—Los humanos. —Apretó con más fuerza la palanca—. ¡Los malditos humanos! —estalló.
Con incomprensión, Woklan observó el rostro enfurecido del científico; la cara mitad humana mitad robótica.
—¿Qué te ha pasado? Tú no eras así. —Avanzó un paso—. Cuando fue necesario no dudaste en arriesgar tu vida para mantener la existencia de la ciudadela.
—¡Cállate! —La saliva salió disparada de la boca—. ¡Ese no era yo! —Al ver que Woklan se quería mover, gritó—: ¡Si das un paso más, desactivaré los escudos y seremos devorados por la paradoja!
El crononauta se mantuvo inmóvil observando al científico y viendo lo que le había hecho a su cuerpo, del que no paraba de sustraer energía. Con una tristeza que no hacía más que aumentar, comenzó a descubrir gracias a las ondas Gaónicas lo que había sucedido.
—Ragbert... —Sintiendo que el alma se le desgarraba, averiguó la forma en la que murió su hija y su mujer—. ¿Cómo fuiste capaz...? —Vio lo que había hecho su padre para salvarlo y cerró los ojos sin poder evitar sucumbir a las emociones—. Padre... —susurró.
—Ese maldito engreído de Galken —espetó Ragbert, que pudo oír el murmuro gracias a su oído biónico—. Se creía el humano más poderoso y solo era un instrumento.
—¿Por qué hablas de mí en pasado? —preguntó El General Supremo con un tono que denotaba lo fatigado que estaba—. Todavía no estoy muerto. —Caminó el último tramo del pasillo y se apoyó en un costado de la compuerta—. Aún no. —Apuntó a Ragbert con una pistola de antimateria y miró a Woklan—. Hijo...
Ragbert rio y cogió aún con más fuerza la palanca.
—Estáis llenos de sorpresas. El gas debería de haberte mantenido dormido el tiempo suficiente para permitirme arrancarte la columna y decorar con ella el lugar desde donde iniciaré el nuevo universo.
—Estás loco —aseguró Galken, esforzándose en avanzar un poco más.
—¡Alto! ¡Nos te muevas! —Una sonrisa siniestra se apoderó de su rostro—. Si lo haces, bajaré la palanca y acabaremos convertidos en polvo cósmico.
—Con lo que te idolatras serías incapaz de matarte —dijo Galken, dando otro paso—. Se acabó, sepárate del panel y te perdonaré la vida.
Ragbert soltó una carcajada.
—Lo siento, pero los que vais a morir seréis vosotros. Yo soy inmortal. —Bajó un poco la palanca y los escudos se volvieron más tenues—. Aprovechad los segundos que os quedan de vuestra estúpida reunión familiar.
Woklan miró a Galken.
—Padre... —Un intenso sentimiento se apoderó de él—. Gracias por no darme por perdido. —Dirigió la mirada hacia Ragbert y comenzó a andar—. En cuanto a ti, lo único que te espera es sufrimiento.
El científico rio y terminó de bajar la palanca.
—Tarde. Llegas tarde.
Al mismo tiempo que la paradoja destrozaba el casco y arrasaba las secciones de la Ethopskos, Woklan, que había fortalecido su lazo con la energía Gaónica, movió la mano, descompuso a su padre en energía y lo proyectó hacia un lugar seguro en los restos de la creación.
—Es tarde para ti —pronunció con rabia, dirigiéndose al científico mientras se creaba una burbuja que impedía que la destrucción los alcanzara—. Es tarde para arrepentirte. —Lo cogió del cuello y comenzó a apretar—. Paga por lo que has hecho.
La paradoja aumentó la presión sobre el centro de la ruptura de la realidad —sobre el cuerpo físico de Woklan— y, antes de que el crononauta pudiera quitarle la vida a Ragbert, los separó.
—El futuro es mío —proclamó el científico a la vez que se trasformaba en una energía que era proyectada por los restos del multiverso.
Woklan, sintiendo cómo el tejido espaciotemporal de lo poco que aún quedaba en pie se fusionaba con su ser, masculló:
—No. —Impotente, al mismo tiempo que su consciencia se diluía por las ruinas de la creación, repitió—: No.
Una vez que la paradoja se estabilizó, del cuerpo de Woklan emanó suficiente energía Gaónica como para que la Ethopskos pudiera reconstruirse a sí misma, replicando las secciones que habían sido engullidas por la destrucción cósmica.
Cuando la nave volvió a estar operativa, encendiólos motores y navegó por un espacio casi vacío con un único tripulante a bordo:el cuerpo de Woklan.
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