Capítulo 40

En las profundidades del templo de Dhagmarkal.

Woklan, invadido por multitud de sentimientos y emociones, avanzaba por pasillos de paredes humedecidas siguiendo a la sierva del dios oscuro. No confiaba en ella ni en su amo, pero, por alguna razón que desconocía, dentro de su ser había empezado a nacer la idea de que la deidad olvidada y él perseguían fines similares.

En aquellos corredores pobremente iluminados por antorchas casi extintas, caminaba sintiendo que con cada paso que daba se avivaban dentro de él las llamas del fuego Gaónico.

El rítmico sonido de los tacones y el crepitar de las antorchas ejercían sobre él un efecto hipnótico. Su mente, que hasta no hacía mucho había estado fragmentada, se recomponía y le mostraba partes de un pasado que le producía dolor y rabia.

—Ragbert —pronunció el nombre del científico al recordar lo que le hizo.

La sierva se detuvo, giró un poco la cabeza y sonrió.

—La verdad suele ser dolorosa —dijo, reemprendiendo la marcha—. A veces es mejor vivir entre mentiras. —Hizo una breve pausa—. Aunque también es bueno centrarse en el presente y en lo que esté por venir.

Woklan, con los ojos inyectados en rabia, con ganas de aplastar el cráneo de Ragbert, apretó los puños pensando en la traición y comenzó a caminar.

«Me usaste» se dijo, al recordar el día en el que la paradoja fue proyectada a través de la Ethopskos, al pensar en el momento en que su alma y su cuerpo comenzaron a ser consumidos.

«Me pusiste contra mi padre, envenenaste la mente de mi mujer, la lanzaste al suicidio y manipulaste las máquinas para que mi hija muriera...».

Mientras el crononauta se consumía con la ira, el corredor se ensanchó dando forma a una antecámara.

«Tienes suerte de estar muerto...».

Woklan cerró los ojos, inspiró por la nariz y abrió lentamente los párpados intentando alejar de su mente la imagen del científico.

—Maldito... —masculló, negando con la cabeza.

La sierva lo miró de reojo y preguntó:

—¿Mucho odio, mucho rencor? —Una pequeña sonrisa se le dibujó en la cara mientras dirigía la mirada de nuevo al frente—. Todos necesitamos verdugos que nos empujen a alcanzar nuestro destino.

Extrañado, sin comprender muy bien qué quería decir, el crononauta bajó un poco la cabeza y, observando las formas asimétricas de las losas del suelo, consiguió calmarse pensando en que aunque no podía cambiar el pasado aún podía trasformar el futuro.

«Aún hay esperanza...» se dijo, casi al mismo tiempo que la sirvienta y él alcanzaban una compuerta de roca con multitud de frases esculpidas en una lengua arcana.

—Ha llegado el momento, amo —susurró la sierva.

Woklan se adelantó, posó la mano en la gruesa piedra y sintió que algo palpitaba dentro de él. Mientras acariciaba la superficie rocosa, sin saber por qué, empezó a entender los crípticos mensajes grabados.

—"Aquí yace el señor de las pesadillas, el dueño de los sueños deformados y lo deseos oscuros" —leyó parte de lo escrito y dirigió la mirada hacia la sirvienta—. Estamos ante la tumba de Dhagmarkal.

Ella asintió y sonrió.

—El amo estaba en lo cierto. Cada vez te es más fácil acceder a la memoria de la creación. —Miró complacida los mensajes esculpidos en la compuerta—. Tu ser está despertando.

Woklan, comprendiendo no solo por qué había podido entender el lenguaje de Los Antiguos sino también por qué poco a poco nacía dentro de él una gran seguridad, susurró:

—La memoria de la creación... La energía Gaónica...

La sierva posó las manos en dos palmas esculpidas en la roca y unos filamentos emergieron hundiéndosele en la piel. Mientras notaba cómo los hilos le atravesaba los músculos, órganos y huesos, al mismo tiempo que le salían de los ojos y volvían a adentrárseles por la boca, soltó pequeños gemidos de dolor y dijo:

—Soy tuya, mi señor, Dhagmarkal.

Sin que le perturbara la visión, Woklan contempló cómo la sierva empezaba a sufrir espasmos y cómo comenzaba a disecarse.

—Dhagmarkal —pronunció el crononauta lentamente, viendo la piel de la sirviente arrugarse mientras el interior del cuerpo era succionado por los filamentos.

Un grito agónico se propagó por el interior de la sala que se hallaba detrás de la compuerta y llegó a sonar en la antecámara. Woklan dejó de mirar el cadáver arrugado de la sierva y observó cómo las gruesas piezas rocosas comenzaban a dejar visible la inmensa estancia en la que se encontraba el dios oscuro.

Sin temor, con un intenso deseo de poner fin a la pesadilla, se adentró en la sala y caminó contemplando el foso repleto de un líquido negro que se hallaba en el centro de la estancia.


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

—No entiendo tu obstinación, pero en cierta forma me alegra que opongas resistencia —dijo el ser de piel plateada antes de moverse a gran velocidad y golpear el estómago del enmascarado—. No eres nada. —Lo cogió de la cabeza y le dio un rodillazo en la máscara—. Tan solo formas parte de un pasado que se extingue. —Lo soltó, dejando que cayera al suelo.

—¿El pasado? —preguntó después de escupir sangre—. ¿Has oído, Wharget? Dice que soy el pasado.

Cuando el ser giró un poco la cabeza para ojear al aliado del enmascarado, el hombre del traje se levantó y lo golpeó en la mandíbula.

—Esto es extraño... —pronunció sorprendido el representante de La Primera Consciencia mientras se palpaba la cara—. ¿Cómo es posible que sienta cierto dolor? —El enmascarado volvió a sacudirle y lo obligó a girar la cara—. Es extraño e irritante. —Lanzó la palma contra el pecho del hombre del traje e hizo que volara unos metros—. Es una anomalía que ha de ser erradicada.

Wharget, que había cogido la katana cuando el ser estaba a punto de ir hacia el enmascarado, disparó un haz de energía contra él y bramó:

—¡Vamos! —El rostro del soldado reflejaba una mezcla de ira y odio—. ¡¿A qué esperas?! —Sin bajar la guardia, presionó un pequeño compartimiento de la armadura—. Estoy aquí —masculló, apretando con fuerza la empuñadura de la katana.

El ser guardó silencio unos instantes mientras escrutaba a Wharget.

—Interesante —dijo, observando la fina y casi invisible película energética que envolvía al hombre de la katana—. Creía que nuestro encuentro os conduciría a una muerte rápida, pero estáis llenos de sorpresas.

Wharget, al ver que su adversario no avanzaba, apretó los dientes y comenzó a caminar.

—Hoy descubrirás el gran error que has cometido al menospreciarnos —soltó enfurecido.

Aunque el ser iba a contestar, el enmascarado corrió hacia él y le dio una patada frontal en la espalda obligándole a doblarse un poco.

—Eres un mierdas. Creías que podías resucitar y engullir lo que existe sin que dos locos sin nada que perder te golpearan hasta reventarte. Maldito inútil.

Los ojos de la criatura de piel plateada brillaron y los músculos se le endurecieron.

—Habéis acabado con mi poca paciencia. —Se dio la vuelta, cogió al enmascarado por el cuello y lo elevó—. Ya es hora de poner fin a esto. —Wharget corrió para ayudar a su aliado, pero el ser movió una mano y lo paralizó—. Es hora de que resurja La Perfección. —Caminó hasta quedar cerca de las llamaradas Gaónicas que prendían con fuerza y fijó la mirada en los ojos del enmascarado—. Ha llegado el momento de que alimentes el fuego que devorará lo que existe. —Lo lanzó hacia las llamas.

Wharget, que luchaba contra la parálisis sin conseguir vencerla, bramó:

—¡No!

El ser se volteó, lo miró con los ojos imbuidos por un fuerte brillo y empezó a andar hacia él.


En las profundidades del templo de Dhagmarkal.

Woklan se detuvo a unos metros del foso. Aunque no lo veía, sabía que debajo del espeso líquido negro se hallaba Dhagmarkal.

—Por fin ha llegado el momento —susurró.

En aquella construcción maldita, observando la tumba del dios oscuro, una secuencia de imágenes le bombardeó la mente. Por un breve lapso de tiempo, miles de recuerdos se adueñaron de él. Su familia, su trabajo, su vida. Todo lo que le importó se mostraba con claridad dándole la sensación de que esos momentos estaban sucediendo en ese instante.

—Es casi real, ¿verdad? —la voz gutural provino del interior del foso—. Es un efecto que sufrimos los condenados.

Aunque le costó, Woklan cerró los ojos y meneó la cabeza para alejar aquellos dulces momentos que estaba reviviendo. Por muy placentero que fuera, no podía permitirse estar sumido en un estado de profunda alegría y nostalgia delante de Dhagmarkal.

—Muéstrate —ordenó.

—Pides lo imposible. —Unas burbujas emergieron en la superficie del líquido negro—. Mi cuerpo y mi alma fueron destruidos. No queda nada real que mostrar. —El burbujeo aumentó—. Aunque siempre se puede recurrir a una ilusión.

Poco a poco, al mismo tiempo que Woklan sentía cómo aumentaba su lazo con la energía Gaónica y con la información que esta contenía, del foso fue sobresaliendo una grotesca figura.

—Me hubiera gustado recibirte con mi verdadera presencia, pero lamentablemente llegas muy tarde. Demasiado. —Cuando emergió del todo, caminó por la superficie del líquido hasta pisar el suelo de grandes losas—. Me destruyeron mucho antes de que los primeros soles estallaran.

Woklan observó la piel repleta de pústulas y las partes engangrenadas del cuerpo putrefacto de la representación de Dhagmarkal.

—No me das pena —pronunció con una seguridad que hacía mucho tiempo que no sentía.

La representación del dios oscuro alzó una mano y la gran sala del templo comenzó a descomponerse.

—Me alegra que no la sientes. Que no sientas lástima ni miedo. Ha valido la pena que caminaras durante eones por un infierno. Te ha dado la fuerza y el deseo necesario para enfrentarte contigo mismo. Y con lo que representas.

El crononauta ojeó la bruma que se formaba alrededor de ellos.

—¿Con lo que represento? —Los ojos se le recubrieron con una tenue película luminosa—. ¿Quieres llenarme la cabeza de mentiras? ¿Quieres volver a usar tus trucos para hacerme sufrir de nuevo?

—¿Sufrir? ¿De verdad piensas que te hice sufrir?—Los dientes podridos temblaban mientras hablaba, las raíces apenas se hallaban fijadas al hueso—. Va siendo hora de que termines de descubrir la verdad.

Woklan permaneció con la mirada fija en las cuencas medio vacías de la representación de Dhagmarkal.

—¿La verdad? —soltó, pensando en todo lo que había dejado atrás—. Tu verdad seguro que solo es una mentira mal contada.

El dios oscuro guardó silencio unos instantes.

La verdad y la mentira son necesarias para poder entender con profundidad lo que ocurre. —Uno de los dientes podridos se movió tanto que resbaló por el labio y cayó al suelo—. Desde que quedaste atrapado en los restos de una creación en agonía, tu mente quiso evitar tu sufrimiento mezclando la realidad con la ilusión. Proyectó tus demonios y creó una secuencia de sucesos para mantenerte alejado de este momento.

Aunque el crononauta desconfiaba, aunque deseaba que aquel ser putrefacto se callara y sufriera, una voz familiar sonó a su espalda, le heló el alma y le impidió replicar.

—Wokli... —El teniente se giró y observó horrorizado cómo se acercaba el cadáver corrompido de Weina—. Wokli, te he echado de menos. ¿Dónde has estado?

Con los brazos extendidos, la imagen de la única mujer que Woklan había amado avanzaba para abrazar a su marido.

—No eres real —susurró sin poder evitar que los ojos se le humedecieran.

—Papi, papi, ¿eres tú? —preguntó la hija de Woklan después de manifestarse; tenía la piel muy pálida y el pijama hecho jirones—. ¿Por qué no viniste a verme? ¿Por qué me dejaste morir sola en aquella sala llena de personas extrañas con ropas blancas?

—No... —La pequeña se le abrazó a la pierna—. No eres real...

—¿Por qué dices eso, papi? —Elevó la cabeza y quedó al descubierto un rostro carente de ojos, nariz, cejas y labios.

Cuando su mujer llegó a su altura y quiso abrazarlo, alternó la mirada entre las dos, las empujó y bramó:

—¡No sois reales!

Madre e hija soltaron una risa siniestra.

—¿Ya no me quieres, Wokli?

Guiado por un impulso inconsciente, el teniente se adelantó y se encaró con ella.

—No eres real. —Antes de que la mujer pudiera burlarse, la cogió de la ropa e insistió—: No eres real. —Al mismo tiempo que las lágrimas le resbalaban por las mejillas, a la vez que por el brazo se extendía una película apenas visible de energía, Woklan soltó casi sollozando—: No eres real porque estás muerta.

Apenas se silenciaron las palabras, la energía Gaónica se expandió fuera de él y acabó con los reflejos deformados productos de la ruptura de la realidad. El recuerdo de su mujer e hija, proyectado por la culpa y el sufrimiento, volvió a quedar recluido dentro de su mente.

—No sois reales... —susurró, observando la ceniza en la que se habían trasformado las apariciones.

Aunque Woklan no era del todo consciente, desde que se había adentrado en la sala en la que se hallaba el cadáver del dios oscuro, su ser empezó a trasmutarse. Los lazos con el pasado habían comenzado a fortalecerse al mismo tiempo que la energía Gaónica retornaba a él después de haber sido extraída de su cuerpo por obra de Ragbert.

La representación de Dhagmarkal avanzó y quedó a su lado.

—No son reales, pero existen. —Woklan lo miró confundido—. Tú les das vida.

—¿Otro truco? —preguntó mientras se secaba la mejillas.

—No, mío no. —Dhagmarkal movió la mano y alrededor de ellos se recreó el interior de la ciudadela—. ¿No te preguntas por qué ya no me temes?

Aun sin haber superado el encuentro con los reflejos deformados, aun hallándose dolido y turbado por las apariciones, Woklan se planteó lo que le decía el dios oscuro.

—No te temo porque...

—Porque no puedo hacerte nada —le interrumpió—. Porque nadie puede hacerte nada. El único que puede torturarte eres tú mismo. —Movió ligeramente la cabeza y el entorno cambió mostrando una gran sala de sanación de la ciudadela—. Antes de que la creación comenzara a agonizar muchos jugaron contigo. Y aún después de que la enfermedad cósmica devorara gran parte de la realidad muchos siguieron utilizándote. —Dhagmarkal se acercó a una cápsula opaca y posó la mano sobre el cristal—. Te utilizaron para alargar la agonía de la creación. Lo hicieron porque sabían que cuando llegara este momento nada podrían hacer para seguir existiendo. —Golpeó suavemente el cristal con la punta de los dedos y el vidrio se volvió transparente—. La mayoría de mis hermanos no aceptan su mortalidad.


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

Sin dejar de maldecir, Wharget luchaba con todas sus fuerzas para que su cuerpo empezara a moverse.

—Es inútil —afirmó el ser—. No puedes vencer al orden natural.

—¡Voy a acabar contigo!

—Lo dudo. —Llegó a la altura del soldado, movió con rapidez la mano y le atravesó la armadura con el dedo índice.

Wharget gritó al sentir cómo el ser le desgarraba el músculo por debajo de la clavícula.

—No vas a ganar —pronunció desafiante.

—Ya he ganado. —Hurgó con el dedo, arrancándole gemidos de dolor—. Gané nada más existir. Sin mí, no existiría más que el vacío.

El hombre de la katana soltó un alarido al sentir cómo el dedo se convertía en varios filamentos que se extendían por el interior del hombro envolviéndole la clavícula.

—Te mataré, juro que te mataré.

El ser echó la mano hacia atrás y troceó el hueso.

—Es imposible matar aquello que no puede morir —dijo, observando atentamente la cara de dolor de Wharget—. Tu lucha es inútil. —Al escuchar unas pisadas, se volteó, contempló con cierta sorpresa la figura del enmascarado y preguntó—: ¿Cómo has sobrevivido?

El hombre del traje, con la ropa ardiendo, caminó hacia él.

—Dices que no puedes morir, pero eres tan tonto que no te das cuenta de que yo tampoco puedo morir. —Los ojos se le iluminaron—. Tan imbécil que ni siquiera ves cómo crece la energía Gaónica dentro de mí. —Movió la mano y liberó de la parálisis a su aliado.

Wharget sostuvo la empuñadura de la katana con la mano del brazo sano, aprovechó que el ser estaba centrado en el enmascarado, apretó los dientes y lanzó la hoja. Cuando el filo atravesó el torso, activó la fusión de energía Gaónica y Angeónica en la espada y produjo una paradoja controlada alrededor del arma.

—¿Quién es el patético ahora...? —pronunció casi sin fuerzas mientras la mano resbalaba por la empuñadura y él caía al suelo.

—No puede ser... —masculló el ser.

Al ver cómo su aliado empezaba a desfallecer, el enmascarado corrió hacia él, pero, antes de que pudiera alcanzarlo, la representación de La Primera Consciencia alzó la mano y creó una barrera.

—No vas a ayudar al humano. —Aunque le costó, cogió la espada y se la extrajo del pecho—. Conténtate viendo cómo acabo con su miserable vida.

El enmascarado lanzó los puños sin cesar en un vano intento de quebrar el muro de energía invisible.

—¡Te voy a arrancar los ojos, los masticaré y haré que te los tragues! —gritó poseído por la furia.

Mientras el hombre del traje intentaba llegar a él, Wharget tosió sangre, tocó un botón de la armadura y, por primera vez en mucho tiempo, sintió cierta liberación.

—Hazlo... —Elevó la mano temblorosa e incitó al ser a que acabara con él—. Vamos, mátame...

La representación de La Primera Consciencia lo miró con desprecio y le lanzó la espada contra el pecho. A la vez que la hoja bajaba con fuerza, el hombre que había recorrido los restos de un multiverso moribundo en busca de una cura para la enfermedad cósmica cerró los ojos y sonrió. Era consciente de que su viaje acababa ahí, pero al mismo tiempo también tenía la certeza de que su final serviría para darle una oportunidad al enmascarado. En cierto modo, sentía que había completado su misión.

«Has luchado y has caído con honor...» fue el último pensamiento que tuvo antes de que la espada impactara con la armadura y provocara una reacción en cadena que liberó la energía Gaónica de su cuerpo fundiéndola con una gran dosis de carga Angeónica.

Un segundo antes de que la explosión lo engullera, la representación de La Primera Consciencia observó cómo la hoja se sobrecargaba y pronunció con desprecio:

—Humano.

Desde el otro lado del muro de energía, el enmascarado se cubrió los ojos con el antebrazo para evitar que le alcanzara la polvareda que levantó la deflagración.

—Wharghet... —susurró.

Tras un tiempo que se le hizo eterno, en el que un intenso viento lo había empujado un par de metros haciendo que sus suelas dejaran marcas en la tierra, sintió cómo la onda expansiva perdía fuerza y bajó el antebrazo.

La polvareda había disminuido lo suficiente para permitirle ver las heridas que recorrían el cuerpo del ser, los profundos cortes de los que manaba un líquido azulado.

—Desgraciado —escupió mientras apretaba los puños.

Aunque deseaba estrangularlo, arrancarle las cervicales y metérselas en la boca, la necesidad de comprobar el estado de su aliado le llevó a ignorarlo. Cuando se cercioró de que no quedaba ni rastro del cuerpo de Wharget, con cierta emoción, con un atisbo de afecto, pensó:

«Al final has tenido que morir como un jodido héroe. Maldito cabrón, espero que encuentres la paz en la otra vida. —Se le dibujó media sonrisa en la cara—. La gente no suele caerme bien, siempre me apetece matarlos arrancándoles las tráqueas, pero tú no me molestabas mucho. —La sonrisa se le profundizó—. Acabaré los que hemos empezado. Tú, emborráchate por mí con tu familia en el cielo o en el infierno, donde demonios estés».

Dirigió la mirada hacia el ser, se crujió los nudillos y dijo:

—Tengo ganas de ver cómo grita un dios.

La representación de La Primera Consciencia se giró y lo observó.

—Aunque me habéis sorprendido con vuestros trucos, por más que os empeñéis nunca vais a vencer a la manifestación de la existencia.

Un sonido atronador se escuchó proveniente del cielo. El enmascarado alzó la cabeza y vio cómo las nubes desaparecían y cómo dos inmensos ojos rojos ocupaban el firmamento.

—¿Sabes? —dijo, bajando la mirada—. Si no hubiera venido tu papaíto, esto habría sido demasiado aburrido. —Sacó un cigarro de la pitillera y lo encendió—. No habría tenido gracia matar al recipiente sin que lo que lo ocupa estuviera presente. —Mordió la boquilla—. Así será mucho más divertido.

Los ojos del ser se iluminaron y las heridas del cuerpo se sanaron.

—Se acabó. —Alzó la mano y decenas de látigos de energía azul desgarraron la carne del enmascarado—. Ha llegado la hora de La Perfección Ancestral. —Movió la mano y un intenso fuego de llamas Gaónicas envolvió al hombre del traje.


En las profundidades del templo de Dhagmarkal.

Con los ojos vidriosos, Woklan contempló el cuerpo apenas con vida de su hija. La pequeña yacía en el interior de la cápsula de sanación.

—Sigues siendo manipulable porque no eres capaz de perdonarte.

El crononauta apretó los puños y se encaró con el dios oscuro.

—Jodido maníaco, ¿disfrutas con mi tormento?

Un espeso líquido amarillo emergió de algunas partes de la carne corrupta de la representación de Dhagmarkal.

—Sigues sin entenderlo. Aun encontrándote delante de la verdad eres incapaz de ver qué hay más allá. —Hizo un ligero gesto con la cabeza y la representación de la sala de sanación dio paso al puente de la Dhareix—. Si deseas acabar con tu sufrimiento, acepta de una vez lo que hiciste.

Woklan observó cómo se activaba el sistema de armas y cómo un haz salía disparado hacia la ciudadela. Guiado por un impulso inconsciente que le hizo creer que podía impedir que el láser impactara contra la gran estación, corrió y traspasó el casco de la nave.

Desorientado, flotando en medio del vacío, notó cómo una fuerza tiraba de él y lo arrastraba hacia la ciudadela. Cayendo a gran velocidad, no tardó en alcanzar el haz y superarlo.

«Te salvaré» pensó, al mismo tiempo que su cuerpo atravesaba las capas exteriores de la gran construcción interdimensional.

Una vez pisó el suelo, miró a las personas que se hallaban paralizadas y comprendió que el tiempo se había ralentizado tanto que casi se había detenido.

—Pequeña —susurró.

Con gotas de sudor frío recorriéndole la espalda y la frente, buscó a su hija entre aquel mar de gente. Corrió de un lado de la gran sala a otro intentando hallarla, pero fue incapaz de encontrarla.

Cuando se iba a dar por vencido, con la desesperación desgarrándolo, escuchó en la lejanía:

—Papá.

Miró en todas direcciones, pero hasta que no se repitió la palabra no fue capaz de saber de dónde provenía.

—Ya voy —dijo, dirigiéndose con rapidez hacia un gran corredor.

—Papá.

Woklan corrió todo lo rápido que pudo siguiendo la voz de su hija mientras los grandes cristales que cubrían esa zona de la ciudadela mostraban el intenso brillo del haz de energía.

Al ver a su hija en el pequeño pasillo que unía aquella sección de la ciudadela con otra, al observar cómo se hallaba inmóvil con la cabeza algo elevada cegada por el fulgor que provenía del techo, corrió con más fuerza mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

Aunque los labios de su hija no se movieron, escuchó con claridad cómo lo llamaba:

—Papá, ayúdame.

Cuando le faltaba poco para alcanzarla, el haz impactó con la ciudadela y una intensa luz que precedía a la gran onda expansiva lo atravesó. Impotente, vio cómo su pequeña era empujada hacia la otra sección y cómo, antes de que la compuerta blindada sellara el pasillo para que no hubiera descompresión, se golpeaba la cabeza contra una pared y rebotaba con fuerza contra el suelo.

Gritando y maldiciendo, Woklan llegó a la altura de la compuerta y observó a través de un grueso vidrio circular incrustado en el metal la mancha de sangre que había dejado en la pared el impacto del cráneo de la pequeña.

Devastado, contemplando el cuerpo inmóvil de su hija tirado en el suelo, golpeó el metal y bramó:

—¡No! —Mientras el personal de seguridad acudía a la zona y daba parte de lo ocurrido, mientras algunos se agachaban para comprobar el estado de la pequeña, Woklan repetía sin cesar—: ¡No, no, no!

La representación de Dhagmarkal se manifestó a su lado.

—No puedes cambiar lo que pasó, pero puedes cambiar lo que pasará.

—Maldito monstruo, ¿por qué sigues torturándome?

El reflejo del dios oscuro ladeó un poco la cabeza y observó a la hija de Woklan.

—Yo no fui el que activó el sistema de armas de la Dhareix. —Centró la mirada en el crononauta—. El que te tortura es el que disparó contra la ciudadela.

Woklan sintió como si las palabras se le clavaran en el pecho.

—El sistema de armas... —Recordó lo que sucedió en el puente y negó con la cabeza—. No, yo no... Yo no quise...

La imagen de la ciudadela se descompuso y su lugar lo fue ocupando la representación de una gran sala de la Ethopskos.

—Da igual lo que quisieras, da igual lo que hicieras, ya nada de eso importa. Tienes en tus manos el futuro y debes decidir qué futuro vas a elegir.

Sin poder quitarse de la mente la imagen de su hija y el peso de la culpa, sin poder dejar de pensar que Weina fue perdiendo las ganas de vivir por lo que pasó en el puente de la Dhareix, Woklan observó a su yo del pasado en el centro de la sala con multitud de cables incrustados en la carne, alimentando las máquinas que generaban las paradojas.

—Es culpa mía. —Movió la mano y la imagen de la sala se desvaneció dejando a la vista la gran estancia del templo—. Estamos atrapados en este infierno por mi culpa.

Dhagmarkal caminó lentamente hacia el foso.

—De no ser por ti, la creación habría permanecido inmutable eternamente o habría sido consumida. —Se detuvo al pisar el líquido negro—. Sin darte cuenta, creaste las condiciones para que algunos pudiéramos intervenir. Nos despertaste y fuimos capaces de movernos más allá del tiempo. —Se agachó y hundió la mano en la sustancia negra—. Gracias a ti tenemos la oportunidad de evitar el caos que mis hermanos habían generado al buscar la inmortalidad. Y también tenemos la oportunidad de que la mente primigenia deje de alimentarse una y otra de vez de las realidades que crea. —Se calló un segundo contemplando cómo el líquido viscoso resbalaba lentamente por la mano—. Eres la llave hacia algo nuevo.

—¿Algo nuevo?

—Así es. —Dhagmarkal creó un vórtice por el que se veía lo que estaba ocurriendo en el universo opuesto—. Aún no es tarde.

Woklan miró con rabia cómo el enmascarado estaba siendo devorado por las llamas Gaónicas y, pensando en todo lo que había dejado atrás, masculló:

—Acabemos con esto.  

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