Capítulo 4
La baba caía de los labios de Woklan y resbalaba recorriéndole la barbilla y el cuello. Mientras cabeceaba, movía lentamente la lengua intentando humedecer la boca pastosa. Se sentía algo anestesiado y no escuchaba con claridad. Los párpados le pesaban tanto que solo pudo abrirlos tras intentarlo varias veces. Aunque no le sirvió de mucho tenerlos abiertos, veía borroso y pestañear no le aclaró la visión.
—¿Dónde estoy?
Escuchó una respuesta, pero no supo interpretarla.
«¿Qué me pasa?» pensó confundido.
Una mujer de melena rubia se aproximó y le limpió la barbilla y el cuello con un pañuelo. Le acarició la cara y se alejó en dirección hacia una vieja radio oxidada que estaba sobre el mármol. Pulsó un pequeño interruptor y el altavoz reprodujo un chisporreteo. Subió el volumen, caminó silbando hasta el fregadero y siguió lavando la vajilla.
Aunque la vista de Woklan seguía nublada había recuperado la audición. Mientras luchaba por mantener la cabeza erguida, escuchó el sonido del agua cayendo del grifo y el ruido que producían los platos que, entre carcajadas, la mujer lanzaba cada cierto tiempo contra el suelo.
Sin embargo, aun inquietándole las risas y el sonido de la porcelana siendo destrozada, lo que le llamó más la atención fue el extraño noticiero que estaban radiando.
—¡Soy Pit Drungal! —vociferó con voz ronca uno de los locutores.
—¡Y yo, Braulio Puertas! —exclamó el otro.
—Están sucediendo cosas extraordinarias esta noche, ¿verdad, Braulio?
—Cierto, Pit. Nos llaman oyentes para decirnos que el gran...
—¡Gran! —coreó Drungal.
—Sí, Pit, el gran Dhagmarkal está a punto de volver a la vida.
—No me digas, no me digas. —Hizo una pausa y agregó gritando y alargando las palabras con exageración—: ¡No me digas! El gran Dhagmarkal. El único, el primero, el invencible, el maldito, el vigoroso, el genuino, el deicida.
—El deicida.
—El deicida, Braulio, el deicida.
—Pit, ha llamado una oyente de la ciudadela del final del tiempo.
—Bonito lugar, una ciudad dentro del continuo espacio-tiempo, con preciosas mujeres, habanos de primera y whisky del bueno. Braulio, tenemos que visitarla antes de que Dhagmarkal se adueñe de la creación. —Los locutores soltaron carcajadas—. ¡Sí, sí, sí, sí y sí! La visitaremos antes de que sea un cúmulo de cenizas.
—Que lo será cuando Dhagmarkal vuelva a estar entre los vivos..., pero Pit.
—Dime, Braulio.
—La oyente de la ciudadela, llamada Weina, ha dejado grabadas unas palabras para alguien que nos está escuchando.
—Aleluya, qué gran noticia. Pon la grabación. Ponla, Braulio. ¡Ponla!
—Sí, Pit, pero antes una bonita dedicatoria. Esta grabación, cortesía de Radio Amigos de Dhagmarkal, es para ti, teniente Woklan.
Hubo un par de segundos de silencio y después se escucharon las palabras de la esposa del crononauta:
—Cariño, no aguanto más, han pasado cinco años desde que te marchaste y sola no soy capaz de soportar la pérdida de nuestra hija. No tengo más fuerzas... Espero que me puedas perdonar, porque yo, por haberme abandonado, no te perdono. —La voz adquirió una sonoridad casi espectral—. Cargarás con mi muerte el resto de tus días. —Se escuchó un gimoteo y un disparo.
—Braulio, Braulio, Braulio. ¡Se ha volado la cabeza y la sangre...!
—¡La sangre!
—¡La sangre ha salpicado el cristal de la cabina! ¡Qué gran día para nosotros y qué mal día para el teniente Woklan!
—Lo tiene jodido, Pit. Lo tiene muy jodido.
La radio dejó de emitir el extraño programa y tras unos segundos por el altavoz se escuchó ruido de fondo mezclado con súplicas.
—¡Weina! ¡Weina! —vociferó Woklan alterado.
—¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué gritas? —preguntó la mujer rubia.
—¿Weina...?
—Claro, ¿quién voy a ser si no?
—Pero... acaban de decir por la radio que te habías suicidado. —Mientras respiraba, la prenda que estaba empapada en sudor se expandía y se contraía pegada a la piel.
—No digas tonterías Wokli. En la radio ha estado sonando todo el rato música clásica. —Se acercó al crononauta, apoyó su cabeza en la de él y dijo con voz triste—: Desde que regresaste de esa extraña misión... —Sollozó—. Cada noche te despiertas gritando... —Suspiró—. Cariño, siento que ese templo se derrumbara sobre ti y que los escombros te aplastaran las piernas... Siento que las perdieras... pero juntos lo superaremos.
—¿Qué he perdido las piernas? —preguntó con la voz entrecortada.
Bajó las manos por el torso y chilló cuando notó que más allá de la cintura apenas conservaba una pequeña porción de las extremidades.
—Ya ha pasado, cariño. Ya ha pasado. —Le cogió las manos y las puso con suavidad sobre la mesa—. Tranquilo, ya ha pasado.
—¡No tengo piernas! —gritó histérico.
—Vamos, tranquilízate.
—¡¿Qué me tranquilice?! ¡Estoy tullido y no recuerdo cómo pasó!
—¡Cállate ya! —Agarró dos cuchillos y hundió las puntas en la manos del crononauta hasta dejarlas clavadas en la madera de la mesa—. ¡Maldito llorica! ¡Asume que eres medio hombre! —Empezó a reírse.
Woklan soltó un alarido.
—¡Tú no eres Weina! ¡¿Quién demonios eres?! —El teniente tenía la cara roja y las venas del cuello hinchadas.
—Solo soy lo que quiera ser —la voz se tornó demoníaca—. Abre los ojos —ordenó.
Lo que Woklan vio cuando se le aclaró la visión intensificó aún más el terror que padecía.
—¿Qué...? —casi pronunció la palabra tragándosela.
La imagen de la mujer le heló el alma. La cara de la supuesta Weina no tenía ojos, nariz, cejas, ni boca. Solo estaba cubierta de piel.
—¿Ya no te gusto, Wokli? —Se clavó un cuchillo en el rostro, lo movió lentamente hacia la izquierda, dibujó una sonrisa y sacó la hoja—. ¿Te gusto más ahora? —La carne ensangrentada dejaba a la vista una dentadura podrida—. ¿Ya no me quieres? —Una lengua negra, con el tejido en necrosis, lleno de gusanos, se extendió más de un metro y lamió los labios de Woklan.
Los pulmones del teniente parecían estar a punto de explotar. El corazón latía tan rápido que sentía como si las pulsaciones sonaran dentro de los tímpanos.
«¿Quién es este monstruo?» se preguntó mientras de los ojos le brotaban lágrimas de impotencia.
En ese momento, al lado de la fregadera, vio al hombre del traje a medida y máscara negra que había aparecido en la pesadilla que tuvo mientras dormía en la cápsula. Este meneaba la cabeza mostrando decepción.
«No me hiciste caso y no huiste. Ahora estamos atrapados en el reino de Dhagmarkal».
La grotesca imagen de la mujer y el repugnante olor a podrido que desprendía la lengua que se movía por la cara de Woklan retrasaron la respuesta.
«¿Dhagmarkal...? ¡¿La paradoja?! —Recordó cómo el ser de humo negro lo ahogó y preguntó—: ¿Estoy muerto?».
«Aún no, pero no te queda mucho. Ella es una manifestación de tus miedos. Si no la vences, se acabó nuestra existencia... O quizá no, ¿quién sabe?».
«¿Cómo voy a vencerla...? No tengo piernas y no puedo mover las manos».
«Pues piensa algo rápido. Tenemos poco tiempo». Se quitó la máscara, cogió un vaso lleno de sangre coagulada y lo degustó con cara de satisfacción.
El teniente apartó la mirada del hombre y contempló la corrupta manifestación de su mujer.
—¿Por qué estás tan callado, Wokli? —preguntó ella—. Esto solo acaba de empezar. —Separó la lengua de los labios del teniente, se acercó al mármol y cogió una sierra eléctrica—. Ha llegado la hora de divorciarnos.
Woklan volvió a centrar la visión en el hombre del traje a medida y escuchó en su mente:
«Se acaba el tiempo». La imagen del enmascarado se difuminó hasta desaparecer.
—¡No me ignores! —vociferó la mujer mientras encendía la sierra.
«¡Tengo que liberarme, tengo que liberarme!» la desesperación se plasmó en sus pensamientos.
Con un movimiento fugaz, la representación corrupta de su esposa bajó la sierra y comenzó a cortarle las muñecas.
—¡Nooooooo! —gritó con todas sus fuerzas mientras la sangre le salpicaba la cara—. ¡Para! ¡Por favor, para! —las palabras se intercalaron con alaridos.
Cuando la herramienta cercenó los brazos, Woklan los levantó y, con los músculos de la cara temblándole, bramó:
—¡Maldito monstruo! —La imagen de las manos clavadas en la mesa hizo que soltara más chillidos.
—¡Cállate! —Movió la sierra eléctrica y la hundió en el pecho del teniente.
El crononauta no pudo decir nada, su cuerpo sufrió espasmos y de la boca le salió un chorro de sangre. La sierra siguió triturando carne y hueso hasta que traspasó el tronco. En el momento en que la punta salió por la espalda y atravesó la madera de la silla, la cabeza y los brazos del teniente se desplomaron faltos de vida. Después de que los ojos de Woklan dejaran de brillar, la cocina y la mujer desaparecieron dejando solo un escenario vacío y negro.
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