Capítulo 38

Dos años y dos meses antes del suceso originario.

La gran flota que escoltaba la nave comandada por El General Supremo se dispersó dejando a la escasa tripulación dirigirse a un destino secreto.

—¿Señor? —preguntó el segundo al mando sin despegar la mirada del monitor.

Galken miró a sus hombres, asintió ligeramente con la cabeza y ordenó:

—Hagámoslo.

Mientras un soldado desactivaba el registro de vuelo y las balizas de posición, el encargado de controlar el armamento activó el camuflaje y aumentó la densidad de los escudos.

Aunque era consciente de que lo que estaba a punto de llevar a cabo podría desencadenar el caos, el padre de Woklan no se echó atrás, dirigió la mirada hacia el encargado de los sistemas de detección e hizo un gesto con la cabeza.

—Inicia la búsqueda. —Miró a la persona que controlaba los sistemas de propulsión y le ordenó—: Acelera a máxima velocidad y lanza señuelos para que no puedan seguirnos el rastro.

Sentado en el sillón de mando, observando cómo sus hombres le obedecían, El General Supremo se cogió las manos, apoyó la barbilla en ellas y, sin poder evitar cierta angustia, pensó en las posibles consecuencias de sus actos.

No se arrepentía, sabía que la única posibilidad de recuperar a su hijo era llevar a cabo el plan, pero, aun estando seguro de su decisión, le aterraba que todo saliera mal y que el fuego cósmico no pudiera ser contenido.

Mientras Galken se hallaba sumido en sus pensamientos, la compuerta del puente se abrió y Ragbert entró con paso lento. Cuando el científico llegó a la altura del General Supremo, posó la mano en su hombro y observó a los hombres que controlaban los sistemas de la nave.

—Estamos haciendo lo correcto —dijo, dirigiendo la mirada hacia la pantalla que mostraba el progreso de la búsqueda.

El General Supremo, que también examinaba los resultados que mostraba la pantalla, tardó unos segundos en reaccionar.

—Eso me digo constantemente para convencerme de que todo irá bien. —Miró a Ragbert—. Si estamos haciendo lo correcto, entonces no hay lugar para el error. Si esto es lo que debe suceder, si el futuro al que nos acercamos es inevitable, significa que lo que estamos a punto de iniciar es el comienzo de una era de prosperidad. —Volvió a centrar la mirada en la pantalla—. Al menos eso me repito para alejar algunos pensamientos derrotistas.

El científico ladeó un poco la cabeza y asintió ligeramente.

—No te preocupes, daremos comienzo a una época dorada.

Sin dejar de observar la pantalla, Galken se puso de pie y susurró:

—Eso espero.

Al cabo de unos segundos, un pitido sonó a través del sistema de comunicaciones y el encargado de dirigir el rumbo de la nave introdujo nuevas coordenadas. El cuerpo celeste anómalo, el planeta cúbico que Ragbert había descubierto al analizar los datos de la energía Gaónica adherida a Woklan, se mostraba ante los escáneres especiales que el científico había construido y perfeccionado durante los últimos dos meses.

—Ya eres nuestro —dijo Ragbert, acercándose a un panel de control—. Te me has escabullido más tiempo del que me esperaba, pero al fin te tengo. —Recalibró el escudo para que cuando llegaran a su objetivo quedara vibrando a la misma frecuencia que el material que componía el planeta—. Eres la llave del nuevo universo y te utilizaremos para atraerlo hacia nosotros. —Sonrió.

Sin prestar mucha atención a Ragbert, El General Supremo se acercó al encargado de los escáneres de largo alcance.

—¿Cuánto tardaremos en alcanzar el planeta? —le preguntó, repasando mentalmente el plan de acción.

—Contando la maniobra de desaceleración, tardaremos unos veinte minutos —contestó el soldado mientras intensificaba el barrido de los escáneres.

—Perfecto —dijo Galken antes de darse la vuelta—. Ragbert, debemos prepararnos junto al equipo de asalto. —Al mismo tiempo que el científico asentía, antes de dejar el puente junto a él, El General Supremo miró al segundo oficial a bordo y le ordenó—: Activa el sistema de armamento. Si hay alguna amenaza potencial no dudes en bombardear el planeta. Da igual si seguimos en él.

***

Parte del equipo que escoltaba a Ragbert, a los otros científicos y a Galken, se adelantó para reconocer el lugar del que emanaban tenues vibraciones Gaónicas mezcladas con una sutil capa de energía que teóricamente no debería existir en el multiverso.

El oficial de mayor rango, abriéndose paso entre las inmensas estalagmitas que se alzaban por la superficie rojiza del planeta, caminando sobre el denso cristal carmesí que daba forma al cuerpo celeste, llegó al pie de una gran montaña, se acercó a la entrada de una gruta y alzó el puño.

Cuando sus hombres se detuvieron detrás de él, después de percibir a través del sistema de ampliación sonora del traje de protección cómo se silenciaban los pasos, se dio la vuelta, los observó y calculó la distancia que los separaba del segundo grupo.

—Nos dividiremos. Vosotros —señaló a tres soldados— regresad, uníos con el resto de la escolta y avanzad hasta esta posición. —Se volteó—. Decidle al General Supremo que nos adentramos en la gruta en busca de posibles amenazas. —Hizo un gesto con la mano, comenzó a avanzar y varios hombres le siguieron—. Nos comunicaremos en cuanto sepamos que la zona es segura.

Los tres hombres esperaron a que la negrura de la gruta envolviera a su superior y a sus compañeros antes de darse la vuelta y obedecer. Cuando se alejaron unos doscientos metros, por un segundo, sintieron un intenso frío que les heló el alma. Desconcertados, se miraron y comprobaron si los sistemas de los trajes funcionaban correctamente.

Al cerciorarse de que el soporte vital no estaba dañado, restaron importancia a lo sucedido, se convencieron de que tan solo había sido una sensación extraña y continuaron avanzando para reunirse con el grupo que escoltaba a Ragbert y a Galken.

***

Aunque el oficial al mando del grupo de asalto había visto innumerables paisajes singulares en diferentes líneas axóticas, la gruta, con el suelo cubierto por una sustancia pastosa de color verde y las paredes negras pobladas por criaturas gelatinosas de forma esférica que explotaban cada cierto tiempo, consiguió llamarle mucho la atención y le aumentó la intriga por la naturaleza del mundo cúbico.

Aun caminando por las entrañas de esa anomalía cósmica, aun siendo testigo de cómo el planeta existía y quebrantaba las leyes físicas, todavía no se había acostumbrado a la existencia de un cuerpo celeste que desafiaba el mismo orden de la creación.

Inmerso en sus pensamientos, analizando la radiación que se desprendía de las rocas que formaban las paredes de la gruta, escuchó cómo lo llamaba uno de sus hombres:

—Hemos encontrado una sala con el acceso bloqueado. —El oficial dejó de medir la radicación y caminó hacia su subordinado—. La entrada tiene grabados en una lengua que no hemos podido descifrar. —El soldado le mostró la pantalla con la imagen captada por los sensores—. Hemos escaneado la roca que sella la entrada y hemos visto lo que hay más allá.

Durante unos segundos, el jefe del equipo de asalto se quedó observando las grandes estatuas que había detectado el escáner tras la piedra que bloqueaba el acceso.

—Abramos esa entrada. —El soldado asintió y ambos comenzaron a andar.

Mientras el oficial y sus hombres se adentraban más en la gruta, una tenue brisa se movió detrás de ellos, siguiéndolos, trasportando por el aire la esencia que unía el planeta con sus creadores.

Sin saberlo, con su presencia, el grupo de asalto había despertado algo que durante eones estuvo sumido en un profundo letargo. Los soldados, desconocedores de que sus cuerpos y almas atraían fuerzas ancestrales, continuaron avanzando con la intención de volar la entrada y acceder a la sala repleta de estatuas que representaban a seres que desconocían.

***

El hombre que iba delante del grupo que escoltaba a Ragbert, al equipo científico y a Galken, alcanzó la entrada de la gruta, se adentró un poco y amplificó los sistemas de comunicación esperando recibir un mensaje del interior.

Tras un minuto, en el que Ragbert observó con una mirada casi obscena la gruta y el General Supremo se mantuvo expectante, Galken se adelantó unos pasos, se paró delante del soldado que permanecía a la escucha y le preguntó:

—¿Hay algún fallo en los sistemas de comunicación? —Su subordinado negó con la cabeza—. Entiendo... —Se giró, se cogió las manos por detrás de la cintura y caminó hacía un lado—. ¿Por qué tardáis tanto? —murmuró.

Apenas había terminado de pronunciar la pregunta, una gran explosión hizo emerger una polvareda del interior de la gruta. Antes de que al General Supremo le diera tiempo de voltearse, por el sistema interno de comunicaciones comenzaron a oírse respiraciones agónicas que se entrecortaban y se mezclaban con el ruido de fondo.

—¿Qué demonios? —soltó Galken, envuelto por la nube de polvo.

Ragbert, poseído por las débiles voces que se escuchaban en el sistema de comunicación, voces que solo oía él, empezó a caminar extasiado. Cuando llegó a la entrada de la gruta, Galken lo cogió del brazo, lo frenó y le dijo:

—¿Qué haces? No podemos entrar ahí dentro hasta saber que es seguro.

El científico giró la cabeza y El General Supremo pudo ver el rostro enloquecido.

—Es demasiado tarde para echarse atrás. Ha empezado y debemos aprovechar la ventana dimensional —Ragbert sonrió y siguió adentrándose en la nube de polvo.

Galken se mordió el labio inferior y miró a los soldados y al resto del equipo científico.

—Está bien... —Se dirigió a uno de sus hombres y le ordenó—: Proteged a los civiles y no entréis en la gruta. —Hizo un gesto con la mano—. Dame tu fusil. —Cuando el soldado se lo entregó, se dio la vuelta y siguió a Ragbert—. Si no recibís confirmación de nuestro estado en veinte minutos, evacuad el planeta.

Galken activó la visión aumentada del casco y pudo discernir la figura del científico a través de la cortina de polvo. Aceleró el paso, se puso a su lado y se quedó mirando la manera errática de caminar de Ragbert.

—¿Qué demonios te pasa? —Lo agarró del brazo—. No sabemos que hay ahí abajo. —Recordando las respiraciones agónicas que había escuchado por el sistema de comunicación, añadió—: Puede que la avanzadilla haya sido exterminada. —Hizo una breve pausa—. Es peligroso y no me puedo permitir perderte. Eres el único capaz de salvar a mi hijo.

Ragbert le cogió la mano, la separó de su brazo y continuó caminando.

—Estamos cerca —dijo el científico sin detenerse y sin perder la sonrisa que se había apoderado de su rostro desde la explosión—. Estamos muy cerca.

Galken negó con la cabeza, comenzó a andar y se volvió a poner a su lado.

—¿Tan importante es lo que has detectado que no podías esperar a que la nube de polvo se disipara y pudiéramos saber qué ha sido de la avanzadilla?

Sumido en un profundo estado de éxtasis, Ragbert siguió andando en silencio.

—No, no podía esperar —respondió tras permanecer casi medio minuto callado—. Ahí abajo se halla lo que estábamos buscando, el punto desde donde desvelaremos cómo se puede estabilizar una paradoja.

Aunque le seguía sin gustar que el científico se empeñara en descender sin esperar a comprobar lo que se podían encontrar, a Galken le invadió cierta esperanza que aumentó el deseo de que con una paradoja controlada hallaran la forma de separar la energía Gaónica del cuerpo de su hijo. Esa esperanza hizo que ignorara el extraño comportamiento de Ragbert y lo llevó a decidir no impedirle avanzar. Lo único que importaba era devolverle a Woklan su vida.

—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó tras mantenerse unos segundos pensativo.

Ragbert ladeó la cabeza y lo miró.

—Porque cuando me conecté con los datos atrapados en la energía Gaónica que mantiene a tu hijo en letargo pude ver esta gruta y contemplar que en su interior hay una grieta dimensional. —Galken iba a hablar, pero el científico prosiguió antes de que pudiera hacerlo—: Es una grieta dimensional que está conectada a una paradoja controlada.

Algo confundido, El General Supremo meneó ligeramente la cabeza.

—¿Por qué no me lo dijiste en la ciudadela? ¿Por qué no me hablaste de que en el planeta nos encontraríamos con una paradoja controlada?

Ragbert se detuvo y lo miró a los ojos.

—Porque si lo hubiera hecho no habrías accedido a enviar un equipo. Te conozco, Galken. Sé que si puedo replicar el proceso y crear una paradoja controlada me darás los medios para hacerlo, pero también sé que te da miedo el hecho de que haya una paradoja controlada en un extraño planeta. Y ese miedo te lleva a querer destruirla. —Hizo una breve pausa—. Temes que algo o alguien haya sido capaz de crear algo que transgrede las leyes del multiverso. —Reemprendió la marcha—. Pero no temas, pronto seremos capaces de crear nuestras paradojas y podremos moldear la existencia de un modo como el que jamás habíamos soñado.

Galken lo siguió sumido en sus pensamientos. Al General Supremo le inquietaba que alguien tuviera la capacidad de crear y mantener estable una paradoja, sentía una profunda intranquilidad por quien fuera que creó la anomalía cósmica a la que se dirigían, pero los deseos de recuperar a su hijo eran más profundos que sus temores. No había nada más importante que salvar a Woklan.

Después de que avanzaran hasta llegar a la entrada que había destrozado el grupo de asalto, al ver los fragmentos de roca dispersos por la gruta y por parte de la sala, observando las gigantescas estatuas que se erigían desafiantes, El General Supremo dejó atrás sus pensamientos y pronunció en voz baja:

—Te salvaré, hijo.

Ragbert se adentró con rapidez en la estancia y observó maravillado las reliquias que unos seres ancestrales habían dejado allí como muestra de su existencia. Desacopló un medidor de ondas y comenzó a inspeccionar la sala en busca del origen de la paradoja.

Galken dejó al científico trabajar y buscó algún rastro de sus hombres. Al ver un reguero de sangre perderse detrás de una de las estatuas, desenfundó una pistola de antimateria, se la lanzó al profesor, al que apenas le dio tiempo de cogerla, y dijo:

—Hay un rastro de sangre que se pierde detrás de esa estatua. —La señaló con el fusil—. Puede que haya un acceso a otra parte de la gruta y que la avanzadilla se haya refugiado ahí. —Comenzó a andar—. Voy a investigarlo.

Ragbert dejó el arma sobre el fragmento de una gran estatua, sonrió y susurró:

—No hará falta. Los dioses no me harán daño.

Mientras el científico se acercaba al gran huevo de piedra quebrado que se hallaba en el centro de la sala, Galken dio con un pequeño pasillo por donde se perdía el rastro de sangre.

Al contemplar la intensa negrura de ese camino serpenteante que se hundía aún más en las entrañas del planeta, apretó con fuerza el fusil, encendió los proyectores del traje, aumentó la capacidad visual del casco y se adentró en él.

Tuvo que avanzar con cuidado, evitando las pequeñas estalactitas y estalagmitas que nacían de la roca porosa. Cuando alcanzó una zona poblada por unas esporas que se agrupaban dando forma a pequeñas formaciones esponjosas adheridas a la pared, se detuvo e inició un análisis con los escáneres.

«Este mundo es una locura...».

Esperó los resultados observando cómo las esporas desprendían un gas azulado que se condensaba en el centro del pequeño pasillo.

«¿Por qué os habéis adentrado aquí? —Escuchó el tenue pitido que señalaba el fin del análisis—. ¿Qué os ha atacado?».

Dirigió la mirada hacia la pantalla adherida al antebrazo y comprobó los resultados. Aquellas formaciones esponjosas no solo trasformaban la atmósfera de la gruta, también eran capaces de manipular grandes dosis de energía. De algún modo, sintetizaban las ondas Gaónicas con otras fuentes energéticas, combinándolas y dando forma a una alteración anómala de la realidad. No parecían ser la causa de la paradoja, pero sí que se habían adaptado a los efectos que provocaba en el multiverso.

Mientras por su mente se plasmaban multitud de pensamientos sobre su hijo y la realidad siendo deformada, en medio del gas azulado, flotando en el pasillo, una pequeña roca carmesí se hizo visible.

Inquieto, Galken quiso analizarla con los sistemas del traje, pero después de intentarlo varias veces acabó aceptando que aquella piedra era invisible a la tecnología porque su naturaleza se basaba en la existencia y en la no existencia. Era una manifestación de la dualidad: de la nada y el todo.

Guiado por un impulso inconsciente, acercó lentamente la mano hasta llegar a coger la roca. Por un instante, una intensa calma se adueñó de él alejándolo de la realidad. Sin embargo, esa sensación pasó rápido cuando empezó a escuchar por el sistema interno del traje la voz distorsionada del jefe de asalto:

Señor, salgan de aquí...

—¿Dónde estáis? —preguntó, tocándose el casco de forma instintiva.

Durante unos largos segundos, por el sistema de comunicación tan solo se escuchó un fuerte ruido de fondo.

—Estamos... —Se oyeron sonidos guturales y un ruido que parecía producido por bestias—. Estamos... —Los gritos de algunos de sus compañeros saturaron la transmisión—. Estamos en la oscuridad...

Al mismo tiempo que los gemidos de dolor se intensificaban, a la vez que Galken apretaba los dientes, guardaba la piedra y se aferraba al fusil, unos metros por delante de él las rocas que daban forma al pasillo se quebraron y el camino quedó sellado por decenas de grandes fragmentos.

Con la rabia quemándole por dentro, con la culpa golpeándolo, Galken bramó, corrió entre la polvareda, soltó el fusil y forcejeó con las inmensas rocas intentando en vano despejar el camino.

—Mierda —escupió, sin darse por vencido.

Tras un par de minutos, en los que no cesó en su empeño por alcanzar a sus hombres, el sistema de comunicación se volvió a encender y pudo escuchar la voz de Ragbert. El científico, ajeno al sufrimiento del General Supremo, se mostraba eufórico.

Galken, lo hemos logrado. Por fin hemos encontrado lo que puede mantener controlada a una paradoja. —El científico guardó silencio unos segundos deleitándose al ver cómo una sustancia pastosa le resbalaba por el guante—. Tenemos la llave de un nuevo futuro. —Ragbert sacó la mano del interior del huevo de piedra quebrada e introdujo una muestra de la sustancia en un recipiente—. Ahora podremos salvar a tu hijo.

El General Supremo se mantuvo callado contemplando las piedras que le impedían llegar a sus hombres. Aun habiendo seleccionado a un grupo de soldados leales, de militares a los que había expuesto el riesgo de la misión, a los que les explicó la necesidad de crear un paradoja para salvar a Woklan, a los que les dijo que si no deseaban participar eran libres de no hacerlo, aun con todo eso en mente no podía evitar sentirse culpable.

Tan solo las vibraciones que sacudieron el pasillo y la alerta de Ragbert a través del comunicador consiguieron que dejara atrás la culpa y se centrara en la supervivencia.

Galken, tenemos que irnos. La estructura del planeta se ha vuelto inestable.

El General Supremo se dio la vuelta, recogió el fusil y comenzó a correr.

—Sal, ve hacia la superficie. Te alcanzaré por el camino.

Mientras el científico dejaba atrás la gran sala, el inicio de un seísmo fracturó la base de las estatuas e hizo que algunas rocas cayeran del techo. Galken fue esquivando las piedras y siguió corriendo hacia la salida. Tan solo se detuvo un segundo, tras llegar al camino que conducía a la superficie, cuando sintió la presencia de alguien. Se dio la vuelta y pudo ver al final de la sala a una bella figura femenina que sonreía. Únicamente pudo contemplarla un instante antes de que una gran piedra sellara la entrada obligándolo a correr de nuevo.

Tal era la cantidad de adrenalina en el torrente sanguíneo que la imagen de la mujer desapareció con rapidez. Su mente y su cuerpo luchaban por sacarlo de allí y no se podían permitir que se distrajera con lo que podía haber sido una alucinación.

Cuando estaba a punto de alcanzar a Ragbert, se comunicó con la nave que orbitaba el planeta:

—Necesitamos que nos evacuéis. Nos será imposible alcanzar nuestros transportes.

Ya hemos enviado dos cazas de cuatro plazas. —La transmisión se interrumpió un segundo—. Tendremos que evacuarlos en dos tandas.

Galken pensó en los caídos y habló sin que se le notara el dolor:

—No será necesario, hemos sufrido pérdidas y dos cazas serán suficientes para la evacuación.

Entendido.

Alcanzó a Ragbert, aminoró un poco la velocidad y se mantuvo a su lado. El científico corría con el recipiente que contenía la sustancia aferrado al pecho.

—¿Tienes una muestra? —le preguntó Galken.

—Sí —contestó jadeante.

—Perfecto. —Dirigió la mirada hacia el exterior de la gruta, miró a un soldado y le ordenó—: Prepara a los civiles para la ecuación. Dos pájaros vienen en camino. —Mientras el hombre le obedecía, movió la mano y les dijo a otros dos soldados—: Custodiad a Ragbert. El planeta no es seguro, hay amenazas y no quiero que le pase nada a él o a la muestra.

Después de que sus hombres escoltaran al científico lejos, Galken puso el fusil en carga máxima y apuntó al interior de la gruta.

«Os habéis llevado a mis hombres y espero que ardáis en el infierno por ello».

Disparó y una explosión devastó el camino que se hundía en las entrañas del planeta. Aunque era consciente de que aquello ni le devolvería a sus hombres ni alcanzaría a lo que fuera que acabó con ellos, necesitaba sentir que al menos había podido hacer algo.

—¡Señor! —bramó un soldado—. ¡Señor! —repitió hasta que captó la atención de su superior—. Los pájaros están llegando.

Galken alzó la mirada y comprobó cómo los cazas iniciaban las maniobras de aterrizaje.

—Preparaos, nos vamos de este infierno —dijo, corriendo hacia las naves.

Nada más los cazas se posaron sobre la superficie, todos se apresuraron a entrar en ellos. En menos de un minuto, los pilotos pudieron despegar alejándose de un mundo del que emergían infinidad de géiseres de magma.

Una vez cesaron las turbulencias producidas por las capas altas de la atmósfera, Galken dirigió la mirada hacia Ragbert y observó cómo el científico seguía aferrado a la muestra.

Allí, en la bodega de carga del caza, acompañados por dos soldados, Galken y Ragbert se observaron. Les había costado, pero después de una intensa búsqueda y de dos meses de investigación por fin disponían de la materia necesaria para iniciar el proceso de creación de una paradoja controlada.

Al mismo tiempo que el mundose contraía a punto de explotar, a la vez que los cazas se posaban en el hangarde la nave de La Corporación, mientras el encargado de los sistemas depropulsión iniciaba la maniobra que los sacaría de esa parte del multiverso, lapequeña roca que Galken había guardado en un compartimiento del traje vibróligeramente.    

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