Capítulo 29

En algún lugar en el pasado remoto.

A paso lento, uno de los custodios del templo, uno de los encargados de mantener abierto el portal que permitía la comunicación con el antiguo creador, se detuvo delante de la roca maciza que impedía el acceso a la gran sala.

Mientras elevaba la mano para obligar a la piedra a apartarse, giró la cabeza y observó su reflejo en uno de los inmensos cristales que estaban adheridos a las paredes de la gruta: se fijó en la piel negra del rostro, en sus ojos azules claros repletos de motas rojizas y en las piezas de metal dorado que le cubrían el cuerpo.

A tu imagen y semejanza —susurró.

Cuando el ruido que produjo la roca al desplazarse se propagó por la gruta, apartó la mirada del cristal y avanzó hacia el interior de la gran sala. Saludó a uno de sus hermanos, caminó hasta llegar a la barandilla circular que levitaba por encima del agujero que se hundía en el interior del planeta, apoyó las manos en la estructura flotante y contempló con devoción el objeto que su pueblo consideraba divino.

En medio de esa inmensa instancia dorada, repleta de placas de metal que cubrían el suelo, las paredes y el techo, se hallaba el Asthyxión: una esfera gigantesca que giraba a gran velocidad unos tres metros por encima de la barandilla.

El Asthyxión era considerado por los Xhetthervoms un regalo divino. Gracias a él, sus ancestros pudieron evolucionar, crear una próspera civilización, conquistar el multiverso, rescribir la historia y destruir "realidades enfermas".

Para ellos, que habían llegado al punto más alto de la evolución biológica, que habían conseguido trasmutar sus cuerpos en energía, que habían nacido y crecido en el primer mundo habitable de la creación, la vida solo tenía un sentido. Cuando no había más que planetas estériles y algunos con pequeños microbios luchando por sobrevivir en entornos hostiles, Los Xhetthervoms ya eran conscientes de su destino.

La primera inteligencia, la que creó lo que existía, la que se descompuso inmersa en una intensa agonía mientras la nada daba forma a algo, los había guiado desde que el primero de los ancestros sin mente de los Xhetthervoms tocó la esfera gigantesca que impactó contra el planeta.

Esa fuerza ancestral moldeó al ser primitivo que caminó por el cráter atraído por el intenso brillo dorado. Lo trasmutó cuando posó la mano en la superficie fría del objeto. Lo hizo atrayéndolo, llamándolo, manipulándolo.

Ese antepasado, al que en tan solo un segundo se le reveló la verdad de la naturaleza de la creación, sintió una inmensa devoción y consideró que la esfera era divina. Después de que su cuerpo terminara de cambiar, buscó a los que eran como él había sido, seleccionó a los mejores especimenes y los condujo a la esfera. Manipulando sus primitivos cerebros los llevó para que fueran elevados al estado al que había ascendido. Todos fueron moldeados y con ellos nació la especie que estaba llamada a jugar un gran papel dentro de un futuro drama cósmico.

Aunque de eso hacía bastante, aunque habían pasado una infinidad de ciclos, el primero que tocó la esfera, el primero en ser convertido en Xhetthervom, aún seguía con vida. Con el cuerpo marchito, consumido por el pasar del tiempo, sin fuerzas para ponerse de pie, se mantenía sentado en un asiento cubierto de metal dorado que había sido esculpido en la roca.

El ancestro, con la mirada cansada, movió levemente la cabeza, observó al que iba ataviado con un traje de piezas metálicas de color dorado y dijo:

Pronto se completará la obra y empezará el cambio. Aunque no viviré para verlo, mi alma se reunirá con nuestro creador en el universo opuesto y allí os esperaré. —Miró la esfera girar—. Prepararé vuestra llegada y buscaré el lugar prometido para el bautizo de sangre. —Aunque le costó, aunque los músculos le temblaron mucho, consiguió levantar el brazo y señalar el objeto divino—. Ha llegado el momento de dejar que las realidades enfermas prosperen y que de ellas nazcan civilizaciones. La vida, evolución y muerte de esos reflejos deformados nos dará las marionetas necesarias para que se termine de llevar a cabo la resurrección de La Perfección Ancestral.

Antes de hablar, el ser que llevaba el cuerpo cubierto por las piezas de metal doradas agachó la cabeza en señal de aprobación y respeto.

No hay lugar para nada más que la resurrección de La Perfección Ancestral. —Elevó la cabeza y el ancestro asintió.

Así es, Qhyyathsx —contestó el primero de su especie—. Este intervalo de caos, de multiplicación de universos, es tan solo la etapa necesaria para que La Perfección Ancestral no pueda volver a ser quebrada. Una vez que la restablezcamos, perdurará eternamente.

Qhyyathsx, el Xhetthervom que llevaba el cuerpo cubierto por piezas de metal doradas, se giró, hizo un gesto y dos de sus hermanos entraron arrastrando a un ser encadenado. Mientras el prisionero era obligado a arrodillarse delante del asiento del ancestro, al mismo tiempo que se acercaba a él, Qhyyathsx proclamó:

Y con esta ofrenda honraremos más a nuestro padre. —Cogió al ser por el pelo y le alzó la cabeza—. Contempla bien esta sala, guárdala en tu memoria, porque cuando tu alma vuelva a formar parte de quien te dio vida, cuando desaparezcas en la intensa niebla oscura que se mueve por debajo de este multiverso corrupto, entonces el recuerdo de tu agonía dará gozó a nuestro padre.

Después de unos instantes de silencio, el prisionero pronunció con rabia:

Sois fanáticos sin mente. No sois capaces de ver que aquello que nació y murió para que pudiéramos existir no es más que algo egoísta que solo desea retornar a un estado en el que no sea capaz de tener consciencia para así no odiarse constantemente. —Qhyyathsx soltó el pelo y el ser encadenado pudo centrar la mirada en el ancestro que lo miraba deseando seguir escuchándolo—. Aquello de lo que nacimos no es más que una enfermedad. Adoráis algo monstruoso.

El primero de los Xhetthervoms examinó al prisionero. Durante unos segundos, se fijó en la piel morada y el pelo azul oscuro, observó el rostro del cual en algunas partes emergían los huesos amarillentos por encima de la carne y contempló las prendas ceñidas de tonos oscuros que marcaban la gran musculatura.

Por último, aunque las había ignorado mientras escrutaba al ser, dirigió la mirada hacia las cadenas y apretó la mano forzando a que el metal aplastara el cuerpo. Al mismo tiempo que del interior del prisionero emergía un intenso alarido a causa de que los eslabones se le incrustaban en la carne, el ancestro habló dando énfasis a cada sílaba:

Acabemos lo que hemos empezado. —Mientras el ser comenzaba a carbonizarse y la esfera incrementaba la velocidad de rotación, soltó con regocijo—: Por fin ha llegado el día que tanto he esperado. —Dirigió la mirada hacia Qhyyathsx—. Marchaos antes de que se complete el ciclo. Abandonad este mundo y propagad la palabra. Con la muerte de este antiguo, Los Xhetthervoms seremos capaces de alcanzar a voluntad el universo opuesto.

Qhyyathsx asintió, convirtió su cuerpo en energía y desapareció. El resto de sus hermanos lo siguieron y al cabo de unos instantes en la sala solo quedaron el ancestro y el prisionero carbonizado. El primero de su especie elevó la mano y apuntó con ella a la esfera justo en el momento en que esta explotó y arrasó el universo en el que se encontraban.


En algún lugar en un pasado más reciente.

Sentado en el puente de una de las naves de la flota que habían construido en el universo opuesto, una nave creada con la unión de dos energías antagónicas, una nave que simbolizaba una extensión del cuerpo trasmutado de los miembros de su especie, Qhyyathsx observaba el lugar donde Los Xhetthervoms iban a dar forma al sistema solar desde el cual completarían los pasos finales de la resurrección de La Perfección Ancestral.

En silencio, imaginando lo que ese lugar significaría en el futuro, deleitándose con el pensamiento de ser uno con su padre, de alcanzar la venerada no-existencia, se levantó, caminó sin dejar de mirar la pantalla que le mostraba el punto elegido y dijo:

Os crearemos, os guiaremos, os haremos evolucionar y os enfrentaremos a civilizaciones rivales. Os fortaleceremos primero en guerras por este universo y luego en conflictos en otros planos de existencia. Os influiremos para que os elevéis como la especie más poderosa y os llevaremos a sumergiros en la conquista de la corriente temporal. Seréis lo que necesitamos. Seréis nuestros siervos sin que siquiera sepáis que existimos. Algunos de nosotros invadiremos vuestros cuerpos, viviremos en vuestro mundo y os empujaremos a más velocidad hacia el comienzo de una nueva era. Gracias a vosotros, podremos acabar lo que empezamos.

Aunque no sonrió ninguno de Los Xhetthervoms que se hallaban en el puente, en los ojos se les reflejó la intensa alegría que produjeron las palabras de Qhyyathsx. Ellos eran los elegidos y como tales ansiaban alcanzar el destino que su creador les había prometido. Todos deseaban sumergirse en La Perfección Ancestral y dejar de existir. Todos deseaban realizar los deseos de su padre y alcanzar el paraíso formado por la ausencia.

Demos forma al sistema planetario —ordenó Qhyyathsx mientras se sentaba y se preparaba para contemplar el nacimiento de la estrella y los mundos que servirían para llevar a cabo el plan de su especie.

Observando cómo la energía era moldeada, cómo poco a poco iba tomando forma un sistema solar, pensó en los deseos de su creador y fantaseó con que quedaba poco para llevarlos a cabo.


En los primeros tiempos de La Tierra.

Qhyyathsx avanzaba por la superficie del planeta observando la lava que salía disparada de los volcanes, contemplando los ríos de magma y siendo testigo del intenso bombardeo de meteoros. Iba acompañado por dos de sus hermanos, que caminaban unos pasos detrás de él. Cuando alcanzó el punto desde el que podría contemplar cómo se completaría la creación del lugar elegido para llevar a cabo el plan de su creador, se detuvo y dijo:

Ya llega la voz de padre. —Mantuvo la mirada fija en el cielo oscurecido por una densa capa de nubes negras—. Ha llegado el momento de que comience la verdadera erradicación de las realidades enfermas que no son más que reflejos deformados de lo que existió. Ha llegado la hora de devorar el multiverso corrupto.

En el compacto manto de gases se abrió un portal del que emergió una gigantesca esfera dorada. Durante unos segundos, el objeto se quedó flotando mientras giraba a gran velocidad. Tras ese breve lapso de tiempo, la esfera impactó con fuerza en la superficie del planeta y se hundió hasta alcanzar el núcleo. Una vez que se unió con este, el espacio y el tiempo empezaron a deformarse.

Es la hora —aseguró Qhyyathsx mientras el aspecto de la superficie del planeta iba cambiando.

El fuego se apagó, el agua inundó grandes porciones del planeta y la vida floreció. En un segundo, los tres Xhetthervoms observaron congelarse el planeta, descongelarse, florecer la flora y poblarse la superficie de animales.

El tiempo se aceleró y pudieron ver varias extinciones masivas. Para ellos, que ya no se hallaban atados a las leyes del universo, era fácil saltar a voluntad de un punto a otro del espacio-tiempo.

Cuando la transmutación del paisaje empezó a ralentizarse, cuando habían alcanzado el punto al que querían llegar, cerraron los ojos y escucharon la voz de su creador proveniente de las entrañas del mundo, de la esfera que se había fusionado con el núcleo del planeta.

Después de escuchar las órdenes de su dios, Qhyyathsx abrió los ojos y caminó por la gran llanura repleta de abundante vegetación que se hallaba detenida en el tiempo. Tras avanzar varios metros, se acercó a un homínido y al grupo que lo acompañaba, los examinó y dijo:

—Tú y los tuyos sois quienes nos llevareis al paraíso de la no-existencia. —Le posó la mano en la frente y concluyó—: Levantaos y preparaos para caminar entre las estrellas.

Cuando Qhyyathsx se dio la vuelta, el tiempo volvió a avanzar y los homínidos empezaron a gritar mientras caían al suelo. A la vez que El Xhetthervoms se acercaba a sus hermanos y se preparaba para dejar el planeta, los homínidos sufrieron una trasformación que los hizo avanzar un paso en una evolución que conduciría a sus descendientes a conquistar el tiempo y el espacio.

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