Capítulo 25
Tres años y diecinueve días antes del suceso originario.
Semienterrado por una capa de ceniza, Woklan recuperó la consciencia tras haber recorrido la línea temporal convertido en diminutas partículas. Nada más abrir los ojos, sintió un leve pinchazo en las sienes, apretó los dientes, meneó la cabeza y pudo comprobar que no había conseguido alcanzar la Dhareix.
—¿Dónde estoy? —susurró, conmocionado, observando un lúgubre paisaje que lo estremecía—. ¿Qué es este lugar?
Se levantó y contempló los inmensos volcanes que arrojaban columnas de lava y gas hacia la atmósfera; el horizonte sombrío estaba coronado por aquellos gigantes que no cesaban de iluminar el cielo con las entrañas incandescentes del planeta.
Aunque tenía el cuerpo dolorido, forzó los músculos y empezó a caminar. Nada más dar los primeros pasos, notó cómo los pies se le hundían en una densa capa de ceniza que ocultaba la roca resquebrajada que daba forma a la superficie del planeta.
Confundido, intentando asimilar qué había fallado en el salto, bajó la mirada y pensó:
«¿Dónde diablos estoy?».
Alzó la cabeza y contempló las nubes negras que ocultaban el firmamento.
«No reconozco este mundo...».
Pulsó un botón táctil en la parte del traje que le cubría el antebrazo y a tres centímetros del tejido metálico se extendió una pantalla holográfica. Cuando el holograma se volvió tangible, tecleó una secuencia numérica y esperó a que los escáneres le indicaran en qué parte de la línea temporal estaba.
Tras unos segundos, en los que se mantuvo expectante, se apoderó de él un abatimiento mayor que el que había sentido al despertase. El análisis le mostraba que se hallaba no solo fuera su línea temporal, sino también en un lugar que no pertenecía al multiverso.
—No puede ser... —soltó sumido en la turbación.
Desorientado, se volteó y escrutó el entorno. Mientras observaba el suelo negro y los inmensos volcanes, del cielo comenzó a caer una tenue lluvia de ceniza. Elevó la cabeza, contempló las nubes oscuras y se preguntó:
«¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué ha fallado el salto?».
Inspiró despacio e intentó tranquilizarse. Poco a poco, mientras dejaba atrás la desesperación, se impuso la férrea disciplina militar nacida del entrenamiento psicológico al que fue sometido por pertenecer a la elite de las fuerzas armadas. Las largas sesiones de preparación lo empujaron a actuar, a buscar una solución para no ser derrotado por sí mismo.
Volvió a inspeccionar el entorno e inició otro análisis con los sistemas del traje. Cuando los escáneres le mostraron de nuevo que no se hallaba en el multiverso, inició la búsqueda de algún indicio de civilización o de alguna emisión de energía que le pudiera ser de utilidad.
Al encontrar una tenue vibración bajo la capa más fina del espectro energético, marcó una ruta hacia el punto desde donde provenía la señal y se dirigió hacia allí.
Más tranquilo, sin dejar que nada le nublara el juicio, comprobó los sistemas vitales del traje y vio que se mantenían estables y que el suministro de aire no fallaría a corto plazo. También se cercioró de que no estaban dañados los trasmisores que absorbían la energía Gaónica.
Impidiendo que le paralizara la visión del paisaje infernal y la duda de no saber dónde estaba, aceleró la marcha y comenzó a correr para alcanzar su objetivo cuanto antes. Mientras el sonido de las respiraciones se intensificaba dentro del casco, un único pensamiento le recorrió la mente: debía alcanzar la Dhareix.
Creía que en la anomalía dentro del espectro energético podría encontrar la forma de regresar a su línea temporal, que gracias a ella le sería posible alcanzar la nave antes de que esta impactara contra la ciudadela del final del tiempo.
Concentrado en ese pensamiento, manteniendo el ritmo, alcanzó una zona en la que grandes rocas ennegrecidas salpicaban el paisaje. Cuando Woklan pasó por su lado, los fragmentos rocosos que en algún momento formaron parte de una estructura mayor soltaron tenues destellos azulados.
Aunque en más de una ocasión dirigió la mirada hacia los resplandores, no perdió la concentración y siguió forzando el cuerpo para alcanzar cuanto antes el pico de energía. Sabía que el destino de la ciudadela estaba en sus manos y no se podía permitir fracasar.
Al poco de pasar por esa parte del terreno repleta de rocas, alcanzó una zona cubierta por árboles secos y agrietados. Mientras corría por el interior del bosque muerto, miró la pantalla holográfica y vio que no quedaba mucho para llegar a uno de los puntos donde la vibración era más intensa.
Forzó un poco más los músculos y dejó atrás los árboles. Después de salir del bosque, los troncos explotaron y los fragmentos de madera se convirtieron en una niebla marrón que se fundió con la ceniza del suelo.
Ajeno a la destrucción del bosque, ya que esta no produjo ningún sonido, recorrió los últimos metros que quedaban para alcanzar su objetivo. Cuando llegó, se detuvo, jadeó y esperó unos segundos hasta que recuperó el aliento.
Lentamente, el pulso fue volviendo a la normalidad y dentro del casco se atenuó el intenso sonido de la respiración. Woklan miró la pantalla holográfica y vio cómo en el centro brillaba un punto rojo. Elevó un poco el brazo y buscó el lugar exacto donde se concentraba el pico. Caminó despacio y se paró justo delante del emplazamiento del que emanaba esa intensa energía.
Se agachó, limpió la superficie de ceniza y se quedó paralizado cuando vio que el lugar que alteraba el campo energético estaba sellado con una gruesa compuerta metálica con el símbolo de La Corporación.
«¿Cómo...? ¿Cómo es posible?».
Antes de que pudiera hacer algo más que contemplar con estupefacción la entrada, unos sonidos guturales se propagaron por el lugar y una decena de manos emergieron de la tierra y se le aferraron a las piernas.
—Ha llegado la hora de revertir el cambio —escuchó una voz chirriante de alguien que le habló cerca del oído.
Woklan intentó caminar, pero no pudo. Indefenso, sin entender nada, la fortaleza que le otorgaba su entrenamiento se vino abajo y lo poseyó un intenso miedo. Sin poder reprimir el temor, mirando las manos que le presionaban las piernas, soltó:
—¿Qué quieres de mí?
Un cúmulo de risas se desplazaron a su alrededor.
—Tu humanidad. —Unos metros por delante del crononauta, una niebla dio forma a una figura alta que ocultaba su rostro con una capucha oscura de tela desgarrada—. Vosotros, seres arrogantes, nos desterrasteis a este páramo. Creísteis que habías vencido, que habías acabado con aquello que temíais. —Se acercó a Woklan arrastrando por el suelo el tejido que le cubría el cuerpo—. Aunque en vuestra ignorancia no supisteis ver que nada puede ser borrado para siempre. —Alzó la mano y pasó los dedos alargados por el cristal que cubría la cara del teniente—. Ha llegado la hora de revertir lo que hicisteis. Tú serás el portador de la resurrección. —Pegó la palma al casco, empezó a hablar en una extraña lengua y una sacudida de energía golpeó el cráneo de Woklan.
Mientras el crononauta chillaba, el ser alzó la cabeza y, tras la sombra que le ocultaba el rostro, los ojos brillaron con un intenso azul.
***
Sumido en fuertes respiraciones, con la cara empapada en sudor, Woklan despertó en el compartimiento de carga de la Dhareix. Antes de que el traje regulara la humedad de la piel y le secara el rostro, antes de que el vaho desapareciera de la parte interior del cristal del casco, el crononauta sufrió una profunda desorientación que lo empujó a levantarse con rapidez e intentar ver más allá del vidrio empañado.
Aunque no recordaba lo que había vivido en ese lugar alejado del multiverso, aun sin ser consciente de haber tenido contacto con una extraña presencia, sí padecía una sensación derivada de su estancia en ese paraje. Un pavor irracional se propagaba por su mente y lo enfrentaba a la parte más primaria de su ser.
Golpeado por los instintos, no fue recobrando el control hasta que empezó a centrarse en la transmisión que sonaba por el sistema de comunicación del traje:
—Teniente, ¿me escucha? Repito, ¿me escucha?
Después de que las preguntas se repitieran varias veces, Woklan fue dejando atrás la intensa angustia y respondió:
—Sí... —Inspiró, parpadeó, meneó la cabeza y continuó—: La comunicación es alta y sin distorsiones.
—Los niveles del traje muestran un ritmo cardíaco elevado y altos niveles de estrés —le dijo el encargado de las trasmisiones—. ¿Se encuentra bien?
Woklan se miró las manos e intentó aclarar por qué estaba en ese estado. Después de unos segundos, en los que no pudo llegar a los recuerdos de su experiencia en ese mundo cubierto de ceniza, en los que le fue imposible adentrarse en la parte más recóndita de su mente y recuperar la vivencia que sufrió a manos de la extraña presencia, movió ligeramente la cabeza y respondió:
—Sí, estoy bien. Supongo que mi estado es debido al salto. Nunca antes hemos forzado tanto el traje. Quizás los sistemas de supresión de emociones represivas han fallado en la reintegración.
—Entiendo... —Se escuchó cómo el encargado de las trasmisiones le decía algo a otra persona—. El profesor Ragbert revisará los datos en el laboratorio y completará un análisis. —Woklan asintió y prestó atención a las paredes metálicas cubiertas de una tela de araña verde y pegajosa—. ¿Puede darnos un informe preliminar del estado de la Dhareix?
El crononauta se mantuvo en silencio unos instantes observando la sustancia viscosa.
—Necesito un minuto.
Woklan materializó la pantalla holográfica y puso en marcha los escáneres del traje. Pasado medio minuto, contempló el resultado sin creer lo que veía en la pantalla. Leyó varias veces la frase en voz baja hasta que fue capaz de pronunciarla:
—Materia exótica teórica número doscientos cincuentas y cuatro: Angeónica.
El encargado de las trasmisiones lo conectó con el profesor Ragbert y dijo:
—¿Puede repetirlo?
Sin dejar de mirar la pantalla, Woklan volvió a pronunciar la frase:
—Materia exótica teórica número doscientos cincuentas y cuatro: Angeónica.
El científico soltó con cierta sorpresa:
—Es increíble... Existe y puede mantenerse estable en una línea temporal cargada de energía Gaónica.
Woklan sabía qué significa la frase y qué era esa energía. En muchas de las charlas que había tenido con Ragbert, el profesor le había hablado de la posibilidad de la existencia de una energía opuesta a la Gaónica.
—Esto no puede ser natural. —Observó cómo un líquido espeso goteaba de las telas de araña—. Es imposible que una concentración así se mantenga estable. Debería haber explotado.
Ragbert se mesó la barbilla y contestó:
—Es el planteamiento más lógico. Aunque no descarto una contaminación por una exposición en la línea axótica. Voy a analizar los datos mientras compruebo los sistemas vitales del traje y buscaré la posible causa de la estabilidad. Si encuentro algún rastro de algo que me indique que ha intervenido una forma de vida inteligente, iniciaré el protocolo de salto. —Antes de cortar la comunicación, añadió—: Ten mucho cuidado.
Woklan asintió, empezó a caminar y le dijo al encargado de las trasmisiones:
—Voy a dirigirme al puente. Contactaré cada pocos minutos.
Mientras la transmisión se apagaba, el crononauta se acercó a la compuerta y, al comprobar que estaba atascada y que el sistema de apertura estaba roto, buscó algo que le sirviera de palanca y empezó a forzarla.
Se tuvo que detener un par de veces porque creyó escuchar algo a su espalda. Sin embargo, una vez se cercioró de que no era más que sugestión, siguió haciendo fuerza y logró abrir la compuerta.
Antes de adentrarse en el pasillo, observó cómo parpadeaban las luces y cómo el techo supuraba un líquido marrón que corroía en parte las rejillas metálicas del suelo. Viendo la fragilidad del metal, se echó a un lado y caminó despacio.
Mientras se desplazaba con cuidado, concentrado en evitar las partes débiles, no se dio cuenta de que alguien le cogía del hombro. Cuando notó la mano, se dio la vuelta y vio incrustado a un miembro de la tripulación en una gruesa tela de araña marrón; el hombre tenía los ojos blanquecinos y la mayor parte de la carne consumida.
—Ayúdame... —suplicó.
Woklan intentó sacarlo de la tela de araña, pero cuando le cogió los brazos la mayor parte del cuerpo se descompuso en un líquido que cayó encima de él; los huesos fueron lo único que se mantuvo sólido antes de deshacerse y esparcirse por el suelo.
El teniente contempló con estupefacción los restos viscosos. Estaba tan impactado que ni siquiera fue capaz de preguntarse por qué el hombre había aparecido de la nada. Lentamente, al mismo tiempo que escuchó un repiqueteo, giró la cabeza y observó el pasillo cubierto de miembros de la tripulación atrapados en telas de araña. Todos tenían la carne descompuesta y algunos incluso derretida.
Al sentir el repiqueteo intensificarse y empezar a oír la alarma de la nave, fijó la mirada en el centro del pasillo intentando no ver lo que quedaba de los miembros de la tripulación.
Mientras caminaba evitando el contacto con los cuerpos, al mismo tiempo que escuchaba las súplicas, susurró:
—No puedo dejar que destruyan la nave. He de detenerla antes de que alcance el perímetro exterior. Debemos examinarla a fondo.
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