Capítulo 19

El enmascarado, sin dejar de mirar al hombre de la katana, sonrió y preguntó:

—¿De verdad no sabes dónde estamos? —Extendió los brazos hacia los lados—. Esto es la representación de un conjunto de mentes humanas. —Observó las paredes de piedra enmohecidas—. Es la representación de las ansiedades de un desdichado grupo de personas. —Giró un poco la cabeza, miró a la masa amorfa que agonizaba y la señaló—. Es una recreación de esa cosa grasienta. —Dirigió la mirada hacia el hombre de la katana y se cruzó de brazos—. Es una recreación de los seres que anidan dentro de ese cuerpo deforme.

Wharget, sosteniendo la empuñadura de la espada, observó al enmascarado, al ser amorfo, bajó los últimos peldaños de la escalera y se adentró un poco en la sala.

Después de unos segundos, tras comprobar el funcionamiento del sistema de análisis del traje, al escuchar una débil alarma sonar a través de los auriculares del casco, apretó los dientes, sostuvo con más fuerza la empuñadura y dijo:

—No sé dónde estamos, pero sí sé que es el lugar donde debo estar. —El hombre del traje enarcó una ceja al oír el tono cargado de ira con el que le hablaba—. Eres el maldito Woklan originario. —Wharghet le apuntó con el filo de la katana—. Mi mundo despareció por tu culpa. Mi familia se extinguió porque quisiste jugar a ser dios.

El enmascarado descruzó los brazos y dijo:

—Humano, te estás equivocando. Yo no soy... —No pudo terminar de hablar, la hoja de la espada lo obligó a callarse y esquivar el ataque—. Maldita sea... —Dio un paso hacia el lado, dejó que la segunda embestida condujera la katana hacia el suelo, se adelantó y lanzó la rodilla contra la barriga de su contrincante—. ¡Yo no soy Woklan!

Al ver cómo se volvían locos los sistemas de análisis, inclinado levemente por el golpe, Wharget dirigió la cabeza contra la máscara forzando al hombre del traje a retroceder a causa del impacto del casco.

—No me engañarás. —Elevó la palma—. Tu energía estámica me muestra que eres el Woklan originario. —Tensó los músculos de la cara, sobrecargó los sistemas eléctricos del guante y lanzó un pequeño haz.

El enmascarado se echó a un lado y rodó por el suelo para esquivar el disparo de energía. Inspiró con fuerza, se levantó y lo miró.

—Mentiría si te dijera que siento tu pérdida. Mentiría si te dijera que siento que tu familia acabase siendo desintegrada. —Se remangó—. Disfruto con el dolor, disfruto con la angustia y el sufrimiento. —Se desabrochó algunos botones de la camisa—. Soy un sádico, un maniaco, un enfermo. —Se crujió los nudillos—. Soy un monstruo y me gusta serlo. —Se quitó la máscara, le mostró el rostro quemado, escupió al suelo y se la volvió a colocar—. Soy muchas cosas, pero no soy un mentiroso. Si quieres que luchemos hasta que uno de los dos pise el cadáver del otro con el corazón en el puño como trofeo, adelante; me vendrá bien hacer un poco de ejercicio. Pero ten claro que luchando contra mí no vas a vengar nada. —Apretó los puños—. Yo no soy Woklan.

Aunque el hombre de la katana dudó un instante, cuando revivió la imagen de su familia siendo consumida por las llamaradas producidas por la energía Gaónica, sostuvo con fuerza la empuñadura de la espada, se puso en guardia y sentenció:

—Me da igual lo que digas. —Dio un paso lateral—. No me interesa lo que salga de tu boca. Desprendes la radiación del Woklan originario. —Los músculos del rostro se le tensaron—. Aun teniendo la piel de la cara llena de quemaduras, tienes su aspecto. Eres igual a él. —Pisó fuerte y se preparó para atacar—. Así que suponiendo que no fueras él, eres algo muy parecido. Demasiado parecido. —Vio cómo el hombre del traje se preparaba para defenderse—. Por eso, ante la duda, mejor acabar contigo. —Corrió y dio una estocada.

El enmascarado la esquivó y lanzó un puñetazo. Wharget ladeó el cuerpo, evitó el golpe y redirigió la espada antes de que su adversario pudiera esquivarla.

El hombre del traje bajó la cabeza y contempló el arma negra atravesándole el pecho. Miró a Wharget, apretó los dientes, agarró la hoja que se le incrustó en las manos y tiró de ella mientras la sangre brotaba de las heridas.

—Pocas cosas me causan más rabia que el que me claven una espada en el pecho, pero el que destrocen el traje consigue que me cabree aún más. —Cuando sacó la hoja del cuerpo, dio un paso hacia el lado y obligó al hombre de la katana a inclinar el cuerpo—. Has conseguido que desee ahogarte con tus pulmones; arrancándotelos y haciéndotelos tragar.

El enmascarado soltó la hoja y golpeó el casco con todas sus fuerzas consiguiendo que Wharget se tambaleara.

—Te mataré —escupió el hombre de la katana, dejando caer el arma para poder defenderse mejor.

—Lo dudo.

Wharget encajó un par de golpes más, esquivó el siguiente, pinzó el brazo de su adversario y le dislocó el hombro.

—Eres fuerte. —Observó la herida del pecho—. No mueres con facilidad. —Elevó la mirada y ojeó los ojos marrones a través de los agujeros en la máscara—. Pero no puedes igualarme. —Le golpeó la mandíbula y lo obligó a girar la cara—. Soy mejor guerrero que tú.

El hombre del traje retrocedió un paso, se recolocó el hombro, metió los dedos por dentro de la máscara y se limpió la sangre de los labios.

—Veremos a ver si eres tan bueno como dices. —Movió la mano incitándole a que le atacara.

Antes de abalanzarse contra él, Wharget examinó la guardia de su oponente y repasó mentalmente los patrones de combate del hombre del traje. Después, guiado por su entrenamiento, corrió, hizo el amago de atacar por el lado derecho y, cuando el enmascarado ladeó levemente el cuerpo, cambió el rumbo, giró un poco sobre sí mismo, cogió impulso y lanzó la pierna contra el costado de su adversario.

—Maldito —masculló el enmascarado—. No te va a ser tan fácil. —Viró rápido el cuerpo, agarró la pierna de Wharget y se dejó caer.

Al sentir la tensión en los músculos y ligamentos, al hombre de la katana se le escapó un gemido.

—Eres un iluso si piensas que me vencerás —dijo, apretando el puño, haciendo que surgiera una afilada cuchilla en la parte del traje que le cubría la parte inferior del antebrazo—. Nunca he perdido una guerra. —Clavó el filo en el hombro de su adversario y lo forzó a que lo soltara—. Y no pienso perder este combate ni ser derrotado por la enfermedad cósmica.

—¿Enfermedad cósmica? —repitió el enmascarado mientras la sangre le brotaba de la boca.

Wharget apoyó la palma en el suelo, dio un salto hacia atrás y se distanció un poco.

—El cáncer que has esparcido por la creación. —Apuntó con la cuchilla al rostro del hombre del traje—. El cáncer que empezará a desaparecer con tu muerte.

El enmascarado dudó por un segundo; en ese instante, le vinieron a la mente varios recuerdos que habían estado enterrados en lo más profundo de su ser. Se vio siendo creado por alguien ligeramente semejante a un humano.

—¿Qué...? —Mientras veía la imagen de quien lo creó, mientras observaba la piel gris agrietada, los ojos negros, el pelo blanquecino y la túnica púrpura, susurró—: ¿Quién...?

Ajeno a la revelación que estaba sufriendo su contrincante, Wharget se preparó para dar la estocada que creía que pondría fin al combate. Hizo presión con el pie que tenía adelantado, tensó los músculos del cuerpo y dirigió la hoja contra la máscara.

«Por fin podréis descansar en paz» pensó mientras atacaba.

El enmascarado no se movió, seguía absorto en los recuerdos que le mostraban a aquel extraño ser que lo había creado.

—No entiendo... —dijo, poco antes de que la cuchilla le atravesara la cara.

Wharget pisó el pecho de su adversario, hizo fuerza con la suela, retiró el arma, retrocedió un paso y vio cómo el cuerpo del hombre del traje caía hacia delante. A la vez que observaba la mancha de sangre que crecía alrededor de la cabeza del enmascarado, abrió la mano y la cuchilla se envainó en la pieza del antebrazo.

Inspiró con calma, tranquilizó su organismo, soltó el aire despacio y dijo:

—Por fin podréis descansar en paz.

Siguió contemplando unos segundos el cuerpo sin vida, fijándose en el charco de un rojo apagado que se creaba a su alrededor. Cuando la imagen del cadáver del verdugo de su realidad dejó de trasmitirle rabia, cuando empezó a sentirse en paz, se dio la vuelta, recogió la katana, la envainó y caminó hacia las escaleras.

Poco antes de llegar al primer peldaño, escuchó una tos, se giró y vio con asombro cómo el hombre del traje se incorporaba.

—¿Cómo...? —Cogió la empuñadura de la katana—. ¿Cómo sigues vivo? ¿Cómo puedes tener las heridas curadas?

El enmascarado se levantó, se sacudió el traje empapado en sangre y dijo:

—No puedes matar lo que ya está muerto.

—¿Qué? —Estuvo a punto de desenvainar la espada y lanzarse contra él, pero la necesidad de respuestas lo empujó a calmarse—. ¿Qué quieres decir?

El hombre del traje sacó una petaca, separó un poco la máscara de la cara, dio un trago y se limpió los labios.

—Hasta hace unos instantes no era consciente de que soy un fragmento de un cadáver. —Guardó la petaca y se recolocó la máscara—. El Woklan que buscas murió cuando la paradoja destrozó la Ethopskos.

Wharget, pensativo, miró hacia un lado y soltó:

—¿Murió...? —Dirigió la mirada hacia el enmascarado—. ¿Cómo puedes saber que murió en la Ethoskos?

El hombre del traje sacó una pitillera, cogió un cigarrillo y lo encendió.

—Porque yo estaba allí. —Mordió la boquilla—. Porque soy un fragmento del alma de Woklan. —Caminó hacia Wharget—. Porque soy lo peor de él. Soy la manifestación de sus deseos oscuros. Soy su monstruo. —Llegó a su altura, dio una fuerte calada, apagó el cigarro en la armadura y le echó el humo en el casco—. Ahora, si tanto te apetece seguir intentando matarme, adelante. —Tiró el pitillo al suelo y lo pisó—. Podemos seguir hasta que te canses o podemos hacer algo para evitar que sea destruido lo poco que queda en pie. —Con la mirada fija en el cristal que ocultaba el rostro de Wharget, soltó—: Decide qué es lo que quieres.

Por un instante, estuvo a punto de soltar la empuñadura de la katana, pero no pudo reprimir el intenso odio que sentía por Woklan; el tener delante algo que era una parte del crononauta lo empujó hacia la ira y esta lo condujo a desenvainar la espada.

—No me iré de aquí hasta que no seas más que un recuerdo doloroso. —El hombre de traje retrocedió unos pasos y sonrió—. No me iré hasta que haya desaparecido lo que representas. —Blandió el arma y se puso en guardia—. Hasta que haya extinguido lo que seas de Woklan.

El enmascarado aplaudió, se relamió los labios y dijo:

—No hay más que hablar. Que empiece el baile. —Apretó los puños y se le recubrieron con una tenue película de luz verdosa—. Aunque esta vez bailaré con todas mis fuerzas.

Wharget corrió hacia el hombre del traje, pero antes de que pudiera alcanzarlo un haz negro lo golpeó y lo lanzó contra la pared.

—¿Qué demonios? —preguntó el enmascarado mientras se volteaba.

Detrás de él, cerca del agonizante ser amorfo y grasiento, se hallaba el siervo de Dhagmarkal que estaba compuesto de humo y fuego.

—Al fin te encuentro —dijo el ser.

—Al fin me encuentras —soltó el enmascarado—. Te ha llevado mucho tiempo. Me parece que estás perdiendo habilidades. —Sonrió.

El siervo de Dhagmarkal caminó dejando un surco de pisadas pegajosas de color negro.

—Mis habilidades se incrementan con cada sol que se extingue y con cada universo que sucumbe. —Se detuvo a un par de metros del hombre del traje—. Mi señor resurge y con él resurge el poder de sus siervos. —Alzó la mano y le apuntó—. La muerte del falso creador traerá la vida del amo de la verdadera creación. —A través de la palma gaseosa salió disparada una intensa humareda que envolvió al enmascarado—. Ya no eres necesario. —Los ojos del ser brillaron con intensas llamas anaranjadas—. Has cumplido tu cometido.

Los gritos del enmascarado se propagaron por la sala; el reflejo deformado de Woklan estaba siendo abrasado por el poder del siervo de Dhagmarkal; el fuego que se movía entre la humareda le carbonizaba el alma.

—¡Basta! —bramó Wharget—. ¡Es mío! —Miró con rabia al ser de humo, apretó la empuñadura de la katana y convirtió la hoja en energía negra—. Nadie me va a arrebatar a mi presa —masculló.

Intensificando las llamaradas, el siervo de Dhagmarkal observó al humano y dijo:

—Vete antes de que cambie de parecer y tu presencia más que asco empiece a causarme ira.

Los chillidos del enmascarado se oyeron con más fuerza. Wharget miró la humareda que lo envolvía, la analizó con los sensores y, cuando obtuvo un resultado, susurró dirigiendo la mirada hacia el ser de fuego:

—Nada ni nadie impedirá mi venganza.

Se abalanzó contra el siervo de Dhagmarkal, echó el cuerpo hacia el lado, esquivó un haz y lanzó una estocada que traspasó el brazo desde donde se propagaba la humareda.

—Inútil —dijo el ser de fuego—. Eres un humano inú... —Un grito emergió de lo más profundo de su alma; la espada había conseguido interrumpir la unión de las partículas que daban forma al brazo.

Wharget viró el cuerpo, dirigió la katana contra el torso y dio una estocada diagonal que separó en dos al siervo de Dhagmarkal. Apretó los dientes, se volteó y observó disiparse la nube de humo que cubría al enmascarado.

—No dispongo de mucho tiempo... Esa cosa puede volver —dijo, al ver al hombre del traje arrodillado, con la piel del rostro deshaciéndose y fundiéndose con la máscara—. Acabaré con tu sufrimiento. —Dio un paso y se preparó para separar la cabeza del cuerpo.

El enmascarado levantó la mano y tosió.

—Si desperdicias el tiempo intentando matarme, perderás la única oportunidad que tienes de poner fin a la destrucción de la realidad. —Elevó la mirada—. No soy tu enemigo. Quiero lo mismo que tú. Poner de nuevo al equilibrio en su sitio. —Se levantó—. Quiero alcanzar el momento en que empezó todo y liberarme por completo de Woklan. —La piel se le sanó—. No voy a permitir seguir siendo un fragmento de un alma humana. —La máscara se reconstruyó—. Me ganaré el derecho a vivir sin estar atado a nadie. —El traje volvió a quedar como nuevo—. Y lo haré con o sin tu ayuda. Nada me impedirá regresar al suceso originario y matar a Dhagmarkal.

Al escuchar el nombre de la deidad olvidada, Wharget soltó confundido:

—¿Dhagmarkal?

—Un maldito engendro que no se detendrá hasta devorar lo que existe y construir una creación a su medida.

—Dhagmarkal... —susurró.

—¿No se manifestó en tu realidad? ¿No llegó a enviar a sus siervos?

Wharget guardó silencio unos segundos.

—No, al menos no lo hizo a través de seres infernales. En mi mundo ese nombre fue pronunciado por dementes. Por una secta que profesaba un rito perdido en el tiempo. —Se quedó pensativo—. Veneraban al que creían el verdadero creador. Al ser que según ellos creó a Dios. —Hizo una pausa—. Según esos locos, Dhagmarkal dio forma a Dios mientras tenía una pesadilla. Según ellos, Dios es la manifestación de esa pesadilla.

El enmascarado observó las pisadas que había dejado el ser de fuego y dijo:

—Pues has tenido delante de ti la prueba de que Dhagmarkal es muy real. —Centró la mirada en el vidrio que cubría el rostro de Wharget—. Él es el verdadero culpable de que estemos al borde de la extinción. Él manipuló los acontecimientos para desencadenar esto.

—Dhagmarkal... —susurró.

El enmascarado extendió la mano y dijo:

—¿Nos ayudamos mutuamente y acabamos con el culpable de todo esto? —Observó la hoja brillante de la katana—. ¿O seguimos malgastando el tiempo?

Wharget tardó un par de segundos en reaccionar; envainó el arma, miró la mano del enmascarado y la estrechó.

—No eres Woklan. No al menos en su totalidad. —Recordó a su familia—. Y por lo que dices el tampoco es culpable... —Asintió—. Combatiremos juntos contra ese tal Dhagmarkal.

El hombre del traje sonrió.

—Que así sea. —Observó la sala y añadió—: Vámonos de este maldito lugar, encontremos a Woklan y volvamos al momento donde comenzó todo.

Wharget afirmó con la cabeza y ambos empezaron a subir los peldaños de piedra enmohecida. Mientras se alejaban, sin que pudieran oírla, se escuchó una voz en la sala:

—Voy ganando, Dhagmarkal. Mi peón avanza y tú retrocedes.

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