Capítulo 17
Pasé toda la mañana en una nebulosa de miedo y confusión, mi mente no dejaba de reproducir el video de mi padre, tanto el que él me había enviado como el que me había mostrado Perseo.
Nada podía asegurarme que él estaba bien, podría haber perdido a mi padre y nada hubiese podido hacer. Pero estaba segura, algo en mi interior me lo decía, que él estaba bien, que había escapado y que probablemente estaría en su trabajo, tranquilo.
Esperaba que estuviese bien.
Sin embargo, la intranquilidad que experimentaba no se centraba sólo en mi padre sino también en el resto de mi familia. ¿Qué iba a su suceder con mi madre y mis abuelos si Levi Brais había perecido en la protesta? Probablemente tendrían un destino similar. No resultaría dificultoso identificar a mi padre utilizando su microordenador y sus huellas dactilares y pronto lo relacionarían con Kirvi Brais y sus progenitores.
—¿Te encuentras bien, Nisa?
Parpadeé volviendo al mundo real, Demetria estaba a mi lado desayunando y dedicándome una mirada violeta llena de preocupación. Odiaba estar comportándome de esa manera pero no podía evitar pensar en el bienestar de mi familia. Esperaba que mi madre no siguiera sus pasos, que la locura fuera solamente cosa de él.
—Lo lamento –susurré, rascando mi frente de manera distraída-. Estaba pensando en mi padre.
Ella asintió, sin presionar con el tema. Eso era algo que me gustaba de Demetria, sabía entender cuando necesitaba mi espacio así como también cuando necesitaba que fuera animada y divertida.
—¿Crees que alguien más lo sepa?
—¿Lo de tu padre?
—Lo de Pangea.
Negó con su cabeza, provocando que su cola de caballo caiga lentamente. Acercó su silla a la mía, con la finalidad de tener mayor privacidad mientras acomodaba su cabello.
—Creo que si lo supieran no les importaría. Míralos –susurró- están tan inmersos en sus propios mundos y han dejado Pangea por algo, para tener una nueva oportunidad. Para tenerla ellos, nadie más. No les importa sus padres, sus vecinos e incluso sus propios amigos.
«Sé que sueno como una hipócrita juzgándolos cuando al igual que ellos estoy en esta nave, pero no fue mi elección. Ellos tomaron una decisión y siento que no les quita el sueño por las noches.
Estaba de acuerdo con Dem, nadie en la nave parecía arrepentido de la decisión que habían tomado. Más aún, cuando Francisco amenazó con un entrenamiento difícil ninguno sopeso la idea de volver a Pangea, de volver a un mundo al bordo del colapso, sobrepoblado, contaminado y con pocos años de vida por delante. Tenían la posibilidad de comenzar de cero, con todos sus privilegios y aún más, nadie pensaría en Pangea luego de salir.
Entramos al recinto de entrenamiento minutos antes que Francisco, quien al igual que cada día, llegó con su ceño fruncido y una mirada de odio dirigida especialmente hacia mí. Debía admitir que era algo mutuo.
Lo odiaba, quería acabar con él y con todo su ejército de idiotas. No obstante ello, sabía que no era posible realizarlo completamente por mi cuenta. No podía llegar a tocarle un cabello sin que antes me hubiese dejado inmovilizada y probablemente con un hueso roto. Era torpe y débil en combate pero tenía otras formas de destruirlo, sólo debía trazar el plan correcto.
Perseo llegó a mi lado cuando nuestro entrenador hizo acto de presencia, llevaba sus brazos cruzados a la altura de su pecho y unas leves ojeras bajo sus ojos, el único indicio de que había pasado la noche en vela.
Luego de haberme mostrado los videos, me acompañó a mi habitación y se aseguró de que estuviese calmada para luego volver a trabajar. Según sus palabras, seguiría introduciéndose en los sistemas de seguridad de Pangea con la finalidad de averiguar cualquier detalle por pequeño que fuera que pudiese ayudarnos a salvar nuestro planeta de una guerra civil.
—Sam –susurró Demetria en dirección a su hermano-. ¿Algo nuevo?
Perseo negó con su cabeza y no puedo evitar sentir culpa en ese instante. Había algo nuevo pero totalmente espeluznante. Aún podía escuchar en mi mente el sonido de los disparos que había presenciado por medio del video que él me había mostrado la noche anterior. No podía siquiera comenzar a imaginar el terror que sentiría de experimentarlos en primera persona.
Él había asegurado que Demetria no estaba lista para ver algo como eso, la verdad era que nadie en su sano juicio lo estaba y me parecía una buena idea que quisiera protegerla. Quería proteger a Demetria, también. Consideraba que era una joven extraordinaria y estaba enamorada de la vida, ver lo que sucedía no haría más que preocuparla y llevar su humor tres metros bajo tierra.
Observé el ceño de la princesa fruncirse en respuesta pero sus palabras quedaron ahogadas por las de Francisco, quien la miró molesto por atreverse a hablar en su presencia.
Menudo idiota.
—Sus microordenadores les ordenarán en qué puerta deben trabajar –comenzó a hablar, mientras caminaba por el recinto en su tan conocida rutina-. Trabajarán en equipo. Allá afuera –señaló la ventana que nos daba una asombrosa vista del espacio- hay un objeto que deben alcanzar, sabrán reconocerlo pues cambia de color. Sólo podrán conseguirlo si trabajan en equipo.
«Deberán colocarse protección antes de salir, de lo contrario morirán antes de que puedan arrepentirse. Tienen media hora para atraparlo, sino tendrán un entrenamiento castigo. ¿Entendido?
—Entendido.
Mi microordenador soltó un pitido y al tocarlo el número doscientos sesenta y tres apareció en letras rojas en él. Observé a Perseo quien, al igual que yo, miraba su propio microordenador.
—¿Listo?
—Listo.
Caminamos a la par hasta la puerta, la misma se encontraba en el centro del recinto y en el metal que la conformaba se reflejaba el número doscientos sesenta y tres. Acerqué el microordenador que llevaba cual pulsera a la puerta y ésta se abrió dándonos la bienvenida a una pequeña habitación donde se hallaban los elementos de protección.
Me enfundé un par de guantes de un material parecido al cuero, reemplacé mis zapatos por botas y finalmente me coloqué una casco de color rojo.
—Antes de salir debes acercar tu microordenador a las prendas para que se active el escudo de protección –me advirtió Perseo, al verme acercar a la última puerta.
Asentí con la cabeza y seguí su consejo. Inmediatamente sentí una capa invisible cernirse sobre mi cuerpo como una segunda piel que servía a modo de escudo. Observé mi respiración condensarse contra ella e intenté respirar con normalidad para mantener el oxígeno por el mayor tiempo posible.
—Deberíamos trazar un plan –mi voz sonó amortiguada a causa del traje de protección, sin embargo, mis palabras llegaron a sus oídos sin ningún problema.
—No debes gritar, el casco tiene un micrófono –habló en voz baja y clara, y pude sentir su voz en mi oído, definitivamente también tenía un auricular-. Considero que la prueba no se tratará sólo de obtener un objeto, conociendo a Francisco algún tipo de obstáculo pondrá en el camino.
—Iré primera, cúbreme la espalda.
Asintió con la cabeza y se colocó a mi lado frente a la puerta. Pasó su microordenador por la misma y las puertas se abrieron. Automáticamente una cuenta regresiva que partió en treinta minutos apareció en mi campo de visión y utilizando mi microordenador la hice desaparecer. Necesitaba concentrarme.
Sin saber que esperar, salté del andén sorprendiéndome por la sensación de ingravidez que invadió mi cuerpo en un nanosegundo. Sentí a Perseo saltar a mis espaldas y como si estuviese corriendo comencé a avanzar, pero sorpresivamente lento.
—Prepárate.
Antes de que sus palabras terminaran de ser procesas por mi cerebro una bola impactó en mi costado, haciéndome girar y soltar una maldición. Dolió, realmente dolió. Sentí una mano en mi pie a los pocos segundos y lentamente volví a mi posición inicial. Perseo me observaba con preocupación mientras golpeaba con su puño otra bola dirigida en nuestra dirección con asombrosa habilidad.
—Andando, será mejor que vayamos con cuidado.
Asentí, aún adolorida como para contestar.
—Protégete con tus extremidades, los guantes y las botas están hechas para eso.
Avanzábamos lentamente como sumergidos en agua mientras golpeábamos bolas de diamante que eran proyectadas hacia nosotros. A lo lejos se encontraba una pequeña esfera que desprendía los colores del arcoíris, el objetivo.
—Ya casi.
Los minutos pasaban pero parecían una eternidad debido al esfuerzo que significaba caminar en dirección recta y más aun siendo golpeada por proyectiles que lograban desarmar mi equilibrio y hacerme tropezar, pero finalmente llegamos a la pequeña esfera de colores y cuando nuestros microordenadores se acercaron a la misma, sus colores se extinguieron.
—Veintisiete minutos –exclamó Perseo satisfecho y al igual que su voz escuché el latir de mi corazón en los oídos.
El retorno fue mucho más sencillo, Perseo era el encargado de cargar con la bola y los proyectiles finalmente habían cesado. Las puertas se abrieron para nosotros al llegar y el alivio en su máxima expresión me invadió.
Lo habíamos logrado.
No tendría un entrenamiento castigo.
Desactivé mis prendas con el microordenador y las dejé en la habitación, colocándome nuevamente mis zapatos.
—Buen trabajo, Perseo.
—Dime Sam.
Asentí con la cabeza y con una pequeña sonrisa salí de la pequeña habitación. Alrededor de doce parejas esperaban en el recinto, Demetria no era una de ellas. El tiempo había caducado y por lo tanto ella como su compañera debían someterse a un entrenamiento extra.
—Pueden retirarse –gruñó Francisco en nuestra dirección y sentí mi corazón latir con orgullo.
Sin Sam no lo hubiese logrado, estaba agradecida de que el sorteo hubiese arrojado su nombre.
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¡Buen día, tarde o noche! Espero que hayan empezado bien esta semana y que la terminen aun mejor. Tengo una buena noticia para darles, lectores, ¡Entropía fue seleccionada como una de las historias del mes por la cuenta de CienciaFicciónES!
No me queda más que agradecerles, sin ustedes no sería posible.
¡Hasta la próxima semana!
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