Entrevista a @portaldelibros (Parte 3/4)

—¿Qué? —dice Andrada con el entrecejo fruncido—. ¿Qué quieres decir con que tendré que usarla yo?

El azar lo ha querido así —dice Fox a través de mí y siento una extraña satisfacción que va fragmentando mi propia mente— ¿y quiénes somos nosotros para irnos contra el azar?

El fuego chisporrotea sacando destellos al filo de la daga.

—Tal vez por cuestiones del azar mis dedos se cansen y la flecha se te clave en la cabeza —amenaza Kaadel.

—¿Y quiénes somos nosotros para ir contra el azar? —añade Andrada, confiada y burlona.

Escucho a la consciencia de Fox maquinar paso a paso lo que sucederá a continuación y tarde me doy cuenta que su plan va más allá de lo que teníamos pensado. En un intento desesperado por detenerlo, me abro la mano con la daga; desde la base del dedo índice, pasando por la palma hasta el comienzo de la muñeca.

Fox tiembla ahora, su consciencia ha hecho mutis y ambos esperamos la reacción de Andrada: él, con un miedo creciente que nos atenaza los músculos; yo, a la espera de saber si lo que dijo Melisandre es cierto. Pero Andrada se mantiene estática, tan estática que incluso parece una estatua. Sus ojos, fijos en los míos, ni siquiera miran la sangre gotear.

—Intentas impresionar a la persona equivocada —acota Kaadel.

Escucho la tensión que le imprime al arco y dejo caer la daga.

Te equivocas, no trato de impresionarte. Mis intenciones son otras. ¿No es así, Andrada?

Sigue tan estática como en principio, con los ojos fijos y los labios sellados. Acerco mi mano a su mejilla y mi índice deja un camino de sangre que termina en su boca. Creo atisbar un brillo anhelante en sus ojos, una sombra en principio negra se torna escarlata, como si mi sangre incendiase el contorno entero de sus pupilas. Es una mirada que se asemeja a la de los huargos y que me hace retroceder a la espera de unos colmillos clavándose en mi yugular.

Pero no sucede.

Andrada sonríe y ladea la cabeza, curiosa.

—¿Has terminado con el numerito? —dice mordaz.

—Es asqueroso... —suelta Kaadel y destensa el arco.

Estoy confundido. Pienso que el fuego me ha jugado una mala pasada, que las llamas han reflejado en los ojos de Andrada algo que nunca ha existido.

¿Cuál es tu personaje favorito en Wattpad?

Andrada alza cejas y estalla en carcajadas.

Fox sabe lo que responderá, ambos sabemos, así lo planeamos.

—¿En serio tanto teatro para una pregunta cómo esa? —Se toca la comisura de la boca—. Te habría contestado de buena gana si te hubieras dignado a preguntar. —Acaricia mi mentón con los dedos manchados—. Y nos habríamos ahorrado tantas molestas.

Responde.

—Si contesto habrá gente que se pondrá celosa...

—¿Y eso te preocupa? ¡Responde!

—Primero, estas no son formas de tratar a una chica. Segundo, recuerda que no estás en posición de exigir nada, o tanto tu vida como la de tu amigo acabarán en menos de lo que crees. Tercero, ¿por qué debería responder a alguien tan grosero como tú?

—Es solo una maldita pregunta.

—Sí. Una maldita pregunta que habría contestado tranquilamente si te hubieras comportado como es debido.

Responde.

Contiene un suspiro y sé que está reprimiendo las ganas de poner los ojos en blanco. Respira hondo y cuando vuelve a mirarme, sonríe.

—Es Ari de No Cruces el Bosque.

—¿Ese crío milenario? —escupe Kaadel.

Andrada le dedica una mueca.

Me lo temía —murmuro satisfecho.

Andrada ríe y se encoje de hombros.

—Lo siento, pero su actitud me puede —dice traviesa.

Lo sé. — Aprovecho para meter la mano en el bolsillo del abrigo—. Ari, el buen Ari. Que mal que la suerte nos haya traído hasta este punto.

—Dime que no va a venir esa cabra pelirroja —dice Kaadel con asco.

Río ante el apelativo.

Vendrá. Andrada tendrá que hacer algo misericordioso por él.

—¿Misericordioso? —escupe el arquero—. Le cobraré la cuenta que tenemos pendiente y podréis ser todo lo misericordiosos que queráis. Su voz me irrita...

—Cállate, tú empezaste —espeta Andrada mirándolo de mala manera—. Desde que os juntasteis solo me traéis dolor de cabeza. —Se voltea hacia mí—. ¿Lo traerás? ¿Por qué?

Porque entre los retos que te han tocado, está el de matar a tu personaje favorito de Wattpad —dice Fox a través de mí y sacamos cierta flauta—. Cuando Ari toca su flauta, todos le siguen sin importar qué. Pero, ¿sabes qué pasa si es un mortal quien la interpreta?

—¿De dónde has sacado eso? —pregunta Andrada señalando la flauta.

Fox la robó en el tren, mientras yo distraía a la cabra pelirroja. Un anillo que te hace invisible es de mucha ayuda en ciertas ocasiones, pero claro, decirlo sería poner a Andrada sobre aviso.

El buen Ari... Debo admitir que me cae bien, esperaba tenerlo rondando más... tiempo...

—¿Qué pretendes? —murmura la muchacha. Kaadel vuelve a tensar el arco.

Querida Andrada, pretendo traer a tu ídolo. —Fox desliza el anillo en mi dedo y me hace desaparecer. Kaadel apunta la flecha a todas partes sin decidirse—. Si tanto lo quieres, más te vale acabar con su sufrimiento antes que enloquezca y te mate. La daga es una buena opción.

Comienzo con la melodía y Ari aparece en la habitación de inmediato. Cae de rodillas y se retuerce de dolor tapándose los oídos.

Las llamas crecen y un naranja infernal pinta la habitación entera. Andrada y Kaadel se alejan, huyendo de las lenguas de fuego que bien podrían sujetarlos y arrastrarlos a sus entrañas. En el suelo, Ari se golpea la cabeza intentando abrírsela; cada vez que grita se agitan las llamas y su rostro pegado al suelo, se contrae de dolor.

—¡A... ca... ba! —pide y suena como el rugido lastimero de una gran bestia que ha caído en desgracia. Cada sílaba lo abandona como si se cortara un pedazo de lengua pronunciarla—. ¡Acaba...! ¡YA!

Andrada se estremece, puedo ver cómo le tiemblan las rodillas. Sus ojos fijos, sin pestañar, están en su ídolo, que reducido sobre el suelo ha pasado de ser El Gran Ari a convertirse en un adolescente con cuernos, tan frágil y desvalido como cualquiera.

«Efímero.»

Kaadel lo observa casi tan aturdido como su creadora; el arco a punto de caer. Creo que de un momento a otro ha comprendido la precaria existencia de seres como él, como Ari.

—¡MÁTAME! —ruge este último.

Andrada da un paso en su dirección, recoge la daga, la examina al fragor de la chimenea y la alza, pero es incapaz de actuar. Suelta el objeto y mira a todas partes intentando ubicarme.

—¡Detente! —demanda con voz dolida. Es una súplica cargada de odio—. ¡¿Se puede saber qué ganas con esto?!

«Torturar. Recuerda que hemos venido a torturar, vampirita.»

—¡Deja de tocar o tu amigo morirá! —brama Kaadel. Está apuntando una flecha directo a la cabeza de Fox y mientras decido que hacer, la suelta.

Un gemido de dolor, que nada tiene que ver con Ari, hiende mis oídos. Fox ha despertado, manotea en dirección al arquero, insultándole, y se lleva las manos temblorosas al punto donde la flecha sobresale del muslo. Su consciencia deja la mía, finalmente, pero no dejo de tocar.

—La próxima irá a la cabeza —amenaza Kaadel, pero es una amenaza innecesaria. De pronto me encuentro en el suelo, la flauta ha volado de mis manos. Una oscuridad absoluta se ha instalado. Siento sobre mi nuca una respiración acompasada, fuerte y cálida, la de una bestia. Algo me mantiene boca abajo contra el suelo y me estoy ahogando.

Intento incorporarme, pero es imposible. Desesperado, me quito el anillo esperando que Fox me ayude, pero no estoy seguro de si alguien puede verme en medio de la oscuridad.

—Déjalo —ordena Andrada.

Tomo una gran bocana de aire que me sabe a ceniza. El gran peso ha dejado mi espalda. Un gigante invisible ha soplado contra la chimenea, apagándola; pero una luz diferencia se enciende en otra parte.

Pienso que son los rescoldos de la madera, inflamados por las corrientes de aire que destrozan el torreón, pero me equivoco. Son un par de ojos. Ojos que arden como las brasas. Ojos que se elevan acompañados por una hoguera de cabellos negros con perfiles azulados. Es Ari. El brillo proyecta la sombra de sus cuernos sobre el techo.

—¡Eres un gusano repugnante! —Su voz levanta ecos. Es funesta. Sabe que he sido yo quien lo ha hecho pasar por semejante tortura—. ¡Arderás hasta que ni siquiera queden los huesos!

La chimenea se enciende y lo mismo hace mi jubón. Intento apagarlo, pero el fuego está creciendo rápido. Debo verme ridículo, porque alguien estalla en carcajadas. Es Fox.

—¿No me digan que la cabra pelirroja se ha enojado? —dice sin parar de reír. Ari voltea el rostro como una gacela y aprovecho para rodar y apagar las llamas—. Qué sensible eres para tener tantos años. ¡Petrificus totalus!

Ari cae al suelo. Las manos a los lados, el cuerpo como una tabla. ¡El hechizo ha funcionado! Kaadel se abalanza sobre Fox, pero es tarde. El maldito ha desaparecido para luego aparecer a espaldas del arquero. Con otro movimiento de varita lo petrifica y hace lo mismo con Andrada y el lobo que me ha vencido hace un momento.

—¡Ay cabrón, como me hacía falta una varita! —dice y con una floritura me levanta—. ¡Mira qué fácil es todo! De haber sabido, habríamos venido con Melisandre primero.

La sonrisa le dura poco. Un agujero del tamaño de una pelota de fútbol se ha abierto en el techo, parece salido de una película de ciencia ficción. Pequeños objetos son succionados por el hoyo luminoso, agrandándolo.

—¡Hijo de la chingada! —exclama Fox aferrándose a lo que puede—. ¡El imbécil de Ari está tratando de hacer un viaje astral! ¡Detente o nos matarás a todos! ¡Expulso!

El hechizo rebota contra el pecho de Ari, lo eleva en un ángulo que lo arroja por el agujero que ahora tiene el tamaño de un delfín. Al colarse por él, el hoyo se contrae sobre sí mismo y se cierra. Pequeños objetos caen, todos al mismo tiempo.

—Pero que pendejo —suelta Fox y suspira aliviado—. ¡Podría haber destruido este universo!

Kaadel, Andrada y el lobo nos miran cada uno con un odio diferente. Fox se apunta la pierna, se escucha un crujido y la flecha se parte en dos. Con otro movimiento saca la madera haciendo una mueca y con otro más, cierra la herida.

Pero qué bonito es ser un maguito —canta y se echa a reír.

—Basta —exhorto muy serio y carraspeo. Miro al techo, dubitativo, como si fuera a abrirse de nuevo—. Deshaz el hechizo. Tenemos que salir de aquí, Ari podría regresar en cualquier momento.

—No lo haré. —Fox cojea hacia los postigos, los abre y a pesar de la nieve que amenaza con derribarlo, lanza una señal roja al cielo—. El pendejo de Ari no volverá, te lo aseguro, y además necesito que estos cabrones se mantengan quietos hasta que ella llegue.

Lo había visto en su consciencia, pero no podía creerlo.

—¿Por qué has tenido que hacer un trato con Melisandre? —pregunto, decepcionado.

—Entonces lo sabes —sonríe, quitándose la nieve del cabello rojizo—. ¿Crees que esa bruja me entregaría las varitas con tanta facilidad? Todo tiene un precio, cabrón. Y el precio de las varitas son las vidas de estos dos.

—No seas idiota, solo vinimos a torturar. Matar no es nuestro objetivo.

—¿Qué son un par de vidas por algo tan poderoso? ¿No recuerdas como conseguimos el Anillo Único?

—Ya te dije que no —me acerco cauteloso—. Baja la varita y larguémonos de aquí.

—Eso no va a pasar, Roths. —Es muy tarde cuando intento arrancarle la varita de la mano. Me petrifica con un movimiento rápido—. No quería hacerlo, compadre, pero me obligaste —dice sin pena y me apunta de nuevo—. Te despertaré cuando comience la diversión, no querrás perderte de esto. ¡Desmaius!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top