Entrevista a @portaldelibros (Parte 2/4)

La nevada repentina acelera nuestra entrada al castillo. No puedo decir que sea una gran mejora con respecto a los alrededores, pues los salones de Fuerte de la Noche son fríos, altos y en los techos cavernosos crecen enredaderas. Por los pasillos, las corrientes de aire se pasean como antiguos inquilinos que no encuentran descanso; los boquetes en las paredes son los perfectos anfitriones de la nieve y lo son también los agujeros en la marquesina.

Ayudada por una lámpara de aceite, Lady Moisa nos conduce escaleras arriba por la única torre que se mantiene en pie. Fox lleva inconsciente un buen rato y debo cargarlo en mi espalda; llevo también nuestro equipaje al hombro, dejarlo abajo no era una buena idea. Kaadel, que cierra la marcha, deja escapar una risita.

El ascenso se me hace lento, tortuoso y lúgubre. Se entiende fácil que nos dirigimos hacia el escondite de una fugitiva: una torre de difícil acceso en un castillo que a primera vista parece abandonado.

En la cima, Lady Moisa nos pide que esperemos y entra en sus aposentos. Nosotros nos quedamos en el salón que tiene chimenea y agradezco que Kaadel encienda la hoguera. Deja arco y carcaj al alcance de la mano y yo aprovecho para sacar un par de barras de chocolate y preguntarle cuánto tiempo le tomará a Fox despertar.

—Ya no debería tardar —dice sin mirarme.

—¿Era necesario que lo durmieras?

—Equivoqué la flecha.

«¿Le vas a creer?», resuena la voz de Fox en mi cabeza.

Cuando Andrada regresa, la nevada en el exterior se ha convertido en tormenta. El viento aporrea los postigos con manos de acero y como la nieve se desliza entre las rendijas, Kaadel se esfuerza por cerrarlas. Los huargos aúllan en alguna parte del castillo y Andrada se mantiene atenta. Los ha dejado vigilando.

Nos sentamos en el suelo y le ofrezco una barra de chocolate.

—Espero no esté envenenada —me avisa.

—No sería capaz.

Sonrío enigmático.

—Está muy bueno —concede ya sin recelo—. ¿De dónde lo has traído?

—De México.

—¿México? ¿Es otro reino? ¿Está muy lejos?

—Mucho más lejos de lo que imaginas, pero no puedo hablarte de él. En cuanto hablo de él —miro a Fox que aún dormita perdido para el mundo—, las cosas se ponen un tanto raras. No queremos despertar a los demonios, ¿o sí?

«Con que no despiertes la sed de sangre de esta chica es suficiente»,

—¿No tienes preguntas que hacerme? —cuestiona.

Reviso la libreta, repaso las preguntas y resoplo. Me urge hablarle de Stannis, del peligro que corremos, pero también debo hacer una entrevista y me supongo que en la huida me será imposible. Además, la tormenta nos detiene en el castillo y detendrá a cualquiera que venga por ella. Decido proseguir, pero Fox no me lo pondrá sencillo.

«Recuerda lo que decidimos. No te pongas misericordioso ahora.»

Andrada me mira a la expectativa, sus ojos marrones iluminados por el fuego, su rostro medio escondido tras el chocolate. Resoplo por última vez y dejo la libreta de lado con gran esfuerzo. Fox grita en mi cabeza y es como tener a un niño pequeño armando berrinche entre ceja y ceja.

—¿Cómo carajos se te ocurrió Juego de Sombras? —pregunto—. ¿De dónde vino esa inspiración divina para escribir sobre el idiota de Kaadel?

El aludido me apunta con una daga, pero Andrada le pide que la guarde y para mi sorpresa, le ordena salir de la habitación. Kaadel toma arco y flecha, con el rostro tirante y los movimientos forzados, pero antes de salir, deja la daga a los pies de su creadora.

—No te será problema destriparlo si se pasa de la raya —le dice.

Andrada medio le sonríe, pero cuando nos quedamos a solas, me mira muy seria.

—Esa es una buena pregunta —asegura.

Pierde la mirada en las llamas.

—Recuerdo que estaba en el autobús —dice al cabo de unos segundos—, de camino al eterno conservatorio, en un atasco horrible, y mientras escuchaba música comencé a divagar.

»Juego de Sombras fue uno de los casos en los que surge el protagonista y después la historia. Quería crear a alguien frío y solitario, ajeno a la sociedad que, en vez de destacar, tuviera que ocultarse. Es cierto que empleé el fetiche que tengo por los arqueros y, para volverlo más siniestro, pensé ¿por qué no hacer del negro el color predominante? Decidí jugar con eso. Más tarde le añadí la idea de que solo Kaadel tuviese esas características, que las supersticiones dominasen la sociedad y que la información fuese un arma más poderosa que la propia espada. Eso sí, antes de la trama actual han existido algunas menos profesionales y más clichés. Un vergonzoso ejemplo es que en un principio iba a existir una profecía. Y existió. Pero ahora yace en el más profundo de los mares convertida en cenizas.

«¡Como lo estarás tú, si no le haces las preguntas que le corresponden!»

—¿Por qué los arqueros son un fetiche para ti? —pregunto ignorando las punzadas en mi cabeza y el ligero mareo.

—Me gusta su habilidad: poseen puntería, actúan desde las sombras y lugares altos. De alguna manera prefiero un arquero a un espadachín. Además, historias sobre caballeros hay a montones. ¿Pero de arqueros? Yo no he visto tantas.

—Algunos dicen que se te ha pasado la mano con Kaadel —prosigo echándole una mirada a Fox, pero no mueve más músculo que el de su pecho al subir y bajar—. Dicen que es un badboy de esos que abundan por Wattpad, ¿lo crees así?

—En absoluto —dice con una carcajada—. Nunca tuve intenciones de que fuese un personaje atractivo ni mucho menos un badboy. Considero que Kaadel es lo suficientemente polifacético y profundo como para que el lector pueda desear su muerte al tiempo que simpatiza con él. Es frío, cierto, pero es la desconfianza lo que le empuja a ser así. Y si existe el romance dentro de la historia no es en absoluto como el lector se lo espera.

—¿Hablamos de cierta princesa?

—Ella rondará por esas tierras, no lo voy a negar —dice y suelta una carcajada—. Pero no de la manera convencional.

«Ya cabrón, ya te divertiste con las preguntas para bebés. Pasa a las preguntas que le corresponden o tendré que tomar medidas extremas.»

—¿Qué tanto hay de ti en ella? —pregunto a media voz. Mi dolor de cabeza es casi insoportable. Se me revuelve el estómago y decido dejar de lado el chocolate.

Andrada titubea, me mira preocupada.

—Podría decirse que es mi lado infantil e ingenuo —suelta con rapidez, como si con ello cada palabra perdiese su valor—. Esa parte caprichosa e incomprendida que posee un adolescente. Incluso la poca inocencia que aún perdura a los diecisiete años... ¿Te encuentras bien?

—Sí, sí, prosigue por favor. Estoy cansado por el viaje, es todo...

—Podemos dejar la entrevista para después...

—No, estoy bien... estoy...

No parece convencida. De hecho, parece alarmada, incluso se aleja con una expresión de desconcierto en la cara. La miro confundido, pero al segundo siguiente me doy cuenta que estoy gritando a todo pulmón. Escucho, como si no me pertenecieran, frases que comienzan de una forma y terminan de otra. Palabras que tienen tanto de mí, como de Fox, por lo que bien podrían pertenecer a otro idioma.

Devuelvo lo poco que tengo en el estómago y comprendo que no podré resistir mucho más con Fox en mi cabeza. Dos consciencias no pueden convivir a la par, lo sé, una termina engullendo a la otra tarde o temprano. Si nos expulsaron de Hogwarts, fue por eso...

Caigo al suelo, luchando contra el dolor que me parte las sienes. Creo que estoy gritando, no lo sé, todo sucede tan rápido y tan lento a la vez. Cuando me doy cuenta, me he incorporado y sostengo la daga. Andrada lanza un grito cuando la apunto en su dirección. Kaadel entra en la habitación y escucho como se tensa el arco.

—Suelta eso o me obligarás a dejarte sin pulmón —advierte a mis espaldas.

Tranquilo, no la usaré yo—asegura la consciencia de Fox a través de mí y una sonrisa macabra aparece en mis labios—. Es Andrada quien tendrá que hacerlo.  

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