CAPÍTULO 7: HOGAR ¿DULCE HOGAR?


Despertó de un salto, mirando en todas direcciones y sin reconocer el lugar que veían sus ojos. Su corazón latía desbocado, como si hubiera tenido una pesadilla horrible que no lograba recordar. Se preguntó dónde estaría Fobos o Claudio. ¿Quizás la habían dejado sola para morir?

—¿Qué demonios te sucede? —preguntó por lo bajo una voz a su lado—. Aún no son ni las cinco de la mañana.

«Reuben» Recordó Agatha al escuchar la voz. Giró bruscamente la cabeza y vio como le devolvía la mirada un hombre de cabello oscuro y ceño fruncido, estaba despeinado y lucía muy molesto por haber sido despertado. «¿Qué está pasando?» se cuestionó ella, sin responder la pregunta que le habían hecho. Saltó fuera de la cama y comenzó a pasearse por la que ahora lograba reconocer como su propia habitación.

—¿Qué día es hoy? —espetó.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loca? —replicó Reuben, encendiendo la lámpara de la mesilla de noche.

—¡Dímelo! Dime ¡¿Qué día es hoy?! —exclamó Agatha, visiblemente alterada.

Reuben lucía perplejo, sin embargo, contestó la pregunta.

—No es posible. Llevo días fuera de este lugar —murmuraba ella, paseándose desde el ventanal hasta el tocador, con las manos enterradas en el cabello e intentando ordenar los recuerdos que venían como fragmentos difusos.

—Agatha —comentó Reuben—. Estás alterada, tienes una crisis de ansiedad o algo por el estilo. Pero no estás bien. Te tomarás el día para que podamos ir al médico. Esto —dijo, señalando a Agatha que se movía como un gato enjaulado—, no está bien.

—Debo volver a dormir, no pudimos completar el proceso. Todo ha sido por nada. —Agatha sucumbió a las lágrimas y volvió a su cama, cubriéndose con las mantas. Las últimas palabras que le dirigió a Reuben fueron que, por favor, no la despertara.

Él no volvió a hablar. Parecía que, a pesar de todo el episodio, sólo había perdido unos pocos minutos de su valioso sueño. Ni siquiera fue capaz de arroparla o acercarse a ella para consolarla por su estado alterado. Agatha no lograba comprender cómo acabó en esa relación unilateral. Sin embargo, ese no era el problema que tenía ahora. ¿Qué sucedería cuando volviera a caer presa del sueño nuevamente? Fobos volvería a su habitación y, ¿siquiera se acordaría de ella? Tal vez en ese otro mundo todos la olvidarían, ya que no pertenecía allí y ahora había vuelto exitosamente a su plano. Pero había un problema, el lazo que la unía al hombre que la había llevado a Glacialis. Él volvería, aunque no la recordara en absoluto. Agatha se cubrió con las mantas y cerró los ojos, no podía creer que no hubiera pasado un solo día en su mundo, cuando ella sentía que había pasado media vida en otro lugar. Le estaba costando recordar su rutina y, lo poco que venía a su mente, le parecía espantosamente horrible. ¿Cómo podía vivir allí junto a alguien que, evidentemente no la amaba? ¿Cómo podía levantarse todos los días a la misma hora para ir a un trabajo que no la satisfacía en lo absoluto? «El Diablillo» recordó. El Diablillo tenía razón. Era una completa infeliz. Trató de concentrarse en su deseo de dormir y, justo cuando pensó que no podría pegar ojo en toda la noche, cayó dormida profundamente.

—Agatha. Ey, Agatha —repetía una voz molesta.

—¿Qué suceeeede? —respondió ella, bostezando y abriendo los ojos apenas—. Ah, eres tú —añadió.

—¿Esperabas a alguien más? —inquirió Reuben con el ceño arrugado—. Por supuesto que soy yo, el único al que le tocan estos problemas que me das. Me voy al estudio, llama a tu jefe para avisar que no irás y ve con un doctor —agregó antes de marcharse y cerrar la puerta del dormitorio.

Agatha estaba confundida, le dolía la cabeza y lo que decía su novio carecía de sentido. ¿Por qué debería de ir al médico? ¿Para contarle que había visitado otro mundo, acompañada de una ex deidad y un brujo? Aún no estaba tan loca como para condenarse al manicomio. Se puso de pie con lentitud y se fue hasta el tocador donde, alguna vez, habían estado esas espantosas escaleras que la llevaron a Glacialis. Debería de estar contenta por haber salido de allí, era lo que quería. Sin embargo, no se sentía cómoda de vuelta. Se miró al espejo y notó que tenía el cabello enmarañado y los ojos un poco hinchados; se veía espantosa. Decidió tomar una ducha y luego pensar en cómo abordar los acontecimientos pasados y los que probablemente vendrían. Pero antes, tenía que llamar a su jefe. Por primera vez en su vida, no iría a su trabajo.


ɸ


Después de almorzar sola y tranquila, se envolvió en unas mantas y tomó asiento en el sofá principal del salón. No podía creer que se había asustado cuando sonó la alarma del horno microondas, realmente su cerebro estaba dañado; había olvidado pequeñas cosas cotidianas y le estaba costando trabajo adaptarse nuevamente a esta vida. Ni siquiera fue capaz de cocinar algo, se limitó a calentar una lasaña «lista para comer». No es que estuviera indignada con haber vuelto, sabía perfectamente que aquel otro lugar era parte de un sueño, o una pesadilla, puestos a pensarlo. Pero se encontraba extrañando cosas absurdas de ese infierno helado, tan absurdas, que prefería ni siquiera darles una vuelta mental. Al final se había dormido después de despertar acongojada en la madrugada, sin embargo, no volvió a aparecer Fobos en su cuarto. Durmió como cualquier mortal que despierta de mala gana al día siguiente porque ha tenido pesadillas. Recordó que antes de volver a su mundo, sintió que moría, notó como su corazón realmente dejaba de latir. ¿Habría muerto allí? La única explicación que podía concebir es que el cansancio la había vencido al fin. Estuvo sin dormir todos esos días y que un ser espantoso pidiera su sangre para ayudarlos a cruzar un portal mágico o algo por el estilo, había sido la gota que colmó su vaso. Había colapsado. Pero ahora estaba descansada y tenía un plan perfectamente elaborado: Reuben no volvería hasta tarde y ella necesitaba saber qué había sucedido con su «yo» del otro lado. De modo que tomaría unas pastillas para dormir, sólo la dosis justa para inducir un confortable sueño. Su habitación seguramente sería el lugar más idóneo, ya que allí había ocurrido la primera vez. «Tu curiosidad va a terminar contigo», se dijo a sí misma antes de levantarse e ir por un vaso de agua. Sorpresivamente, el Diablillo no había dicho ni media palabra. Lo cual la consoló en cierto modo, ya que las probabilidades de estar haciendo algo estúpido no debían de ser muy altas.


ɸ


—No te muevas demasiado brusco —le dijo una voz que sonaba lejana.

—¿Quién eres? —preguntó con somnolencia antes de despegar los párpados que pesaban como si se hubiera tragado el frasco de pastillas al completo. La voz no respondió y ella apretó los dientes antes de tomar valor y abrir los ojos. Iba a terminar en un psiquiátrico, lo sabía—. No es lo que estás pensando —agregó Agatha. Y por fin se decidió a mirar a su interlocutor. La luz rojiza y tenue que cubría como un manto la habitación no se parecía en nada a la cegadora ampolleta de la lámpara de su mesilla de noche.

—¿Qué es lo que se supone que estoy pensando? —preguntó Fobos, que estaba a su lado sentado en un cubo de madera.

Agatha se enderezó y miró en todas direcciones. Claudio estaba arrellanado en una silla ancha y espantosa que se veía construida a base de madera y cubierta con parches de tela. Ardía una chimenea en el centro de la estancia y ella estaba en un catre pequeño apegado a la pared posterior.

—¿Cómo llegué aquí? —preguntó ella, tratando de hilvanar nuevamente las piezas sueltas. Recordaba las pastillas que tomó, el enojo de Reuben, su despertar abrupto y... Que moría.

—¿No te acuerdas de nada? —inquirió Fobos—. Vinimos aquí después de la reunión con ese... Hombre que pidió unas gotas de tu sangre para entregarnos la esfera de Cefeo. Comenzaste a quejarte de malestares y luego te desmayaste —concluyó él, mirándola con preocupación.

—Desperté en mi mundo —explicó Agatha—. Allí no ha pasado un solo día desde que vine a este lugar.

Fobos miró a Claudio con cara de necesitar respuestas inmediatas.

—No esperábamos que siguieras aquí si caías dormida —comentó Claudio a Agatha—. Se supone que debías de regresar íntegra, es decir, este cuerpo que tienes aquí también debía de irse. Pero no ha sido el caso. No tengo cómo explicar lo que está sucediendo.

Claudio se quedó con la mirada fija en el fuego que ardía. No comprendía del todo lo que pasaba, sin embargo, podía notar que los lazos de Agatha y las esferas del tormento se estaban haciendo más fuertes, como si este mundo abrazara su presencia.

—No estoy entendiendo una palabra de lo que dices —contestó Agatha, llevándose una mano a la sien, que de pronto había empezado a doler—. Espero que podamos terminar pronto con esto, si caigo dormida nuevamente y despierto en mi acogedora habitación, voy a enloquecer —explicó.

—Deberíamos dormir un poco —declaró Claudio—. Agatha estará fresca como una lechuga mañana, pero nosotros no hemos descansado en días. Principalmente tú. —Apuntó a Fobos—. Y te necesitamos con energía para poder cruzar a Fraglans —concluyó.

—¿Conocen las lechugas? —preguntó Agatha, sorprendida.

Fobos la miró arqueando una ceja y Claudio parecía visiblemente ofendido.

—Todos conocemos las lechugas, Agatha —dijo Fobos, un poco divertido con la pregunta.

—Bien —anunció Claudio—, yo descansaré en esta silla. Es horrible, pero lo suficientemente cómoda. Quizás Agatha pueda hacerte un espacio en esa cama —comentó con sarcasmo hacia Fobos, quién lo miró como si quisiera rebanarle el cuello allí mismo.

—¡Oh! —respondió Agatha. Sintiendo que le subía calor por las mejillas y saltando del pequeño catre—. Puedes dormir aquí, yo me quedaré frente al fuego —declaró, arrodillándose frente al fogón para calentarse las manos, mientras, Fobos se recostaba en la cama ahora desocupada.

Agatha estuvo segura de que ambos hombres habían caído presa del sueño al poco rato, podía sentirlos respirar lento y acompasado. Se le antojaba muy extraña la facilidad con que se acostumbraba a Glacialis después de haber estado de vuelta en el plano terrenal. Además, estaba segura de que estaba desarrollando pequeñas lagunas mentales; no recordaba su último día en el trabajo ni el color del vestido que había utilizado en su graduación. Algo funcionaba mal dentro de su cabeza, y le parecía que la solución estaba en la destrucción de ese registro que había mencionado Claudio. Era imperativo que consiguieran llegar a ese lugar o ella perdería la poca cordura que le restaba. Cuando sus pensamientos comenzaron resultar repetitivos, dio un bostezo de aburrimiento; las llamas de la chimenea eran un panorama que resultaba divertido sólo a corto plazo. Decidió asomarse afuera y ver si había movimiento. Pero apenas abrió la puerta, notó el viento gélido. Salió rápidamente de la choza y cerró tras de sí para no despertar a Claudio, que era quien estaba más cerca de la entrada. No estaba nevando tan copiosamente y el viento era tolerable, al menos con la ropa que llevaba puesta. No había tenido la oportunidad de pasear por este mundo debido a los peligros que entrañaba. Pero ahora se encontraba dentro de una tribu, estaba protegida por vallas y muros altos. Y aunque no confiara del todo en ellos, sabía que no la matarían debido al trato que Fobos, Claudio y ella habían hecho con el jefe del lugar. Escuchó un ruido detrás de una cabaña que estaba a unos veinte metros, la curiosidad ganó y fue a investigar. «Estás siendo estúpida», le susurró el Diablillo, pero Agatha lo ignoró y siguió el sendero.

Detrás de la cabaña desde donde se oía el ruido, había un monstruo. O eso pensó ella al verlo de buenas a primeras. Era como un oso, pero más peludo y de un tamaño desmesurado, con garras del tamaño de cuchillos y orejas puntiagudas que se movían ante los más pequeños sonidos del campamento. Ignorando por completo su propia seguridad, Agatha se acercó para estudiarlo más de cerca. El animal debía de medir más de tres metros y su composición muscular era descomunal. Sin embargo, si estaba aquí, no debía de ser demasiado temible. Los miembros de la tribu eran más bien pequeños y no los veía pudiendo controlar a esa criatura si decidía comérselos. De pronto, un rugido rompió el silencio nocturno. Agatha, aterrorizada, se percató de que había estado pensando en voz alta y el sonido había despertado al oso que ahora la miraba con fulgurantes ojos amarillos, mientras, le enseñaba los colmillos más grandes que ella había visto en su vida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top