CAPÍTULO 6: SANGUIS


Agatha entró detrás de Claudio y Fobos en una choza bastante amplia, seguro que era más grande que todas las que le rodeaban en el campamento. Estaba aún bastante impresionada por el aspecto de los miembros de la Tribu de Sangre. Se pellizcaba compulsivamente para estar segura de que no soñaba. No tenían piel, realmente no tenían piel. Eran igual que esos dibujos que se mostraban en clases de secundaria para enseñar anatomía del cuerpo humano; todo músculos y arterias. La única diferencia, era que sus cabezas tenían marañas de cabello grisáceo que lucía sucio y enredado. «Extraño», pensó Agatha. Recordando al mismo tiempo la bienvenida más bien poco amistosa que les habían impartido hace escasos momentos. Estuvo segura de que moriría atravesada por esas lanzas color plata que los guardias del hechicero habían apuntado directo a su pecho, es más, casi se había arrojado al suelo a rogar piedad cuando Fobos la cogió por la muñeca y le susurró que se mantuviera quieta y callada. Claudio había dirigido unas palabras al ser que daba la impresión de ser quién dirigía a los centinelas y, después de escucharlo y responder entre gruñidos, habían bajado sus lanzas y ellos fueron llevados a la morada principal.

Recuperando el ritmo normal de su respiración, Agatha contempló el lugar en el que se encontraba: era una cabaña de techo más bien bajo, con tablones anchos de madera tosca que conformaban las paredes, en las cuales había todo tipo de objetos colgando de ganchos o directamente clavados en ella; plumas de variados tamaños y colores, frutos resecos del color del carbón, dagas plateadas toscamente forjadas y, atisbó en el muro más lejano, unas estanterías repletas de botellas pequeñas rellenas de colores vibrantes. Avanzó lo más lejos que pudo del hechicero sin piel, era casi de su misma estatura y esos ojos brillantes y redondos la perturbaban sobremanera. Lo observaba de reojo a ratos, preguntándose cosas absurdas como el motivo de que usaran taparrabos de piel o por qué no llevaban calzado si vivían en un lugar de clima tan hostil.

—Si no dejas de mirarlo así, va a creer que quieres ser su consorte —le susurró Fobos, acercándose a ella, que intentaba pasar desapercibida en medida de lo posible.

—¡¿Qué?! —contestó Agatha, con un tono de voz demasiado alto. Cuando todos se voltearon a mirarla, se llevó las manos a la boca y susurró torpemente algunas palabras de disculpas a las que nadie prestó mayor atención. Notó que el hechicero ni siquiera había detenido su mirada en ella más que un segundo, nuevamente volvía a su charla con Claudio y ella suspiró aliviada.

—Era una broma, Agatha —le dijo Fobos sonriendo a medias—. Veo que los humanos aún no pulen por completo su detector de sarcasmos—añadió.

—¿A ti te parece que estoy en posición de tomarme algo a broma? —susurró Agatha, con cuidado de no alzar la voz de nuevo. Aunque no pudo evitar alzar el puño y hacer un amago de golpe hacia el hombre que tenía, aparentemente muy divertido, a su lado. Tomó asiento de mala gana en un cubo de madera y Fobos se quedó de pie, apoyado de espaldas en la pared, dirigiéndole miradas de curiosidad y, al mismo tiempo, desaprobación al resto de la morada.

Claudio los observaba cuchichear por el rabillo del ojo mientras el hechicero le explicaba las circunstancias en que había obtenido el ítem que buscaban. Le parecía que mientras más tiempo pasaban juntos, Agatha y su amigo se llevaban mejor. Fobos ya no parecía odiarla como cuando la había llevado a su cabaña. Y ella, ciertamente, no le tenía el más mínimo temor. Estaba seguro de que acababa verla levantándole el puño. «Nada bueno va a salir de que ellos tengan algún tipo de conexión en este mundo», pensó Claudio, que esperaba no tener que presenciar ninguna atrocidad cuando la verdad saliera a flote. De hecho, contaba con ello.

—Entonces —le dijo Claudio a Rökyan—. ¿Cuál es el precio por la esfera?

El hechicero miró a Claudio con sus redondos ojos de iris negro e hizo una mueca que seguramente intentaba ser una sonrisa.

—La humana —articuló en un idioma que todos en la estancia pudieron comprender—. La sangre humana es altamente cotizada en este lugar. Ese es mi precio —sentenció Rökyan, mirando de manera ansiosa a Agatha.

Claudio no alcanzó a responder ni media sílaba antes de que Agatha diera un gritito comenzara a lagrimear como si la hubieran condenado a muerte mientras Fobos le decía al hechicero que si le ponía un dedo encima a la mujer le iba a cortar su espantoso brazo. Buscando la mirada de Ryökan, Claudio le hizo un gesto moviendo la cabeza de lado a lado, indicándole que no los tomara en cuenta. Tomó asiento en un taburete de madera y el hechicero hizo lo mismo en uno que se encontraba cerca de la entrada.

—Escuchen —dijo en voz alta Claudio, dirigiéndose a Fobos y Agatha—. No vine aquí para entregarle la vida de una humana a esta tribu, pero el único precio que aceptarán por la esfera que nos ayudará a cruzar con vida a través de Fraglans, es la sangre de Agatha.

—Yo... —barboteó ella.

—Escúchame —siguió Claudio, con tono firme—. No te estoy pidiendo que te desangres ni que te cortes el cuello. ¡Sólo necesita unas cuantas gotas! Si tan sólo me permitieran hablar antes de sacar conjeturas erróneas —miró con ceño a Agatha— o —le dirigió una dura mirada a Fobos—, de venir a amenazar a quién nos ha recibido sin poner traba alguna. Podría haber explicado esto sin tanto drama de por medio —concluyó Claudio con gesto airado.

—¿Entonces únicamente tomará unas pocas gotas? ¿De verdad? —preguntó Agatha en voz baja, evitando mirar al hechicero de la tribu y sintiéndose un poco melodramática.

—Es lo que dije. La sangre humana aquí es valiosa, por lo mismo es que las cantidades que se utilizan para un trueque son ínfimas. Si él me pidiera tu vida, tendría que pagarme un precio tan alto, que seguramente incluiría mi resurrección y la de toda mi familia —respondió Claudio, sacudiendo la cabeza con indignación y dirigiendo su atención nuevamente a Ryökan—. Necesitamos un lugar dónde pasar la noche. Sé que pido demasiado, pero no podemos salir de aquí ahora que está oscureciendo.

El ser parcialmente humano dirigió su mirada hacia Agatha y luego nuevamente a Claudio.
—Primero haremos el intercambio. Luego podrán retirarse a una cabaña que se encuentra al lado de las puertas que abren el paso al sendero de Ignis —respondió Ryökan.

Fobos lo miraba con la desconfianza impresa en la mirada. Nunca podría confiar en estas criaturas deformes y horrorosas. Si no habían matado a Agatha, era únicamente porque estaban aquí con Claudio. La Tribu de Sangre era evitada por cualquier ser con discernimiento. Disfrutaban con la tortura de sus víctimas, que eran principalmente miembros de tribus aledañas con pocos integrantes y, muchas veces, un líder sin capacidades mágicas ni de lucha.
No estaba seguro de que Claudio estuviera tomando la decisión correcta, pero no tenía más remedio que confiar en él. Ya estaban aquí y no había manera de echar marcha atrás.
Fobos se fijó en que el hechicero de la tribu tomaba un frasco de color oro con un tapón de cristal y un punzón pequeño. Se dirigió a Agatha y le extendió la mano para que ella se acercara. La mujer estaba tan horrorizada ante la visión, que ni siquiera pudo pestañear.

—Yo lo haré —anunció Fobos. El ser compuesto de musculatura rojiza y arterias palpitantes le entregó el vial y el punzón. Sonreía macabramente. Quizás fuera la ausencia de piel, pero su aspecto era de genuino goce al ver el terror en los ojos Agatha.

—Confía en mí. No te dolerá demasiado. —Intentó calmarla Fobos, mientras apoyaba una rodilla en el suelo, frente a ella y le extendía la mano para que la mujer hiciera lo mismo.

Agatha se retiró la manga izquierda de la túnica que le quedaba demasiado grande y cerró los ojos mientras extendía el brazo. Sintió la tibia mano que envolvía la suya y antes de que pudiera reconfortarse en esa sensación, sintió un dolor agudo en el dedo pulgar, una sensación punzante que desapareció tan rápido como había llegado. Abrió los ojos y vio cómo gruesas gotas de sangre caían en el frasco metálico. Fobos la miraba a los ojos y ella entendió, por su expresión, que él quería saber si se encontraba bien.

—Al menos sigo viva —susurró Agatha, con la voz tomada. Dirigió su mirada a Claudio y, evitando fervientemente mirar al otro hechicero, notó el ceño fruncido en su rostro pálido y surcado por las arrugas. No debía de estar nada contento con su pequeño berrinche. Bueno, ella no le debía nada a nadie en este mundo y no tenía por qué agradarles a todas las criaturas que se topaba en el camino. Fobos desgarró un pequeño trozo del cinto que usaba la túnica para fijarla a las muñecas y envolvió el dedo herido con una presión media. Lo suficiente para que parara el sangrado. 

—Gracias —susurró ella.

Fobos le entregó el vial al hechicero y éste lo cogió como si se tratara de algo tan precioso que no podía correr ningún riesgo de derramarse. Lo llevó a una estantería con puertas de madera, tan desgastadas como todo en ese lugar y lo puso con mucho cuidado al fondo de la repisa. Miró a Claudio con esos ojos que no pestañeaban en tanto se acercaba a un mueble tosco y negro, de donde cogió una esfera de cristal del tamaño de una bola de golf y la levantó en el aire. Los colores de esta cambiaban mientras el hombre la giraba entre sus dedos y se volvió completamente negra apenas tocó la mano de Claudio.

—Trato hecho —afirmó el Vinificus, perdiendo su mirada en las negras profundidades de la bola.

El hechicero de la tribu se asomó por la puerta y dio un grito incomprensible. Al instante entraron dos sujetos más, armados con lanzas de plata y actitud hostil.


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—No me siento bien —masculló Agatha, en lo que a ella le pareció una queja tremendamente infantil, pero justificada.

Fobos la miró con una ceja alzada.

—¿Qué te sucede? ¿Te duele la herida? Has estado haciendo ruidos de protesta desde que entramos en este lugar.

Agatha se sintió sonrojar. Era cierto, el sujeto que se llamaba Ryökan había llamado a unos guardias para que los guiaran hasta la cabaña en que pasarían la noche. Él, se había despedido de ellos con unos gruñidos y poco más. Si tenía que decir algo de esta extraña gente, además de su aspecto, es que eran bastante maleducados y poco cálidos con sus visitas. El tramo que recorrieron para llegar al lugar donde pasarían la noche no fue corto, ya que el campamento ocupaba un área bastante importante . Ella se había sentido extraña incluso antes de llegar a la choza; tenía mareos y notaba la visión un poco borrosa durante algunos segundos. Estaba empezando a preocuparse de que el punzón estuviera envenenado y que en realidad sí quisieran matarla. 

—No lo sé. Ahora mismo te veo difuso —respondió ella con una risita—. ¿Crees que me voy a morir aquí?

Fobos miró a Claudio con preocupación y éste corrió al lado de Agatha.

—Mírame —le dijo el anciano—. Mira mis ojos —añadió revisando sus pupilas.

—¿Qué le sucede? —demandó Fobos.

—No lo sé. Su lazo con el mundo terrenal no está dañado. Creo que... Sufre de fatiga—respondió Claudio, con su rostro más pálido de lo habitual.

—¿Qué quieres decir?

—Está exhausta. Su energía se está agotando. No llegará a Fraglans en estas condiciones.

Agatha sentía que estaba muriendo, su cuerpo no respondía y sus ojos ya no aguantaban un minuto más abiertos. Al menos no era doloroso, lo que sea que le estuviera pasando, no le generaba angustia ni daño. Claudio revisaba sus ojos, se veía muy gracioso con ese ceño fruncido. Ella siempre pensó que parecía más bien un abuelo muy adorable y sabio hasta que la había increpado en la choza del «Hombre Músculo». Fobos también estaba cerca, sintió que tomaba su mano y pronunciaba su nombre. Le habían dicho que los minutos no pasaban en este mundo, que todo pasaba cuando tenía que pasar, así que no podría decir cuánto tiempo llevaba agonizando. Sin embargo, supo el momento exacto en que moriría; sus ojos se cerraron y sintió que el frío llenaba su cuerpo. De pronto, el vacío ocupó todos los rincones de su mente. Al fin había abandonado ese lugar.

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