CAPÍTULO 1: LA LLAMADA

El despertador sonó a las 7:00 am en punto, como todos los días de la semana.

—Apaga eso por favor —gimió Agatha. Con un tono de voz que sugería que no había pegado ojo en toda la noche.

Reuben alargó la mano y apagó la alarma de su móvil. Se levantó con evidente letargo, se apartó el cabello del rostro y con un bostezo se fue directo a la ducha. No dijo ni siquiera buenos días, la verdad es que rara vez lo hacía.

Mientras escuchaba el agua de la ducha correr, se cubrió hasta la nariz con las mantas de la cama y cerró los ojos.

—Debería levantarme ahora —se dijo en voz alta, pero tenía tanto sueño que apenas podía concebir la idea.

No debió quedarse leyendo a ese supuesto gurú de la astrología hasta las tantas, ahora pagaría las consecuencias; estaría todo el día bostezando y buscando excusas para no avanzar en su trabajo.
Ni siquiera es que «El Gran Andrómaco», como se hacía llamar, fuera muy exacto en sus predicciones. No le parecía muy realista ese asunto de que debía tener cuidado esta semana con las ardillas, pues podría ser mordida por una. No veía cómo iba a toparse con una ardilla en medio de la ciudad, ni hablar en su oficina.

Se puso de pie bastante aletargada, pero se recordó que si llegaba tarde, no tendría ese humeante y delicioso café que la mantenía despierta los lunes por la mañana.

A las ocho en punto estaba saliendo con Reuben al trabajo. La pasaría a dejar y luego se iría a su estudio, como todos los días.

Mientras avanzaba el trabajo de la jornada, junto a su fiel compañero expreso doble, se preguntó como estaría Reuben.
Eran pareja hace cinco años, sin embargo, no creía sentirse como suponía que debía hacerlo junto a él. Ni siquiera el brillante anillo que decoraba su delgado dedo anular le entregaba la seguridad emocional que estaba necesitando.

Reuben era arquitecto, siempre estaba ocupado con nuevos proyectos y rara vez tenía tiempo para estar en casa. No recordaba cuando fue la última vez que salieron a cenar juntos y ni hablar de ver una película arropados en el sofá.

Hacía mucho tiempo que había dejado de quejarse por su falta de atención, se dijo a sí misma que así eran las relaciones adultas. Estaba segura de que todas las parejas eran así.

Él se ocupaba de todo económicamente hablando y jamás le había pedido un peso, pero ¿Era eso suficiente para sustentar una relación?
Todas esas dudas surgieron a raíz de ese bendito horóscopo. No sólo le presagió una mordedura de ardilla, sino que era enfático en aclarar que el amor aún no tocaba su puerta. ¿Cómo podía ser? Tenía tantas dudas y tan pocas respuestas, que al salir de su trabajo no le pidió al taxista que la llevara a casa, si no que a Styx, la nueva librería esotérica donde había comprado las predicciones. Sabía que no estaba allí por los presagios, la revista solo contribuyó a materializar las dudas que ya albergaba hace mucho tiempo.

—¿Hola?­­ —llamó mirando hacia el fondo de la tienda

Se quedó esperando en el mostrador hasta que apareció Maman Brigitte, al menos ese nombre le había dado la dueña. Ella dudaba que fuera real, nadie podía llamarse así en pleno siglo veintiuno.

—Ma cherié —contestó Maman. —¿En qué te puedo ayudar hoy? —le preguntó con un tono que pretendía sonar misterioso.

Agatha sonrió de manera incómoda. No le gustaba mucho la mujer. A pesar de ser una belleza con su piel pálida y lustroso cabello negro, tenía algo que la incomodaba, no sabía si era ese acento afrancesado claramente fingido o su actitud de reina del Vudú o el papel que fuera que intentaba interpretar.

—Esto... necesito algunas respuestas. ¿Sería posible que me recomiendes alguno de tus libros? —susurró muy bajo, mirando el piso y mordiéndose el labio inferior.

Sentía sus mejillas al rojo vivo. Estaba haciendo el ridículo, lo sabía, pero quizás entre esa pila de escritos viejos que vendían allí hubiera algo que respondiera sus preguntas. Casi se lo creía por un segundo.

—Hmmm... —Maman Brigitte se pasó la mano por el mentón, como decidiendo si podía , o quería, ayudarla.

Le dio la impresión de que la mujer adivinaba correctamente el motivo central de todo este secretismo.

—Es posible —le dijo con falso desinterés —Todo depende de lo que estés dispuesta a entregar a cambio —agregó.

Agatha sopesó las palabras un par de segundos y soltó apresuradamente

—Tengo dinero

Maman Brigitte puso los ojos en blanco y se acercó a una estantería en el fondo de la tienda.
Volvió trayendo consigo un libro grande y bastante gastado que parecía haber visto mejores tiempos.

—Llévate esto muchacha —le dijo. —Si sabes el precio a pagar, cualquiera de tus deseos podría hacerse realidad

Agatha levantó una ceja y bufó. Sinceramente, no entendía el asunto del precio, pero ya lo averiguaría en la comodidad de su habitación.

Pagó y esta vez sí se pidió un taxi que la llevara a casa.

Por suerte, Reuben no había llegado aún.  Se apresuró a cerrar la puerta de un dormitorio contiguo al estudio principal y se encerró con su grueso libro y unos artilugios que había comprado.

No había un índice, así que pasó las páginas buscando algo que le sirviera; amuletos, plantas mágicas y despertar la pasión del sexo opuesto. Siguió pasando las hojas hasta llegar cerca de los capítulos finales; contactar guías espirituales y comunicación con entidades arcanas.
Lo pensó unos segundos y se decidió por el último apartado, quizás esas cosas arcanas pudieran concederle unas cuantas respuestas.

No parecía algo complejo; cuatro velas, una estancia solitaria, un papel con unos nombres extraños y cuatro gotas de su sangre.

—¿Por qué tengo que usar sangre? —se preguntó con recelo.
Esto no sería algún pacto con el diablo, esperaba. No lo decía en ninguna parte.

 Justo en este minuto el Diablillo había decidido no decirle ni media palabra al respecto.

—Bueno, ya que no hay objeciones —se dijo no muy convencida.

Escribió las palabras que indicaba el libro y pinchó su dedo con un alfiler. Dejó que las gotas cayeran sobre el papel, tal como indicaban las instrucciones.

—Si mis padres me vieran, me desheredarían —pensó en voz alta, un poco divertida con la idea.

Ya lista, se sentó en el piso. Con las velas en los cuatro puntos cardinales —o eso suponía— y el papel ensangrentado al frente.

Repitió las palabras escritas, pronunciando con claridad, sintiéndolas resonar en su interior.

—Ol Vinu Od Zodakame, Ilasa, Gahe. ¡Acude a mi llamado, cumple mi petición!

Nada sucedió. Lo intentó de nuevo sin mejores resultados que la primera vez. Se sentía bastante estúpida allí sentada gritando una letanía al espacio vacío del dormitorio y para empeorar las cosas, no veía que estuviera dando ningún resultado. Debería haber sabido que todo eso eran tonterías, unas pocas velas y su sangre no iban a decirle nada.

—¿Por qué sigues creyendo en estas cosas Agatha? —murmuró con desgana.

Se puso de pie bruscamente y una de las velas cayó de lado quemando parte del papel.

—Dios. ¿Puedes ser más torpe aún? —pensó mientras levantaba el desastre del piso

Al ponerse de pie sintió un escalofrío en la nuca, como si alguien le susurrara desde muy lejos algo que no llegó a entender.

Las velas se apagaron una a una desprendiendo una delgada línea ascendente de humo mientras el papel se consumía con una llama azulada, que parecía absorber de a poco el color de su sangre, volviéndose rojiza.

Agatha se quedó muy quieta, tan quieta como no había estado nunca en su vida.

De pronto parecía que el humo de las velas y el papel se había propagado muy rápido y comenzaba a llenar toda la estancia poco a poco, asfixiándola.

Seguro que había creado un incendio y no se había dado cuenta.

Avanzó tanteando para salir de la habitación y lo sintió como un golpe en las entrañas; hedor, el humo olía de una manera tan espantosa, que ya estaba segura de que esto no tenía nada que ver con un incendio. No podía identificar que era, pero parecía podredumbre, algo vivo, carne putrefacta.
La humarada llenaba la estancia y no podía ver mucho más allá de donde se encontraba, estaba aterrada.

—¿Qué está pasando? —se preguntó, temblando como si le hubieran vertido un cubo de agua fría encima, sin tener idea de qué hacer o cómo salir de allí.

Estaba segura de que una figura que parecía formada del mismo humo pútrido se materializaba frente a ella.

—No, no. No estoy loca, no lo estoy

Retrocedió hasta chocar de espaldas contra un escritorio de la habitación. La figura no parecía querer acercarse, pero tampoco parecía querer desaparecer; sus contornos se desdibujaban y volvían a tornarse lisos a cada segundo.

No podía ver más que una sombra alta y tampoco quería ver más. No salía ni siquiera un grito desde su garganta, el pánico le heló la sangre en las venas, solo podía pensar que había hecho algo terriblemente mal.

—¿Qué es esto, por Dios? —se dijo en un llanto apenas audible

El susurro nuevamente, esta vez parecía más un silbido agudo.

—Fobos —se respondió a sí misma

No, no era ella. Alguien puso ese pensamiento allí.

A medida que la forma se hacía más nítida al otro lado de la habitación, comprendió que lo que fuera que había traído a su casa, estaba también dentro de su mente.

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