41: Mi princesa de porcelana
Alice
Hoy sepultaremos a Andrea. Espero calmar su alma enterrándola. Ojalá funcione. Ayudo con la pala a Asthur, tiramos la tierra en el poso cavado en frente de la casa. Una vez que terminamos, busco unas flores y las pongo allí.
Suspiro antes de hablar.
—Lo siento tanto, Andrea. —Mis ojos se humedecen—. Sé que no teníamos muy buena relación y quizás esto debió haberlo hecho alguna persona cercana a ti, no la culpable de tu muerte, pero creo que ya es hora de que descanses en paz, espero que un día me perdones.
—¿Amén? —sugiere Asthur.
—Espero que no te estés burlando. —Lo observo de refilón—. Esto es serio.
—Tú ya sabes mi opinión.
—Sí —digo de mala gana—. ¿Y ahora qué?
Veo unos brillitos salir de la tierra, yéndose hacia el cielo.
—¿Funcionó? —dice, indiferente.
—Parece, ¿no?
—Bien, sigamos con el asunto del contrahechizo. —Se gira y lo sigo—. Llamé a Zijo para que me ayudase, debe estar por venir.
Caminamos juntos y sonrío.
—Me encanta tu amistad con Zijo —opino.
—No somos amigos. —Se pone a la defensiva—. ¿Y no deberías odiarlo?
—Nos ha ayudado mucho, ¿no? Sus buenas acciones son como disculpas, valoramos su cambio.
Nos detenemos, enarca una ceja y sonríe al mirarme.
—¿Valoramos?
—Somos marido y mujer, somos un equipo.
Me agarra de la cintura, entonces me acerca a su cuerpo.
—Me encanta como suena. —Une su boca con la mía.
—Por todos los infiernos. —Aparece el mencionado mientras estamos besándonos—. Deja de jugar con la comida.
Asthur se separa de mí y lo mira mal.
—¿Esto? ¿Mi amigo? Ni hablar.
—Ay, qué amargado. —El rubio se ríe y le tira una bolsa, la cual mi marido ataja—. Traje lo que me pediste. —Señala hacia atrás con el pulgar—. Iré a dar una vuelta, ustedes sigan con sus babosadas. —Se marcha hacia el bosque.
—¿Qué es? —consulto.
—Cosas de brujas, seguro se las robó a alguna. —Hurga entre la bolsa—. Creo que sirve.
—Mientras esa bruja no muera y nos maldiga también, todo estará en orden.
Se ríe.
—No todas las brujas son rencorosas.
—Qué bueno.
Asthur deja la bolsa cerca, para luego empezar a hacer algunos dibujos en el suelo y mezclar unos líquidos en una mesa, también usa un poco de sangre. Se supone que, con este contrahechizo, no revertiremos el anterior, pero lograremos hacer que yo pueda elegir quién merece beneficiarse de mi carne. O sea, que todo el que me haya mordido antes, volverá a su estado original y natural de vidas. Los haya matado Asthur o no, hayan muerto o no. No regresarán, pero ya no habrá más de mi carne ni la magia que la conlleva en sus sistemas. Será un cambio parcial, seguiré siendo una condenada. Mi carne tiene elección, mi vista tiene avisos y Norville seguirá hablándome a través de la melodía.
Asthur me acerca un recipiente.
—Bebe esto —pide.
Se ve medio raro: es marrón, parece mohoso y tiene globitos, así que hago cara de asco.
—¿Es seguro?
Se ríe.
—¿Crees que te haría probar algo que no es seguro? Solo lo dices porque se ve en mal estado, pero no es así, nada más bébelo. —Saca un papel de su bolsillo—. Yo recitaré esto mientras lo haces.
—Bien —digo no muy convencida.
Aproximo mi boca al vaso con el líquido de dudosa procedencia y que se ve repugnante. Encima el olor no se nota muy agradable. Mis labios tocan el material de la taza, pero no llego a beberlo, un dolor sube por el centro de mi torso, transportándose a todas las partes de mi cuerpo. Es puntiagudo en mi cabeza y mis manos pierden fuerza. Los dedos sueltan el recipiente y este se cae, rompiéndose en varios pedazos.
Tengo la visión de la bruja en frente de mí.
—Andrea —murmuro con la poca vitalidad que me queda.
Asthur deja de mirar el papel y hace un gesto de preocupación.
—¿Alice?
Un shock pasa a través de mi cabeza, como el destello de una flecha que me lastima y traspasa mi ser. De repente, bocas aparecen en mi piel, no sé si son de condenados o representan a los mordiscos de los demonios, pero duelen mucho, más que la molestia en mi cráneo. Siento que no puedo respirar, me ahogo. Caigo de rodillas al suelo. Mi cerebro se fragmenta por el descontrol, así que todo es difuso, siento que solo quiero huir. Mi ojo titila mucho.
—¡¡Alice!!
Asthur
Alice llora descontrolada y grita un montón. Pareciera que la estuvieran torturando. Sé que mencionó a Andrea, así que corro hacia la casa a terminar el trabajo. Tengo que salvar a mi mujer del ataque, es obvio que la bruja quiere detener el contrahechizo.
No querías ir al cielo, maldita, ahora te voy a obligar a quedarte en el infierno.
Me quito la ropa y cambio de forma. Mi cola se moviliza para elegir uno de los venenos que proporciona. Entro y busco la chimenea para generar la explosión. Golpeo seguidas veces con mis garras el concreto, el techo se rompe y cae, entonces disparo el líquido al lugar que necesito. Formo las chispas, así que nace el fuego, el cual crece. Me aseguro de que la habitación en donde está el hechizo sea destruida, luego salto hacia la ventana antes de que todo explote.
El estallido es fuertísimo. La expansión me hace girar, pero me estabilizo rápido, tomo mi ropa y mientras corro a ver a mi mujer, cambio a mi forma humana. Una vez que termino de vestirme, llego justo para agarrarla, pero continúa gritando ahora en el piso.
No puede ser, ¿qué hice mal?
—¡Alice! —la llamo y la muevo, pero está metida en la confusión de sus dolores, entonces no es consciente de sus reacciones—. ¡¡Alice!! —insisto.
Se escucha otra explosión, doy un respingo con esta, mientras la casa se sigue quemando. De repente, oigo un alarido que disminuye y desaparece, es la voz de la bruja. Hay chispas, luego otra explosión, después silencio, hasta Alice se ha callado.
Giro mi vista hacia mi mujer, asustado. Líneas negras se forman en su piel. Tiene los ojos opacos, pero todavía los mueve. Es como si su cuerpo se estuviera fragmentando. Mueve su visión hasta mí. Su boca da espasmos e intenta hablar.
—As... thur...
—Alice, mi amor. —Tomo su mano que tiembla—. Estoy aquí.
—E... a... un... un cond... un condenado... estaba sufriendo... —recita su canción, pero no la termina—. Él... él... él...
—Él siempre lo hace —repito y mis ojos se humedecen—. Está ahí padeciendo, es allí cuando nace.
Sonríe y caen lágrimas de sus ojos.
—S... sí, el condenado...
—Sigue, sigue —insisto—. El condenado se llevó su alma.
—Su alma, así que...
—Así que estaba reviviendo —la ayudo.
—Le llegó la calma...
—Exacto, te falta una parte —pido porque no sigue—. ¿No la vas a terminar? Es la última oración.
—No me acuerdo. —Tiene una mirada perdida, pero las lágrimas siguen cayendo, se ve en una especie de trance—. Me duele. ¿Qué cosa era?
—Terminó su sufrimiento —finalizo.
—Ah, sí. —Cierra los ojos.
La piel se rompe como porcelana y los pedazos caen al pasto. Mis manos quedan sosteniendo nada. Me encuentro en shock, y ahora sí, lloro, las lágrimas mojan mi rostro. Golpeo con fuerza el piso con mis garras, entonces hago un grito fuerte y agonizante de dolor que no puedo controlar. El sufrimiento es insoportable.
No puede ser, la perdí, mi princesa ya no está.
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