31: Misterio que resolver

Alice

Otra vez tengo a Tenorio en frente de mí, pero me siento más fuerte, no me voy a dejar amedrentar. Lo malo que sus manos sostienen un arma. Ni siquiera vine aquí por él, esto es por Andrea. Aunque supongo que, si se trata de ella, mi ex estaría involucrado. Siempre ha estado obsesionado con su amante.

—¿Esperabas para vengarte? —consulto—. La última vez que nos vimos, admití que la maté.

Observo el esqueleto en la cama, mientras Tenorio sigue en el sillón sin dejar de mirarme y apuntándome con su arma, luego vuelvo la vista hacia él, el cual tiene los ojos llorosos.

—Tú no sabes lo que me quitaste, Alice.

—Ya es hora de avanzar.

—Yo la amo. —Sus lágrimas mojan su rostro—. Y no va a volver. ¿Por qué tú sí? No es justo, deberías estar muerta.

Trago saliva.

—O sea que lo sabes, siempre lo supiste. —Hago una pausa—. Entonces, cobraste tu venganza. Ya morí, déjala ir.

Se levanta, despacio, y retrocedo. Mi pie se choca con la cama, así que me detengo. Chillo cuando me agarra del pelo y grito más fuerte, ya que empuja mi cara en frente del esqueleto.

—¡¿La ves?! —expresa en alto—. ¡¡Esta es tu culpa!!

—¡¡Suéltame, Tenorio!! ¡¡Por favor!! —declaro, asustada.

Me levanta la cara, entonces tengo la de él en frente de mí.

—Tú me la quitaste.

Me empuja con brusquedad y me caigo al suelo.

—Lo siento, ¿sí? Lo siento... —repito y lloriqueo—. Tu engaño no justifica que la haya asesinado. Pude haber hecho otra cosa, pero es tarde, no hay forma de arreglarlo. Lo lamento tanto. —Suspiro, cansada—. Perdóname.

Presiona los dientes, luego guarda el arma.

—Encima te disculpas, qué asco me das.

—¡¿Qué es lo que quieres?! —Levanto la cabeza, frustrada—. Tú me dejaste en un maldito psiquiátrico. Tienes razón, ni siquiera debería disculparme. No te debo nada a ti, solo estoy aquí por Andrea.

—¿Qué quiero? —reitera y enarca una ceja—. Quiero saber cómo mierda sigues caminando delante de mí, tú estás muerta.

Me levanto, despacio.

—Lo sabías, siempre lo supiste —repito.

—¡Claro que sí! Falleces y de la nada apareces como si no ocurrió. Está claro que no eres normal. No puedes simplemente surgir, desvariar y venir como si todo fuera como antes.

—¡No estoy loca! —me defiendo—. Te aprovechaste de mi condición. Fingiste no saber de Norville, y todo pasó aquí. ¿Quién te crees que eres para culparme? Eres igual de mierda que yo, quizás peor. Necesito entender... tú... —Trago saliva—. ¿Sabes sobre mi carne?

Enarca una ceja.

—No sé de qué me estás hablando, otra vez desvarías.

—¡Mientes! Sé cuándo lo haces. Ya no me engañas más. No tengo idea de cómo te enteraste, pero... —Mis ojos se humedecen—. ¿Cómo pudiste? Le dijiste a los demonios, ¿cierto?

—Ya no quiero hablar más —expresa, serio—. Estás diciendo disparates.

—No sé de qué me sorprendo, siempre has sido un mentiroso.

—Ya que no me vas a decir cómo mierda sigues entre los vivos, yo me largo. —Avanza, entonces lo sigo, agarrándolo del brazo, así que me observa de manera despectiva—. Tú querías que acabara, pues ya se terminó, me cansé.

—Y sigues mintiendo —insisto y chillo cuando me empuja otra vez—. ¡Ay!

—Puede ser, puede que quiera seguir vengándome, pero no obtendrás ninguna información más de mí.

Se retira, entonces cierra muy fuerte la puerta de la habitación, así que me quedo, pensativa, en el suelo. Luego, cansada, decido salir despacio para no permanecer en el mismo lugar en el que se encuentra Andrea.

Es demasiado para mí.

Asthur

Freno mi coche, camino por el bosque, y al fin llego a la casa. Paso por la puerta rota, miro para todos lados buscando a Alice. Recorro pasillos hasta que la hallo en uno en la planta de arriba. Ella se encuentra sentada en el piso, apoyando la espalda en la pared, con la mirada perdida. Me agacho, luego chasqueo mis dedos en frente de su cara, para que se dé cuenta de mi presencia. Alza la vista, entonces me sonríe.

—¿No podías esperar, Cazador? —bromea, aunque se nota que su gesto es forzado.

—¿Qué pasa, Princesa?

—En esa habitación. —Señala el cuarto de al lado—. Está el esqueleto de Andrea.

—Vaya, aunque no parece que sea lo que te afecta —opino, refiriéndome a sus pensamientos.

Se levanta y la acompaño en el movimiento, tomando su mano.

—Tenorio estuvo aquí —confiesa.

Frunzo el ceño.

—Ese infeliz. ¿Ya me dejas matarlo?

—Tiene información —murmura.

Sonrío.

—Sería un placer torturarlo para obtenerla.

—No, no importa, creo que ya lo entendí. —Suspira.

—¿Qué cosa?

Alza la vista a mirarme fijo a mis ojos.

—Tenorio no solo me mandó al psiquiátrico por creer que estaba loca, es evidente que quería traer de regreso a Andrea. O sea, si yo puedo volver, ¿por qué ella no? Tendría sentido su cuestionamiento.

Mi odio a ese sujeto crece.

—Es evidente que experimentaron contigo. —Bufo, molesto.

Me sonríe y me da palmaditas en el hombro.

—Relájate, ya pasó. —Hace una pausa, luego enarca una ceja—. ¿Pero eso demostraría por qué él sabría lo de mi carne?

—A menos que la probaran —digo con asco—. Aunque los humanos no hacen eso. Además, tendrían que tener mucha suerte de morirse y volver a la vida para descubrirlo. En todo caso, Andrea ya está muerta, no conseguiría hacer eso, un esqueleto no puede comerse tu carne, ya es tarde para ella.

—Sí, yo volví como condenada, aunque todavía no sé por qué.

—Te ayudaría, pero no hay evidencia histórica en lo sobrenatural en dónde un condenado logra salir de su pentagrama y venir al mundo de los vivos, podrías ser la primera.

Se ríe sin humor.

—No sé si sentirme especial.

Tomo su barbilla.

—Eres especial para mí.

Acerco mi rostro al suyo, pero se aparta.

—Estaba pensando en quedarme aquí —me comenta, cambiando de tema.

Suspiro.

—¿Aquí? ¿Por qué?

—Esta zona tiene todo lo necesario para descubrir lo que ocurre, en este lugar sucedió la magia —expresa en tono irónico.

—Supongo —digo, disconforme.

—¿Me ayudas?

—¿A mudarte y alejarte de mí? No, gracias. —Refunfuño.

Se ríe.

—Me refiero a quitar las cámaras y arreglar la cerradura para que Tenorio no vuelva a entrar aquí. Si quieres puedes quedarte, no te estoy echando.

—¿Me estás invitando a vivir en una casa vieja? —Miro el lugar.

Mueve los hombros sin importancia.

—Es más grande que la tuya, y tiene de decoración un esqueleto, sin contar que hay pistas de un misterio que resolver. Es una casa tenebrosa, espectacular, está de oferta. O sea, es gratis, pertenece a mi familia.

—Deja de hablar como vendedora que regatea una casa polvorienta. —Me cruzo de brazos y hago una sonrisa—. No tienes que pedirme que me quede a vivir contigo para protegerte ni siquiera dos veces, voy a estar para ti.

—Qué lindo eres.

Enarco una ceja.

—Claro que no.

—¿Manos a la obra? —ofrece.

Hago una reverencia con confianza.

—Lo que la princesa ordene.

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