24: El hilo rojo del destino
Alice
Visitamos el museo. El encargado es un señor bajito y regordete, un tal Pascual. Llevo entendido que el director del museo es Máster, pero Asthur no se ve preocupado. Debe ser que ese demonio no viene mucho por aquí. No obstante, tampoco hay nada importante por este sitio. Veo cosas extrañas, pero nada que pueda ayudarme a entender. Ni siquiera mi ojo titila, para al menos tener una guía.
―Vamos a la biblioteca, está al lado ―sugiere Asthur.
Asiento, entonces pasamos la tarde allí. Leo algo interesante sobre el hilo rojo del destino, una leyenda oriental en la que estás conectado a otra persona. No es nada relevante, solo un poco parecido a lo de los hombres lobo con su alma gemela, pero me gusta el último dato que me proporciona el libro. Habla de una protección más allá de lo entendible, como Asthur y yo, como si estuviéramos conectados por una fuerza mayor.
El demonio me arrebata el libro, después se pone a leer lo que es de mi interés, luego se ríe.
―Te gusta porque esto no habla de nada romántico.
―¿Y? ―Refunfuño al entender que está percibiendo mis emociones.
―Vamos a visitar al estúpido hombre lobo. ―Cierra el libro y lo guarda en su estante, así que pasa muy cerca de mi rostro, al inclinarse para guardarlo.
Siento su respiración.
―Pe... pero ya es tarde ―digo, nerviosa, después observo la ventana, viendo que está oscureciendo―. Y ya me cansé.
Sonríe, mueve su rostro, entonces lo tengo en frente de mí, nuestras narices se rozan. Siento mis mejillas arder. No obstante, lo hace otra vez, se aparta. El maldito me provoca a propósito. Flexiono las piernas, parezco un animal alzado las veinticuatro horas del día. Cómo lo odio.
―Vamos ―insiste, ignorando mi acotación, entonces lo sigo.
Nos dirigimos al bosque. Dejamos el auto a un lado de la carretera, así que caminamos entre los árboles. Voy detrás del demonio, despacio, ya se ha oscurecido.
El hilo rojo del destino habla de almas gemelas. Individuos conectados, sobre todo de manera romántica. No niego que quizás me guste Asthur, pero "amor" es una palabra muy amplia, ni siquiera me creo merecedora de algo tan complicado. Además, ¿por qué el dios supremo de los demonios nos juntaría? Tengo entendido que él no hace esas cosas.
Al fin nos cruzamos con el tan mencionado hombre lobo y yo puedo dejar de pensar. Aunque en realidad vamos a tratar el mismo tema que me está molestando desde que llegué a este pueblo.
―Pues mira, ni idea cómo podría ayudarte ―expresa el susodicho que se hace llamar Tarchos―. La diosa luna junta a cada hombre lobo con el poder del destino, pero no sé la forma en la que actúa tu deidad, deberías ir a ese altar del que tanto hablan.
―No es así de fácil ―responde Asthur.
Era evidente que no encontraríamos nada.
Me giro y camino por el bosque, mientras ellos siguen hablando. Hay una luna enorme, pero claro, no tiene que ver conmigo. Su luz se refleja en un lago cercano. Camino hasta allí, salto la valla, entonces toco el agua, es cristalina. Me quito el calzado, así que camino por la orilla. La naturaleza es algo maravillosa cuando sabes que estás viva. Las hojas de los árboles se mueven por una pequeña ventisca, pero el clima es cálido. Sin pensarlo, me quito la ropa, entonces me adentro en el agua. La tranquilidad que siente mi alma no se puede describir.
Asthur
Dejo de hablar con Tarchos, cuando me doy cuenta de que Alice ya no se encuentra en mi presencia. En su otra vida, debió ser escapista profesional. Me despido del hombre lobo, entonces la busco. Llego a un lago, y casi todo mi sistema racional se pierde. Está desnuda, sintiendo el agua. ¿Es acaso una venganza? Por todas las veces que la provoqué. No lo creo, ella no es así, solo es extraña. Aunque eso es lo que la hace especial.
Hermosa y especial.
Desengancho mi corbata, luego bajo mi chaqueta. Acto seguido, continúan todas mis otras prendas, que terminan en el pasto. Entro en el agua, así que se sobresalta. La verdad es que sí parezco un animal acechando a su presa. No obstante, se me queda mirando y permanece quieta, sin siquiera huir. Solo fue la sorpresa, la desconcentré. Por lo demás, no le afecta estar desnuda delante de mí, ni tan poco ver que estoy igual que ella. Termino de acercarme, entonces estamos parados con la mitad de nuestros cuerpos, sumergidos en el agua.
―Te va a atacar alguien ―acoto y toco su cabello mojado.
Las gotas de agua de mi mano empapada, caen, haciendo el recorrido hasta su mejilla.
―Quizás, pero no es importante, solo sigo a mi instinto.
―¿Y te dice que no es peligroso este sitio? ―me burlo.
Ella sigue seria.
―Así es.
―Ya veo. ―Agarro su cintura―. Hace tiempo que no me hacías este actuar tan confuso.
―Pasa de forma repentina, para mí es normal.
―No me asustes así. ―Me aproximo a su boca.
Pone sus dedos en mis labios, y ahora es ella la que moja mi cara.
―No hagas eso.
―¿El qué? ―Tomo su mano.
―Provocarme ―declara, enojada, pero sus mejillas están rojas―. Si vas a hacer algo, solo realízalo.
―¿Quieres que te folle en el lago? Qué traviesa.
―No vamos a tener sexo ni aquí ni en ningún lado.
―¿Por qué no? Estamos desnudos. ―Me río.
―Porque tú no quieres.
―¿Qué dices? Tú eres la que no quiere. ―Vuelvo a reír.
―Eso es absurdo, he demostrado que estoy bastante entregada.
―Supongo que ese es el punto. ―Bufo―. Hubiera entrado otro aquí, entonces también te dejabas.
Todo el tiempo que mantenía la vista en mí, se esfuma, entonces pone sus ojos en el agua, abandonando su linda mirada, ya no me regala ese encantador color miel verdoso.
―No puedo negar nada ―dice con sus labios temblando.
―Alice... ―Alzo mis manos, luego llego a sus mejillas y tomo su rostro. Le levanto la cara, así que me aproximo a su bella boca―. Yo no quiero tener sexo contigo, yo quiero hacerte el amor.
El tiempo se detiene mientras me contempla, pero me rompe el corazón en miles de pedazos, cuando de sus hermosos ojos salen muchas lágrimas. Me mantiene un momento más la mirada borrosa y llena de lágrimas, hasta que apoya su mano en mi pectoral, entonces me empuja, alejándose.
Se da la vuelta, pero veo como mueve sus brazos y sus manos, demostrando que se limpia las lágrimas. Se da cuenta de que tiene el agua, así que luego se moja la cara. Toma una gran bocanada de aire, antes de suspirar y continuar. No veo su cara, sigue de espaldas, pero me responde.
―Volvamos a la casa.
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