16: Celos incontrolables
Asthur
Podría percibir las malas intenciones de este infeliz a kilómetros. Aunque no tengo dudas de que hasta un humano se daría cuenta de que es calaña. Menos Alice, solo porque es un pancito de luz. Me doy asco, pensando tan cursi. Aun así, son peores mis celos. Nada más, quiero desmembrarlo, porque le está tocando las manos, y ni siquiera sé quién es. Esto no es para nada sensato de mi parte, así no se comporta un hombre de negocios.
―Asthur... ―declara Alice, sorprendida, haciendo que deje de observar al tipo―. Te hablé de Tenorio, ¿recuerdas?
Sabía que era ese desgraciado.
―Tu prometido ―gruño.
El hombre se ve satisfecho con mi aclaración. Le quiero borrar esa sonrisa de la cara, pero no deseo asustar a Alice. Debo comportarme y no hacer un escándalo, aun así, es muy difícil.
―Qué agradable que tengas amigos en el pueblo ―opina el que debería tener la lengua cortada.
―Me estoy quedando en su casa ―comenta ella.
No sé qué me desagrada más, que él mencione que soy el amigo o que detrás de mi hospedaje, hubo un secuestro que ya no puedo borrar. Aunque si no hubiera existido, no nos habríamos conocido, sin embargo, eso no justifica lo horrible que es la acción. Detesto sentirme así, soy un demonio, maldita sea. Acepté mis sentimientos, pero admitirlo no evitará que me sienta tan frustrado.
―Bueno. ―Asiente Tenorio y luego decide aclarar―. Estoy aquí, así que pienso que ya no necesitamos de esa hospitalidad, gracias.
Se me fue la paciencia.
Golpeo la mesa y me acerco a su cara, gruñendo. Le muestro mis afilados dientes, entonces se asusta.
―Asthur... ―Los labios de Alice tiemblan.
―¿No es uno de los tantos que te hicieron creer que eras una loca? ―Mantengo la compostura mientras mis ojos brillan en un rojo vivo―. Solo le demuestro lo equivocado que estaba.
―Yo... ―Creo que el hombre se hará pis encima―. Será mejor que me vaya, ya es tarde. Sabes en donde me estoy alojando ―le aclara a Alice sin dejar de observarme y se levanta, despacio.
Quizás, por las dudas, de que le pueda arrancar algo.
Percibo el miedo de Tenorio, así que sonrío. Eso es lo que me gusta presenciar en mis presas. Aunque este no valga la pena. Apreciemos que siempre genero pavor en los que me rodean, pero provocarlo a propósito, creo que me gusta más. Sobre todo, con este pedazo de mierda.
Se retira, entonces mis ojos vuelven al color negro oscuro de siempre y mis dientes regresan a ser humanos. Me pongo erguido, acomodo mi chaqueta, luego la corbata, por todas las venas que se me activaron, pues casi cambio. Así es como recupero la compostura. Cuando miro a Alice, ella me observa enfadada.
―Siéntate ―dice, molesta.
―¿Disculpa? ―Enarco una ceja.
―¿Por qué interrumpiste así? Arruinaste la charla. Siéntate, no terminé mi café. ―Refunfuña―. Tú lo vas a pagar.
―¿Yo? ¿Sentarme? ¿Aquí? ―Miro para todos lados, avergonzado.
―¡Sí!
Estiro un poco el cuello de mi camisa, luego le hago caso. Apoyo mi maldito culo en la silla. Diablos, ¿cómo terminé haciendo el ridículo? Mierda, olvidé por completo que estoy entre tanta gente. ¡Es una cafetería! Soy un negociador, pero estas cosas sociales me enervan. Saco un pañuelo de mi bolsillo, entonces me limpio la sangre negra de mi cara.
No hay ninguna acotación de parte de Alice. Se mantiene atenta al vapor que sale de su café. Apoyo mi codo en el respaldo de la silla. La gente murmura, estaba atenta al drama, pero no creo que se hayan dado cuenta de lo que le mostré a Tenorio. Los detesto, ¿por qué hablan? Métanse en sus asuntos. En momentos como este extraño mi cabaña.
Maldita sea, Maguer tiene razón, parezco un ermitaño y un salvaje.
―Gracias ―murmura la chica de mis sueños.
Me sobresalto.
―¿Qué?
Se ríe.
―Para ser un demonio, tienes muy mal oído.
―Deja de agradecerme. ―Refunfuño.
―¿Por qué? Dijiste una verdad importante ―Supongo que se refiere a mi acusación hacia Tenorio―, y encima me acompañas, eso me parece muy amable, al menos para alguien que me protege por mi carne.
Alejo mi codo del respaldo, despacio.
―¿Crees que te protejo por tu carne? ―Enarco una ceja.
―Quieres un beneficio, eso es seguro.
―Esperaba que pensaras que es por lástima o algo así ―expreso, incómodo―. Aunque, tiene sentido, esto se ve muy mal.
Ladea la cabeza.
―Entonces, ¿por qué es?
Mierda, no vi venir esa pregunta.
―Yo... ―Trago saliva―. Pretendía mentir, pero la presencia de Tenorio en el pueblo, la verdad es que no me lo permite.
―¿Qué tiene que ver mi prometido con esto? ―Me observa, extrañada.
―Qué asco. ―Cierro los ojos con fuerza, suspiro, y luego los abro―. Mis celos. ―Ella me sigue observando como si estuviera diciendo algo muy raro, así que continúo―. Estoy enamorado de ti, Alice. ―Va a abrir la boca, pero la detengo al seguir―. Sé perfectamente que no está bien, no tengo ese derecho, así que no es necesario que digas algo sobre esto.
―Pero...
―Si te veo como una de mis colecciones, no me tengo que preocupar, pero si te veo como algo que amo, debería dejarte ir, porque eso hace el amor, desea la felicidad del otro.
―Asthur...
―Lo sé, es patético. ―Bufo―. Me siento un idiota.
―No sé qué decir.
Golpeo la mesa y se sobresalta.
―¡¡Por eso te exijo que no digas nada!! ―Reacciono, siento mis mejillas quemándome―. Perdón, estoy alterado. No me gusta este sitio.
―Ya... ya terminé mi café ―susurra.
Hago una pausa, entonces le pido a la mesera la cuenta. Una vez fuera de la cafetería, caminamos en dirección al sendero de la cabaña. Qué silencio más incómodo. No debí haber confesado nada, pero la molestia que me genera ese Tenorio, no la consigo evitar, y lo peor de esto, es que no me puedo comer a Alice en ningún sentido posible. Ah, cómo me odio, ¿para qué me envié solo a la zona de amigos?
Miro a Alice de reojo mientras avanzamos y mis manos siguen en mis bolsillos. Se ve tan apetitosa, tan indefensa, ni siquiera debería confiar en mí. La verdad, yo no lo hago. Dudo de que, en algún momento, no logre evitar mis fantasías, terminando por lanzarme sobre su dulce y frágil cuerpo. Voy a morir con este deseo incontrolable. Quítenme estas ansias de ella, por favor.
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