La viuda negra: antídoto
—¡Me voy a morir! ¡Me voy a morir! —gimotea Iván. Ahora se siente fatal, debería haber sido sincero con Quique, o mejor, haber tirado la tarjeta de Clara... aunque por otro lado también lamenta no haber tenido tiempo de enredarse con ella entre las sábanas y en privado.
—Que no —asegura Santi—. Ya te ha dicho Sofía que el veneno rara vez es mortal, no estás teniendo una reacción anafiláctica, y tenemos de todas formas antídoto para las emergencias.
—¡Pues darme el antídoto! —Iván siente calambres en el brazo, en el estómago y hasta en la raíz del pelo.
—Lo he sacado en cuando oímos los gritos —explica Santi, con el tono de quien explica al consejo de dirección que los beneficios se han duplicado—. Sólo tiene que descongelarse. Abrete los pantalones.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque el veneno de la viuda negra produce priapismo. —Al ver la cara de perplejidad de Iván, Santi suspira—. Hace que se te ponga tiesa. Ábrete la bragueta, que no es bueno dejarla doblada.
Le sobra la razón, a Iván le lleva doliendo un rato. Pero claro ¿qué no le duele? El bicho de su entrepierna asoma la cabecita en cuanto suelta los botones.
—Ay, pobre. —La mujer araña se inclina y termina de abrirle el pantalón; detiene con un gesto a Santi, que se ha acercado con una manta peluda—. No, no... no puede quedarse así, el chiquitín... voy a echarle una mano.
Cinco dedos terminados en uñas picudas rodean el bicho de Iván, hábiles como las patitas de una araña envolviendo la presa en su hilo. Iván se arquea sin poder evitarlo, su oruga está tiesa como si hubiese llegado la época de hacerse crisálida.
—Ufff, cómo está... —Sofía le da unos lengüetazos tentativos en el capullo, con la puntita de la lengua como una mariposa libando—. Voy a tener que esmerarme.
Iván cierra los ojos, incapaz de decidir si la máscara le recuerda a una araña, si lo que imagina es que Venom se la está chupando, o cuál de las dos ideas le está poniendo más burro.
—Toma amor. —La voz de Santi suena a su lado e Iván da un respingo. Demasiado ocupado con sus tribulaciones, se había olvidado de él.
Santi le entrega a Sofía un frasco con aspecto de perfume fino.
—Ay, piensas en todo. —Con la misma boca que acaba de chupar la polla de Iván, da a su marido un muerdo que sería la envidia de cualquier macho de viuda negra. Cuando se apartan, él le dirige a Iván una sonrisa que podría usar de propaganda un dentista y levanta los dos pulgares.
—¡Venga, a por todas! —anima, como un coacher de las películas de boxeadores que a Quique le gusta tanto ver.
Sofía riega con el frasquito la oruga de Iván, y lo extiende con habilidad. Es un lubricante suave como la seda, con un perfume a miel tan intenso que incluso a él le dan ganas de comerse su propia polla. Si más contemplaciones, la mujer-araña le engulle hasta la garganta e Iván gime.
—¡Precisión! ¡Foco! —Las exclamaciones de Santi distraen a Iván del objetivo que Sofía persigue con denuedo, su bicho está tan sensible que cada roce le hace gritar; finalmente no puede más y cierra los ojos, se cubre las orejas con las manos y, con un chillido, se corre como una fuente.
—Por Dios, si ha costado —jadea Sofía.
—Es su primera vez, contigo —justifica Santi magnánimo—. Los equipos de trabajo recién formados siempre necesitan un tiempo para engranar.
—Pero, ¿por qué no se me ha bajado aún? —protesta Iván, incrédulo. Pese a toda la jalea que salpica su estómago y el sofá de cuero, lo suyo sigue como un bicho palo.
—Ah, si, priapismo —le recuerda Santi—. Voy a por el antídoto.
Iván en este punto, sea porque sigue sensible como las antenas de pluma de un insecto, sea porque ya ha engranado como dice Santi, lo que le apetece es otra ración de lo mismo. Sofía le sonríe y cabecea hacia la puerta por la que ha desaparecido su marido.
—Es un hombre supereficaz. No tienes idea de lo cotizado que está como gestor.
Como gestor de orgasmos Iván le podría poner reparos, pero es un huésped y no quiere ser maleducado. Santí vuelve con una jeringuilla pequeña, guardada dentro de una bolsa de plástico hermética, y un paquete de condones extra-sensitive.
—Aún le faltan unos minutos —declara, agitando la bolsa hermética—. Vas a tener que hacer una extensión del proyecto, cari.
—Ya me compensarás las horas extra —accede ella.
Iván no sabe si le gusta ser parte del planning, pero en este punto, cualquier idea que traiga a Sofía de vuelta a libar de su estambre es bienvenida.
Con solo dos dedos parejos, como dos antenitas, ella desenrosca el condón descendiendo a lo largo del tallo de Iván. Luego tiende una mano a su marido, que la ayuda a trepar al sofá y arrodillarse a horcajadas sobre los muslos de Iván.
—Ya has oído —sisea la mujer-araña—, ahora somos un equipo veterano. Dispuestos a completar los mayores desafíos.
Se mece atrás y adelante, oprimiendo las piernas de Iván entre las suyas. El látex del traje chirría como un grillo muy sexy y el vello de Iván se electriza, de punta como cilios sensibles.
—Esa cazadora de cuero huele muy bien —señala la mujer-araña—. Pero en este momento es un blocker.
Encantado de ayudar, Santi la desabrocha y le levanta a Iván hasta las axilas la camiseta que lleva debajo.
—Gracias —dice él, con una vocecita. Los códigos de cortesía de la situación se le escapan.
Está mareado y no sabe si es la picadura, o que le falta sangre en el cerebro porque se ha ido toda a otro lugar. La mujer-araña se arquea sobre él, restregando sus tetas de carne y su torso de plástico. A Iván le recorren escalofríos y su piel nunca ha estado tan sensible, nota la lengua de ella sobre los pezones y ya no aguanta más. Sin pretenderlo aferra la escultura de látex, palpando las costillas y la cintura fina, las caderas y el trasero redondo y tenso. Y piensa que ya jamás podrá tocar un globo sin empalmarse.
Sujeta el aguijón con la mano y lo dirige al círculo de carne desnuda y vello rizado entre las piernas, que le recibe y le atrapa; Sofía se alza y desciende, con las manos sobre su pecho y la lengua entre los labios
—Estás preciosa. —El jadeo de Santi es tan imprevisto que no puede evitar dar un respingo—. Agazapada, encima de la presa, con los jugos fluyendo...
Debe ser sincero, porque tiene la mano entre las piernas y bombea en ella con el abandono del macho de la mantis mientras su compañera saborea la cena. Sofía se inclina hacia él y ambos se besan de nuevo, con frenesí; Iván se agita debajo y empuja en una cópula desesperada.
Vuelve a la tierra un buen rato después, con la mujer-araña desmadejada entre los brazos y su marido resoplando sobre su hombro.
—Muy bien —articula Santi—. Un desempeño impecable.
Se estira hacia la mesa y entrega a su mujer la jeringuilla.
—Ponsela, antes de que se empalme de nuevo.
Sofía gruñe, pero se incorpora. Toma un pliegue del vientre de Iván, cerca de la cadera, y antes de que él se de cuenta ha clavado la aguja. Iván nota menos el pinchazo que el frío que aún retiene la cánula.
—Enseguida te encontrarás mejor —asegura Santi, que se ha levantado y tiene una mano en jarras y otra sobre el sofá. Parecería un caballero inglés posando, si no estuviera sólo vestido de una pierna.
Con delicadeza, gira la mano y luego la extiende triunfal, con una araña de cuatro centímetros agazapada en medio.
—Aquí está la muy bicho. Siempre igual, la encanta mirar.
—¡Mi preciosa! —se enternece Sofía—. ¿Se encuentra bien?
—No me la acerques —protesta Iván.
—De verdad, es inofensiva —asegura Santi, con la cara de un padre que asegura que su hijo "es un poco travieso"—. Solo pica cuando se asusta.
—Es mejor que la devuelvas al terrario —aconseja Sofía—. Ponle algo rico de cena y que descanse, han sido muchas emociones por un día.
Se baja del sofá de un salto y cubre a Iván con la manta peluda.
—Yo casi mejor me marcho... —intenta él, abochornado.
—Ni hablar, tienes que descansar un rato. El antídoto actúa muy rápido, pero cuando se te afloje toda la tensión muscular te vas a encontrar agotado. Las primeras veces que Santi usó el veneno pasó cuarenta y ocho horas en la cama.
—¿Usais el veneno como si fuera viagra? —exclama Iván, incrédulo. Sofía responde con un bufido indignado que hace pensar de inmediato en élitros y pinzas.
—La viagra es un producto de laboratorio; lo de de Manuela es algo natural, sin rastro de química. No compares.
Santi vuelve a tiempo de oír la última frase, vestido de nuevo con su batín negro y portando una bandeja con tres vasos de agua helada.
—Cuando compramos a Manuela fue porque buscábamos una alternativa ecológica —explica—. ¡Quién iba a pensar el cariño que le cogeríamos!
—¡Espera! —Sofía corre hacia una estantería con libros y vuelve con tres volúmenes enormes, encuadernados en tapas de madreperla—. Mientras descansas, hay tiempo para enseñarte todas las fotos de familia.
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