Capítulo 5. - 2ª Parte

Como me salga la mitad de bueno que el de mi abuela, van a tener que moverme en carretilla, pensé.

Extendí todos los ingredientes sobre la barra, asegurándome que no me faltaba nada, me cambié de ropa y me quité las lentillas, puse mi playlist por los altavoces del comedor y en cuanto The Killers sonó, empecé a cocinar.

Las recetas de mi abuela había que ir probándolas mientras las hacías, porque en todas ellas habían medidas ambiguas, que provocarían una embolia a más de un chef, como una pizca, un chorrito y, mi preferida, hasta que admita.

Mientras se descongelaba el caldo que había preparado el fin de semana anterior, lave las patatas peladas y empecé a cortarlas en rodajas. Podría decir que las cortaba de manera profesional, con una habilidad impresionante y todas con el mismo grosor, pero la realidad es que no era buena cocinera. Tardaba una eternidad en cortar cualquier cosa, a cada tajo que daba estaba segura de que me iba a cortar un trozo de dedo y no había dos rodajas con el mismo grosor.

Por suerte, la carnicera había tenido la amabilidad de cortarme las costillas de cerdo en trocitos, así que solo tuve que sofreírlas con un poco de tomate rayado y los trocitos de panceta.

Durante mis experimentos con la cocina, había descubierto que era de las que cocinaba bailando, o al menos moviendo el culo de un lado a otro con la paleta en la mano. Mis primeros intentos habían resultado incomibles, pero después de varios días las recetas empezaban a saber a lo que tenían que saber.

Removía la carne en la sartén mientras la profunda voz de Johnny Cash me acompañaba, bailaba dando cortos y lentos pasos de lado a lado. Profundamente envuelta por la música y concentrada en que no se me prendiera fuego la cocina, no me percaté de que Mai estaba de pie en mitad del salón hasta que no me di la vuelta.

Se había cambiado de ropa y si no fuera porque me salpicó una gota de aceite en el brazo podría haberla mirado durante horas.

—Lo siento —empezó a decir — He llamado, pero como no me contestabas y la puerta estaba abierta...

—No, no, tranquila —conteste interrumpiéndola.

De repente empecé a ponerme roja, la esperaba más tarde y quería haberme cambiado antes de que hubiera llegado. Iba vestida con mi ropa de estar por casa, que se basaba en una camiseta de manga corta con un cuello muy ancho, tanto que se me descolgaba totalmente por un lado y me descansaba en el codo, además mis pantalones cortos resultaban más reveladores de lo que hubiera querido.

—He traído unos postres —dijo mientras levantaba una cajita de cartón, despertándome de mi letargo.

—Oh gracias, ven, déjame que los ponga en la nevera.

Mai se acercó a darme la pequeña caja y en cuanto la metí en el refrigerador la invité a sentarse al otro lado de la barra.

—Bueno, pues bienvenida al restaurante La ruleta.

—¿Por qué La ruleta?

—Porque soy nueva en esto de cocinar, así que algunas veces la comida se puede comer y otras la comida te puede comer a ti —bromeé.

Mai rio suavemente antes de sentarse y observar lo que estaba cocinando.

—¿Y qué hay en el menú?

Arroç al forn, es decir Arroz al horno, es una comida típica de Valencia.

—Huele bien —dijo estirando el cuello para ver mejor cómo cocinaba —¿Qué lleva?

—Lo cierto es que, aunque es famoso, cada casa lo hace de una manera —dije mirando los ingredientes al tiempo que retiraba la carne del fuego y ponía las patatas —. En nuestro caso lleva costillas de cerdo, panceta, patata, garbanzos, arroz y tomate, también suele llevar morcilla, pero yo la odio así que no se la pongo. Hay quien le pone pasas, longaniza o una cabeza de ajos.

—Entonces hay muchas maneras de cocinarlo.

—Sí, pero como lo estoy haciendo yo pues lo hago como me da la gana.

—¿Es difícil?

—Mmm... en realidad no, pero es un poco pesado porque tienes que hacer todos los ingredientes por separado y después juntarlos en el horno —dije retirando las patatas del aceite —. ¿Quieres algo para beber mientras esperas?

Mai negó con la cabeza mientras me observaba como terminaba de cocinar. Junté la carne, los garbanzos cocidos y el arroz en una fuente de cerámica, distribuí las rodajas de patata por encima y lo regué todo con el caldo que había calentado. Por último, lo coroné con dos grandes rodajas de tomate natural y lo metí en el horno.

—¡Pues ya está! —dije mientras me quitaba los guantes, dando la vuelta para sentarme sobre la barra al lado de Mai —. Veinte minutos y ya podemos comer.

—Bien —dijo desviando los ojos de mis piernas.

No pude evitar mostrar una sonrisa maliciosa cuando Mai enrojeció.

Ahora que estaba más cerca podía verla bien y ese suave olor a coco que impregnada su piel hacía que se me acelerase el pulso. Se había recogido el pelo con una coleta a un lado y el ligero vestido de tirantes dejaba al descubierto más piel de la que mi pobre corazón estaba acostumbrado a observar.

Mai volvió su cabeza en dirección contraria, lo que me ofreció una vista perfecta de su largo cuello. Podía ver como el vello de su nuca se erizaba mientras, inquieta, llevaba las yemas de sus dedos al borde de su oreja y en ese momento pensé en cómo se sentiría al acariciarlo con la punta de la lengua o que sonidos saldrían de sus labios mientras lo hiciera.

—¿Quieres ver mi habitación?

—¿Qué? —preguntó como si acabara de despertar.

—Necesito cambiarme —dije mirándome las piernas —¿Quieres venir a mi habitación mientras?

—¿Dices al mismo tiempo que te estás cambiando de ropa? —dijo tragando saliva, lo que me provocó unas fuertes carcajadas.

—La verdad es que yo me iba a cambiar en el baño mientras te dejaba curioseando —dije antes de inclinarme hacia ella un poco y suavizar mi voz —, pero si me lo pides por favor, me cambio delante de ti y hasta te dejo escoger la ropa.

Mai palideció y se quedó muda mientras me miraba, no sabía si realmente se lo estaba pensando o se había muerto con los ojos abiertos, pero no pude resistirme a partirme de risa al tiempo que bajaba de un salto al suelo.

—Venga, acompáñeme señorita Himeko —la llamé mientras caminaba —, y le mostraré mi mundo.

Entré en el baño después de dejar a Mai en mi habitación. Me puse los pantalones vaqueros desgastados y cortos que había escogido, la camiseta de tirantes gris oscura y la camisa de cuadros marrones y verdes que me encantaba. Me apoyé sobre el mueble del baño y suspiré pesadamente mientras me miraba. Tenía sentimientos contradictorios sobre como me veía o, al menos, como quería verme. ¿Debería haberme arreglado más? ¿Me había arreglado demasiado? ¿Y desde cuándo esta camiseta tenía tanto escote?

Rápidamente, aparté todas las preguntas, me lavé la cara antes de atarme la mitad de pelo en una pequeña coleta alta y salí.

Apoyada en el marco de la puerta observé a Mai, que todavía no se había percatado de mi presencia. Paseaba despacio por mi librería, mirando los títulos de los libros que había leído o tenía pendientes por leer. Se paró delante de las fotos que tenía colgadas al lado de mi escritorio y pude oír como reía sutilmente mientras se inclinaba al mirarlas. Pasó los dedos por algunas de ellas, para después coger con delicadeza la pequeña lámpara en forma de luna que había sobre la mesa.

Pude ver cuando llamó su atención, dejando la pequeña luna en su soporte y acercándose con cuidado a observarla, porque mi cuerpo se tensó tanto que me dolió. La guitarra de mi padre descansaba sobre su soporte de madera y la ligera brisa rozaba las cuerdas, haciendo una sutil y vibrante nota, apenas audible. Los dedos de Mai se movieron lentamente hacia ella.

—Ya debería estar la comida —dije llamando su atención —. ¿Me ayudas a poner la mesa?

—Claro — dijo ella, retirando la mano.

Mai preparó la mesa mientras yo servía los platos. No sabía si el arroz me había salido comestible, pero al menos olía de lujo. En cuanto metí el tenedor en mi boca, una sensación cálida y familiar me envolvió, estaba claro que no llegaba al nivel del que hacía mi abuela, pero por un momento me sentí en casa de nuevo.

Himeko parecía disfrutar con la comida, apenas hablaba y su tenedor se llenaba más con cada viaje al interior de su boca. Después de unos minutos en silencio, me di cuenta de que Mai no dejaba de lanzarme miradas fugaces, como si quisiera decirme algo, pero no se atreviera, quizás era un sabor al que no estaba acostumbrada y solo comía para complacerme.

—¿No está bueno?

—¿Qué? ¡No! No es eso—dijo apresuradamente —. Está delicioso y nunca había probado algo así.

—¿Entonces? —pregunté ladeando la cabeza al tiempo que levantaba una ceja.

—Gafas.

—¿Perdona? —solté, divertida y confundida al mismo tiempo.

—Llevas gafas.

—Pues claro que llevo gafas, ¿tú no?

—No.

—Entonces debería ser yo la que esté sorprendida —dije antes de darle un trago a mi agua —. Lo raro es que tú no las necesites, no conozco a nadie de nuestra edad que no esté más ciego que un gato de escayola.

—Es que nunca te había visto con ellas.

—Eso es porque solo las llevo en casa, no me gusta que me recorten la visión así que cuando salgo llevo lentillas —dije colocándolas de nuevo sobre mi nariz —, pero si tan mal me quedan puedo quitármelas.

—¡No, no! —dijo abriendo mucho los ojos—. ¡Te quedan muy bien! Quiero decir... pareces más... madura.

—Yo soy muy madura cuando quiero —dije riendo —, pero es menos divertido.

—Me pregunto si algún día tendré el placer de verlo —bromeó para volver a hablar pasados unos segundos —. Entonces, ¿cómo es que hoy estás sola?

—No solo hoy, normalmente paso todos los sábados sola. Kyo se va con el club de senderismo y mi madre y Hideo casi viven dentro de la oficina durante toda la semana. ¿Y tú?

—Los sábados mis padres van a visitar a mis abuelos. Viven un poco lejos, así que se van por la mañana y no vuelven hasta casi la noche. Yo voy alguna vez, pero prefiero quedarme.

Después de terminar con la comida y con los pasteles que había traído, nos sentamos en el sofá. Mai quería ir a por su ordenador, pero insistí en prestarle el mío, al fin y al cabo yo no tenía planeado hacer otra cosa más que leer y ella podía consultar lo que quisiera en mi portátil.

Pasaron las horas, ambas permanecimos en silencio y aunque cada una estaba a la suyo, el ambiente no resultaba incómodo. El sonido del tecleo de Mai, junto a la música que había de fondo, me relajaba mucho. Me sentía extrañamente tranquila, como no lo había estado en mucho tiempo, su mera presencia provocaba en mi mente cierta paz que añoraba.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo suavemente.

—Prueba.

—El piano, ¿es tuyo?

—Al parecer sí —dije en un susurro.

—¿Sabes tocarlo?

—Sí —dije después de pensarlo durante unos segundos.

—Pero no lo haces.

—¿Y como sabes que no lo toco?

—Porque he oído tu música cientos de veces, pero no el piano.

—Sí, supongo que tienes razón —dije mirándolo mientras suspiraba —. Ya no lo toco.

—¿Por qué?

—Creí que solo me ibas a hacer una pregunta —bromeé con una sonrisa crispada intentando desviar la conversación.

—No me has contestado.

—No sé, porque no puedo.

—¿Por qué no puedes?

—Joder Himeko, casi prefiero cuando no hablas —dije visiblemente irritada —. Tengo mis razones, ¿no puedes conformarte con eso? No es que tú seas muy comunicativa y me lo cuentes todo.

Ambas quedamos envueltas en un silencio, pesado e incómodo, Mai pareció encogerse detrás de la pantalla del ordenador y mi frustración, rápidamente, se convirtió en un sentimiento de culpa. Me había pasado con ella.

—Oye, lo siento —dije frotándome la sien con una mano mientras cerraba los ojos —. No debería haberte hablado así. Es que no es un tema del que me guste hablar. Perdóname.

Mai permaneció sin responderme y yo empecé a pensar que la había cagado pero bien.

—Yo... escribo —dijo en un susurro.

—¿Cómo dices?

—Me preguntaste qué es lo que hago en los descansos —explicó —. Escribo, estoy... Escribiendo un relato, bueno, es casi como una novela o al menos eso intento. Escribo cuando puedo, de hecho estaba haciéndolo ahora.

Mai volvió a quedarse en silencio y durante un momento no supe qué decir, así que probé suerte.

—¿Puedo leerla?

—No está terminada.

—No importa —dije antes de poner carita de cachorrito —. ¿Por favor?

—No te atrevas a burlarte —dijo después de pensárselo.

Me pasó el ordenador, indicando que podía leer los apuntes sobre la historia antes de empezar. Mai había estructurado la trama a la perfección hasta el final, todo el desarrollo estaba separado por actos y dentro de estos había especificado escenas y algunos diálogos específicos, incluso tenía descripciones tanto físicas como emocionales muy extensas de los personajes. Toda la planificación tenía esa aura meticulosamente planeada que solo Mai podría haber ordenado, lo que me provocó una sonrisa inconsciente.

—Un momento —empecé a decir mientras terminaba de leer el listado de escenas del primer acto, abriendo mis ojos como platos y sonriendo de oreja a oreja—, esta... ¡Esta es una novela romántica!

Mai enrojeció ante mi reacción, la risa se me escapó de entre mis labios y no podía dejar de leer.

—Devuélvemelo —dijo seria intentando quitarme el ordenador —. Ahora.

—No, no, espera —dije intentando controlar la risa al tiempo que apartaba el portátil de sus manos —, lo siento, no me burlo. Es que me ha pillado por sorpresa.

Empecé a leer y notaba la mirada de Mai clavada en mí mientras devoraba los párrafos. Durante poco más de dos horas mis ojos quedaron clavados a la pantalla y, mordiendo la punta de mi pulgar, me dejé atrapar por la sencilla, pero increíble historia que Mai había escrito. De vez en cuando, levantaba la vista hacía ella, que me observaba con paciencia y yo me preguntaba como alguien a quien, claramente, le costaba mostrar sus sentimientos ante los demás podía escribir algo que transmitía tanta pasión.

En cuanto terminé de leer agradecí que Mai me dejara ojear sus apuntes sobre toda la trama, porque todavía no había escrito el final y, en el punto en el que lo había dejado, el relato era emoción pura.

—Esto... —dije en un susurro antes de mirarla —esto es bueno Himeko, es realmente bueno.

—¿Lo crees de verdad?

—Absolutamente —asentí con firmeza — quiero decir, está claro que siempre se puede pulir alguna cosa, pero mírame, no he podido dejar de leer.

—Gracias —dijo Mai con un brillo alegre en los ojos mientras mostraba una ligera sonrisa —. ¿Cambiarías alguna parte?

—No, bueno, quizás la parte del beso.

—¿No te ha gustado?

—No, no es eso, espera —dije antes de levantarme.

Mai estaba recostada sobre uno de los reposabrazos del sofá, me deslicé hasta su espalda y me arrodillé para que pudiéramos ver ambas la pantalla. No me di cuenta de lo cerca que quedaban nuestras cabezas hasta que me asomé por encima de su hombro, apoyando mi mano sobre la tela del mueble, mi pulgar rozó suavemente su clavícula y pude ver como su cuerpo se tensaba al notar mi respiración sobre ella.

Intencionadamente, mientras la observaba, volví a dejar escapar despacio el aire de mis pulmones sobre su espala que respondió a mi sutil caricia al instante. El vello de Mai empezó a reaccionar y sus dedos se crisparon sobre el teclado, pero permaneció en silencio. El olor a coco volvió a soltar una descarga sobre mis nervios y su pálida piel empezó a enrojecer e irradiar calor.

Sabía que era cruel por mi parte hacer cosas como esa. El seguir molestándola, juguetear con sus sentimientos, pero simplemente no podía tener suficiente de cómo se retorcía, ni de esa tierna cara roja cuando jugaba con ella.

—Creo que está muy bien, pero —empecé a decir — creo te centras demasiado en lo físico.

—¿Qué... quieres decir?

—Piénsalo, ellos se conocen desde que eran niños. Se han separado y vuelto a encontrar muchas veces y aunque siempre se han amado nunca han podido estar juntos. Creo que cuando se besan por primera vez la carga sentimental debería de ser lo más importante.

—Sé a lo que te refieres, pero no tengo muy claro cómo escribirlo.

—Tranquila, solo intenta sentirlo —dije suavemente, al tiempo que me movía un poco para poder mirarla a los ojos —. Han esperado mucho para poder darse ese beso, los segundos que lo preceden deberían parecerles una eternidad y no pueden evitar saborearlos. La expectación sobre como se sentirá, es agónica, pero emocionante y cuando por fin acortan la distancia que separa sus labios es como si el mundo al fin tuviera sentido. Solo prueba a escribir sobre ese amor que sienten.

—Pero, ¿y si no sé cómo se siente? ¿Cómo se diferencia el amor de todo lo demás?

Y de pronto me pareció que esa pregunta era mucho más de lo que parecía.

—Bueno — sonreí —, está lo típico. No puedes dejar de pensar en esa persona, un mundo en donde no esté es inimaginable y parece que vives en una peli que disney donde los pajarillos te cantan y todo parece tener como un filtro de purpurina.

Mai rio suavemente y, aunque todavía no me había acostumbrado, el sonido de su risa me resultaba como una melodía dulce y perfecta. Con una ligera sonrisa me perdí en sus ojos antes de seguir hablando y el tono de mi voz se convirtió en un susurro.

—Yo creo que el amor es mucho más. Creo que es como llegar a puerto después de una larga noche de tormenta. Es frenético y tranquilizador al mismo tiempo, pero sobre todo es un acto de confianza. Es mostrarte ante alguien tal y como eres, con todos tus defectos y debilidades, entregarte por completo y esperar que te acepte y te ame sin condiciones.

—Suena aterrador.

—Porque lo es —reí —. Y eso es lo que lo hace tan intenso, emocionante y también tan terriblemente doloroso si no sale bien, pero ese dolor es la prueba de que era real.

Mai no dijo nada y ambas nos quedamos allí, en silencio mientras nuestros ojos se buscaban. Un pequeño mechón de pelo se deslizó por su mejilla y mi mano se movió sola cuando lo recogí y lo coloqué detrás de su oreja. No tuve la suficiente fuerza de voluntad para retirar mis dedos, que quedaron suspendidos a escasos milímetros de su oreja y en ese momento, podría jurar que Mai se inclinó sutilmente hacia mi mano, acortando la distancia que la separaba del suave roce de mis dedos sobre su piel.

—¿Ves? —dije retirando mi mano rápidamente al tiempo que me aclaraba la garganta —. Puedo ser madura cuando quiero.

—Sí, ya lo veo —dijo ella antes de levantarse —Se está haciendo tarde, será mejor que me vaya.

—Sí, claro.

Observé cómo Mai recogía sus cosas apresuradamente, al mismo tiempo que una amarga sensación me subió por la garganta. Sus ojos no volvieron a cruzarse con los míos y una sombra se instaló en su rostro cuando se encaminó hacia la salida.

Nos despedimos fríamente, pero antes de que cerrara la puerta las palabras se escaparon de mis labios sin pensar.

—Oye... —llamé su atención —. Si te apetece y no quieres matarme todavía, puedes venir aquí todos los sábados que estés sola. No hace falta que hagamos nada en particular, es solo que... me resulta agradable tu compañía. Piénsalo, la puerta siempre estará abierta.

—Lo pensaré —dijo con una sonrisa torcida.

—Genial —sonreí —. Buenas noches.

—Buenas noches.

No pude cerrar la puerta hasta que su cabello negro desapareció de mi vista tras los muros que rodeaban la casa. Apoyé la frente sobre la lisa madera, cerré los ojos mientras expulsaba el aire de mis pulmones despacio hasta que quedaron vacíos y mi cerebro me hizo la pregunta más obvia del mundo.

¿Pero qué cojones estás haciendo, Ona?

El domingo había pasado más rápido de lo que hubiera querido, apenas me había dado tiempo a hacer nada y ya era de noche. Mai y yo habíamos intercambiado algunos avioncitos, donde me preguntaba sobre algunas canciones que le habían gustado cuando estuvo en mi casa o sobre libros que tenía en mi biblioteca.

Mamá y Hideo estuvieron todo el día con nosotros y era agradable verlos por la casa para variar. Comimos juntos y aunque por la tarde Hideo tuvo que salir y no volvió para la cena, pudimos hablar durante un buen rato.

Mi padrastro era un hombre muy inteligente y extremadamente bondadoso, tanto que a veces me preocupaba que alguien pudiera aprovecharse de su buena voluntad, pero mi madre era una mujer fuerte y, a pesar de parecer demasiado amable, tenía un carácter que no dudaba en sacar cuando era necesario, así que eso me tranquilizaba.

En cuanto terminamos de cenar, mamá y Kyo se encargaron de recoger la mesa y aproveché para darme una larga ducha. Después de secarme el pelo y recoger mi ropa, me dispuse a bajar, pero antes de llegar a las escaleras oí mi nombre. En el salón, Kyo y mi madre estaban hablando de mí mientras preparaban un té y en cuanto iba a darme la vuelta para no interferir, mi cuerpo quedó paralizado por la voz de mi madre.

—Entonces sigue evitando hablar de lo que pasó en el almacén —preguntó mamá.

—Sí, ella insiste en que se dio un golpe en la cabeza y luego me cambia de tema —dijo Kyo —, pero he vuelto a hablar con la enfermera y me dijo que el golpe no era lo suficiente fuerte como para perder el conocimiento, se desmayó antes de caer.

—No ha cambiado nada, sigue siendo igual de testaruda.

—Oye mamá... Ona me dijo que no tenía intención de quedarse en Japón, que en cuanto terminara los estudios se iría.

—Lo sé —suspiró mi madre —, creo que muy en el fondo tenía la esperanza de que en algún momento cambiara de idea mientras estudia, pero ahora creo que si consigue una manera de marcharse antes de graduarse se aferrara a ella sin pensarlo.

Kyo permaneció callado un momento antes de volver a hablar.

—Cuando le pregunté el motivo, dijo que aquí solo había dolor para ella. Dijo dolor, ¿A qué se refería?

El sonido de una silla deslizándose me dejó adivinar que mi madre se había sentado y después de un gran suspiro, sus palabras hurgaron con fuerza en una herida que aún conservaba abierta.

—¿Alguna vez te ha hablado de su padre?

—No.

—El padre de Ona y yo nos conocimos cuando estábamos en la universidad. Él era músico, era muy bueno, componía canciones para otros artistas y cuando a mí me ofrecieron un trabajo aquí en Japón, él no dudó en seguirme. Héctor trabaja desde casa, así que cuando nació Ona, él estaba encantado de encargarse de ella la mayor parte del tiempo para que yo pudiera trabajar duro y demostrar que aun siendo mujer y madre podía ser mejor que muchos hombres.

—Parece un buen tipo.

—Y lo era. Ona se parece mucho a él y creo que eso le resulta más duro de lo que nunca reconocerá —el silencio de mamá se sintió pesado y desgarrador, porque yo sabía que venía ahora —. Cuando Ona tenía ocho años, por fin mis superiores empezaron a tenerme en cuenta y me ofrecieron una oportunidad. Tenía que viajar a Alemania y presentar un proyecto en el que yo había trabajado mucho. No era un viaje largo, solo estaría fuera cuatro días y aunque no estaba segura, Héctor me animó.

Un pitido alto y fuerte si instaló en lo más profundo de mi mente, el pulso se me disparó al tiempo que me dejaba caer sobre la pared a mi espalda y me deslizaba hasta quedar sentada en el suelo con las piernas temblorosas.

—El mismo día que volé a Alemania, Héctor sufrió un aneurisma y murió. Ona estaba con él cuando pasó.

—Joder, no lo sabía.

—Cuando me contactaron, estaba en el aeropuerto, a punto de coger el vuelo de regreso. Ona iba a la escuela y cuando no apareció, intentaron llamar a casa pero nadie respondía. Una vecina nuestra tenía una hija que iba con Ona a la escuela y cuando se enteró, vino a casa, pero al ver que nadie respondía se preocupó, llamó a la policía y entraron a la fuerza.

No sé cuándo dejé de respirar exactamente, pero todo empezó a darme vueltas.

—Encontraron a Ona sentada en el suelo, al lado del cuerpo de su padre. Había estado paralizada durante casi tres días, sin comer o beber, los médicos dijeron que era como si su cerebro se hubiera desconectado para protegerse. Después de eso tardó meses en volver a hablar y desarrolló nictofobia, miedo a la oscuridad —mamá hizo una pausa antes de volver a hablar —. Al final, los padres de Héctor propusieron llevarla a vivir con ellos a España, lejos de todo esto y a mí en ese momento me pareció que era lo mejor, pero ahora ya no estoy segura de eso.

—Recuerdo que Ona rechazó el piano durante la primera cena que tuvimos —dijo Kyo —. Supongo que también tiene algo que ver.

—Sí —suspiró mamá —Como te he dicho, Héctor era un gran artista y no perdió la oportunidad de enseñarle a tocar el piano desde que pudo mantenerse sentada sola —una amarga risa salió de sus labios antes de volver a hablar — Ona aprendió a tocar antes que a escribir, recuerdo de Héctor solía decirme "Ana, esta niña es un prodigio de la música, no puede ser nuestra, ¿seguro que no nos la cambiaron en el hospital?".

—Entonces desde que murió su padre no ha vuelto a tocar.

—No que yo sepa —dijo mamá y en sus palabras pude notar toda la tristeza acumulada durante estos años —. Creo que sigo esperando, que por un milagro, vuelva a verla sentada en la banqueta algún día, pero cada día que pasa me resulta más difícil creerlo. La niña que fue ya no está y cada vez que la miro veo en sus ojos rencor.

El peso que me oprimía el pecho se hizo tan grande que se volvió insoportable y rápidamente toda la tristeza que había soportado durante tanto tiempo se convirtió en amargura, como siempre lo hacía.

—Tú no tienes derecho a esperar nada de mí —dije en cuanto bajé las escaleras.

En cuanto mamá y Kyo se percataron de mi presencia ambos quedaron paralizados, mirándome con cierta precaución, como a un animal al que temes y esperas que se abalance contra ti.

—Oye Ona... — empezó a decir Kyo.

—Esto no tiene nada que ver contigo, así que no te metas si no quieres recibir tú también.

Kyo miró con cuidado a mi madre antes de levantarse y desaparecer por las escaleras, el ruido de la puerta de su habitación dio paso al silencio.

—¿No crees que has sido demasiado brusca?, yo no te crie para tratar a la gente así.

—Es que tú no me criaste.

—Hice lo que creí que era lo mejor para ti, puede que me equivocara pero...

—Hiciste lo mejor para tu carrera, mamá. No te engañes pensando en otra cosa.

—¡Eso no es verdad! —dijo mamá levantando la voz — ¡Estaba destrozada! Un día éramos felices y al día siguiente me había quedado viuda, tenía una niña pequeña que había dejado de hablar y yo era tan joven... No sabía qué hacer, lo único que quería era dejar de sentir que me ahogaba por un segundo y creí que alejándote de todo esto...

—¡ME ABANDONASTE! —grité.

Las lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas de mi madre.

Después de tantos años fingiendo que no pasaba nada, que todo estaba bien, el rencor que guardaba dentro de mí explotó. Mis palabras, destiladas en bilis estaban fuera de control y no dejaban de salir. Necesitaba hacerle daño, necesitaba que se sintiera igual de herida que yo lo había estado durante tanto tiempo.

—¿Creíste que iba a estar mejor? Pues solo estuve más asustada, me enviaste a un país que no conocía, con unos familiares a los que apenas había visto en mi vida. ¡No necesitaba estar lejos, te necesitaba a ti! ¡Necesitaba a mi madre! Pero tú ya habías hecho tu elección y escogiste evadirte con tu trabajo antes que a mí.

—Eso no es justo —dijo mamá con la voz temblorosa.

—Bueno —dije encogiéndome de hombros —, tú tampoco lo fuiste conmigo.

Había dejado salir todo el veneno que me había corroído desde hacía años, casi lo había vomitado, pero no me sentía mejor. El ácido de mi rencor había calado demasiado hondo, hasta el hueso. La obra de teatro que había construido alrededor de nuestra relación se había desmoronado y la luz que al fin entró expuso que ahí nunca había habido nada.

—Necesito tomar el aire —dije sin mirar el fantasma que una vez había sido mi madre y salí por la puerta sin volver la mirada atrás.

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