Capítulo 5. - 1ª Parte

—Os juro que, si pudiera, me arrancaría la piel —dije mientras aleteaba el borde de mi camiseta para intentar darme algo de aire fresco en el vientre.

—Y que llueva casi todos los días, pues no ayuda —suspiró Priya abanicándose con la mano.

Hacía calor. Hacía mucho calor. Solo era media mañana, pero el infierno que estábamos sufriendo era insoportable. No recordaba que los días de junio en Japón fueran tan sofocantes, aunque el problema no era la temperatura, no debían de hacer más de 25 o 27 grados, pero la humedad era muy densa. Al haber vivido la mayor parte de mi vida en la costa creía estar preparada para este clima, de hecho, en Valencia solíamos quejarnos mucho de eso, pero aquello no era nada comparable con lo que estaba viviendo.

En las últimas dos semanas llovía prácticamente todos los días, cuando no lo hacía la humedad volvía el aire casi irrespirable y una sensación pegajosa te acompaña las veinte y cuatro horas.

Priya, Akxel y yo estábamos sentados en un banco en los jardines de la universidad y a pesar de que gozábamos de la sombra de un árbol, cualquiera que pasara por delante de nosotros vería que nos íbamos a derretir de un momento a otro.

—Akxel, en serio, me estás asustando —dije mirándolo.

El noruego llevaba unos treinta minutos sin hablar, estaba rojo y podía ver como gruesas gotas de sudor se le acumulaban en la frente y otras le resbalaban por la nuca. Miraba fijamente a la nada y sus cejas se movían con pequeños tics que hacían bailar su rostro entre infinitas expresiones.

—Estoy bien —susurró sin mirarnos.

—Lo que estás es a punto de hervir, parece que vayas a explotar —dijo Priya mientras se inclinaba hacia él para mirarlo mejor.

—Estoy bien —volvió a repetir con el mismo tono.

—¿Alguien me puede recordar porque estamos aquí fuera coqueteando con la muerte? —pregunté.

—Porque estamos esperando a Rokuro.

—¿Y no podemos esperarlo en otro sitio? Dentro de la cafetería, por ejemplo.

—Pero es que habíamos quedado con él aquí.

—Pues como tarde más nos va a encontrar secos como las momias.

—Vale, tienes razón —dijo Priya después de unos segundos de silencio —. Ahora le envío un mensaje y que vaya allí cuando termine, ¿vamos dentro?

—Por favor —dijo Akxel levantándose lentamente.

Me levanté de un salto y con media sonrisa le di unas palmaditas de consuelo en la espalda mientras caminábamos en dirección a la cafetería, estaba claro que Akxel no llevaba bien esta temperatura. En realidad no me sorprendía, él venía de una de las zonas más al norte de Noruega por lo que estaba más cómodo con los grados que salían de su nevera que con los que caían sobre nosotros en ese momento.

—¿Esa no es Himeko? —preguntó nuestra amiga.

Parada en mitad de camino, Priya nos señaló con la cabeza en dirección a lo que miraba y aunque en un principio su observación me animó, su cara entre curiosa y preocupada hizo que me alterara antes de girarme a mirar.

A unos metros de nosotros Mai y Yumiko hablaban acaloradamente. Aunque esa no sería una descripción correcta de la escena, Yumiko parecía furiosa y hablaba tan alto que, incluso estando a bastantes metros de ellas, nos llegaban algunas palabras. Por el contrario, Mai no parecía que hablara, se limitaba a mantener una postura erguida, pero firme que intentaba esconder lo alterada que debía estar.

—No parece que sean amigas —dijo Akxel algo más despierto.

—Ona... —me advirtió Priya sin dejar de mirarlas.

—Lo sé -la corté seria —. Entrad en el salón, voy a echar un vistazo.

Sin apartar mi vista de ellas empecé a caminar con paso firme en su dirección. Cuanto más me acercaba más se oían los gritos de Yumiko, estaba realmente enfadada, gesticulaba mucho y con un golpe seco golpeó una pequeña libreta que Mai llevaba entre las manos, tirándola al suelo.

Esto no me gusta, pensé.

Esto no me gusta nada.

Solo me separaban escasos dos metros de ellas, cuando de pronto, Yumiko levantó la mano hacia atrás y entonces lo supe, iba a abofetear a Mai.

—¿Todo bien? —dije con una sonrisa.

Por los pelos había conseguido alcanzarlas y agarrar la muñeca de Yumiko cuando la lanzó hacia la cara de Mai. Mantenía mi agarre firme y la obligué a retroceder, deslizándome entre ellas antes de continuar hablando.

—Bonitas pulseras —sonreí al tiempo que apretaba más mis dedos sobre su piel antes de soltarla -, tienes que decirme dónde las has comprado.

En un instante Priya y Akxel ya estaban de pie a cada lado de Mai, habían visto el intento de Yumiko por agredirla y no tardaron ni un segundo en correr hasta nosotras.

Me agaché a recoger la libreta de Mai y se la entregué mientras mis ojos la recorrían rápidamente para comprobar que estaba bien.

—Toma, se te ha caído esto —dije con una sonrisa intentando mostrarme tranquila, pero mi falsa expresión no podía estar más lejos de la realidad. Estaba furiosa, realmente furiosa —. Te veo nerviosa Yumiko, yo que tú me iría a tomarme una tila o algo.

—¿Te estás riendo de mí? —preguntó indignada —. ¡Por culpa de tu amiguita me han expulsado dos semanas!

—¿Expulsado? —pregunté girando hacía Mai.

—No te hagas la inocente —continuó Yumiko —, le has dicho a Himeko que nos denunciara al director y nos han expulsado a mis amigas y a mí por una simple broma.

—Ella no me ha pedido nada —aclaró Mai detrás de mí.

—Y vuestra simple broma hizo que Ona se golpeara la cabeza y perdiera el conocimiento —aclaró Priya antes de mirar a Akxel —. Seamos sinceros, Himeko se nos ha adelantado, pero nosotros también íbamos a denunciarlo.

—No voy a disculparme por esto —aclaró Mai mirándome fijamente.

Observé a mis amigos con una mezcla de sorpresa y frustración, pero empecé a pensar que, a lo mejor, tenían razón. Estaba acostumbrada a no depender de nadie ni pedir ayuda, aun cuando el agua me llegaba al cuello.

—Creo que es mejor que te vayas —sugerí a Yumiko con una ligera sonrisa —. Me resulta fácil ignorarte cuando solo me atacas a mí, pero no esperes que lo haga si intentas dañar a mis amigos.

—¿Cómo?

—Piénsalo un poco, Yumiko —dije acercando mi cara a la suya —. En el pabellón hay cámaras de seguridad, si hubiera querido te habría denunciado a la universidad en cuanto me desperté.

—¿Qué quieres decir?

—Que si no lo hice fue porque no quería tener nada que ver con alguien como tú. Eres una niñata malcriada y triste, que sabe que aún con el dinero que tiene su papaito vale menos como persona que las pulseritas que lleva -susurré antes de cambiar mi expresión y clavar mis ojos en los suyos—. No te lo volveré a repetir, déjanos en paz o te comeré viva.

Yumiko, presa de la furia, me abofeteó y esa sí que no la vi venir porque me la comí de pleno. Después todo pasó muy rápido, mis amigos empezaron a dar voces y una sombra más alta que yo se interpuso entre nosotras antes de que pudiera reaccionar.

—Atrévete a golpearla otra vez y me encargaré que no te vuelvan a dejar entrar ni en esta universidad ni en ninguna otra del país.

Podría reconocer la voz de Kyo en cualquier parte, pero nunca la había oído con ese tono. Era amenazante y la frialdad que desprendían sus palabras hizo que se me helara la sangre.

No me había percatado que Rokuro y él habían llegado junto a nosotros en mitad de mi improductiva amenaza. En pocos segundos la chica, temblando de rabia, desapareció de nuestra vista y Kyo dio media vuelta para mirarme. Se inclinó a mi altura y puso ambas manos a cada lado de mi cara inspeccionando mi rostro.

—¿Te encuentras bien?

—No —dije haciendo pucheros antes de sonreír —. Me duele el orgullo, idiota.

Kyo rio mientras negaba con la cabeza.

Durante estos días habíamos empezado a hablarnos otra vez, en realidad era inevitable, la mayoría de noches cenábamos los dos solos y nuestra casa estaba empezando a parecerse más a un tanatorio que a un hogar. Hablábamos de cosas sin importancia, pero en ocasiones podía ver como Kyo intentaba disculparse por la rabieta que hizo que dejáramos de hablarnos en primer lugar, aunque al final terminaba pinchándome de alguna forma estúpida.

—Entonces no te duele si te hago esto -dijo mientras me hurgaba la mejilla golpeada con el dedo.

—¿Por qué no te metes ese dedo donde no te da el sol? —grité mientras me quejaba de dolor y le daba un golpe en el hombro —. Lo tenía todo controlado, no tenías por qué meterte.

—Ona, podemos llevarnos mejor o peor, pero no me voy a quedar de brazos cruzados mientras te calientan la cara.

—Vale, vale —dije cruzándome de brazos con media sonrisa —. Gracias por dar la cara por mí.

—Oíd, muy tierna esta escena fraternal, pero seguimos derritiéndonos aquí fuera —dijo Priya dándole una palmada a Kyo en la espalda —. ¿Os importa seguir dentro? Mataría por un refresco.

—Suena bien —dijo Rokuro antes de darse la vuelta.

—Adelantaos vosotros —dije mirando a Mai —, nosotras tenemos que hablar.

Por unos segundos, se hizo el silencio mientras cinco pares de ojos me observaban con expectación y curiosidad. Priya fue la primera, y la única, en entender que no tenía pensado hablar delante de todos y sin pensárselo dos veces, empezó a dirigir a los chicos hacia la cafetería a empujones, como si fueran ganado.

En cuanto se alejaron lo suficiente de nosotras, me di la vuelta y me paré frente a Mai, me crucé de brazos y me planté en silencio. Parecía avergonzada y un poco irritada mientras me observaba, esperando, como una niña que sabe que le va a caer una bronca.

—Ya te lo he dicho, no voy a disculparme.

Me limité a levantar una ceja al tiempo que ladeaba la cabeza como respuesta.

—Puedes pensar lo que quieras, pero no creo que haya hecho nada malo —continuó ante mi silencio —. Se habían pasado y tú lo dejaste correr como si no fuera nada. ¿Por qué?, ¿y si no hubieran parado?

Mai estaba nerviosa, pero algo en su actitud me resultaba tremendamente divertido. No dejaba de hablar y encadenaba una defensa tras de otra, como si fuera una cría intentando defenderse de algo que había hecho mal. Se me hacía difícil mantener mi fachada ofendida, apretaba los labios intentando controlar la sonrisa que amenazaba con echar por tierra mi actitud, lo que me dio una expresión más enfadada.

—¿Sabes que? No me importa si no estas de acuerdo, regáñame si quieres —dijo frunciendo el ceño —. Dime que no tenía que haberme metido, dime que no era mi problema, pero no te quedes ahí plantada mirándome con esa cara, yo fui la que te encontró allí tirada y aún sigo asustada. ¡Di algo!

Mai me sostuvo la mirada, esperando que una lluvia de improperios cayera sobre ella en cualquier momento, pero manteniéndose firme. Podía ver el fuego en sus ojos, la misma llama que tenía el día que nos conocimos, desafiante y para qué vamos a mentirnos, eso me encendió a mí.

Mis ojos se quedaron clavados en sus labios, que mantenía apretados por el cabreo y por un momento me imagine agarrando su cara con mis manos, atrayéndola hacia mí para probar si eran tan suaves como pensaba y morderlos.

Pero eso no iba a pasar nunca, porque estaba segura de que Mai solo me veía como la punki molesta y extravagante que la perseguía hasta que aceptara ser su amiga, y en realidad, por mis propias razones, estaba bien con eso.

Pasaron unos segundo en los que el silencio y la tensión nos envolvió, Mai seguía manteniéndome la mirada de forma inquisitiva y yo seguía intentando mantener mi actitud ofendida.

Lentamente me incliné hasta que nuestras caras quedaron a la misma altura, no pude esconder más tiempo la ternura que me provocó toda esta situación y esbocé una pequeña sonrisa.

—Gracias.

Mai abrió la boca, preparada para volver a defenderse, pero su cara me dejó ver lo confundida que estaba ante mi agradecimiento.

—¿Qué?

—Gracias por preocuparte por mí. Tienes toda la razón del mundo, es solo que no estoy acostumbrada a pedir ayuda a nadie

—Oh...

—¿Pensabas que me iba a cabrear? —pregunté enderezándome de nuevo.

—Pues... sí.

—Bueno, lo cierto es que sí iba a decirte que algo que habría sido muy borde, pero es que he tenido tiempo de sobra para reconsiderarlo mientras hablabas sin parar —dije mientras Mai enrojecía de vergüenza y posiblemente de furia —. No sabía que podías divagar así, creo que en los últimos cinco minutos me has hablado más que en los dos meses que nos conocemos. Ha sido impresionante y muy divertido.

—Eso, búrlate de mí —dijo suspirando.

—Nada más lejos —puntualicé —, me has resultado... encantadora.

La cara de Mai enrojeció hasta ponerse de un intenso rojo y me apartó la mirada, aferrada a su pequeña libreta.

—Creo que nos están esperando —dije tras aclararme la garganta —. Podrías unirte a nosotros por una vez, nos vendría bien a todos algo frío.

—De acuerdo —susurró después de pensárselo durante un momento.

—Pues vamos Himeko — dije animándola a seguirme haciendo un gesto con la cabeza mientras empezaba a andar-, antes de que pase alguien más que quiera cruzarme la cara.

—Toma —dijo Kyo lanzándome un refresco frío —. Póntelo en la cara que aún la tienes roja.

Se dejó caer a mi lado sobre el sofá, haciéndome rebotar y puso los pies sobre la mesita antes de darle un sorbo al suyo.

—¿Cómo lo llevas Rocky? —rio cuando me encogí con el frío de la lata sobre mi mejilla.

—Creo que te equivocas —expliqué mientras abría el refresco y le daba un sorbo —. Rocky reparte igual que recibe, a mí me han calzado una ostia y ya.

—¿Quién iba a decirnos que esa chica era tan rápida, eh? —rio Kyo negando con la cabeza.

—Y que golpeaba tan fuerte, parece mentira con lo escuálida que está —dije riendo al mismo tiempo que mostraba una sorpresa en la cara que divirtió a mi compañero de sofá.

—Nunca la había visto tan furiosa, si te sirve de algo.

—¿Quieres decir que no era el guantazo tradicional japonés de amigas? —pregunté con falsa sorpresa antes de empezar a reírnos a carcajadas.

—Está claro que, desde que has llegado, nos has hecho la vida un poco más interesante.

—¿Nos? —pregunté levantando una ceja con una sonrisa socarrona.

—Sí... esto —empezó a explicar Kyo al tiempo que se rascaba la nuca —, ya sabes, para Priya y el resto.

—Ya... —susurré mientras daba otra sorbo a mi refresco.

Un tenso silencio se instaló en el salón, pero antes de que pudiera romperlo, Kyo se me adelantó, aclarándose la garganta antes de hablar.

—Oye, quería disculparme por lo del otro día. Mi actitud estuvo fuera de lugar.

—Desde luego.

—Uau, que directa.

—Te portaste como un payaso, Kyo. No voy a hacer como si no fuera cierto.

—Tienes razón, es que... —dijo ante dejar caer la cabeza hacia atrás —, ¡aaargh! Me dio rabia. Vi el ambiente entre Himeko y tú, y luego pensé en nuestro acuerdo y no sé... sabía que algún día terminaría, pero es que acabábamos de empezar y supongo que me pudo la frustración.

Kyo se veía inquieto mientras hablaba y se retorcía en su asiento. Cuando terminó de disculparse, el silencio volvió a envolvernos, pero esta vez fui yo la que lo rompió.

—¿Sabes por qué acepté este acuerdo?

—Dijiste que no querías ahora una relación seria.

—¿Y sabes por qué no la quiero? —dije. Negó con la cabeza despacio y yo suspiré antes de volver a hablar —. Kyo, yo no voy a quedarme en Japón.

—¿Qué quieres decir?

—No quería venir aquí en primer lugar —expliqué —. Las circunstancias me obligaron y al principio me resistí, te lo puedo asegurar, pero no podía mantenerme yo sola mientras estudiaba. Así que mi madre me dijo que si terminaba mis estudios en Japón, después me ayudaría a instalarme donde quisiera.

—Entonces cuando termines la universidad, ¿te irás?

—Sí, incluso puede que antes, con un poco de suerte —afirmé dando otro trago al refresco —. Quizás no sea a España, podría irme a cualquier sitio, pero de lo que estoy segura es que no puedo quedarme.

—¿Por qué?

—Porque aquí no hay nada para mí, solo dolor. No puedo atarme a nadie y por eso acepté esta relación en primer lugar —dije mirando mi refresco —. Y no tienes que preocuparte por Himeko, no creo que yo sea para ella más que una molestia y aunque ella me interese o no, da igual, esta es mi realidad.

Kyo permaneció en silencio, pensativo y la situación volvió a ponerse tensa. Quizás había sido demasiado brusca o debería haber buscando otro momento para contárselo, pero él se merecía saberlo. No pude evitar pensar en Mai y una sensación amarga invadió mi boca, tarde o temprano también tendría que decírselo y cuanto más esperara más difícil sería.

—Bueno, ¿vamos a ver alguna película ya o que? —dije intentando romper la incomodidad.

—Claro... -susurró Kyo sin mirarme —. Elige tú, normalmente vemos lo que yo pongo, aún no sé que géneros te gustan.

—Me gustan las películas románticas, las de terror y las de serie B.

—Esa es una combinación de gustos casi tan rara como tú.

—¡Oye! -me quejé pegándole en el hombro —. Pues te pierdes todo un mundo de absurda fantasía con las películas de serie B.

—Ya he visto la de Sharknado.

—Oh no, amigo. Esa es solo una que se ha vuelto famosa, yo me refiero a los clásicos de los verdaderos fans del género.

—Por favor no me los digas —dijo Kyo cerrando los ojos y negando con la cabeza.

Castores Zombies.

—Para.

El ataque de los tomates asesinos.

—Por favor no...

Vagina dentata.

—¡Esa la he visto!

—¿Por qué será que no me sorprende? —pregunté antes de continuar —. Kung Fu contra los siete vampiros de oro.

—No me lo puedo creer...

Brainhead o también conocida como Tu madre se ha comido a mi perro, esta es de Peter Jackson y es un clásico.

—Basta.

Pirañaconda.

—Esa te la has inventado.

El ataque de los payasos asesinos del espacio exterior.

—¡Por favor, para! ¡Te lo suplico! —gritó Kyo tapándome la boca —. Ponemos la que quieras, pero deja ya la lista.

—Pues me he dejado muchas en el tintero.

—No lo dudo.

—Entonces, ¿puedo iniciarte en el mundo de las pelis de serie B?

—Pon una antes de que me arrepienta.

—¡Bien! —salté de alegría —Vamos a empezar con The Rocky Horror Picture Show, si esta no te enamora, ninguna lo hará.

—Genial... —dijo Kyo sonriendo negando con la cabeza.

Esta era una de mis películas favoritas y la disfrutaba enormemente, nunca había sido muy fan de los musicales, pero el humor y la trama me atraparon desde la primera vez que la vi.

Kyo, que en un principio se mostraba escéptico, empezó a cambiar de postura y se mostraba cada vez más interesado en lo que estaba viendo. Su cara bailaba entre expresiones de sorpresa y no podía evitar soltar más de una carcajada.

Por primera vez desde que nos conocimos estábamos relajados el uno con el otro. Ahora sabía mis futuros planes y, los aceptara o no, podría decidir si quería continuar nuestra extraña relación con todas las cartas sobre la mesa.

Totalmente echada de lado sobre el sofá, empecé a estirar las piernas, medio entumecidas por estar dobladas desde hacía un buen rato. Kyo, que seguía sentado con la suyas sobre la mesita, me las recogió y las dejó descansar sobre su regazo mientras me masajeaba las plantas de los pies.

—Que bien... —suspiré al mismo tiempo que aprovechaba para estirar todo mi cuerpo y arqueaba mi espalda —. Eres bueno.

—Gracias —dijo mientras subía sus manos hasta mis gemelos.

—Mmm... más fuerte —susurré, pero de repente Kyo que quedó quieto —. ¿Ya te has cansado?

—No —dijo tranquilamente mientras tragaba —, pero necesito un momento.

Deslizó la palma de la mano por mi pierna hasta posarla sobre el empeine de uno de mis pies, a continuación lo presionó hacia abajo y comprendí a que se refería. Kyo estaba empezando a ponerse duro, hacía pequeños movimientos con la cadera en respuesta al más mínimo roce.

Divertida, me incorporé ligeramente apoyándome sobre mis codos y sonreí.

—Vaya, vaya —reí levantando las cejas—. No sabía que tenías esa clase de fetiche.

—En realidad —dijo mirándome —, son las piernas y reconozco que las tuyas me gustan.

—¿A sí?

—Además, mientras te estirabas se te ha subido la camiseta y me has dado una vista muy buena de tu ombligo.

—Y yo veo que no te has perdido detalle.

—Ona, tendría que estar ciego o muerto para no fijarme y más con esos mini pantalones que llevas.

—Tío, que hace mucho calor y estos los tengo desde hace años —dije mirándolos —. Son mis pantalones de ir por casa para el verano y, aunque están hechos una mierda, les tengo mucho cariño.

—Pues más te vale cuidarlos, porque no sé si encontrarás algo tan corto por aquí, las japonesas no visten tan ligeras ni en casa.

—Puede ser, pero yo no soy japonesa.

—Ya me he dado cuenta —dijo con una sonrisa socarrona.

—Así que las piernas, ¿eh ? —dije mientras rozaba intencionadamente con mi pie a Kyo —. ¿Alguna parte en concreto?

—Veamos... Me gusta que te pintes las uñas de los pies —dijo divertido antes de volverse más serio.

Kyo deslizó sus manos bajo mi pierna derecha, levantándola hasta que mi pie quedó a la altura de su boca y rozo suavemente sus labios sobre mi espinilla.

—Tienes la piel suave, unos gemelos redondeados y tus muslos... —dijo bajando con la punta de sus dedos por mi pierna hasta detenerse en ellos-, podría pasarme la vida acariciándolos.

—Kyo -dije antes de que se me escapara un pequeño gemido —, ¿estás realmente bien con esto? Ahora que sabes un día me marcharé...

Kyo me silenció con un pequeño mordisco a un costado de mi pie, al tiempo que su mano recorrió mi muslo antes de adentrarse por la pernera de mi pantalón.

—Entonces habrá que aprovechar mientras aún estés aquí.

Caminaba dando saltitos de pura felicidad por la calle, aferrada a la bolsa que tenía entre los brazos mientras hacía un repaso mental para asegurarme que no se me olvidaba nada.

Desde el incidente en el almacén, la doctora de la universidad me había estado insistiendo mucho en que controlara mi alimentación y me obligaba a mantener un control de mi peso. Cada vez que me hablaba de la importancia de comer bien yo pensaba que mi abuela tenía una opinión firme y brutalmente calórica sobre ese tema.

Sus comidas eran bombas nucleares que o te mantenían enérgico durante todo el día o te mataban intentando digerirlas, pero eran las mejores y las echaba muchísimo de menos. Así que, después de que mi tía me enviara algunas recetas, estaba dedicando los sábados a intentar recrearlas y había descubierto que me resultaba tremendamente relajante.

Metida plenamente en mi fantasía de gorda mental, noté que algo me tocaba el hombro, haciendo que me sobresaltara.

—¡Ostias! —grité mientras daba un salto en dirección contraria.

Mai permanecía con el brazo aún levantado, mirándome seria, pero con ojos divertidos, lentamente me hizo un gesto como si se tocara unos auriculares y dijo algo que no pude oír.

—¿Qué? —dije jadeando al tiempo que me los quitaba para poder oírla.

—Te daba los buenos días y te preguntaba si ibas camino de tu casa antes de que saltaras como un conejo.

—Pues... sí, pero ahora creo que voy a buscar mi corazón, porque estoy segura de que me ha salido disparado por la boca -dije aún con la respiración agitada tocándome el pecho.

—Si no hubieses llevado la música tan alta o, al menos, estuvieras más atenta no te habría asustado -dijo a modo de reproche antes de empezar a caminar-. Agradece que haya sido yo y no un coche.

Mai y yo caminamos juntas por la calle hasta llegar a nuestras respectivas casas. En los últimos días ella parecía más relajada e incluso me atrevería a decir alegre, aunque seguía manteniendo un semblante más bien serio, podía ver en sus ojos cierto brillo.

—¿Vas a comer sola? —pregunté en el umbral de la verja de mi casa, mirando la bolsa de compra que llevaba Mai en una mano.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Porque veo que solo llevas unos fideos instantáneos y algún aperitivo. Esa es la comida de alguien que está solo y no quiere cocinar.

Mai se quedó pensativa mientras miraba el contenido de su compra, pero antes de que pudiera contestar volví a hablar.

—¿Quieres comer conmigo en casa?

—No quiero molestaros a tu familia y a ti.

—Tranquila, a mi familia no la molestas porque no están y si a mí me molestaras no te habría invitado en primer lugar.

—No sé —empezó a decir —, iba a comer rápido y después quería estudiar.

—¡Vamos, vente! Voy a cocinar algo especial -dije intentando despertar su curiosidad —. También puedes estudiar en mi casa, normalmente paso el día leyendo o escuchando música.

Mai no parecía del todo convencida, así que hice mi último intento antes de poner rumbo a mi casa.

—Además, me debes una.

—¿Por? —preguntó incrédula.

—Porque no solo impedí que te golpearan, sino que además me aplaudieron la cara defendiéndote. Yo creo que comer conmigo sería una buena manera de mostrar tu gratitud —dije maliciosamente antes de guiñar un ojo y empezar a andar —. ¡No llegues tarde!

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