Capítulo 4. - 1ª Parte
Iba a explotar.
No sabía cuándo ni qué lo provocaría, pero estaba segura de que iba a pasar y sería pronto.
Inspiré lentamente, abrí la mano mientras soltaba todo el aire de mis pulmones y la flecha acarició mi mejilla antes de impactar a escasos centímetros del centro de la diana. Suspiré con fuerza y me di la vuelta para volver a subir el volumen de la música que sonaba por los altavoces del pabellón dedicado al club de tiro con arco.
Volví a ponerme en posición, coloqué otra flecha e intenté concentrarme de nuevo.
Los latidos de mi propio corazón se volvieron ensordecedores y a pesar de ello seguía oyéndolo. El desagradable pitido que se había instalado en mis oídos era alto, constante y amenazaba con volverme loca. Estaba acostumbrada a vivir con acúfenos, siempre estaban ahí en mayor o menor medida, pero en algunos momentos se presentaban como un aviso insistente de que, si no tenía cuidado, se desataría el caos y perdería el control.
Expulsé el aire lentamente por la boca y acaricié las plumas de vinilo antes de colocar los dedos en posición y tensar la cuerda otra vez.
Habían pasado cuatro días desde que me acosté con Kyo y no podía quitármelo de la cabeza, en parte porque una sensación horrible de culpa recorría todo mi cuerpo pero también, y eso no lo iba a negar, porque lo había disfrutado mucho.
Kyo era bueno en la cama y me sorprendió lo generoso que se mostró, era muy meticuloso en sus caricias y bastante dispuesto a dar más de lo que recibía. Todo había sido muy sencillo y sin complicaciones, en cuanto dejamos claro que no se trataba de romance sino de simple placer no tardamos en enseñarnos qué nos gustaba y donde. No era necesario perder el tiempo con falsa educación.
Mi concentración iba y venía sin parar, volvía a transportarme a esa noche, a esa habitación, a las manos de Kyo sobre mi cuerpo y a su lengua explorando hasta el último rincón de mi piel.
Volvía a notar su pelo, rozando mi vientre mientras bajaba hacia mi cadera para quitarme la ropa interior. Notaba sus labios al subir por mi pierna, dejando un rastro de pequeños mordiscos hasta llegar a mi intimidad para hundirse en ella. No pude hacer otra cosa que aferrarme a su pelo cuando un fuerte gemido murió en mi garganta.
— ¡Joder! —grité apoyándome contra la pared antes de morderme el dorso de la mano—. Despacio.
Kyo o no me oyó o decidió ignorarme mientras seguía dándome fuertes lametazos al tiempo que me torturaba con los dedos.
— Kyo vas muy rápido —gemí—. Frena un poco.
— Oye, nadie se me ha quejado nunca, ¿sabes? —me regañó levantando la cabeza entre mis piernas.
— Entonces nadie te ha dicho la verdad nunca.
La réplica pareció hacerle gracia y continuó saboreándome con más lentitud hasta que hice que se levantara, él no parecía muy contento con ello pero si hubiera seguido un poco más no lo podría haber aguantado.
Los besos de Kyo eran posesivos y exigentes, su lengua no me daba tregua y exploraba mi boca con agresividad. Cuando tuve que recobrar el aliento, Kyo descendió a mi garganta, donde lamió siguiendo la línea de mi mandíbula hasta llegar a mi oreja al mismo tiempo que bajaba su mano por mi cuerpo hasta adentrarse en mis piernas. Todo era tan rápido, tan furioso que no podía procesar la situación, lo sentía en mil sitios al mismo tiempo y en todos sabía exactamente dónde tocar.
Intentando recuperar el control y mientras le atraía hacia mí rodeando su nuca, deslicé mi mano entre el elástico de su pantalón en busca de mi premio. Si él quería torturarme yo no iba a ser menos.
Kyo soltó un ronco gruñido cuando sintió mi mano envolviéndolo y aceleró los movimientos de la suya entre mis piernas. Perdí la fuerza y apoyé la frente en su hombro mientras sentía que la presión en mi vientre subía demasiado rápido como para detenerla. Grité, grité tan alto que si no fuera porque las ventanas estaban cerradas me hubiera oído media calle.
En cuanto recuperé el aliento intenté devolverle el favor, pero antes de que pudiera siquiera arrodillarme Kyo agarró mi muñeca. Fruncí las cejas al mirarlo, confusa mientras él respiraba con dificultad.
— No creo que pueda aguantarlo —se justificó con una ligera sonrisa. Pude oír claramente los fuertes latidos de su corazón, tan rápidos como los míos.
— Entonces póntelo y siéntate en la cama —dije tragando saliva—. Todavía no hemos terminado.
Los ojos de Kyo brillaron con intensidad antes de darse la vuelta para coger un condón de su mesita de noche, quitarse los pantalones y sentarse en el borde de la cama mientras se lo ponía. Se inclinó para apagar la luces de la habitación pero le detuve la mano antes de llegar al interruptor y negué con la cabeza.
— Tienes razón —dijo mirándome con una sonrisa maliciosa—. Yo también quiero verte bien.
Sin decir una palabra me senté a horcajadas encima de él.
La presión que se acumuló en mis omóplatos me despertó del trance, indicando que no podría aguantar mucho más tiempo la tensión de la cuerda sin perder fuerza. Inspiré por la nariz y expulsé el aire despacio por la boca antes de soltar la flecha que se clavó casi al centro de la diana.
Deje caer los brazos a cada lado de mi cuerpo y me di la vuelta dispuesta a recargar mi carcaj con las pocas flechas que quedaban cuando una figura en el umbral de la puerta llamó mi atención.
Mai me miraba con una expresión confusa, con la cabeza ligeramente ladeada permanecía quieta, aferrada al tirante de su bolso con las dos manos. Bajé el volumen de la música y miré el reloj de la sala, se me había ido el tiempo totalmente.
— ¿Cómo me has encontrado? —pregunté mientras metía las dos últimas flechas en el carcaj.
— Tu amiga me vio en la puerta, me dijo que seguramente estarías aquí —dijo caminando hasta donde yo estaba. ¿Así que me estaba esperando otra vez?, pensé—. No me habías dicho que te habías apuntado a un club.
— ¡Claro que sí! —dije con un falso tono de ofensa—. Te lo conté cuando tú me dijiste a donde vas todos los días a la hora de comer.
Entrecerró los ojos e ignoró mi pulla, claramente esa conversación no había tenido lugar y ella seguía sin decirme a donde iba.
— ¿Desde cuándo vienes?
— Llevo unas dos semanas, vengo los días que tú tienes una clase a última hora, pero yo no —aclaré encogiéndome de hombros—. Normalmente termino antes, pero hoy he perdido la noción del tiempo.
— ¿Por qué estás sola?
— Porque en realidad me había apuntado a tiro con arco tradicional, pero el primer día en cuanto me puse los auriculares con música me echaron —reí—. Así que lo consulté con el director y, siempre que me comporte, me dejan usar el pabellón y el material cuando no están ellos.
Mai no pareció sorprendida en absoluto y se limitó a poner los ojos en blanco negando con la cabeza. Verla tan tensa hizo que se me ocurriera una idea.
— ¿Quieres probar?
— No, gracias —dijo cuando examinó la diana—. Eres buena.
— Gracias. Es la primera vez que toco un arco.
— ¿Cómo? —dijo girando la cabeza hacia mí con rapidez y frunciendo el ceño.
— Es que tengo muy buena puntería —aclaré con una gran sonrisa. Mai volvió a mirar la diana con cara de incredulidad y no pude aguantar la mentira más tiempo sin reírme—. Es una broma, Himeko. No es mi primera vez.
— ¿Dónde aprendiste?
— Hagamos una cosa —empecé a decir mientras le tendía el arco—. Lanza las dos últimas flechas que quedan en el carcaj y te lo cuento.
— No lo sé...
— Venga, dame el gusto —supliqué con cara de cachorrito pidiendo comida. Mai mantuvo la mirada por unos segundos y suspiró antes de contestar.
— De acuerdo...
Mi sonrisa se volvió más amplia al tiempo que apoyaba el arco en su soporte y me quitaba el protector de brazo.
— Ven, déjame a mí —dije mientras le ayudaba a colocarse la protección—. Esto protegerá tu brazo en caso de que cuerda te roce.
— Vale.
— Ahora colocamos la flecha sobre este soporte y la enganchamos en la cuerda en esta cosita —expliqué señalando el encoque. Mai asintió—. ¿Eres zurda o diestra?
— Diestra —aclaró.
— Perfecto —dije tendiéndole el arco con la flecha cargada—. Ahora viene lo bueno.
Le mostré cómo tenía que sostener el cuerpo del arco con la mano izquierda y algunas técnicas de tensado de la cuerda, a lo que ella siempre respondía asintiendo silenciosamente.
— Tienes que coger la cuerda con esos tres dedos —dije, pero no parecía muy convencida de ello—. No, espera, así.
Di un paso al frente y sosteniendo su mano con delicadeza le mostré la posición correcta. Creo que hasta ese momento nunca había tocado la mano de Mai, de hecho era la primera vez que la tocaba en el sentido literal. Su mano era pequeña, suave y parecía muy delicada. Al contrario que la mía, estaba ligeramente fría y el contraste de temperatura hizo que se me erizara el vello de la nuca. Mai pareció congelarse cuando sintió el calor de mi mano rodeando la suya y su respiración se paró durante un momento.
— Perfecto —asentí—. Ahora tensa la cuerda, recuerda hacer fuerza en la espalda y no en los brazos.
Después de dos intentos por fin pudo tensar la cuerda y su postura tenía tantos defectos que me hizo soltar una pequeña risa, a lo que ella contestó con una mirada de desaprobación. Antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo me deslicé de nuevo hacia ella y a escasos centímetros de su cuerpo empecé a corregirla despacio, colocando las manos bajo sus brazos con suavidad.
— Baja un poco este codo y apoya la mano justo bajo tu mandíbula. Perfecto —le felicité—. No dobles tanto este brazo o te harás daño.
Mai se limitaba a tragar saliva y a lanzarme miradas fugaces.
— Estupendo —susurré—. Ahora relájate y respira despacio. Inhala por la nariz y exhala por la boca, muy despacio.
— Vale —dijo mientras lo intentaba.
— Himeko —le advertí cuando la pillé mirándome a mí y no a la diana—. Focus.
— Lo siento —se disculpó mientras enrojecía, a lo que solo pude contestar con una sonrisa.
— Ahora, mientras echas en aire despacio, abre los dedos y suelta la cuerda. Ya.
La flecha voló demasiado baja y apenas rozó la parte inferior de la diana. Mai hizo un sonido de disgusto y dejó caer los brazos.
— No te preocupes —la animé—. Tienes otra oportunidad —dije tendiéndole la última flecha.
— Aún no me has dicho dónde aprendiste - me acusó.
— Está bien —contesté mientras ella colocaba la flecha—. Aprendí hará unos cinco años en el instituto, en España. Lo practico desde entonces.
— ¿Por qué?
— Bueno, ya has podido comprobar que soy bastante enérgica —reí—. Digamos que esto me hace bien. Tensa.
Mai tensó la cuerda y su postura mejoró un poco, volví a acercarme y quedamos enfrentadas muy cerca la una de la otra, mirando ambas hacia la diana. Con mis brazos abiertos, sosteniendo los suyos corregí los pequeños defectos que tenía antes de volver a hablar.
— Antes has pasado por debajo de la diana, eso es porque la flecha no vuela completamente recta, tienes que calcular la parábola y levantar el arco.
— No creo que pueda superar tu marca —dijo con disgusto.
— Esto no va de superar marcas —dije frunciendo el ceño y volviendo mi cara hacia la suya—. Esto va de aprender a concentrarse y evadirse de lo que te rodea. Ganar no siempre es el objetivo final. —Pareció confusa ante mi declaración—. Ahora controla la respiración.
Despacio, apoyé la mano bajo su pecho e hice un poco de presión. Mai se tensó de inmediato, pero se dejó hacer.
— Respira —dije con suavidad—. Siente mi mano, siente la presión de mis dedos e intenta respirar al mismo tiempo que yo.
Ella permaneció inmóvil y callada mientras nuestras suaves respiraciones se sincronizaban. Las vibraciones del latido de su corazón me hacían cosquillas en la mano y cada vez iban en aumento. No podía dejar de mirar aquellos ojos negros, brillantes y profundos que me hipnotizaban mientras se paseaban por mi rostro.
— Entonces, ¿para eso lo usas tú? —preguntó volviendo su mirada a la diana—. ¿Para evadirte?
— Sí, bueno —empecé a decir en un susurro retirando mi mano—. Todos necesitamos desconectar de vez en cuando, a algunos les va el yoga y a otros el taichi —continué—. A mí me va esto.
— Y la música —dijo Mai, lo que provocó que me volviera a ella de nuevo y que se me dibujara una sonrisa abierta.
— Y la música —confirmé.
Mai volteó un poco su cara hacia mí y ambas nos quedamos mirando durante un momento. Yo no podía reprimir la felicidad que me había provocado su descuidado pero extremadamente acertado comentario.
Había podido observar que los japoneses no sonreían, al menos no cómo estaba acostumbrada a hacerlo yo. Ellos intentaban esconder los dientes y cuando alguien sonreía tanto se tapaba la boca para no mostrarlos. En cambio yo había crecido en un mundo donde se sonreía con todo, sin represión, donde enseñar los dientes no era algo de lo que avergonzarse, sino algo que los que estaban a tu alrededor celebraban. Cada vez que sonreía así Mai me miraba con una mezcla de interés y confusión en sus ojos. Me miraba los dientes, pero en ese momento también me miraba los labios o al menos, eso parecía.
— Suéltalo —ordené intentando reducir la tensión.
— ¿Qué? —preguntó.
— Que sueltes ya la cuerda o mañana no podrán levantar el brazo.
Esta vez la flecha impactó en la diana aunque bastante lejos del centro.
— ¡Muy bien! —la felicité. Mai seguía mirando la diana y una ligera sonrisa apareció en su cara—. Espera, ¿eso es una sonrisa?
— No —cortó volviendo a ponerse más seria mientras su mano subía hasta el borde de su oreja—. Ya he lanzado, ¿podemos irnos?
— Claro, tranquila —dije riendo—. Voy a recoger y guardar el material, espérame fuera si quieres, no tardaré.
Mai salió del pabellón, dejándome sola con una estúpida sonrisa que no podía quitar de mi cara mientras agrupaba las flechas que había y desmontaba las palas del arco. No había sido imaginación mía, realmente nos habíamos acercado la una a la otra. Habíamos tenido un momento.
Esa chica conseguía acelerar mi pulso tan rápido como lo tranquilizaba y eso me desconcertaba enormemente. Aunque siempre procuraba mantenerse distante, su comentario había dejado claro que ella también me había estado observando. No tenía del todo claro si su interés era tan solo el de una amistad y podría ser algo más, pero estaba segura de haber sentido cómo su corazón latía tan desbocado como el mío hacía unos minutos.
Mientras guardaba mis cosas en el cuarto donde almacenaban el material oí de nuevo a Mai detrás de mí, fuera de la habitación.
— Ya nos vamos, para ser tan tranquila a veces eres muy impaciente —dije al tiempo que me daba la vuelta con una sonrisa, pero pronto se me borró cuando vi que allí no estaba Mai.
En el umbral de la puerta había tres chicas, serias, mirándome con cara de asco que me impedían el paso. Antes de poder reaccionar, cerraron la puerta de la pequeña habitación y sacaron la llave que estaba puesta por fuera.
— ¡¿Pero qué cojones?! —dije acercándome a la puerta.
— Seguro que te crees muy importante, ¿verdad? —preguntó una al otro lado.
— Deberías desinfectar tus sucias manos antes de tocar a Himeko —me acusó otra.
— Uau —empecé a decir—. No sé a qué viene este numerito en plan sicarios del Bronxs, pero creo que os habéis equivocado de persona porque no os conozco.
— ¿No sabes quiénes somos? —preguntó con un tono ofendido la primera.
— ¿Debería?
— ¿Nos amenazas y ni siquiera te molestas en acordarte de nosotras? —me gritó la que todavía no había hablado.
De pronto su cara y su voz chillona me volvieron a la mente y mis labios dibujaron una pequeña "o". Eran las chicas con las que tuve una tensa conversación en mi primer día aquí, por decirlo de algún modo.
—Oooh, ya me acuerdo —dije golpeándome con los dedos la frente—. ¿Te llamabas Yumiko?
— ¡Eres una maleducada! —volvió a gritar—. Pero vas a tener un montón de tiempo para recordar bien nuestras caras. Disfruta la noche aquí, idiota —dijo apagando la luz desde fuera.
Y entonces exploté.
El pitido en mis oídos se volvió doloroso. Los latidos de mi corazón eran altos, como tambores a cada lado de mi cabeza y, taladrando mi cerebro, noté como se me encogía el pecho y se me escapaba el aire de los pulmones.
No.
JODER, NO.
Empecé a golpear la puerta, pero por más que intentaba gritar no salía ningún sonido de mi garganta.
Estoy perdiendo el control.
Está demasiado oscuro.
Intentaba controlar mi respiración, pero no era suficiente, el aire en mis pulmones no era suficiente. El dolor de mis rodillas chocando contra el suelo se extendió por todo mi cuerpo y empecé a hiper ventilar.
Por favor no.
No puedo respirar.
No puedo ver nada.
En un parpadeo volví a estar allí, volvieron los truenos, volvió la oscuridad, volvió el miedo y volvió la sangre.
No quiero estar allí.
No puedo, no puedo volver allí.
Y entonces perdí el control y todo se volvió negro.
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