Capítulo 5

Tobias

Decir que he ignorado a Tris los últimos dos días no es suficiente para explicar cómo he evadido la situación, pero ahora que entre mis manos tengo el papeleo necesario para un curso de tres días en Nueva York se puede decir que no solo evito la confrontación, sino que estoy huyendo de ella.

— ¿Es necesario?

— Lo es, Eaton — Ryan se encoge de hombros mientras deja un par de papeles sobre mi escritorio. —. Sabes que después de lo qué pasó con Ann trato de no abarcar más tiempo del necesario dentro de tus horas laborales. Si en serio quieres esto, necesitas tomar este curso, te será útil.

Con estas últimas palabras abandona mi oficina, mis ojos viajan de lado al lado en la hoja de papel. Tres días en Brooklyn, Nueva York. Todo pagado para poder asistir a un curso de capacitación policíaca y poder tomar el lugar de Ryan en este gran imperio.

Suspiro y me paso las manos por el rostro, mi mente cuestionándome aspecto tras aspecto sobre este viaje. Comienzo a sentirme abrumado, sabiendo que esto traerá un bien mayor a los ingresos familiares, pero me sobra el aire al pensar que me falta arreglar las cosas con mi esposa.

Un bebé. Un nuevo miembro en la familia. Debería estar emocionado, debería estar brincando de un lado al otro, aunque solo logro arrojar el folder sobre la mesa y gruñir en frustración. Maldita sea, ¡no lo planeamos! Cosas de esa índole deberían hablarse... Las sorpresas me ponen enfermo, más con lo vivido los últimos meses.

Mi garganta se quema, no pienso más. Simplemente no puedo imaginarme otro segundo agonizando por otro ser con mi sangre, por quien sin dudarlo daría la vida inútilmente. He entregado demasiado por Annie, sin embargo, no ha sido suficiente para mantenerla lejos de la penumbra de mi pasado.

Me levanto, mi cabeza punza mil por hora. Dirijo la mirada hacia la ventana, intento distraerme, respiro, pero mis pulmones rechazan todo el aire como si fuese un veneno peor que lo que sucede justo ahora, por que soy consciente que estoy asimilando lo que realmente siento.

Estampo ambas manos sobre mi escritorio, está helado, me duelen los huesos de adentro hacia afuera.

¿Así se siente tener una familia?

Me humedezco el labio inferior para morderlo con fuerza, el nudo en mi garganta es ahora insoportable, veo borroso, mi rostro arde.

En el cristal se empalma una minúscula gota salada, aprieto los párpados con todas mis fuerzas.

"Esto indica tres meses, Tris."

"No es porque te lo haya querido ocultar, Tobias... Acabo de enterarme esta mañana"

Mi mandíbula se cierra para evitarme soltar un fuerte gruñido, mi garganta me devuelve un sollozo ahogado.

Me dolió, demasiado. Jamás creí que me ocultaría algo así, tan profundo, tan significativo para nuestras vidas: para estos momentos.

Se me revuelve el alma en las entrañas. Se lo recordé, tragándome el orgullo hasta lo más profundo de mi dolor, le dije que detesto que me esconda cosa: los secretos entre ella y yo parecen acaparar el aire que nos rodea cuando estamos juntos, y me sofoca, me asfixia.

Mis ojos derraman desesperación sin parar, llevo una de mis manos a restregarme cruelmente, lo que simplemente empeora mi dolor.

Ya no estoy enojado, ni triste, mucho menos confundido.

Tengo miedo. El terror más fuerte que jamás he sentido se manifiesta en mi mente en forma de feto, mitad de Tris, mitad mío, totalmente desprotegido y temblando con temor cada que alguien le habla. Así como Annie.

No pude protegerla en su momento, tampoco a Tris; ni siquiera puedo protegerme a mí mismo de la pena que me embarga cada que mi hija o mi esposa sufren un ataque de pánico.

En piloto automático comienzo a rellenar los papeles, mis letras desgarbadas marcando cada movimiento por realizar en los siguientes tres días, para cuando coloco mi firma al final de la circular me siento entumecido, mi boca seca y los brazos caídos, así como los hombros.

En un intento de seguir ignorando el huracán que arrasaba con todo dentro de mí, cuando entro a casa mantengo la vista en el teléfono, buscando algún error en el documento de inscripción al curso aun cuando sé que ya no lo hay. Por el rabillo del ojo veo la lámpara de la sala encendida, iluminando de manera cálida un poco de los muebles, aunque no soy capaz de admirar nada más.

— Sé que sigues molesto. — la voz de Tris me despierta de mi ensueño, por fin logro enfocar y visualizarla acostada en uno de los sillones, su cuerpo envuelto en una bata de noche. — Puedes estarlo todo lo que quieras, pero eso no te deslinda de tu contacto con Annie.

No digo nada porque no hay nada que decir, no ante su entumido tono de voz; observo su frágil figura enderezarse, sus enredados cabellos deslizándose por su espalda y sus hombros. A causa de la sombra y su posición no puedo admirar sus ojos puedo asegurar que están hinchados e irritados por la falta de sueño, aunque, al juzgar por la taza de leche caliente sobre la mesa, también están así a causa del llanto.

— Te estuvo esperando hasta hace rato, ya está dormida. — su voz es tranquila, cansada, como si estuviera sumida en un letargo de indiferencia; no me sostiene la mirada por más de dos segundos antes de retirarla a algún punto en la habitación que de pronto parece más pequeña, parece encerrarnos a ambos y apretujarnos uno contra el otro.

— Lo siento.

Solo asiente, sus dedos enredándose entre la tira de la bata. Bajo la piel, la sangre me palpita ante el inútil intento de hablar con ella, de mantener un poco de comunicación, sin embargo, el orgullo me cierra la garganta; comienzo a subir las escaleras sin molestarme en cuestionar cuando ira a dormir, pero el pecho se me encoge cuando la oigo sorber por la nariz.

Despojándome de la ropa, escucho el agua golpetear contra las baldosas del baño, el sonido relajándome al instante y el vapor del agua inundando mis pulmones. En cuanto mi piel roza el líquido vital me siento liberado, despojado de toda responsabilidad pero la angustia se reúne en el centro de mi pecho, como un constante golpeteo.

En medio de la parsimonia, escucho la puerta del cuarto abrirse seguido de los pasos de mi mujer, exhalo y aprieto los labios para no gritar del desespero que me ahoga con mayor capacidad que los litros de agua que me envuelven en un húmedo refugio.

Al colocar un pie fuera de la regadera, con el silencio abriéndose paso por toda la casa, se me contraen los pulmones al desconocer cómo sigue esta monocorde actuación.

Una vez con la ropa encima salgo del cuarto del baño con el orgullo por delante y con el corazón en un puño al ver como Tris se encoge entre las amplias y gruesas cobijas, luciendo más pequeña de lo que es.

Me recuesto a su lado, no se mueve, no se aparta y mi alma se relaja. Conforme pasan los minutos, su anatomía deja de lado mi presencia antes de caer en un sueño profundo, efecto que tiene la leche caliente en su sistema: el suave vaivén nocturno no logra adormecerme, ni siquiera me coloca en un estado de relajación.

Mi cuerpo bombea sangre a una velocidad estruendosa y mi alma suda desasosiego, si la batalla dentro de mí fuera liberada en sonido, rompería ventanas y haría los edificios vibrar con tanta fuerza que lograría desmoronar parte de ellos. No obstante, solo puedo cerrar los ojos y buscar cegarme ante la agobiante realidad.

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Las palabras abandonan mis labios con suavidad, quebrando la aparente ataraxia familiar; mi niña fija sus ojos en mí, totalmente sorprendida, y sus orbes azules me roban la seguridad del momento.

Sé que tiene algo más que decir en cuanto rebota la mirada en mi mujer, quien espera nerviosa su reacción, ni siquiera tiene tiempo de procesar sus propios sentimientos antes de que Annie pierda la cordura.

Me incorporo de la mesa del comedor, con una sensación endurecida en el pecho, el corazón bombeando sangre de manera descontrolada a mi inestable sistema. Annie comienza a gritar y aunado a ello sus preciosos y turbios ojos comienzan a liberar agua salada, niega con la cabeza un par de veces antes de golpear la mesa con ambas manos y encogerse.

— Solo serán tres días, Ann. Lo prometo — mientras mi voz expide dulzura, mi esposa mantiene la mirada en su plato, removiendo de un lado a otro la crema. Cuando nuestras miradas conectan únicamente tuerce los labios y la garganta se me abarrota en búsqueda de una frase correcta mientras ella solo se encoge de hombros, como si supiera que iba a desertar nuestro campo de pelea.

— ¿Ya tomaste tu siesta, amor?

Annie niega con la cabeza, tallando sus húmedas pestañas contra sus manos. Asiento. Comprendiendo su prepotente actitud y su espontánea rabieta. La levanto del asiento, sus manos me rodean los hombros inmediatamente y en vez de reunir un buen sentimiento en mí, como siempre lo hacen sus abrazos, consigue hacer que cada uno de mis malestares encajen.

— No quiero que me dejes, tampoco a mamá, están enojados y no quiero — aun en susurros rápidos, entona las palabras con sufrimiento.

La confirmación de que conoce los problemas maritales que mi mujer y yo sostenemos me deja helado, intento continuar con el mecanismo de mover un pie tras otro, tocando cada escalón y buscando estabilizarme con mi hija en brazos.

Tiembla contra mí, sus manos aferrándose a mi camisa y sus piernas enredadas en mi cadera. Cada palpitar de su pequeño músculo vital choca contra el mío, ambos acelerados y desesperados.

— Annie, te lo prometo, amor. Estaré de regreso en unos días, ¿si? — no responde, pero su aura se vuelve totalmente deprimente, me oprime cada centímetro de piel y el aire parece volverse arena.

— Bájame, bájame. — gira la cintura de un lado al otro, revolviéndose entre mi compasión.

— Annie...

— No toques. N-no toques — exhala con fuerza, intento retenerla entre mis brazos, aferrarla a mí y que no me deje en medio de mi mar de emociones y su agresivo oleaje.

Coloco sus pies sobre el suelo y dos segundos después me abraza desde su diminuta altura, separo los labios para poder disculparme, aunque no haya porqué hacerlo, para poder consolarla, aunque su llanto desesperado me da señal de que no hay consuelo suficiente para su resquebrajada alma.

Sus pequeños pies huyen en dirección a su cuarto, sin dejar de llorar. Cuando cierra la puerta suelto el aire de golpe mientras un hueco se abre paso dentro de mí.

— Creo que no lo tomó bien — la voz de Tris resuena a mis espaldas, parece casi apenada de su comentario —. Estará más tranquila en un rato.

Su atormentada mirada viaja por mi rostro hasta caer a sus pies, se restriega ambas manos en el amplio suéter que la viste, el estambre protegiéndola del frío clima y de mi helada actitud.

— Tu maleta ya está en la puerta — añade, incómoda en su propia piel —. Dejaste tu portafolios en el estudio, pero ya está allá... abajo.

Habla entre suspiros, en cada uno de ellos refleja su molestia, su decepción. No puedo verla a los ojos, sus tonos grises me recuerdan el color que he retirado a base de panoramas terriblemente oscuros y discusiones que se colocan entre el blanco y el negro.

Se me revuelve el estómago al bajar las escaleras con mi esposa detrás de mí, súbitamente esto no parece buena idea: el pánico trepa por las paredes internas de mi garganta, dejarlas solas no parece buena idea. No lo es.

— Tranquilo, es solamente un berrinche — me tranquiliza mi mujer con sonrisa vacía —, te va a extrañar.

Quiero preguntarle si ella me va a extrañar, si el insomnio la atrapará como a mí estos últimos días, pero por orgullo o por estupidez, asiento. Es lo único que puedo hacer ante su entrega de sentimientos y me detesto por ello.

Tris

Dejo la puerta entreabierta mientras Tobias se encarga de subir la maleta que lo acompañará en la parte trasera de su imponente camioneta.

Humedezco mis labios tan solo al pensar que parece imposible que se despida con un beso, que me deje con un sello de sus labios sobre los míos por lo que resta de las 72 horas en las que estaré sin él.

Lo es, desaparece dentro del asiento del piloto antes de arrancar y abandonar su lugar en el estacionamiento, inhalo profundamente buscando que mis pulmones y todo mi cuerpo recupere su constante energía, pero con el peso de las discusiones y sus consecuencias me tiran de nuevo abajo.

La indiferencia y el orgullo colocan un bloque de hielo entre lo que busco y necesito: a él.

Sacudo la cabeza y me obligo a mantenerme tranquila; retengo mis emociones y trago saliva con fuerza, el dolor en el estómago retorciéndome las entrañas. En cuanto llego al pasillo principal me topo con el tono anaranjado de la puesta de Sol gracias al tragaluz sobre mi cabeza y la puerta del cuarto de mi pequeña cerrado.

— ¿Annie?

Toco suavemente a su puerta, la madera fría y cubierta de barniz estampándose contra mis nudillos.

— Soy yo, cariño.

Se escucha la puerta del armario correrse y como varias cosas caen al suelo, pensando en su bienestar, intento abrir la puerta rápidamente, pero parece haber sido bloqueada por el otro lado. La sangre comienza una carrera por mis venas, la frustración rebota entre las paredes de mi mente.

Antes de que comience mi propio ataque de pánico, escucho como mi hija le retira el pestillo y gira la perilla. El alivio me inunda y comienza a abarcar gran parte de mi cuerpo antes de ver a Annie, quien con ojos llorosos me recibe en su recámara.

— Annie, amor.

Me coloco en cuclillas y la envuelvo en mi regazo, espero su pequeño rechazo producto del trauma, pero se deja abrazar e incluso me regresa el gesto de manera temblorosa.

— Hey, no debes de cerrar las puertas, ¿de acuerdo? No con seguro — le acaricio el cabello, y ella asiente, emanando tristeza en cada movimiento. —, no sabía si estabas bien.

— No quería que los malos vinieran por mí.

Solloza y me rompe el alma, destroza con fuerza el muro que había puesto a mi alrededor. Detrás de ella, admiro sus cojines esparcidos por el suelo e incluso su pequeño vaso de agua a un lado. Rebusco entre sus temores, entre sus miedos e incluso entre sus ilusiones, tratando de recuperar su luz.

La arrullo, su pequeño cuerpo se recuesta contra el mío, ahí a mitad del pasillo, a mitad de la tormenta.

— Nos podemos proteger juntas.

Me lleva de la mano dentro de su cuarto, donde dentro del armario hay varias almohadas y un par de cuentos para dormir. Se me llenan los ojos de lágrimas al saber que también quisiera ocultarme así del mundo, de ciertas personas, de mi sentir.

— No quiero que vengan por mí — murmura mientras se desliza dentro del hueco, acomodándose y encogiéndose para que entremos las dos. La tomo con ambas manos y la alzo suavemente antes de sentarla en mis piernas, su espalda contra mi pecho. Nuestras respiraciones es lo único que se escucha y con un chirrido la puerta del armario es deslizada por la pequeña mano de mi hija, quien nos oculta entre penumbras.

— Tengo algo que contarte.

Se me rompe la voz por la cantidad de emociones que quisiera liberar en ese instante, mi princesa enciende sus pequeñas almohadas en forma de estrella y gira su diminuta y exánime anatomía para poder mantener contacto visual, parece costarle.

— Hace unos meses, cerca de tu cumpleaños — empiezo mi discurso de manera suave, mi voz reduciéndose a un susurro — nos dijiste a tu papá y a mí que querías algo, ¿recuerdas?

— Uhm, no estoy segura de que había dicho — se revuelve, nerviosa, pensando que le haré algo si no responde.

— Tranquila, está bien. — intento jalar el mayor oxígeno posible, sus pequeños y brillantes ojos escrutándome el alma, parece tener una clara lista de todos mis secretos porque me pongo nerviosa y comienzo a quedarme sin discurso, sin palabras.

Se acurruca, mi mano contra su espalda a manera de seguro y mi brazo queda sobre sus delicadas piernas, comenzamos a jugar con las manos de la otra.

— Nos pediste un hermanito, o una hermanita. — se queda de piedra, siento su respiración detenerse, retengo mi llanto precipitado: ella no puede rechazarlo. No ella.

— Quería darte la sorpresa, quiero saber si...

— ¿Ya viene? — sus ojos ansiosos buscan los míos, aún en medio de la oscuridad encuentro sus preciosos orbes azules mirándome con altas expectativas — Mi hermanito, ¿ya viene?

— Ya está aquí, amor — tomo su suave mano y la coloco sobre mi vientre, el súbito cambio de temperatura causa que se me encoja la piel, pero lo vale, porque en menos de dos segundos Annie rodea mi abdomen con ambos brazos.

— También lo protegeremos a él.

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Nuevoooo🤩

¡Dos meses! ¡Exactamente dos meses sin actualización!

Discúlpenme, pero estoy en una etapa muy complicada, si querida escritora está entrando de nuevo en una suave depresión y se me complica mucho concentrarme en este tipo de cositas.

¿Les ha gustado? ¡Es el primer capítulo que no tenía en borradores! Literal, es pan fresco.

Bananas para ustedes

-Dana

PD: Déjenme sus comentarios de amor, no saben cuanto me hacen falta 😫

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