Capítulo 3
Caleb
Ni embotellando cada huracán que ha pasado por la tierra logro juntar la misma sensación que tiene mi estómago al estacionarme frente a casa de mi hermana. Con los ojos sensibles al sol, toco el timbre e inmediatamente Tris la puerta se abre de golpe, mi hermana tras ella: trae un vestido negro de manga larga y unos bonitos tacones altos del mismo color, luce de nuevo como una osada, aunque el color predomine en su armario siempre viste diferente ese color, unas veces se ve madura, otras algo infantil, a veces más atrevida, y luego está este feo color de luto, de dolor, de pérdida.
— Hey — su voz mantiene baja, evito el contacto visual, no quiero ver la lástima reflejada en sus ojos. Frunce el ceño y me retira los lentes de sol, bajo la mirada y carraspea.
— No quiero que me vean así — murmuro con voz ronca, mis ojos se adormecen ante el sol: hinchados, rojos y llorosos —. Fue una mala noche.
— Lo sé.
Suspiro y me tallo los ojos, mis pestañas enredándose ante la humedad.
— ¿Cómo están?
— No les hemos dicho nada, están arriba, en... — se escuchan risas, las risas de las niñas y no puedo evitar sentir un nudo en el estómago al pensar en cómo van a reaccionar ante la pérdida de su madre y la noticia que inevitablemente tengo que darles, se me encoge el corazón e inmediatamente me declaro portador del arma que perforará el corazón de las gemelas.
Entramos juntos a la casa y observamos a Tobias caminar de un lado al otro, el teléfono pegado a la oreja. Asiento en su dirección y él me regresa el saludo.
— Vamos, llamaré a Annie, así tú y las gemelas pueden hablar tranquilos, supongo que también le diremos a ella.
Empezamos a subir las escaleras, con ella detrás mío y me detengo a la mitad de camino hacia arriba al sentir mis piernas como un par de gelatinas y cómo las manos me empiezan las sudar.
— Caleb...
— No puedo, Beatrice — mi voz tiembla.
— Nada de no puedo y nada de Beatrice, ven — me pide de manera dulce, como si estuviera hablando con un niño.
Me paro frente de la puerta del cuarto de mi sobrina y lleno de aire mis pulmones antes de golpear la madera suavemente con los nudillos.
— Tío — exclama mi sobrina con una sonrisa, al abrir la puerta extiendo los brazos, indicándole que si quiere abrazarme, puede hacerlo: duda, pero termina acurrucándose sobre mi pecho.
— Hola, Annie — le respondo con una sonrisa triste y la voz rasposa en consecuencia de los alaridos que retumbaban desde mi garganta y hasta chocar con las paredes del hospital.
— ¿Puedes decirme qué pasa? — inquiere de manera suave y preocupada, posando sus manitas sobre mis mejillas, Sam y Juliet giran la cabeza rápidamente en mi dirección y siento como el alma se me va hasta los pies al ver sus rostros angelicales, tan hermosas.
— Annie, mi cielo, ven, vamos a abajo — Tris toma a Annie de mis brazos de manera rápida al ver como empiezo a temblar. Annie se retuerce un par de segundos entre sus brazos, aun sin acostumbrarse al ser tomada sin anticipación.
— Papi — mis niñas se levantan del suelo y se acercan tiernamente.
— ¿Qué pasa? — pregunta Sam, trae un pequeño vestido negro y el cabello recogido el moño alto sus ojos se topan con los míos, ocultos tras una mica oscura, ocultando el dolor, lo hinchado y lo rojos que quedan después de la pérdida de mi esposa, y los suyos tan tranquilos e inocentes, parecen calarme hasta el fondo del alma.
— Papi, ¿Qué tienes? Ven, siéntate — Juliet tira de mi mano para llevarme a la cama individual de mi sobrina.
Mi cabeza, en medio de la nebulosa visión de un futuro en solitario, no logra decir nada.
— Dinos algo, papá — pide una vez que estamos sentados, tengo una gemela de cada lado mío y siento mi corazón se acelera al igual que me respiración. Las rodeo con los brazos y es inevitable que el sentir sus pequeños cuerpos contra mis costados las lágrimas abandonen mis ojos.
— Lo siento — sus brazos me rodean con preocupación y mi llanto no cesa — Lo siento mucho.
— Papi, ¿Qué pasa? — me pregunta Juliet.
La expresión en su rostro causa que se me erice la piel, lentamente veo cómo la nostalgia que transmito le invade el cuerpo.
—¿Por qué estás tuiste?— le sigue Sam, con su pequeño problema con la "r". Recuerdo como Sue la sentaba frente a ella y le hacía repetir "Erre con erre cigarro, erre con erre barril, rápido giran las ruedas del ferrocarril". Todo es ella, todo era ella.
— Verán, chicas, su mamá... — recupero el aire e intento mantener la calma.
— ¿Mi mami?
— ¿Está aquí?— preguntan emocionada y con una sonrisa en el rostro.
— No, no, mis niñas — suspiro, sus sonrisas desaparece y tengo que morderme fuertemente labio, para ignorar el hueco que se me forma en el pecho, el nudo en el estómago, y la presión en la garganta —. Ella ya no está aquí.
— Oh, papi, no te preocupes por eso, ella volverá — me sonríe Sam, ojalá lo que dijeras fuera tan sencillo, mi niña.
— No, pequeñas, no entienden, vengan aquí — las siento sobre mis piernas y me aclaro la garganta, sabiendo que esta será en la conversación más dura que tendré en toda mi vida.
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Les dije que no volvería.
Le dije que su madre no estaría para darles los buenos días, que no las arroparía en la noche, que no les acariciaría el pelo hasta que se quedaran dormidas, perdidas en un profundo sueño, que seguro es mejor que esta cruel realidad.
No les podía mentir, Susan se fue, dejando una parte de mi alma, destrozada, rota, marchita, cómo quedaban las flores que ella sembraba en el patio trasero después de una nevada.
No podía verlas a los ojos, sus ojos tan puros y bellos, llenos de inocencia y desconocimiento me observaban atentos en cada palabra que decía. Les expliqué que en casa vamos a ser ahora sólo tres, ya que su mamá había emprendido un viaje lejos de aquí a un lugar mejor, y no podría volver.
Sam y Juliet fruncían el ceño pero parecían entender, no quería ser explícito en el tema de la muerte, sólo tienen cinco años, demasiado pequeñas para preocuparse por desaparecer el mundo.
Ver las lágrimas rodar lentamente por sus mejillas es mi tortura y mientras contemplo en mis niñas, por el espejo retrovisor del auto, no puedo evitar pensar que la vida es muy injusta. La vida nos da muchos golpes, la muerte, sea la tuya o la de alguien que amas, es el peor de ellos. Ya que de ese nunca te levantas, tienes que retomar tu vida en el suelo.
Los ojos de ambas gemelas están ligeramente rojos irritados por el agua salada que derramaron de manera constante; me estaciono frente a la funeraria, a lado de la camioneta de mi cuñado.
Me coloco los lentes de sol antes de abrir la puerta trasera para que mis princesas, en cuanto se apeguen a mis piernas y empiezan a mirar a su alrededor hasta que Sam divisa a Annie en brazos de Tobias, mi sobrina tiene las mejillas rojas los ojos húmedos y la respiración acelerada.
— ¿Puedo abrazarla?
Miro a Juliet, quien desde su pequeña altura me suplica con la vista que le diga que si.
— Tienes que preguntarle antes — se limita a responder su gemela, quien se sorbe los mocos.
— Iré a preguntarle a mi tía— se acerca a mi hermana y antes de que Tris puede decirle algo mi princesa le rodea las caderas con ambas manos. Tris acaricia su cabello con aire maternal, Juli alza la vista hacia ella, le señala a Annie y Tris sacude la cabeza.
— Está un poco sensible ahorita, bebé, al rato podrás, ¿bien?
Juli asiente y ni siquiera mi hermana se le acerca mucho a Annie, el único a quien Annie le permite contacto después de una sobrecarga sensorial es a su padre, por lo cual Tobias es quien lleva a su desgastada princesa en brazos.
La mayoría de los chicos ya están adentro: Matthew, Zeke y Uriah presentan sus condolencias mientras que Shauna, Mar y Chris lloran a poca distancia del ataúd abierto en el que está mi esposa. Hay más gente, pero yo sólo puedo ver el cuerpo de Susan, reposando con las manos sobre el vientre y los ojos cerrados, su larga cabellera está peinada en una perfecta trenza de lado, su piel está ligeramente maquillada ya que perdió todo el color.
Hice que le pusieran ese bello vestido que venía en el asiento trasero de su coche, antes de que impactara contra otro vehículo, está relativamente nuevo: es color vino, de manga tres cuartos y le llega antes de la rodilla, se ve hermosa, y se vería mejor si sus labios rojos dibujaran una sonrisa.
Empiezo a llorar de nuevo: no veré su piel sonrojada otra vez, ni su divina sonrisa, sus expresivos ojos no se abrirán de nuevo. Todas estas flores que rodean la caja han sido entregadas a alguien que no podrá verlas, no olerlas, ni nada, solo de adorno, para no hacer la muerte tan drástica ni dolorosa.
— Me mentiste — dice una pequeña voz detrás de mí. Retiro la mano de la madera clara del ataúd lentamente, sintiendo el agua salada bañar mi rostro.
— Me mentiste — repite Sam con los puños apretados a los costados y el rostro color escarlata, solloza y varias personas volteen, ya que el llanto de mi gemelita hace eco por la sala.
— Sam...
— ¡Dijiste que estaba en un lugar mejor! — grita de manera desgarradora, atrayendo todas las miradas, entre ellas la de Juliet, quien está de la mano de Chris, Sam se acerca a mí con el rostro contraído — ¡Mi mami está en una caja! — solloza de nuevo y me siento morir — Eso no es un lugar mejor.
Corre hacia mí, o eso parece, ya que pasa mi lado, en dirección a la ataúd en el que el cuerpo de su madre yace: siento la presión en el pecho y mis extremidades tensan al ver como recarga sus pequeñas manitas sobre la madera y llora.
—¡Quiero a mi mamá de vuelta! ¡Mamá, por favor! Sal de ahí.— ruega y la tomo en brazos, ella se aferra a mi, rodeándome por los hombros, sin cesar su llanto desesperado.
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Mis dedos juegan con los cabellos castaños de mis gemelas, ambas dormidas en mi regazo en uno de los sillones de la sala funeraria.
Para ellas ya es tarde; el dolor de cabeza no me abandona ni mucho menos el nudo en el estómago.
— Las llevo a casa, que se queden conmigo — dice Tris, comprensiva ante mi situación de mierda.
— Claro, yo... — suspiro y carraspeo — me quedaré hasta tarde.
— Deberías ir a dormir — sugiere — El entierro es hasta mañana. Ve a descansar.
Suspiro de nuevo, sé que tiene razón, y a veces odio que la tenga, aunque al pensar en descansar solo puedo imaginarme el otro lado de la cama vacío, el frío de las sábanas golpeándome una y otra vez mientras mis manos se estiran en busca del calor de la piel de Susan que no encontraré lo que me quede de vida.
— Está bien, te haré caso, pero yo me quiero llevar a las niñas.— trago saliva y asiento, ella se sienta en el brazo lateral del sillón — ¿Tris?
—¿Si?
— Gracias — ella sonríe, pero sacude levemente la cabeza —. Gracias por todo lo que has hecho.
— No hay nada que agradecer, somos hermanos — acaricia ligeramente el cabello de Juliet.— Sé que será difícil para ti y para ellas, cualquier cosa que necesites puedes llamar, ¿si? Vas a necesitar ayuda, lo sé.
— Él prometió enseñarme a preparar cereal con leche — recuerdo con una pequeña sonrisa.
Ella ríe.
— Y si es necesario lo hará, pero no te encierres en ti mismo. Puedes hablar con nosotros o si lo crees muy necesario puedes conseguir un psicólogo, que te ayude, pero nosotros no te dejaremos solo ¿está bien?
Asiento, con la mirada en el pacífico rostro de mis niñas. Se pone en pie y se inclina para dejar un beso sobre mi frente.
— Se valiente.
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Editado💘
¡Hola, hola! ¿Cómo están? ¿Les gustó? ¿Les destrocé el corazón? Espero que so (si/no=so) 😌💔
Lamento no poder actualizar tan seguido ☹️
Las amo mucho.
Bananas para ustedes.
-Dana
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