Capítulo 10
Christina
La brisa fresca de la mañana me acaricia la parte inferior de mi nariz, el sol apenas escalando por mis piernas desnudas al yo emprender mi carrera por las orillas del puerto de Chicago. Con la modernización comercial de la ciudad, ahora los barcos y algunos altos edificios bloquean la vista matutina, pero no hace al horizonte perder su encanto, puesto que el agua reflejaba la luz y daba un efecto de claridad. De inmensidad ante el resto del mundo.
Cuando noto la vereda libre, acelero mi carrera, el sudor recorriéndome desde el nacimiento del cabello hasta la parte inferior de mis shorts deportivos. Así se apreciaba la libertad, estas zonas húmedas avivadas por el aire que atravesaba en pleno arrancón, mis piernas quemando en una mezcla de calor y esfuerzo que me hacía querer detenerme, pero a su vez, me hacía querer seguir, probar mi límite, retar mi marca.
Con la música en mis audífonos inalámbricos y el reloj inteligente calculando tanto mi ruta como mi distancia, casi sonrío al alargar mi zancada al adentrarme en una de las principales avenidas. Lo especial de la ciudad radicaba en el reconocimiento de las divisiones, aún cuando la gente se unía para hacer algo tan simple como abrirme paso, sin cuestionarlo ni interrumpir...
Lo pensé demasiado pronto, pues no logro frenar correctamente ni disminuir mi velocidad al chocar con una maraña de cabello azul, esta quejándose más por la sorpresa que por terminar en el suelo a culpa mía, y aun cuando alcanzo a colocar las manos al frente para no caer sobre... ella.
— ¡Ay, lo siento tanto! — parezco jadear, mi pecho empujando contra la chica al estar tan cerca. Ella ríe, sin aire, pues al parecer mi golpe le ha retirado el oxígeno de los pulmones. — Deja te ayudo. — trato de incorporarme pero mis ojos buscan con rapidez alguna herida, pero solo encuentro una sonrisa y unos avellanados ojos que tardo en reconocer.
— Me ayudarías si te levantas.
— ¡Ah si! — impulsándome hacia arriba, logro incorporarme y ofrecerle la mano para ayudarle. Sus dedos envuelven mi muñeca para incorporarse, aunque arrugo la nariz ante el ligero ardor. No se ha sostenido fuerte, pero los moretones previos de mi encuentro con Mark aún tienden a escocer.
La miro y al parecer ambas unimos ideas al hablar al mismo tiempo.
— ¡Eres la chica de la cafetería!
— ¿Nos conocemos?
Reímos al notar que nuestras palabras se entremezclan y sobreponen, pero una frase responde a la otra y logro reconocerla como aquella que se presentó en mi defensa ante mi ex novio.
— Te he visto... antes, si. Aunque no se tu nombre ni...
— Ashley — me extiende la mano que no tiene ocupada con lo que parece una bolsa de compras. Mis ojos no se pueden despegar de la preciosa combinación de su sonrisa, piel y el tono antinatural de su cabello. —. Me llamo Ashley.
Torpemente, extiendo la mano para estrechar la ajena, con la otra retirándome un audífono.
— Christina. Un placer... aun en estas circunstancias. Perdón por lo de hace rato.
Ríe y se ve encantadora. — No te preocupes, tampoco venía atenta a si me iba a atropellar una deslumbrante corredora olímpica.
Ante mi propia sorpresa, su mirada de orgullo y una coquetas pecas, me sonrojo suavemente y no logro discernir si es por el subidón de adrenalina o por sus palabras.
— Gracias por lo de la otra vez. Ya sabes, ese idiota perdió la cabeza.
Ella asiente, torciendo finamente sus labios. — No agradezcas, era lo correcto de hacer, te estaba lastimando y no era justo.
Me encuentro relacionando esas palabras con mi antigua facción y siento una curiosidad terrible que no puedo retener por esos mismos valores.
— ¿Eras de Verdad, acaso...?
Es visible que no esperaba la pregunta, pues sus pómulos se tiñen de rosa y parece tan avergonzada que quiere retractar mi pregunta tan solo para continuar hablando animadamente.
— Mis padres... ambos eran de Verdad, me quedé a un año de elegir antes de que se desatar la guerra.
Asiento, entendiendo. Pero ella me mira en inquisición de más, pidiéndome en silencio que le revele como fue que mi mente hizo rápidas conclusiones sobre sus raíces.
— Por... tu forma de hablar. No importa, no te juzgaré ni nada de eso. Yo sí pertenecí a Verdad. Así que mira que juzgar se me da bien. Aparte, soy abogada. — resoplo, divertida, y ella me recompensa con una carcajada. La felicidad que ese mundano gesto me trae es desconocida, no irreconocible, pero no ubico su origen ni sus razones.
— Tampoco te juzgaré por eso — parece notar que esta familiaridad no había sido parte de su rutina, pues se endereza ligeramente y con la misma sonrisa me despide. —. Tengo que irme, tengo que hacer algunas cosas y...
— Entiendo, no te preocupes. También debo continuar con su carrera. — me apresuro a evitar su malestar.
—... pero, ¿puedo tener tu número? Para... ¿salir alguna vez? — a pesar de que se sonrojaba unos instantes atrás, la seguridad que denota al hacer la pregunta logra intimidarme por unos segundos.
— Seguro, anota...
Dictando los números, me siento hasta extraña por la libertad con la que logro interactuar con alguien más, pero definitivamente su vibra es positiva, es como una estela de luz y más con ese cabello llamativo. Así como llegó, con un suspiro y un robo de aliento, se marcha y deja detrás de si un aroma cítrico, penetrante.
No soy capaz de continuar la carrera, ni siquiera de dirigir mis pies con velocidad. Lo hago con movimientos calculados, un pie tras otro e incluso me adapto al ritmo musical que inunda mis oídos. Recuerdo el choque, su sonrojo y su sonora risa sin sonar forzada, totalmente sincera. Recuerdo su altruismo al levantarse y exigirle a Mark que se alejara de mi y dejo de comprender que es lo que hace que esta peli azul se mantenga en mi mente.
Parece trascender tanto que mi cerebro no procesa el timbre de mi teléfono hasta que el remitente está a punto de colgar. Presionando el simple botón en la pantalla de mi reloj, logro conectar con el desconocido, aunque internamente deseo una terminación en femenino. Una desconocida.
— ¿Si?
— Hola, Chris, soy Leo. Creo que recuperé tu teléfono. — la profunda pero amable voz de Leo llena mis oídos y no puedo evitar sonreír, alegre por escucharle.
Las amistades con personas del sexo opuesto habían pasado a último plano ante el control de mi ex novio, incluso me había distanciado de los más cercanos: Uriah, Zeke, Tobias. Buscaba evitar el conflicto y los celos de Mark, solo quería que nuestra relación fuera lo más tranquila posible. Ignoraba las banderas rojas...
— Hola, Leo. ¡Si! Este es mi teléfono, agéndalo.
— ¿Dónde estás? Se escucha mucho aire.
— Oh, estoy dando la vuelta, de regreso de mi carrera matutina. — que había sido súbitamente interrumpida por una persona de carne y hueso, de cabellos azules y que se sentía más como una mágica ilusión.
— Eso explica mucho. Que deportista, con trabajos pude despegarme las sábanas esta mañana.
Río suavemente, pudiendo relajar mi corazón al paso suave en el que me muevo. Las calles eran familiares, las miradas e incluso los estímulos externos me dan la sensación de calma. Soy consciente del golpeteo de mis trenzas contra mi espalda baja, el top deportivo reteniendo mis pechos y apretando mis costillas. Puedo controlar mi respirar y parece que puedo controlar mi vida, pues las siguientes palabras de Leo me hacen recalcular el poder que tengo sobre mis decisiones.
— Pero, estoy dispuesto a hacerlo solo por una razón... ¿me aceptas una cena esta noche? Nos debemos una plática bastante larga...
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No pienso mucho en la etiqueta para la cena, pero lo mantengo clásico y relativamente ligero. Siempre he sido una persona de sangre cálida, porque el ligero frío de Chicago ha perdido su efecto en mi y me permite modelar faldas y vestidos en casi toda época anual.
La playera de manga corta y su tela suave rozan contra mi piel cuando entro al restaurante que Leo había propuesto, por suerte, no desentono. Me ofrecen una mesa para dos y ocupo el asiento, estremeciéndome al sentir el cuero falso tocar mis muslos en el área donde la falda termina su camino; aún así, agradezco y no tardo en revisar la carta de bebidas, colocando mi teléfono pantalla arriba sobre la mesa para estar al pendiente de algún mensaje.
La música no es suave, logra ser una distracción hasta que la campanilla de la puerta resuena y Leo parece buscarme con la mirada y una mano en el bolsillo de su chaqueta. Alzo la mano, aunque me quedo a medio camino porque pronto nuestras miradas se topan y sonreímos con familiar seguridad.
Me incorporo para saludarle, su mano serpenteando a rodear mi cintura cuando nuestras mejillas chocan con el sonido de un beso.
— Mírate, estás preciosa. Perdona la tardanza, tuve que parar a comprar algunas cosas de emergencia. ¿Llevas mucho?
Niego, separándome de nuestro saludo para regresar al cubículo, acomodando la falda para evitar el frío de nuevo contra mi piel. — Estaba a punto de pedir de beber, realmente. ¿Todo bien?
— Si, si, todo en orden — lo observo retirarse la chaqueta y mis ojos se desvían por segundos discretos a su cuerpo, trabajado pero no excesivamente marcado, con forma, pero no encapsulado en un estereotipo de alguien que se exige en el gimnasio. Sonrío y vuelvo a verle el rostro justo cuando habla —. Este lugar es famoso por sus mojitos, tienen de varios sabores, por si te interesa.
— Más de lo que creerías. Un trago es precisamente lo que necesito. — río, colocando mi mano sobre mi frente.
— Pidamos entonces, aunque no te dejaré con el estómago vacío. — sonríe y guiña, la camarera irrumpiendo en nuestra conversación para tomar nuestra orden. No me molesta en lo más mínimo la sugerencia de Leo y su pedido por ambos, solo teniendo que elegir el sabor de mi mojito. Pronto, sus ojos chocolate regresan a mi y alzo ligeramente ambas cejas, casi cuestionando y casi provocándolo.
— ¿Y bien? ¿Cuál es el interrogatorio que tienes preparado para mi?
— ¿No se supone que eso lo hagan los abogados?
— El citatorio lo has mandado tú. Quiero saber tus razones e intenciones.
Las comisuras de sus labios se alzan y cuando gira un poco el rostro, parezco ser consciente de lo marcada que es su mandíbula.
— Te dejaré ganar esto, pero es lo feliz que me hace verte lo que hizo valer la invitación, hace mucho no te encontraba cerca a la cafetería. — sus ojos se desvían a mis labios por unos cuantos segundos.
Por un rato, nos colocamos al tanto con temas triviales, casi superficiales. Sabía que era una manera de restaurar el lazo que ambos parecíamos haber olvidado o abandonado, pero al hablar, rescatamos detalles importantes, incluso recuerdos previos a nuestro distanciamiento. La comida y bebida ocupan la mesa y en vez de macar una distancia entre ambos, nos une otro poco, pues terminamos sentados uno al lado del otro, compartiendo y él permitiéndome probar los manjares que había solicitado.
No logro entender si es el alcohol, si es la intimidad del cubículo o lo bajas que son las luces, pero parece más sencillo adentrarnos a temas privados, tal vez delicados, que, en mi caso, me robaron noches de sueño y parte de mi estabilidad emocional.
— Entonces anduvieron un buen rato juntos, porque no hay forma que la Christina que conocía se hubiera dejado tratar así. Tuvo que lavarte el cerebro o algo. — Leo bebe las últimas gotas de mojito en su vaso y lo coloca en la mesa con un ligero sonido, su otra mano encapsulando el costado de mi cuello y siento las yemas de sus dedos fundirse entre mis pequeñas trenzas, acariciando.
— Creo que el tiempo no tuvo mucho que ver, sino la forma en que me trató mientras estuve con él — admito, ya no tenía porque defenderle —. Camufló lo que se supone que es el amor. Lo distorsionó a su... retorcida manera.
— Claro, entiendo — hace un par de señas y pronto la barra trabaja en otra ronda para ambos, cuando me entrega la bebida, nuestros dedos se rozan y él se queda más de lo necesario. —. Te engañó. Y... de todas las formas posibles: no solo con alguien más, sino contigo misma. Espera, no sé si tenga sentido, pero te hizo mentirte a ti misma y buscar justificarle todo.
— Si... creo que en parte, después de tantos años lidiando con los problemas ajenos y eso... no pude ver los míos. Además, decía que era por mi bien y a veces no se sentía tan bien. Era una relación violenta si la ves desde fuera.
— Creo que desde cualquier parte... excepto tú. — sonríe, sus ojos pasando de mis ojos a mis labios, deteniéndose ahí como si analizara algo más.
Río, porque parece irónico que yo haya sido quien tenía más ajustada la venda en los ojos y al final, fui la última en retirármela.
— Si... pero. Pfff. Cambiemos de tema, ¿a ti cómo te va? ¿Cómo te ha ido?
— En realidad, bastante bien. Sigo trabajando en la cafetería más por nostalgia, aunque ya no tomo turnos completos por la escuela y mis prácticas, ya sabes.
En realidad, no lo sabía, pero pronto Leo me coloca en contexto. Había retomado la universidad en la carrera que tenía pendiente: administración de empresas. Sus ojos brillaban al hablar de la paz que concluí le había dado, así que fui toda sonrisas aun cuando no entendía sobre que temas hablaba. Su vida parecía sencilla, pero conocía lo suficiente de su pasado como para saber que realmente había batallado.
Su madre, Cordialidad, su padre, Osadía. Parecían opuestos y por desgracia lo eran, pero nunca pensó que los extremos llevaran al asesinato de su madre y el suicidio del hombre culpable de esto. Joven, con una simple carta que le retiraba la culpa, se quedó completamente solo.
Por suerte, había logado comprar un departamento para él solo, de un cuarto y lo básico para vivir bien acomodado, sin excesos ni ausencias. Le iba bien en el trabajo y al recibir educación gratuita no tenía que preocuparse por pagar sus estudios.
— Y la he pasado solo. Bueno, no tan solo... nada serio, ¿me entiendes? Situaciones y personas... pasajeras.
Suspiro, asintiendo suavemente a la vez que mi cuerpo se gira para encontrarlo de frente a mi. Lo entendía más de lo que me hubiera gustado admitir, pues la ausencia física de quien había sido mi pareja durante tantos años me golpeaba constantemente.
Su mano se desliza suavemente por mi pierna y puede que sean los mojitos, pero siento que la tensión sexual por fin cae como un denso y claro manto sobre nosotros, las señales de dudas disipándose como el suave soplido sobre la harina. Coloco mi mano por encima de la suya, aun dejando que mi boca hable sin pasar por el filtro mental. Su risa parece más ligera, no pasajera, pero como si no necesitara esforzarme para hacerlo reír, o para nada en general.
Y es que realmente no lo hacía. No necesitaba esforzarme, no necesitaba "comportarme". Era mi vida, podía hacer lo que yo deseara con mi mente, mi cuerpo y mi futuro, ¿por qué me había dejado hecho dudar tanto de mi independencia?
Aparece un oportuno y tenso silencio entre nosotros, en el cual nuestros ojos conectan y pasan a los labios ajenos, sin duda y sin hesitación parece que hilamos ideas y nuestras bocas colisionan. Ahí, en pleno restaurante, después de lo que había parecido ser un tiradero mental, emocional.
No sé que pasa por su mente, ni siquiera reconozco que es lo que pasa por la mía, pero el corazón me da una vuelta en el pecho cuando se separa unos milímetros y su aliento dulce y alcoholizado me golpea suavemente. Su agarre se afirma y volvemos a acercarnos, a besarnos y disfrutar del toque del otro.
Todo pasa demasiado rápido. Pagar la cuenta, tomar nuestras chaquetas y salir del restaurante entre risitas, y ¿por qué no? roces sexuales, provocadores. Subir al auto, besarnos en cada alto y tratar de resistir antes de arrancar las prendas del otro, no hay palabras, no hay mucho que decir. Todo queda tras nuestros apresurados pasos al subir al departamento de Leo.
Mejor aún, todo queda tras la puerta que cerramos al estampar nuestros cuerpos contra ella, apartando al mundo mientras nuestros labios se encuentran y trazan un camino por la piel del otro.
Quisiera dar detalles de lo tersa que es su piel, de como en su cadera se encuentran los restos de una cicatriz causada por una vela y su llama absorbente. También quisiera hablar de lo bien que me hizo sentir en todo momento y aunque pareciera algo apresurado, no retira lo bien que nos acoplamos el uno al otro, de como sus manos encajaban en algunas partes de mi cuerpo... pero lo dejaré a su imaginación.
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JAJAJ, le corté en lo bueno, eh. Hellow, amiwas, ¿cómo andan?
He notado que mi estilo para narrar con Christina no ha cambiado en nadaaaa, y me gusta, siento que es de las más profundas. Estoy feliz por el avance en este proyecto.
¿Les ha gustado? Hay muchos detalles a los cuales poner atención, así que ojos bien abiertos.
Bananas para ustedes
-Dana
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