15
Si Max creía estar obsesionado con el matrimonio Hamilton-Pérez, Nico estaba un escalón más arriba que él.
Nico había sacado montañas de papeles; mentiría si dijera que no se sorprendió al ver tanta información. Rosberg hablaba sobre teorías y las fundamentaba de manera muy convincente.
— Se ha acostado con modelos, presentadoras de televisión, famosos, algunos actores y uno que me llama más la atención — dice, mostrando la imagen de un chico alto con ojos azules — George Russell.
— ¿Russell? — preguntó Max, con una ceja levantada — ¿El del noticiero? No tenía idea de que Lewis se rodeara de chismosos.
— Es obvio que sí — dice, rodando los ojo — necesita a alguien que lo proteja desde dentro de la prensa. ¿Cuándo fue la última vez que viste un artículo sobre Lewis que manchara su imagen?
Nico tenía razón. Lewis no había estado envuelto en ningún escándalo desde hacía años.
— Piénsalo, niño. Si te estás acostando con alguien de la prensa, tendrás respaldo desde adentro; serás intocable.
— Aunque no creo que esa relación dure mucho — dijo, enfatizando lo último entre comillas — el chico de ojos bonitos es joven; querrá una familia, y Lewis le dirá que no. ¿Por qué dejaría a Sergio por un niñato?"
Su tono era cínico, como si ya estuviera anticipando el desenlace de esa historia.
— ¿Cómo lo sabes? — pregunta, curioso — pareciera que ya te sucedió.
Iba a reír, pero el rostro serio de Nico lo impidió. La intensidad en sus ojos y la tensión en su mandíbula le hicieron dudar. En lugar de soltar una carcajada, se contuvo, sintiendo que había algo más profundo detrás de esa expresión.
― ¿Tú también? ― dice con algo de incredulidad en su voz ― ¿El gran Nico Rosberg? Dios, ya se porque lo odias tanto.
―Cállate, Max — suspira, visiblemente enojado — todos los alfas son iguales, unos estúpidos. Lárgate de aquí, o te juro que te daré con la computadora.
― No, por favor. Te lo pido, ayúdame en esto — dice, casi suplicante — ¿De verdad no quieres ver la caída de Lewis? Piensa en todo lo que ha pasado, en cómo siempre se ha salido con la suya.
Espero algunos minutos, escuchando los pequeños sollozos de Nico que resonaban en la habitación. Quería acercarse, ofrecerle una palabra de consuelo, pero el aroma de tristeza mezclado con enojo lo detuvo en seco. Decidió que era mejor darle su espacio, permitirle procesar lo que sentía sin interrumpir ese momento tan íntimo.
― Dime qué necesitarías — murmuró, mientras se secaba las lágrimas con la mano temblorosa — hazlo rápido, por favor.
― Ese es el problema — dijo, apenado, con la mirada perdida — no lo sé.
― Eres un tonto, chico — rió suavemente, intentando romper la tensión — ¿Por qué haces todo esto? ¿Qué es lo que realmente ganarías con la separación de Lewis y Sergio? No parece que eso te traiga nada bueno.
― Amo a Sergio — confesó, con la voz entrecortada — prometí que lo haría feliz, y para lograrlo, tengo que separarlo de Lewis. No puedo dejar que siga ahí, atrapado en esa relación que lo lastima.
― Estos jóvenes de hoy en día — dijo, negando con la cabeza mientras sonreía — me recuerdas a mi yo de joven, peleando por amor. Pero... — su sonrisa se desvaneció— al parecer, mi amor no le fue suficiente. A veces, el amor no es suficiente para mantener a alguien a tu lado.
Quedaron algunos segundos en silencio, el peso de las palabras no dichas flotando entre ellos.
― Conozco a Lewis desde que éramos niños ― comenzo, sintiendo cómo el dolor se apoderaba de sus palabras ― cuando éramos adolescentes, nos hicimos novios y prometimos casarnos. Era un sueño tan bonito... — hizo una pausa, tratando de contener su tristeza — prometimos que al cumplir la mayoría de edad seríamos esposos. Pero un día, él llegó y me dijo que se iría del país. Me pidió que lo esperara, que regresaría a mis brazos — una risa amarga escapó de sus labios — cuando finalmente volvió, no llegó solo; regresó casado. Ese momento me rompió en mil pedazos.
― Lo siento mucho, Nico. Si lo hubiera sabido, no hubiera venido.
― No te preocupes — dijo, suspirando aliviado — es bueno poder decírselo a alguien después de tantos años ― Sonrió, y en su mirada había una chispa de esperanza — si te lo cuento, es para que luches por Sergio. No dejes que el estúpido de Lewis te detenga. Véngame a mí también. Hazlo por los dos, por lo que perdi y por lo que aún puedes ganar.
Ambos sonrieron, un destello de complicidad iluminando sus rostros.
(...)
― Entonces ese es mi plan — habló Max, con determinación en su voz — ¿Qué te parece? — miró a Nico, buscando su aprobación y apoyo.
― No te robarás a Sergio en medio de la noche — dijo Nico, asustado, con los ojos abiertos de par en par — pienso en algo mejor.
Max frunce el ceño, sintiendo que su plan era perfecto tal como lo había imagínado.
― No me mires así — regañó Nico a Max, frunciendo el ceño — ni que fueras cavernícola para hacer algo tan estúpido. No se trata de actuar sin pensar. Necesitamos ser inteligentes sobre esto y considerar las consecuencias.
― ¿Qué propone, señor Rosberg? ― preguntó Max, con un tono sarcástico — utilice su inteligencia de reportero.
― Una trampa — habló el mayor, como si fuera lo más normal del mundo — tenemos información por parte mía y dijiste que la muchacha que trabaja para él te dio más. Hay que utilizar la cabeza. Le diremos que si no deja a Sergio, sacaremos sus trapos al sol.
― No puedo darle la información de Carola —dijo Max, con firmeza — no quiero meterla en esto; es lo único que me pidió.
Nico se levantó de su asiento y comenzó a guardar la información que tenían en el escritorio, poniendo todo en una sola carpeta.
― Ten — dijo Nico, dándole la carpeta a Max— Aquí vienen las pruebas de sus infidelidades. Agregas la información de la muchacha, y le dices que yo te lo conseguí todo. Échame toda la culpa a mí.
― Esto es arriesgado — respondió Max — si Lewis se entera de que estás involucrado, podría volverse contra ti.
Nico asintió, sintiendo que había tomado la decisión correcta.
― Lo sé, pero estoy dispuesto a asumir ese riesgo. Solo asegúrate de que Sergio sepa que estoy de su lado y que esto es por su bien.
Max sonrió en forma de agradecimiento.
(...)
Carola no sabía con exactitud qué había en la oficina de su jefe, pero su instinto le decía que comenzara a buscar entre sus cosas.
No parecía nada fuera de lo normal; todo se encontraba extremadamente limpio, como siempre. Los libros estaban delicadamente acomodados en la estantería al lado de la ventana, y el escritorio lucía impecable, como si nadie hubiera tocado nada.
Carola frunció el ceño, sintiendo que su instinto le estaba jugando una mala pasada. Sin embargo, no podía desanimarse.
Pasaron tortuosos minutos y Carola fue de un lugar a otro por la habitación, revisando cada rincón con la esperanza de encontrar algo que le diera respuestas. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y no encontraba nada significativo, la decepción comenzó a apoderarse de ella.
Finalmente, resignada, se dirigió hacia la puerta, sintiendo que había agotado todas sus posibilidades.
Maldició al golpearse el pie y, mientras se agachaba para ver qué había causado el dolor, se dio cuenta de que era el bote de basura. Su mirada se posó en un papel arrugado que sobresalía entre los desechos.
Comenzó a abrir el papel, que parecía estar roto y desgastado. Lo que llamó su atención fue el título: "Prueba de Esterilidad". Carola sintió que una ola de confusión la invadía. ¿Qué significaba eso?
"Resultados: Esterilidad confirmada en el paciente..."
― Aquí estás, Carola — dijo Lewis al entrar a la habitación — te busqué por toda la casa.
―Señor — dijo Carola, intentando ocultar el nerviosismo, mientras rápidamente escondía el papel en su bolsillo — ¿Qué sucede?
Lewis la miró fijamente, evaluando su expresión. Había algo en su tono que le parecía extraño, pero decidió no darle demasiada importancia.
― Debes comprar boletos de avión — dijo Lewis de manera abrupta — decidí que nos iremos de aquí.
―¿Sucedió algo? — preguntó Carola, intentando sondear a Lewis y averiguar qué estaba detrás de esa decisión tan repentina. Sabía que debía informar al señor Max sobre cualquier indicio de irregularidades.
Lewis la miró con desconfianza, como si pudiera leer sus intenciones.
― No, no ha pasado nada, solo creo que es mejor que nos alejemos de aquí por un tiempo.
― Como desee, señor — respondió Carola, manteniendo la voz firme. Sabía que debía seguirle la corriente a Lewis por el momento, pero también tenía que encontrar una forma de alertar al señor Max sobre lo que estaba sucediendo.
Lewis asintió, satisfecho con su respuesta.
― Bien. Entonces asegúrate de comprar los boletos lo más pronto posible — dijo, dándole una última mirada antes de levantarse — yo estaré en la empresa revisando algunos detalles.
Debía llamar al señor Max rápidamente.
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