13
Max se dirigía a su oficina, apurado por llevar los papeles que Carola le había conseguido. Prefería no leerlos en casa, temía que su hermano o sus padres los encontraran. Así que decidió llevarlos consigo, como un secreto que debía proteger hasta el momento adecuado.
Podía sentir cómo sus manos sudaban, y el maletín que llevaba consigo parecía resbalarse de sus dedos. Decir que estaba nervioso era quedarse corto; la adrenalina corría por su cuerpo como un río desbordado. Ahora que tenía esos papeles, la sensación de que tenía un pie en el cielo lo envolvía. Si todo salía bien, podría finalmente estar con Sergio, ese sueño que había anhelado durante tanto tiempo.
Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos mientras imaginaba cómo sería ese momento. La posibilidad de compartir risas y complicidad con él le daba fuerzas, pero también aumentaba su ansiedad. Se preguntaba si había tomado la decisión correcta al arriesgarse de esta manera. Sin embargo, el deseo de estar con Sergio superaba cualquier temor. Con cada paso hacia la oficina, se recordaba a sí mismo que a veces era necesario arriesgarse para alcanzar lo que realmente se quiere.
― Señor Wolff ― habló su recepcionista con una voz firme, interrumpiendo sus pensamientos antes de que pudiera pasar a su oficina ― lo esperan en su despacho; me dijo que usted lo había citado.
Max frunció el ceño, confundido. No recordaba haber citado a nadie para ese día. Agradeció a la recepcionista con un gesto de cabeza, intentando ocultar su sorpresa, antes de dirigirse hacia su oficina.
Y ahí fue donde se encontró cara a cara con la última persona que deseaba ver en su vida.
― ¿Qué mierda haces aquí? ― preguntó Max, dejando que su sorpresa se convirtiera en frustración. La voz le salió más áspera de lo que pretendía, y pudo ver cómo la sonrisa del visitante se desvanecía lentamente.
― Esas no son formas de tratar a sus visitas, señor Wolff ― respondió con un tono de voz sarcástico, levantando una ceja mientras se reclinaba en la silla.
― ¿A qué vienes, Hamilton? ― preguntó Max, mientras se sentaba detrás de su escritorio, quedando frente al contrario. Su mirada se mantuvo fija en el rostro de su visitante.
El rostro de Hamilton cambió drásticamente; la sonrisa que había mostrado un instante antes se desvaneció, dejando solo una expresión fría y sin emoción. Max pudo sentir cómo las feromonas del contrario llenaban la habitación, pesadas y densas, como un manto que envolvía el espacio entre ellos. Era un olor que delataba su enojo, una mezcla de desafío e intimidación que intentaba aplastar al alfa menor.
― Vengo a hablar sobre la amistad que tienes con mi esposo ― recalcó el moreno, enfatizando las últimas palabras con un tono cortante que resonó en la habitación. Sus ojos brillaban con una mezcla de furia y desdén ― ¿No te enseñaron a ser respetuoso con el matrimonio de los demás, niño?
― No tengo nada que ocultar ― respondió el rubio ― mi amistad con Sergio es solo eso: una amistad. No hay nada más.
― No me importa que sean amigos. Tu amistad con Sergio solo lo arruina. Hazte un favor y aléjate de él ― habló serio Lewis, su voz firme y cortante. La tensión en la habitación se intensificó con cada palabra que pronunciaba.
Max sintió cómo la indignación comenzaba a burbujear en su interior.
― ¿Acaso crees que soy estúpido como para no saber que hablaste con él en el baile? ― continuó Lewis, sus ojos oscuros fijos en Max, buscando alguna señal de culpabilidad.
Max se cruzó de brazos, intentando proyectar una imagen de desdén.
― Hablé con él porque es mi amigo, y no tengo nada que ocultar. Si hay alguien que está arruinando su vida, ese no soy yo ―respondió, dejando caer el desafío en su voz.
Lewis se acercó un poco más, la rabia palpable en cada centímetro de su postura.
― No te equivoques, Max. No estoy aquí para jugar a los juegos de la amistad. Si no te alejas de Sergio, me aseguraré de que lo lamentes.
Las palabras flotaron en el aire entre ellos, cargadas de advertencia y amenaza.
― Mira, Lewis ― habló Max, mientras se levantaba de su lugar, la determinación brillando en sus ojos ― el único que se lamentará serás tú, así que lárgate de mi vista, de mi oficina y de mi empresa, antes que te saque de tus estúpidas trenzas de mierda.
El aire se volvió electrizante. Lewis frunció el ceño, claramente sorprendido por la osadía de Max. La actitud desafiante del alfa menor lo hizo retroceder un paso, aunque su orgullo no le permitía mostrar debilidad.
― ¿Te crees muy valiente, eh? ― respondió Lewis con una sonrisa burlona que no llegaba a sus ojos ― pero recuerda que hay consecuencias para quienes desafían a un alfa.
Max dio un paso al frente, su voz resonando con fuerza.
― Quizás deberías recordar tú que no todos te temen. Lo que tú consideras como poder es solo miedo disfrazado. No me importa tu casta ni tus amenazas.
Lewis lo miró con furia contenida, y por un momento la tensión se hacía casi insoportable. Pero en lugar de ceder, Max sintió cómo la adrenalina corría por sus venas, dándole el valor necesario para enfrentar a quien intentaba intimidarlo.
― Sal de aquí antes de que me arrepienta de ser civilizado ― añadió Max con un tono helado.
Con eso, Lewis apretó los dientes y dio media vuelta, abandonando la oficina con pasos pesados. La puerta se cerró tras él con un golpe sordo, dejando a Max en un silencio tenso pero liberador.
― Vaya mañana de mierda ― dijo Max después de que estuviera solo en su oficina, dejando escapar un suspiro pesado que parecía liberar la tensión acumulada. Se dejó caer en su silla, mirando el maletín que reposaba sobre su escritorio.
― Todo vale la pena por Sergio ― murmuró, tocando el maletín con suavidad, como si ese gesto pudiera transmitirle toda la determinación que sentía. La imagen de Sergio sonriendo lo llenó de una calidez que contrarrestaba la frialdad del conflicto con Lewis.
(...)
No sabía que tanto tiempo había pasado en su oficina leyendo una y otra vez la pila de papeles en su escritorio. La luz del sol se filtraba a través de la ventana, iluminando los documentos que Carola le había conseguido. Se sorprendió al ver cuánta información había logrado reunir sobre el matrimonio, desde copias de registros hasta escritos que, según suponía, la misma beta había hecho ella misma.
Max hojeó los papeles, cada vez más intrigado. Había cartas llenas de promesas y esperanzas, pero también documentos que revelaban tensiones y secretos ocultos. Era como si cada hoja contara una parte de una historia que necesitaba ser descubierta.
― Carola realmente se ha esforzado ― pensó Max, admirando su dedicación.
Siguió hojeando hasta que una carpeta llamó su atención. Recordó que Carola le había dicho que tenía información algo extraña. Dejó de lado los tickets de varios hoteles en los cuales solo pasaban por un corto tiempo y abrió la carpeta con emoción.
En su interior, encontró algunas fotos de un Sergio joven. Lo que más le llamó la atención fue que en estas imágenes, el joven Sergio parecía no saber que lo fotografiaban. Sus expresiones eran naturales, capturadas en momentos de diversión y despreocupación, como si estuviera disfrutando de la vida sin ninguna preocupación.
Max se detuvo a observar cada foto, rápidamente se centró en las notas que acompañaban las imágenes. Algunas describían minuciosamente cómo iba vestido Sergio ese día, mientras que otras indicaban en dónde se encontraba: cafés, parques, fiestas. Todo parecía inofensivo, hasta que llegó al final de la carpeta.
Ahí encontró varias hojas con anotaciones detalladas sobre el día a día de Sergio. Era como si alguien hubiera estado siguiendo sus pasos, documentando cada movimiento y cada interacción. Las notas eran meticulosas; había descripciones sobre con quién se encontraba, qué hacía y hasta cómo reaccionaba ante diferentes situaciones.
Sintió un escalofrío al terminar de leer, no pensaba que Lewis le siguiera el rastro al omega desde hace tanto tiempo. Dejó la carpeta de vuelta al escritorio, decidido que era mucha investigación por hoy, hasta que un papel llamó su atención. Estaba entre toda la pila de documentos. Lo sacó y comenzó a leer. Al parecer, este solo era una transferencia, pero lo que decía le hizo levantar una ceja: eran unas tierras en México.
Max sabía que Checo era de allí, así que su curiosidad aumentó. La transferencia indicaba que Sergio era el heredero de esas tierras. No podía creerlo; Sergio siempre había dicho que no tenía nada en México.
Solo pudo recordar a Sergio diciéndole que solo tenía a su padre allá, que él era algo importante en Guadalajara. Su mente intentó hacer una respuesta lógica: ¿por qué sería heredero si su padre estaba vivo? La confusión y la preocupación crecieron en su interior.
Mierda, su mente juntó todos los puntos y deseaba haberse equivocado.
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