A puertas cerradas.
Ya era de noche, se le había pasado la hora volando entre revisar documentos y mandar e-mails. Estaba realmente agotado, tan solo quería volver a casa, darse una ducha, comer algo e irse a la cama, pero con que no contaba era que tendría una muy grata sorpresa, una, que haría que todos sus planes se fuesen al caño.
Sintió unos leves golpes en la puerta y levantó la vista de la pantalla, pero antes de tan siquiera poder decir: "Adelante", esta se abrió mostrando a una preciosa mujer. Sonrió, e inmediatamente se puso de pie, eso sí, para acercarse a ella lo hizo de una manera cautelosa, como no queriendo asustarla. ¿Cómo lo iba a hacer?, Si ya llevaban años conociéndose de, además, estar juntos ya por varios meses. Sin embargo, creía que era tan perfecta que simplemente tenía pavor que ella fuese un espejismo.
-¿Cómo estás? -preguntó la mujer con una sonrisa encantadora.
-Ahora que estás aquí, mucho mejor -estiró su mano y entrelazó sus dedos con los de ella -. Estás preciosa.
Ella se sonrió porque cuando él viese lo que había debajo de esa chaqueta negra, moriría, podía apostarlo. No obstante, estaba muy ansiosa por deshacerse de aquella prenda y dejar en evidencia su más escondida fantasía.
-Rebecca, ¿por qué estás aquí tan tarde? Son más de las once de la noche cariño.
-Porque te tengo una sorpresa -vio como él alzaba la ceja -, y no necesitaba que nadie estuviese aquí. Ya una vez la señora del aseo nos pilló, pero la adrenalina que sentí cogiendo contigo aquí, me hizo querer repetir la experiencia, ¿no te apetece? -preguntó con un puchero de niña buena.
Sin embargo, de eso nada había y Alex lo sabía, porque Rebecca en la cama se había convertido en una desvergonzada, en una traviesa que lo provocaba y que le encantaba, porque el recuerdo que tenía de la Rebecca de años atrás, no tenía nada que ver con la mujer juguetona que estaba abriendo los botones de esa gabardina negra. Alex se sonrió con ella con una complicidad de la que estaba agradecido, porque pocas parejas lograban la conexión que ellos tenían. Se llevó la taza de café hasta los labios, pero algo pasó, algo lo hizo escupir esa jodida bebida.
Abrió los ojos con mucha sorpresa al tiempo que se tapaba la boca con ambas manos, ver a su mujer así casi le produce un infarto. Rebecca de inmediato se percató de lo que le produjo su, ¿vestimenta?, porque el portaligas con el encaje negro semitransparente, que medio tapaba sus partes íntimas realmente no se podía considerar así, ¿no?
La pesada tela que la cubría cayó a sus pies haciendo un ligero sonido. Alex deslizó las pupilas desde su rostro, pasando por sus hombros, senos, vientre, hasta su entrepierna. Rebecca tenía un brillo febril en sus ojos almendra y Alex la estaba desnudando con tan solo observarla, a través de esa mirada depredadora podía sentir su caricia y eso la estaba comenzando a humedecer. Ese hombre tenía poder absoluto sobre su cuerpo, solo con ver ese rostro ella se sentía desfallecer.
Precisamente como en ese momento...
Alex intentó recomponerse del impacto que le produjo el ver a su novia semi desnuda en medio de su oficina, casi a las a las doce de la noche. ¡Carajo!, todo el cansancio se le fue al infierno. En fracción de nanosegundos se recompuso ante tan dantesca sorpresa. Deshizo el peinado que ella se había hecho, para poder hundir los dedos en su nuca y acercarse a ella para comerse su boca. Sabía a chocolate, sabía muy bien que cuando Rebecca estaba ansiosa o nerviosa, comía chocolate y se le hizo embriagante comprobar su estado anímico gracias a su osadía de presentarse allí.
-Te ves jodidamente increíble.
-¿Te gusta mi sorpresa?
-¿Qué si me gusta?, ¡me encanta!
Volvió a unir su boca a la de ella. Deslizó la mano por el contorno de su cintura sintiendo la textura de su blanca y suave piel. Hizo un camino con sus dedos hasta llegar a broche de su brasier y con una maestría adquirida por los años, se deshizo de tan estorbosa prenda en menos de un segundo. Rebecca suspiro entre sus labios al sentir la palma de Alex cubriendo todo su seno, especialmente centrándose en su endurecido pezón. Le mordió el labio, le succionó la lengua y volvió a apretar de él entre sus dientes. ¡Jamás se cansaría de besarla! Esa boca lo mataba, lo atrapaba, lo seducían a un punto que ni él sospechaba, pero diablos, como le gustaba embeberse de ella.
Rebecca puso las manos sobre el torso de Alex tan solo para ir desabotonando la camisa. Sus dedos estaban más temblorosos que de costumbre, es que mierda, cada vez que estaban en esa situación ella no podía evitar ponerse nerviosa. Todavía no se acostumbraba a que estaban juntos, a pesar de los meses, porque siempre lo amó y eso era lo que Alex provocaba en toda ella. Cuando su pecho estuvo al descubierto, Alex la pegó a él y pudo palpar como su corazón latía desbocado.
Piel con piel, boca contra boca, gemidos expectantes y juegos de manos por sus cuerpos...
Alex, sin dejar de besarla, se agachó tomando sus nalgas para alentar a que Rebecca enredara las piernas alrededor de sus caderas. Caminó con ella hasta el escritorio y la sentó sobre la cubierta, todavía estaba entre sus piernas y Rebecca podía sentir su firme falo bajo la tela de su pantalón. Alex se separó de ella y la miró por largos segundos, hasta que, se comenzó a arrodillar acariciando sus piernas en el acto. La incitó para que alzara las nalgas y fue bajando esas jodidas bragas de infarto, hasta que su novia quedó expuesta ante él. Se puso de pie, dio un paso atrás y la contempló. Se mordió el labio al tiempo que alzaba la cabeza y soltó un suspiro.
-Ay, Rebecca, ¿me quieres matar? -cuando volvió a fijar sus ojos en ella, se percató que la mujer estaba de piernas abiertas con sus palmas en el interior de sus muslos, casi llegando su feminidad. Tenía los brazos estirados, ejerciendo una sutil presión sobre los costados de sus senos que tenían los pezones apuntando directo hacia Alex -. Definitivamente me quieres matar -con una sonrisa lasciva se volvió a acercar a ella. Lo que Rebecca no vio venir fue que Alex se dejó caer de rodillas, una vez más.
Besó ambas piernas, pasó la lengua por el interior de sus muslos, hasta que llegó a donde ambos tanto ansiaban, allí aquella lengua sedienta se perdió entre esos pliegues necesitados. Tan solo pudo soltar un suspiro al sentir la lengua de su novio. Agarró su cabello, para que él se internara más en las profundidades de su sexo. Era la jodida gloria, su vista se comenzó a desenfocar y sus caderas automáticamente se comenzaron a menear contra su boca. Cuando sintió que sus entrañas comenzaban a arder, Alex de detuvo. Se percató de sus ganas por correrse.
-No cariño, todavía es muy pronto -dijo al tiempo que se pasaban el pulgar por su labio inferior. Se puso de pie y con el mismo dedo bajó el cierre de su pantalón mientras la observaba con una sonrisa licenciosa -. Ponte de pie -ella así lo hizo -. Date media vuelta -Rebecca estaba ardiendo como el puto infierno y solo pudo volver a obedecer. Quedó mirando la pared con sus manos puestas sobre la mesa -. Abre las piernas -¡maldita sea! Cada orden la hacían sentir como una sumisa, pero, como le encantaba cuando Alex le daba órdenes sexuales.
Sintió una suave nalgada que la hizo dar un respingo, pero esa mano se quedó allí, acariciando y apretando. Tomó sus caderas, las alzó un poco y de una sola embestida se perdió en su interior haciendo que su miembro desapareciera hasta la maldita empuñadura. Ambos gimieron. Rebecca apoyó la cabeza sobre el hombro de su novio, podía sentir su firme torso en su espalda y Alex aprovechó la oportunidad para recorrer cada centímetro de su vientre, y bajo las palmas de sus manos logró palpar los latidos de Rebecca sobre las costillas. Llegó hasta el contornó de sus senos y poco a poco fue apresando los pezones entre sus dedos. Ella giró su cabeza perdiendo su rostro en el cuello de Alex y soltó un gemido que le erizó la piel de ese hombre.
Su miembro entraba y salía con facilidad gracias a la humedad que sus sexos desprendían, lograba que hacer el amor fuese más placentero. Soltó sus pezones poco a poco, sin embargo, antes de dejarlos por completo, los pellizcó tirando de ellos. Rebecca bajó la cabeza entre sus hombros y Alex aprovechó la oportunidad para pasar su lengua resbalosa por toda su columna, sabía maravillosa. Enterró los dedos en sus caderas, estimulándola para que se moviera con más frenesí. Ya estaba al borde del clímax y quería sacar provecho a cada segundo antes de acabar.
-Alex... -jadeó -, más fuerte. ¡Ah! -él salió por completo -. No... No pares -chilló -. Dame más, Pimpollo.
-Me encanta cuando me dices así -le besó el cuello -. Vámonos juntos Rebecca, ya estoy a punto de correrme.
-Mmm... -llevó una mano hacia atrás y le agarró una nalga a Alex -. Yo también, se siente tan maravilloso.
-¿Te gusta? -le azotó la nalga.
-Ah, sí -se recostó sobre sus codos, encima de la cubierta. Alex miró hacia abajo.
-¡Oh!, mierda... -el solo hecho de ver como su falo entraba y salía de la chica, provocó que sintiera un intenso calor entre sus piernas -Me... Me corro, mi Pimpolla.
Rebecca se sonrió por la ocurrencia de dicho apodo. Sin embargo, cuando sintió la esencia de Alex en su interior se dejó llevar por aquella culminación de lo que fue la locura más malditamente excitante que había hecho jamás. Las paredes de su intimidad atraparon el miembro de Alex, que latía y seguía expulsando los últimos vestigios de su orgasmo.
Juntos se fundieron convirtiéndose en un solo cuerpo y convergieron a un clímax devastador que los dejó a ambos con la boca seca, con el corazón acelerado y con una leve capa de sudor, pero también con la certeza de que siempre estarían juntos, con la convicción de que no se volverían a separar, porque estaban hechos el uno para el otro.
De más estaba decir que follar dentro de aquella oficina, se convertiría en una costumbre que repetirían a lo menos, dos veces por semana.
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