Entre su sangre

Las manos entrelazadas por encima de su cabeza le hacían parecer que tenía una posición de baile, lista para iniciar una danza. Aun así, no creo que en su último aliento, tratando de alcanzar la vida que se le escapaba, ocupara su energía en contorsionarse de esa forma. Un tiro sobre su pecho izquierdo hizo que su corazón explotara y el rojo carmesí de su sangre decorara metro y medio de diámetro a su alrededor.

«Un lienzo exquisito de un artista retorcido.», dijo Fuentes, uno de los forenses presentes mientras examinaba la escena; nadie se acercaba aún al cuerpo de aquella mujer lo suficientemente hermosa como para obstaculizar simbólicamente el proceso de investigación; los nueve agentes involucrados parecían hipnotizados. Y es que era sorprendente no sólo su belleza, sino la sonrisa suave que protagonizaba su rostro. Un vestido beis muy elegante la envolvía, en definitiva la víctima estaba fuera de su zona; aquel barrio del centro solo era ocupado por vagabundos y drogadictos. ¡Era imperativo creerme todo eso!

—La trajeron, y acabaron con ella aquí —dijo Alberto, mi compañero.

—Por dar una respuesta rápida —agregó Manuel, uno de los uniformados que llegaron primero a la escena—, sin duda, fue un crimen pasional.

—¿Sin duda? —pregunté con el objetivo de que reformulara su conclusión.

—Eh —respondió tartamudeando monosílabos, nervioso por mi ataque—, mi opinión —agregó levantando las manos.

—Las opiniones no resuelven crímenes.

Cabeceó de acuerdo con lo que le dije y se mantuvo al margen de la investigación.

La habitación donde estaba y donde seguramente fue asesinada era un haz de luz entre tanta oscuridad, muy humilde pero bastante ordenado y con un toque femenino; los cajones estaban abiertos, daban la impresión de un robo, ¿pero aquí? El lugar en sí no encajaba con la locación. En las gavetas solo había ropas sencillas.

—Mira esto —dijo Alberto y me acerqué hasta él—, es ella —añadió mostrándome un cuadro pequeño con una fotografía deteriorada, se veía antigua, una pareja, y ella estaba en la imagen.

Mi desconcierto fue demasiado obvio, tengo que trabajar mis emociones, pues corrí hasta el cadáver para ver más de cerca aquella cara y no me percaté de que pasé por encima de la sangre, poniendo en duda todo lo que las muestras implicaban. ¡Mierda! Aun así, seguí detallando sus rasgos, el parecido era extraordinario, pero no era ella. Un lunar y cejas más pobladas las diferenciaban, seguro era su madre. ¿Cómo es que su madre vivía en este sitio cuando ella y su familia eran pudientes? El sudor empezaba hacer caminos desde mi cuero cabelludo; debí cortarme el pelo hace mucho, por ella lo mantuve así.

—¿Qué coño te pasa? —me reclamó uno de los forenses.

—Es algo importante —exclamé sin vacilar; mi fama en mi trabajo no es solo suerte, no dejo cabos sueltos y diez de diez siempre resuelvo mis casos, por lo que mi palabra es importante y respetada en cualquier situación.

Ahora, todo lo que sabía se había ido al caño. ¿Cómo se me pudo escapar eso?

—¿Dónde estaba la foto? —pregunté a Alberto.

—Justo allí —dijo señalando un mueble pequeño con una lámpara.

Estuve antes aquí y nunca lo vi. ¡Maldición! Mi nerviosismo se hacía cada vez más evidente. Alberto se acercó a mí para hacerme una confidencia.

—¿Qué no me estás diciendo? —preguntó bastante seguro de que algo ocultaba—. ¿Investigaste sobre ella antes de llegar aquí? —inquirió dejándome espacio para huir de la verdad.

—¡Sí! —respondí casi en un grito—. Su... —añado dudando qué decir—. Su familia tiene dinero, lo cual es obvio por cómo vestía. Pero parece que conocía a quién vivía en este lugar, ella no es la de la foto, hay diferencias. Pero en definitiva es su familia y por la vejez de la fotografía podría ser su madre.

—Murió hace seis horas —concluyó la forense principal—, alrededor de las tres de la mañana.

Mi corazón bombeaba más rápido, sentí mucha nostalgia por ella. Quizá no merecía morir, no merecía nada malo. Me afectaba, pero no debía mostrar ningún efecto en mí por el caso.

—¿Cómo fue que nos enteramos de esto? —preguntó otro de los detectives que nos acompañaba.

—Anónimo —respondí rápidamente—. Llamada anónima.

—El disparo certero fue de un cartucho .38 —declaró Fuentes, provocándome el reflejo involuntario de pasar por mi garganta la saliva acumulada—. Bastante común —finalizó. De pronto me pasaba constantemente la mano por la nunca separando el cabello de la piel que se pegaba con tanto sudor—. A una separación de no más de cincuenta centímetros.

El vestido se arrastraba detrás de ella cuando salía de la cocina, su caminar más la figura que se reflejaba detrás de la tela siempre me fascinó; era mi droga. Mi concentración fallaba cuando estaba en la oficina e incluso mis compañeros empezaban a notarlo. No era la misma persona desde que la conocí. Cometí un error, me involucré demasiado, al punto de perder la cordura.

—La expresión en su cara deja mucho que pensar —anunció Alberto, sacándome de mi ensimismamiento—, el asesino la tuvo tan cerca —continuó, haciendo uso de sus brazos imitando cómo la tendría su verdugo aprisionada—, y ella no se defendió, ¡no se defendió!

—Lo conocía —agregué a su análisis—, confiaba en él —digo con expresión de lamento.

—Correcto —acertó Alberto.

—Sus dedos, sus manos, están impecables. No tuvo ningún tipo de resistencia —decía el forense a medida que inspeccionaba cada centímetro de ella.

Veía como se acercaba a sus muslos en busca de moretones, de golpes que pudieran generar un indicio de lo que sucedió, era lógico, ese era su trabajo; sin embargo, el vello sobre mi cuerpo tomaba vida, odiaba ver cómo alguien más la tocaba. Odiaba lo que le había pasado, quizá... quizá entonces no lo merecía.

Un individuo entró por la puerta principal ejerciendo toda su fuerza para traspasar la barrera humana de uniformados. El joven quien lucía bastante dolido al ver el cuerpo extendido en un charco de su propia sangre cayó de rodillas e inició un espectáculo demasiado dramático a mi parecer. Les extendí un brazo a los policías de camino para que lo dejaran allí, me acerqué hasta él.

—¿Quién es usted? —lo interrogué con una mano firme sobre su hombro, pero ya yo lo había visto antes, con ella.

—¡¿Qué le pasó?! —gritó en respuesta, se levantó y con furia me empujó, haciendo que perdiera el equilibrio y nuevamente cayera sobre aquella sangre—. ¡¿Quién le hizo eso?!

En su arranque de ira los oficiales lo tomaron de sus extremidades, aun así, su abstracción era tal que no podían controlarlo; al soltarse logró sacar un revolver pequeño de su entrepierna que apenas podía apreciarse que tenía, el cuerpo se me heló al ver que apuntaba hacia mí exigiendo al tiempo una respuesta a sus interrogantes. Mientras forcejeaban con él contuve por completo mi temor para actuar.

—Solo finges —le dije con calma y con una sonrisa para provocarlo, ocultando el temor inminente a caer al lado de ella con un disparo en el corazón y que nuestras sangres se unieran—. Parece que sabes más que nosotros de lo que aconteció aquí... ¿por qué no nos cuentas? —El hombre arrugó la cara ofendido con mi insinuación, la fuerza que empleaba era increíble; golpeó la nariz de uno de los policías. Levantó su brazo con el arma dirigida hacia mí, yo di un paso hacia atrás.

Los estruendos de tres impactos se repetían en cada espacio de la habitación. El ensordecimiento me consumió de inmediato, no podía escuchar nada, solo observaba al joven desfallecido en el suelo, uno de los forenses lo atendía y negaba con la cabeza, los oficiales revoloteaban por el lugar y comunicaban lo acontecido por los transmisores portátiles. Poco a poco mi audición fue despertando; Fuentes alegaba seguridad en cuanto al arma del joven, solo era cuestión de verificar en laboratorio pero era el mismo revólver usado para matar a la víctima. Por fin los indicios actuaban a mi favor.

Su sangre bañaba mis manos, la culpa me invadió, no lo merecía. Me juró que no pasaba nada entre ellos, aun así no me contaba lo que en realidad sucedía, entre más tiempo pasaba más sospechaba de su engaño, ¿para qué ocultar lo que hacía? Si solo hubiese dicho la verdad, si sólo no me hubiese enamorado tanto de ella. Me cegué sin investigar.

Aun cuando tenía el arma cerca de ella, la misma arma que le pertenecía a aquel que veía a mis espaldas, cargada, amenazándola con quitarle la vida si no se sinceraba conmigo, ella sonreía; no me creía capaz, solo repetía que me amaba, que confiara en ella. Acariciaba mis mejillas con sus manos delicadas y sonreía. La creí indiferente, me dolía su silencio y disparé. Poco a poco la vida se le escapó y su sonrisa aun permanecía.

Envié un mensaje a aquel hombre desde su teléfono para que encontrara el arma y fuera a verla. Todo fluyó muy bien.

—Ana —decía Alberto a lo lejos—. ¡Ana! Reacciona ¿Estás bien? —me preguntó.

—Lo estoy —respondí, pensando que nunca dejó de ser mía ni yo de ella.

—Eran hermanos —sentenció Alberto señalando los dos cuerpos; lo cual dejó en exposición mi total equivocación y la mala dirección de mis hechos. Pero nadie lo sabría.





***

Media: You're beautiful by James Blunt - Un tema que al escuchar a detalle se trata de una historia obsesiva de amor a una extraña.

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