Capítulo 4
Santa Mónica, verano 2023
—¿Disculpa? —Consigo oír la voz del niño mimado y las vívidas imágenes pasadas empiezan a desvanecerse—. ¿Dices que mi madre sabía de ti? —agrega el chico.
No le respondo porque sigo afectado por los recuerdos, las lágrimas han conseguido nublarme la visión y restriego mis ojos con la manga del jersey con tal de limpiarme. Intento ocupar mi mente en realizar un paneo veloz del sitio para desechar el remanente.
Sigo en la lujosa oficina del enano, mi cuerpo tiembla y resulta demasiado difícil respirar con normalidad. Veo a Johan sostener un pañuelo desechable en su nariz, me observa airado, confundido, pero también algo lloroso. De cuclillas, frente a mí, está Cory, me aprieta el hombro izquierdo; sus ojos lucen brillantes como quien contiene el llanto, aunque tal expresión se disipa pronto y frunce el ceño ante las palabras del chico. Se gira para contestarle. Creo que quiere golpearle la cabeza o quizás arrancársela.
—¿Eso es lo que te parece, maldito puberto? —indaga un poco irónico— Pasan otras cosas aquí, pero ya que entre todo es lo único trascendental para ti… antes de que dejes salir al mocoso impulsivo que llevas dentro y corras a reclamarle a tu madre por no hablarte de tu hermano perdido, contéstame: si de la nada aparece un chico y te dice que es el amante de tu novio, ¿le creerías o hablarías con tu pareja primero?
Johan no responde y desvía la mirada. Yo también sigo en silencio porque necesito recuperar la calma, aunque será difícil, si apenas cierro los ojos, revivo aquella escena con John alejándome de mamá durante mi inútil intento por despertarla. Vuelvo a abrirlos y encuentro a Cory, me observa de manera inquisidora.
—¿Por eso crees que John es el asesino de tu madre? —indaga el enano en tono suave, aunque severo.
—¿Y quién más, eh?
—No lo sé —contesta un poco condescendiente—. Pero muchas cosas pudieron pasar, además, eras muy pequeño. Encontrar el cadáver de tu madre, sin duda, causó una gran impresión en ti.
—¡Sé que fue John! —respondo fuerte y él se cruza de brazos.
—O tal vez el otro sujeto que solía acompañarlos, ¿no se te ocurrió? ¿O qué tal el sujeto que abusó de ella? ¿El hombre sin rostro?
—¡Estoy seguro de que John lo hizo! —le grito furioso y luego fijo mis ojos en Johan, con esa mirada pretendo mostrarle cuánto lo odio— ¡Tu maldito padre me quitó todo lo que tenía! Se enfureció porque mi madre buscó a la tuya. Fue al departamento y después de reclamarle, ¡la mató!
Johan no deja de temblar, se ve demasiado afectado y siento un aire de tranquilidad con eso. Quiero que ese maldito niñito de papi sufra. Cory chasquea los dedos ante mí, varias veces y luego usa su mano para apretarme las mejillas con increíble fuerza, sus afiladas uñas podrían atravesarme la piel, me obliga a observarlo.
—¿Lo viste hacerlo?
Sacudo la cabeza para soltarme, pero vuelve a agarrarme.
—¡Responde cuando te hablo, mocoso maldito! —exige en tono alto y severo— ¿Lo viste hacerlo?
Niego en silencio, después de volver a liberarme.
—No puedes asegurar nada. ¿Entiendes? —Finaliza Cory y se sacude las manos al levantarse.
La ira y frustración siguen revueltas dentro de mí, ni siquiera logro nivelar mi respiración. Veo a Johan tomar asiento en el sofá, luce consternado. «Maldito niñito mimado, quiero matarte».
—Cuando mamá esperaba a las mellizas, recuerdo que solían discutir mucho. —El chico parece hablar para sí mismo por un rato, ni siquiera nos mira, después fija los ojos en mí antes de continuar—: Ahora, creo que el bebé por el cual peleaban eras tú.
No digo nada. Bajo la cabeza y vuelvo a centrarme en el suelo reluciente, así consigo divisar mi reflejo: también sangro, pero ni siquiera fui consciente de algún dolor en la cara; me paso un puño por la herida en el pómulo para limpiarme y menos de un segundo más tarde, mi visión se obstaculiza. Los tacos dorados de Cory captan mi atención antes de escucharle.
—Jóvenes, de verdad necesito la información que guarda John.
—¡Olvídalo!
Johan y yo hablamos a la par, por primera vez estoy de acuerdo en algo con ese niñito de papi, aunque por un instante lo observo confundido. «¿Por qué no quiere ver a su papito?», me pregunto de manera retórica «¡Ah, claro! Le dolió descubrir que no es perfecto», reflexiono en silencio y vuelvo a fijarme en Cory que se ve bastante molesto; de hecho, su párpado derecho comienza a temblar.
—Chicos, ¿pueden…?
—Cory —le interrumpo enseguida y me pongo de pie—, ¿tienes un trato con ese tipo? —exijo en tono amenazante, pero el enano no contesta, tampoco me evade la mirada ni una vez—. ¿Qué? ¿No me vas a responder? Se supone que estamos juntos en esto.
—¿Crees que me asustas, Kevin? —contesta tranquilo e incluso sonríe con suficiencia— Tu vida depende de mí, ¡qué no se te olvide!
—¡Tu maldito caso necesita de mí! —le grito furioso, pero ni así se inmuta—. Si hiciste un trato con él, renuncio.
—¡Kevin!
Ignoro los gritos de Cory mientras me dirijo a la salida. Prefiero un tiro en la cabeza a tener que ver a ese hijo de puta otra vez. Azoto la puerta. Un par de guardias del corredor me contemplan, quizás ya tengan orden de detenerme y llevarme de vuelta adentro. Esta maldita situación me frustra y hace sentir atrapado, por eso, resulta imposible contener un grito.
Estrello dos puños contra la pared, incluso siento deseos de destrozar una de las obras de arte ante mí con tal de fastidiar a Cory; sin embargo, decido evitar un lío legal. Luego de una nueva maldición, gritada a todo pulmón, mientras sacudo mi mano para pasar el dolor del impacto, me ovillo en el suelo.
No hay muchas opciones. Cuando eres un testigo protegido de Cory, te toca acceder a lo que dice, no queda de otra.
—Pero esto… —murmuro para mí mismo mientras intento regular el temblor de mi cuerpo.
No importa lo que Cory piense, odio a ese hombre por haberme quitado lo más importante y, a la vez, detesto admitir que me asusta. Temo a ese tipo desde aquel día en que me la arrebató, ese seis de diciembre, que tiñó de gritos, sangre y dolor el que antaño fue mi día especial.
Los recuerdos vuelven a amontonarse, no quiero pensar en ellos porque siento que mi pecho se hace pedazos, igual que entonces. Respiro, escucho sus iracundos gritos: «¡Ally, ¿qué hiciste?!»… sigo respirando, «¡apártate, niño!»… y vuelvo a abrir los ojos, aunque las incipientes lágrimas me impiden ver con claridad. Paso un puño para limpiarme otra vez.
—No quiero pensar en eso, basta…
Casi se me cae el celular en cuanto intento extraerlo del bolsillo para realizar una llamada de emergencia. En este momento, necesito escuchar a la única persona capaz de aportarle un ápice de calma a mi mente y corazón porque, aunque no está junto a mí, sé que su sola voz será suficiente para mantenerme aquí y ahora. Sonrío, parece que esperaba mi llamada, contesta enseguida.
—¿Estás bien, chico? —me dice y por un segundo vacilo en responder. Al final, lo hago después de un pesaroso suspiro:
—Sí, Bombón, ahora que te oigo, lo estaré. Tenías razón —admito en bajo, creo que hasta sueno como niño regañado—, debí permitirte acompañarme.
—Bueno, no diré, te lo dije, pero ya sabes.
Su tono irónico me hace reír y así el temblor de mi cuerpo comienza a serenarse. El intrusivo recuerdo revienta, cual burbuja de jabón, ante el dulce y plácido sonido de su voz.
—Por momentos quiero salir de aquí, largarme y desaparecer del radar de Cory.
—¿Quieres que vaya por ti?
Su propuesta suena tentadora y vuelve a provocarme una risa baja.
—Una parte de mí pide a gritos aceptar, Bomboncito, escaparme contigo y profanar tu cuerpo sin parar en algún lugar recóndito del mundo… —Estoy seguro de que el rubor debe cubrir toda su cara, esa risa nerviosa que me devuelve es una señal clara—. Ni modo, tengo un trato con él; debo cumplir y seguir sus normas…
—Tampoco es tu dueño.
—Lo sé, pero casi. —Ambos reímos fuerte, siento una tremenda calma luego de la breve charla—. Te quiero.
—Yo te amo, chico.
Abro la boca para contestarle, pero el sonoro portazo proveniente de la oficina de Cory me produce un sobresalto. Antes, medio escuché una discusión y mientras el enano le pedía a Johan regresar, este le devolvió un fuerte grito: “¡Hiciste un trato con el diablo, no cuentes conmigo!”; después, azotó la puerta. Noto el temblor de sus manos al intentar sepultarlas en sus bolsillos conforme huye a toda prisa por el corredor.
—¿Qué fue todo eso? —Oigo en el auricular y así soy consciente de que todavía me encuentro en una llamada.
—Perdón, Bombón, ahora hablamos. El partido aún no termina.
Nos despedimos. Guardo mi celular y enseguida me apresuro a seguir ese camino que el chico tomó. No es como que me importe, quizás solo sea mi oportunidad para terminar de ahorcarlo, sin interrupciones esta vez.
Johan ingresa a un sanitario y yo hago lo mismo un rato después. Lo encuentro de espaldas a la entrada, junto al último lavabo de la línea, contempla la pared del fondo; sin embargo, da un salto, supongo que por el sonido de la puerta o sus propios nervios en punta. De inmediato, lleva su mano izquierda al chorro de agua para enjuagarse, veo sangre. Mis alarmas se encienden y voy con él a revisar.
—Suéltame –pide renuente en cuanto tomo su mano.
—Chico, soy enfermero, muéstrame.
El chico deja de luchar por soltarse, aunque me evade la mirada en todo momento. Su palma tiene varias heridas punzo penetrantes con distintas profundidades, nada que amerite atención especial. Dada la actitud apenada que él mantiene, estoy seguro de que se autoinfringió el daño, pero cómo…
Descubro la respuesta por casualidad, el brazalete con púas de su brazo derecho tiene marcas de sangre. Después de enjuagarle la mano, extraigo un pañuelo de mi bolsillo para envolverla.
—Gracias —expresa en bajo sin atreverse a mirarme y un segundo más tarde, intenta encender un cigarrillo, aunque se le dificulta por el vendaje improvisado—. ¿Puedes ayudarme? —pide en el mismo tono y al fin me observa, sus enormes ojos verdes tiemblan, lucen empañados, hay dolor en ellos. Empiezo a creer que me equivoqué en juzgarlo.
No soy fan de los cigarrillos, digamos que el olor me trae malos recuerdos; aun así, lo ayudo a encender el suyo y retrocedo hasta el principio de la línea de lavabos.
—¿Haces eso seguido? —le digo, señalando su mano izquierda después de un largo silencio.
Durante un rato no emite ni una palabra. Observa hacia otro lado todo el tiempo hasta que al fin decide contestar:
—Hacía mucho que no. —Expulsa una enorme cantidad de humo—. Luego de esto, creo veré a mi terapeuta a diario.
Vuelve a centrarse en fumar, yo me cruzo de brazos y apoyo la espalda contra la pared de lozas, junto al lavabo. Trago saliva con dificultad debido a su tono.
—Se supone que tú eres el niño bueno que creció en un lindo y amoroso hogar tradicional —me expreso irónico como un intento de aligerar el ambiente; después de un rato, él niega con la cabeza y devuelve una sonrisa con su cigarrillo entre dientes.
—¿Es lo que crees? —contesta luego de retirarse el cigarrillo de la boca—. Que por ser parte de un “hogar tradicional”… —Enfatiza las comillas al aire mientras habla—. Con mamá, papá y un montón de hermanas; automáticamente tengo la vida resuelta, todo es miel y rosas y me exime de traumas.
No digo nada, él continúa al terminar de darle una calada a su cigarrillo:
—Si es lo que piensas, madura. Parece que usas la muerte de tu madre como una excusa porque en realidad te jode que “papi no te quiso y a mí sí” —añade de nuevo con comillas y devuelve el cigarrillo a su boca.
Me enerva el tono que emplea y sus palabras. Siento rabia, mis ansias de matarlo crecen.
—Cierra la boca, niñito de papi, no tienes idea de nada —espeto molesto, incluso mis manos se empuñan. Él ríe con amargura por eso y niega con la cabeza.
—¿O qué? ¿Me atacarás como fiera salvaje de nuevo? —Vuelve a reír antes de seguir—. Hazlo, eso refuerza mi teoría sobre ti.
Termina su cigarrillo. Luego de desechar la colilla y enjuagarse la boca, se gira para hablarme:
—Lo siento. Te molesta que diga esas cosas, a mí cada vez que me llamas “niñito de papi”. —Usa un tono condescendiente, aunque hay una mezcla de sentimientos en su semblante—. ¿Dices que no sé nada y qué crees? Tú tampoco conoces ni una mierda sobre mí. —Un largo suspiro deja escapar, lo veo apretar con fuerza el borde del lavabo con la vista fija en el espejo—. ¿Quieres ser el ni-niño de papi? Te cedo el puesto con todo lo que acarrea.
Su voz temblorosa me produce una rara sensación en el pecho.
—Han pasado diez años desde la última vez que vi a John y ¿sabes qué? Creí que para este momento de mi vida, su maldito nombre no me afectaría, pero mírame… —Extiende sus manos en mi dirección, tiemblan sin control—. Parezco gelatina.
De repente empiezo a sentirme enfermo y me giro hacia el lavabo por un poco de agua. En definitiva, juzgué de forma apresurada al chico junto a mí; lo peor es que, tal vez, sí hubo algo de verdad en sus palabras. Quizás dejé salir mi rabia infantil contra él, al saber la identidad de su padre y pensar en su rechazo; pero en él se nota un dolor inmenso, al punto de que su solo nombre lo llevó a lastimarse. No he sido el único perjudicado por ese hombre.
—Perdón —expresa en tono bajo y así soy consciente de que se encuentra a mi lado, ni siquiera noté cuándo se movió—, sé que no soy culpable del mal que John te provocó, estoy seguro de que mi terapeuta me regañaría también; pero no puedo evitar disculparme cada vez que descubro algo horrible de él. —Suspira con pesadez—. Después de todo, es mi maldito padre…
Trago saliva con dificultad luego de oírlo. Sus ojos temblorosos son la evidencia de un profundo miedo, en este momento ni siquiera queda rastro del chico jovial y burlón que me acompañó mientras esperábamos al enano e incluso mis deseos de ahorcarlo han desaparecido.
—No. Yo, eh; quiero decir… —Suspiro—. Siento mucho haberte cargado la culpa. Tú y yo solo compartimos la misma desgracia genética.
El chico y yo nos dedicamos una sonrisa algo amarga.
—Te escuché pelear con el enano. Tiene un trato con John, ¿cierto?
Johan cierra los ojos y asiente en silencio. Suspiro con pesar, aunque ya lo sabía, ese enano del infierno no nos habría citado sin tener algo bajo la manga.
—¿Qué edad tienes, Pa…? —Se interrumpe a sí mismo y me observa con una sonrisa confusa—. ¿Cómo debería llamarte? Digo, desde que estoy aquí ya he escuchado tres nombres diferentes para referirse a ti…
No puedo evitar reír ante su pregunta.
—Y los que faltan —agrego con ironía, ahora es él quien ríe fuerte.
—¿En serio? —cuestiona entre risas—. Entonces, supongo que sería Ale…
—Kevin está bien —le interrumpo antes de oírlo, me basta la voz del enano que ahora compite con la de ella para, encima, sumar la suya—. Llámame Kevin, cumpliré veinticuatro el dieciséis de septiembre junto a mi mejor amigo.
—Bien, Kevin será. ¡Hey, me llevas un año! El veinte de julio cumplo veintitrés.
Intercambiamos una sonrisa condescendiente. Ambos giramos hacia el espejo a la vez, al principio no lo noté, pero vaya parecido. Lo único que nos diferencia es el color y tamaño de nuestros ojos, también su cabello es más claro y rizado, es como el de su madre.
—Sigo sin creer que tengo un hermano —expresa en tono bajo después de estudiarme, pero me giro para observarlo, extrañado.
—¡Oh, no! No, no, no, no, no. De eso no, niño mimado. No tengo familia, tú y yo…
—Compartimos la misma desgracia genética, ya sé. —Completa él con ironía y se me escapa una risita. Johan libera aire antes de decir algo más—: Mi pa… digo, John, ¿te abandonó a tu suerte? —indaga en tono bajo, luce un poco tímido. Por un rato no respondo—. Lo siento, dijiste que estaba allí con tu mamá, ¿qué hizo al verte? ¿Te lastimó?
Lo observo en silencio. No deseo ni pensar en ese día, pero la preocupación en su semblante, aunada a la culpabilidad que suele imponerse, me obliga a cerrar los ojos y sumergirme en dolorosos recuerdos.
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Hola, mis dulces corazones multicolor, 💛 💚 💙 💜 💖 es un placer volver a leernos. Espero hayan disfrutado la actualización y pos estén disfrutando.
¿Qué les va pareciendo hasta ahora esta cosa?
Nos leemos la semana que viene. 😊
Y como olvidé el motivo por el cual la hice, pos les muestro aquí una foto de Cory en su oficina 😅
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