Capítulo 13 (I)

Santa Mónica, otoño de 2013

Desde que volví a Santa Mónica, visitaba aquel parque con cierta frecuencia, cada vez, solía permanecer largo rato entre pensamientos, girando la ruleta despacio con un pie para meditar qué hacer. El dinero comenzaba a escasear entre las comidas y pagar por un sitio dónde dormir, no quise regresar a la zona roja por temor a reencontrarme con las sombras de ese pasado que seguía al acecho.

Mi cabeza divagó bastante entre el presente y esa época en la cual fui feliz junto a Karen o lo libre que me sentí en compañía de Feli al ver el mundo real por primera vez. Recordé aquellos sueños protagonizados por la dulce sonrisa de mamá, también los fuertes y cálidos abrazos de mi querida Karencita que eran capaces de espantar el frío más estrepitoso.

Abrí los ojos y de repente, ya no me encontraba solo en el parque, sino al interior de aquella habitación a medio acabar. Vi a Feli sentado en el borde frontal del colchón mientras trabajaba en algo sobre la pequeña mesa que nos servía de comedor, escritorio o cualquier tipo de soporte necesario. Al detallar un poco, comprendí que se trataba del modelo para el señor Murano.

—Feli, quiero más verde —dije bajito y pese a mi tono, le provoqué un respingo.

Él se había concentrado bastante en su trabajo, sin duda, no esperó oírme de repente. Una risita se me escapó y enseguida, se acercó a mí, preocupado.

—Alí, estás aquí... — Escuché el alivio en su voz y asentí en silencio, un poco débil. Feli continuó—: ¿Quieres comer o tomar algo, brodercito?

Volví a afirmar, entonces me ayudó a sentarme y después se apresuró a ir por un vaso de agua. Tomé veloz, porque una necesidad casi obsesiva de beber se apoderó de mí, fue el ataque de sed más bestial que he experimentado alguna vez, ni siquiera llegué a sentirme así cuando pasé dos días, vagando por las calles, después de la muerte de mamá.

El resto de la noche y luego de comer, empecé a sentirme mejor; el dolor por la pérdida de Karen que apenas comenzaba a asimilar, me laceró el pecho, pero al menos, Feli estaba conmigo. Juntos trabajamos en el modelo y poco a poco las risas y bromas retornaron.

Un par de días más tardes tuvimos lista la maqueta, yo me encargué de los últimos detalles mientras él lo hizo de la documentación que le presentaría al señor Murano. Su jefe, Dante, se portó algo mamón; pero al final, accedió y lo apoyó con los aspectos que desconocía para armar la propuesta.

El domingo previo a la presentación del proyecto, Feli y yo salimos a una tienda de alquiler para rentar un par de trajes formales con los cuales asistir a la cita ante el señor Murano. Nos sentimos felices por la oportunidad y al mismo tiempo nerviosos. Él había visitado antes la empresa por cuestiones de entrevistas, pruebas y formalización del contrato; yo no pude acompañarlo esas veces. Me contó que era un lugar increíble, un edificio muy alto, repleto de cristales, con una puerta giratoria en la entrada y pisos de mármol.

—Por eso, debemos lucir apropiados para ir a un lugar así, Alí —me dijo en la barbería, después de alquilar nuestros ternos.

—Señor —hablé al barbero que lo atendería—, haga que se vea como un joven de veinte años fino y no como terrorista de medio oriente.

Todos reímos en ese sitio. A ambos nos cortaron el cabello y a él, además, le quitaron esa barba deforme de indigente que le creció durante los últimos días. Ya que el señor Murano pidió basar el diseño en mi visión, yo debía estar presente y pese a la felicidad que me colmaba al saber que mi primer diseño de jardín podría cobrar vida, sentí mucha ansiedad, pero sonreí a mi reflejo al ver el bonito corte de cabello que me hicieron, aunque fue inevitable pensar en mi mamá, ella solía ser mi estilista particular. Estuve a punto de llorar, por fortuna, las palabras de Feli me regresaron a ese momento.

—¡Híjole, brodercito! Mira no más, ¡sí tienes ojos! —se burló, sorprendido mientras yo me veía en el espejo.

—¡Cállate, Mustafá!

—De eso ya, nada —replicó sonriente y se pasó una mano por las mejillas con aire de galán, eso me hizo reír—. Suave como traserito de bebé.

Todos volvimos a carcajearnos y las bromas continuaron, inclusive después de abandonar aquel lugar. Con nuestros trajes empacados, apariencias renovadas y un par de paletas heladas como celebración, regresamos a casa, contentos para preparar la cena y acostarnos temprano. Por la mañana sería el momento cumbre, todo estaba listo para la gran oportunidad de nuestras vidas.

Sin embargo, esta no llegó. En algún momento de la madrugada, un estruendo nos obligó a abrir los ojos. Hombres armados derribaron la puerta e ingresaron a la habitación. Las luces que traían me cegaron, por largo rato costó comprender que se trataba de un operativo policial.

—¡¿Qué hacen?! —gritó Feli, en cuanto vio que dos oficiales me retenían— ¡Es un niño, suéltenlo! ¡Alí!

—¡Feli, ¿qué está pasando?! ¡Déjenme!

Sentí mucho miedo y desconcierto. Grité e insulté a los policías en el momento que tumbaron nuestro modelo para Murano y lo pisotearon como basura mientras sacaban a Feli, a rastras, de la habitación, esposado, cual delincuente.

—¡Felipe! ¡Suéltenlo! —grité, desesperado e intenté forcejear, sin éxito. Los oficiales solo repetían una y otra vez que ahora estaba a salvo, pero cómo creerles, si el único que me hizo sentir de tal manera fue Feli y ellos lo alejaba de mí— ¿No lo entienden?, ¡dejen a mi hermano!

Entonces pasó, luego de un sinnúmero infructuoso de gritos, insultos y forcejeos, vi a través de la ventana cómo liberaban a Feli, tras una larga conversación que tuvo con varios oficiales y alguien más que no alcancé a divisar por ubicarse tras la pared de la entrada. Me sentí aliviado, de verdad creí que todo terminó y él regresaría adentro conmigo. En cambio, después afirmar varias veces con la cabeza y un gesto de resignación, lo vi observarme fijamente, leí en sus labios las últimas palabras que me dijo antes de abandonarme: «Lo siento, Alí».

El fuerte dolor en mi pecho me forzó a regresar a la realidad y allí estaba yo, golpeando con mis puños aquella ruleta como si fuese culpable de cada una de mis desgracias.

—¡Maldito, Felipe! —grité con rabia— Te odio. ¡Te maldigo una y mil veces, Felipe!

Me arrodillé en la arena junto a ese juego, temblando; pero en cuanto las lágrimas amenazaron con asomarse, pasé el puño por mis ojos y volví a levantarme. Caminé a paso veloz, lejos de la ruleta, incluso abandoné el parque sin un rumbo establecido.

Deseé que mi cabeza se quedara en blanco, no pensar en Felipe, R o los tipos de la suite, pero resultó demasiado difícil. Necesitaba mantenerme en el aquí y ahora para saber qué demonios hacer con mi vida en adelante. Caminé con cabeza gacha, abrazado a mí mismo y a paso veloz hasta que ante mí no hubo más camino.

Elevé la cabeza y esas lágrimas que antes evité, brotaron libres. Un llanto silencioso marcó mis mejillas y con una sensación de anhelo, nostalgia o curiosidad, me aferré al bajo cercado frontal de la última casa en esa calle.

Una sonrisa nerviosa se me escapó por ver fuera de mi cabeza el diseño del jardín, hasta la fuente de agua con estructura rocosa decoraba el rincón. «Feli», pensé y mi corazón se aceleró. La emoción duró poco porque un grandulón de seguridad salió de quién sabe dónde y dijo que llamaría a la policía.

—¡Oiga, suéltame, no soy un vago, solo pasaba por aquí!

Por suerte, alguien salió del interior y le pidió al tipo liberarme.

—Yo te conozco —dijo y la verdad, su voz me resultó familiar también. Así que, decidí darle la cara. A pesar de los años transcurridos pude reconocer al señor fino, Murano—. ¡Claro que sí, bambino!

Sonreí con timidez a sus palabras y asentí en silencio.

—¡Cuánto has crecido! —expresó, emocionado, como si mi presencia fuese la de alguien muy importante. Me despedí veloz con la mano y di media vuelta listo para marcharme—. ¡Espera, bambino!, ¿viniste a ver tu diseño?

—Su-supongo, señor, quedó muy bonito. Debo irme.

—¿Estás bien? Parece que no has dormido.

No pensé ni por un segundo desplazarme hasta ese lugar y mucho menos creí encontrarme al señor Murano allí, pero ante la preocupación que percibí en su voz solo deseé escapar. Había pasado por mucho, las personas en las cuales confié murieron, me abandonaron o traicionaron; así que, ya no creía en nadie, mucho menos en ese tono amable que empleó.

—Estoy bien, no se preocupe. —Quise sonar sereno y tranquilo, pero no funcionó—. Espero que su hijo esté disfrutando mucho su obsequio.

El señor bajó la cabeza y lo vi llevarse una mano al pecho por un segundo, después me devolvió una sonrisa que a leguas se notó fingida, lo supe porque hice lo mismo cientos de veces con R. Ese señor era un muerto viviente, tal como yo durante los últimos tres años.

—¿Quieres pasar a descansar un poco, bambino?

Maldije mi idiotez, apenas acepté. Deseé tener un cuchillo y cortarme la cara allí mismo, estaba harto del maldito Ángel hermoso que parecía deberle algo al mundo porque cada puto viejo quería un pedazo de él.

No obstante, contra todo aquello que dentro de mí pedía a gritos largarme, noté en su tono y sonrisa fingida algo, no sabría decir con certeza qué, pero sentí un poco de preocupación o quizás, eso quise creer porque en realidad solo accedí con la única intención de tener alguna pista de Felipe. Sí, lo odiaba, aun así quise encontrarlo para decírselo en la cara.

El interior de la casa tenía un estilo moderno y aunque a la vez lucía acogedor, yo seguí convertido en un mar de nervios e hice hasta lo imposible para no temblar. Vi al señor Murano frente al termostato, regulando la temperatura, como si eso fuese a erradicar mi intenso trepidar. Volteé el rostro hacia otro lugar y hallé fotografías que asumí pertenecían a su hijo y la prometida de este o tal vez, para ese momento ya sería su esposa; lucían felices en cada toma.

Permanecía sentado en el sillón de cuero azulado, pero cada vez que el señor se acercaba para darme agua o simplemente hablar, yo marqué distancia en automático. Ni siquiera lo hice conscientemente, sin embargo, luego de esos tres años de terror, resultó difícil confiar en la cercanía de cualquiera.

El señor Murano me contó cuánta emoción le provocó la presentación de Felipe, aunque echó en falta mi perspicacia aquel día y ya que amó mi visión, decidió poner en práctica el proyecto, además de corresponderle a Feli con su parte del trato. A pesar de mi odio, sonreí por saber que su sueño se cumplía y estaba en la U; dentro de poco tendría la empresa de paisajismo que siempre deseó. Sin embargo, aquella emoción duró poco por lo que siguió.

—Me sorprendió cuando rechazó la beca. Cedió el diseño porque tú estarías feliz de verlo.

—¡¿Qué?! ¿Por qué haría eso? —Se me escapó en tono bajo con la cabeza gacha—. ¿Por qué renunciar a su sueño?

«¿Tanto quiso alejarse de mí que borró cualquier pista para hallarlo?», me pregunté con el corazón en la garganta. Incluso froté los puños contra mis muslos con vehemencia.

—No lo sé, bambino, pero no fue a lo único que renunció —añadió el señor y después suspiró—. Dejó la empresa al culminar con esta casa.

Lo observé, confundido, no pude comprender tal decisión. Murano era la oportunidad de su vida, ¿por qué dejarla pasar? Sí, lo odiaba desde que decidió abandonarme y hasta le culpé de todo lo horrible que viví después, pero ¿sacrificar su sueño? Cada vez entendía menos las decisiones de Felipe.

—Bambino, pero es tu hermano, ¿cómo es que no sabes?

Las palabras del señor me arrancaron un sollozo y enseguida me levanté con intención de marcharme; él se acercó, preocupado. Aunque sostuvo mi brazo con cautela para llamarme la atención, no pude contener un leve grito de pavor y enseguida me soltó.

—Perdón —ambos dijimos a la par, yo soné nervioso y él condescendiente.

—No quise lastimarte, bambino. ¿Te ocurre algo? ¿Estás solo?

—Sí-sí, se-señor Murano, gracias por su amabilidad. Espero que a su hijo le haya gustado mucho el obsequio y si-siga disfrutando. Hasta luego.

Caminé presuroso hacia la salida, no esperé alguna respuesta suya. Sin embargo, sus palabras y el tono melancólico en ellas me forzaron a detenerme.

—Gracias, bambino. La verdad es que sí, su parte favorita fue el jardín y de allí, la fuente.

Giré para darle la cara y vi sus ojos temblar.

—Solía bromear con la fuente, cada vez que lo vi llegar a casa o yo venía a visitarlo, realizaba un saludo japonés hacia ella y ofrecía algún tipo de plegaria a los dioses del agua. —Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y sentí algo muy doloroso dentro de mí. Su forma de expresarse dejó claro que algo pasó con su hijo, sin embargo, escucharlo de su viva voz provocó una dura sacudida en mi pecho—. Mi Leo y su prometida sufrieron un fatal accidente hace un año. Él falleció, mi bambino risueño dejó este mundo y solo puedo sentirme culpable.

Lo vi tomar asiento, consternado. No comprendí por qué decidió contarme aquello; quizás quería desahogarse con alguien y yo estaba allí. Tampoco supe el por qué de mi reacción, pero en lugar de marcharme, me senté a su lado y desde el fondo de mi corazón le expresé un lo siento en tono bajo.

—Gracias, bambino —respondió con una triste sonrisa—. ¿Me permites abrazarte? Te pareces tanto a él que al verte en el jardín creí que volvió.

Cedí a su petición, muy nervioso, incluso temí una mala reacción de mi parte en cuanto me tocase; pero no fue así. Al estar entre sus brazos, volví a sentir la seguridad de mi mamá y sin poder evitarlo, lloré sobre su hombro cada una de mis penas, aunque solo le conté acerca del abandono de Felipe.

Su compañía compensó mi soledad y viceversa. Sin darnos cuenta, forjamos un fuerte lazo; con su ayuda, pude cursar estudios en escuela para adultos como Kevin Torres, era mi identidad entonces, la que pagué por tener.

—¿De verdad piensas que tendría una oportunidad con ella? —preguntó una noche mientras cenábamos.

Por aquel entonces, teníamos casi un año viviendo como padre e hijo y unos meses antes, conoció a una mujer joven en la empresa que lo tenía loco. Lio rondaba los cincuenta y cuatro mientras que ella tenía treinta y pocos; así que, la gran diferencia de edad era una enorme inseguridad para él.

—No sabrás si no lo intentas —contesté sonriente antes de ingerir un nuevo bocado, Lio se veía dubitativo—. Aún no me la presentas, por eso, tampoco puedo opinar mucho al respecto, tampoco sé si de verdad, valga la pena para ti.

Me encogí de hombros para continuar con mi comida y vi a Lio reír. Él era un extraordinario hombre, cualquier mujer estaría feliz y orgullosa de tener al lado a un sujeto con el corazón suyo. De hecho, eso me obligó a pensar en todo lo que él hizo por mí.

Y así, después de cenar, parado frente al espejo de mi alcoba donde el hermoso Ángel complaciente me devolvió su típica sonrisa provocadora, tomé una decisión que me hizo trepidar: retribuir a Lio cada uno de los favores que tuvo conmigo. Regresé a la planta baja, cerca de una hora más tarde, cubierto únicamente por una bata de baño.

Busqué a Lio en su despacho y tomé aire varias veces antes de ingresar, preparándome igual que un actor de teatro lo haría antes de una función. Él desconocía mi pasado como prostituto, pero supongo que lo intuyó en el momento que me paré frente a él, sin decir ni una palabra, y dejé caer la bata hasta mis pies para agradecerle de la forma en que me enseñaron.

—No, Kevin, ¿qué haces? ¡Vístete, por favor! —me dijo, horrorizado, volteó el rostro para darme algo de privacidad al vestirme—. ¿Cómo piensas que quiero eso de ti, bambino?

—Pe-perdón, su-supongo que es la co-costumbre —murmuré y abandoné su despacho a toda velocidad.

Me encerré en el baño ubicado bajo la escalera, mientras le pedía a la tierra que se abriera y acabara conmigo. Entonces, sufrí un respingo en el momento que Lio tocó la puerta. No me atreví a abrir, sentí demasiada vergüenza, él decidió hablarme desde afuera.

—Bambino, perdón si te di a entender algo distinto, no quiero ni imaginar cuántas personas te hicieron creer que eso era lo correcto.

No dije nada, no me salió ninguna palabra; mantuve la cabeza gacha, enterrada entre mis hombros en todo momento mientras le escuchaba. El sermón de Feli resonó en mi cabeza y me sentí mucho más diminuto. Incluso cerré los ojos cuando las lágrimas amenazaron con colarse.

—Jamás haría algo para lastimarte. Además, amé a mi Leo, lo hecho en falta y tú me lo recuerdas, bambino. —Suspiró, pesaroso—. Este último año, tu compañía ha sido invaluable.

Una sonrisa nerviosa fue mi respuesta. Yo también le había tomado afecto para ese momento, tenía a Lio en alta estima; de hecho, cuando intenté "agradecerle", internamente deseé que reaccionara del modo en que lo hizo, de otra forma, me habría sentido miserable y traicionado por confiar en la persona equivocada, de nuevo.

—Escucha. Había pensado deshacerme de todo: la empresa, mis propiedades, todo. Regresar a Italia, recluirme en algún pueblito perdido de la Toscana y solo desaparecer.

Sentí un golpe dentro de mí, ¿acaso se iba? ¿De nuevo estaría solo? El miedo me obligó a abrir la puerta y contemplar su rostro. Lio me obsequió una amable sonrisa, limpió mis lágrimas con sus pulgares y después continuó.

—Pero ¿sabes? Desde que apareciste, esa idea ha pasado a segundo plano y he pensado mucho sobre otro tema que de seguro va a gustarte. —Lio me obsequió una amplia sonrisa mientras revolvía mi cabello. Lo contemplé expectante y confundido—. ¿Quisieras ser legalmente mi hijo?

Lo observé, asombrado, temí su partida; en cambio, me ofreció ser parte formal de su familia y una cálida sensación se extendió dentro de mi pecho.

—¿Quieres adoptarme? —le dije, incrédulo; él asintió, sonriente.

Me emocionó la idea e incluso una sonrisa estuvo a punto de colarse. Sin embargo, no sería posible, temí que en el proceso investigaran mi pasado, orígenes y así dieran con mi padre biológico, me aterró esa idea.

—Pe-pero Lio, quiero decir, te-tengo casi quince. Po-podrías darle la oportunidad a un ni-niño yo-yo-yo ya estoy grande.

—¿No te gusta? —Sonó bastante extrañado y cómo no, si cualquiera en mi posición habría aceptado sin problema. Ser hijo de Lionel Murano era sinónimo de tener la vida resuelta—. Pensé que amarías la idea, bambino.

—Yo-yo, quiero decir... —Deseé aceptar, de verdad que sí; él era una gran persona y quería hacerse cargo de mí, aun sin conocer todo lo que pasé o las cosas que venía arrastrando—. Lio, yo agradezco todo lo que has hecho por mí, de verdad, te has portado como el padre que nunca tuve...

—Por eso, bambino, quiero que seas legalmente mi hijo, tendrás más oportunidades de ese modo.

No supe cómo negarme a su idea sin dejar en evidencia que todo en mi mundo se complicó desde que le arranqué la vida a dos hombres, que no solo sus fantasmas me perseguían en pesadillas, sino también toda una organización macabra; aunado al hecho de que, en algún lugar de Santa Mónica, se encontraba mi padre biológico, mismo que había intentado llevarme consigo en más de una ocasión.

Abracé fuerte a Lio, él palmeó mi cabeza mientras susurraba que todo estaría bien. En su tono noté alivio, se sentía feliz por la nueva familia que juntos forjaríamos.

No obstante, antes de que me devolviera el abrazo, corrí y escapé de su casa con la intención de no regresar. 






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Hola, mis dulces corazones multicolor, 💛 💚 💙 💜 💖 espero hayan disfrutado de la actu y aprovecho para decirles que aquí comienza la carrera hacia el final.🥹😮 Sigo incrédula ante eso, mis corazones porque nunca había escrito una novela en tan poco tiempo. 💖

Oficialmente, el capítulo 14 es el final, así que estamos ante el penúltimo de esta historia; pero no se me esponjen porque el capítulo 13 está compuesto por varias psrtes, así que estaremos actualizando. El final sí es uno solo y está larguito, mis corazones y pos, desde ahora, solo me queda agradecerles por el apoyo.

Los loviu so mucho y nos leemos lueguito. 😊😘

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