Capítulo 11 (II)
Como ya no asistía al colegio, acompañaba a R para atender asuntos del negocio; así supe la diferencia entre VIP y el resto de los chicos. Quizás por eso me llevó con él, otra forma de hacerme ver cuán afortunado era.
Me tocó tragarme un suspiro de pesar ante lo que vi. Mientras a mí me mimaban, otros chicos eran tratados como esclavos y tuve que fingir que no me importó lo ocurrido con ellos, aunque sintiera el corazón en la garganta.
Llegué a ver niños de entre seis y siete años llorar a gritos pidiendo por sus madres y ser silenciados con electrochoques mientras eran hacinados en jaulas, igual que ganado. Eso me impresionó.
—¿Asustado, Ángel? —indagó R la primera vez que presencié aquello, el respingo me hizo estrellar contra él, pero rápido recuperé la compostura y negué en silencio.
—¿Qué no son muy jóvenes, R? —le dije y señalé con mi mentón hacia una de las jaulas, él sonrió.
—Demasiado para mi gusto, Angelito; pero entre gustos y colores...
Pasó su brazo sobre mis hombros y seguimos nuestro camino. Tragué con dificultad ante todo lo que escuché y vi.
—Te sorprenderías de saber cuán populares son los más chicos al otro lado del charco, Angelito.
Aquellos niños eran transportados en contenedores por vía marítima a otros lugares. R confió tanto en mí que me habló acerca del origen de "la mercancía" y todo lo que hacían con ellos.
—¿Lo ves, mi pequeño? —me dijo en un tono condescendiente y sonrió de una cínica manera en cuanto abordamos el auto para regresar. Lo observé, extrañado, pero decidí sostenerle la mirada, sin miedo o eso fingí— Caíste en muy buenas manos, Ángel. Debes ser agradecido.
Asentí con una sonrisa fingida y nos pusimos en marcha. En cuanto volteé el rostro hacia la ventanilla, deseé con mayor razón escapar, cerré los ojos y las imágenes de esos niños regresaron a mi mente; las lágrimas estuvieron a punto de colarse, pero logré contenerlas.
La oportunidad llegó una noche, faltaban quizás dos semanas para el final del otoño. R me dejó solo unos días, S cuidaba de mí y tenía órdenes de llevarme a un sitio secreto para ver a un plateado, ese era el código con el cual se referían a clientes de lujo quienes pagaban por un encuentro, una cita con los chicos VIP, como yo. Llegabas a ese rango, siendo obediente y muy complaciente; además, tu material debía ser un éxito de ventas. Este tipo, estaba obsesionado conmigo.
De camino allá, el chófer hizo de las suyas y antes de bajar del auto en aquel edificio alto y elegante, se acomodó los pantalones, me limpió el rostro, ofreció mentas y arregló mi look. Algo típico en él, pero claro, R no estaba enterado de que S aún se pasaba conmigo; él no quería otra paliza, tampoco yo deseaba volver al hoyo.
Me subió hasta una suite cuya entrada era custodiada por B, él fue el único integrante de aquel abecedario del horror que nunca me lastimó e incluso me trató como lo que era, un niño. Le conocí cuando fue mi tutor para las pruebas de nivelación, también me dio clases particulares algunas veces desde la expulsión.
B solía ser mi guardaespaldas en cada encuentro con los plateados. Un tipo alto, robusto e Intimidante, con unos ojos verdes y caídos que le daban la apariencia de un San Bernardo a su rostro. Al verme, sonrió, nos saludamos con un choque de puños, como siempre.
S se largó después de acomodarme el cabello con sus dedos y desearme suerte, como si fuese a ingresar a una audición en busca de un sueño y no a la recámara donde esperaba por mí un cura o pastor fetichista que disfrutaba de manosearse y orar por mi alma mientras me veía bailar. Esa noche hubo algo distinto: mientras arreglaba el escenario para el show, noté que el viejo le entregó a B una faja de billetes, supe que algo tramaba y cerré los ojos, preparándome para lo peor.
Bailé para ese viejo cochino, conteniendo todas las ganas que sentí de escupirlo. En el momento menos esperado, golpeó mi mentón con una pistola; el impacto me hizo caer sobre la cama. Los plateados tenían como norma asistir desarmados y devolver la mercancía intacta, normas que claramente ignoró o mejor dicho, pagó a B por su silencio.
Subió sobre mí y usó la cruz plateada que solía llevar colgada del cuello, como una navaja, desconocí el filo de esa cosa hasta que empezó a cortar mi costado derecho. Más adelante descubrí que realizó cruces en mi piel mientras oraba. Detesto las cicatrices que aún conservo desde aquel día.
—¡B, ayúdameeeee! —grité sin cesar, pero nada ocurrió.
La bomba volvió a encenderse y al instante estalló. Decidí que hasta esa noche seguiría allí. En lugar de forcejear con ese viejo cura, me portaría como el chico más bueno y complaciente del mundo hasta llevarlo a un estado de calma y así alcanzar su pistola; una vez lo hice, agradecí mentalmente a R por enseñarme a usarla antes de dispararle. Me levanté, sabía que B ingresaría, alarmado por el par de detonaciones, así que apunté hacia la puerta a la espera. Lucía consternado al entrar.
—Ángel, baja el arma, podemos solucionarlo, pequeño.
—¡Me vendiste! —grité furioso con el arma apuntada directo a su cabeza, él también había desenfundado, pero bajó la suya en un intento por obtener mi confianza.
—Ángel, te prometo que hay una explicación y hallaremos una solución.
—Claro que hay una explicación, ¡me traicionaste!
—¡Ángel, yo soy tu amigo!
—¡Yo no tengo a nadie! —Fue lo último que dije antes de bajar el cañón a la altura de su pecho y vaciarle el arma en medio de gritos.
Cuando no quedó ni una bala, la fuerza de mis rodillas me abandonó y acabé en el suelo, temblando. Solo en ese instante fui consciente de lo que hice. Sentí pánico.
R jamás podría interceder por mí, la venganza de ellos sería mi muerte o algo peor. Pensé en los niños enjaulados y todo mi cuerpo se estremeció ante la posibilidad de acabar como ellos. Tuve que decidir entre sombras y sueños; si quería ser libre, era ese el momento y tocaba jugármela por cuenta propia.
Robé el dinero que ambos traían, incluida la faja de billetes que el viejo le dio a B y escapé envuelto con un abrigo suyo también. Bajé las escaleras a toda prisa. Encontré en algún nivel inferior, una puerta abierta hacia un pequeño cuarto de servicio, me metí y duché de prisa; tomé un overol que me quedaba algo grande y terminé de bajar.
Corrí entre calles y avenidas desconocidas, sin saber a dónde ir hasta encontrar un taxi, le pagué por llevarme urgente a la terminal, allí aproveché de buscar una sudadera y un pantalón oscuro dentro de una boutique para cambiarme, me corté el cabello en el baño. Temblando, compré un boleto sin retorno hasta Santa Mónica. No tenía ni una maldita idea de qué haría o a dónde llegar, pero abandonar esa ciudad se convirtió en una imperiosa necesidad.
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Hola, mis dulces corazones multicolor, 💛💚💙💜💖 lo prometido es deuda. Aquí está la segunda parte del capítulo 11 y restan 2 más que saldrán en los próximos días. Espero estén disfrutando de la obra, pese a tanto drama y tristeza. Si es así, no duden comentar y compartir para que llegue a más personas.
Los loviu so mucho y nos leemos pronto para la continuación. 😘
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