14 ♡

La enfermera de la escuela me dio una mirada vacilante pero firmó el permiso de todos modos, le di las gracias y salí rápidamente del área de enfermería, pasando el permiso de ausencia en la recepción y firmando mi nombre. Después de lo que sucedió en el almacén de la piscina con Anton, quería estar en cualquier lugar menos en la escuela en este momento. Con tan sólo ver el edificio de ladrillos me daban ganas de tirar mis entrañas por todo el pavimento de la escuela.

Colocando mi mochila sobre mis hombros pronto me encaminé a casa. El edificio familiar me consoló y sonreí levemente cuando observé el viejo sedán plateado en el frente. Cuando mis llaves resuenan en el portón de seguridad del frente de mi casa, escuché el sonido de pasos acercándose desde el interior, por lo que dejé caer mis llaves en mi bolsillo mientras esperaba que la persona abriera la puerta.

—¿Wonbinnie? ¿Qué haces en casa tan temprano? —preguntó mi madre de inmediato, su ceño se arrugó cuando me empujó hacia dentro y presionó su mano contra mi frente. —¿Estás enfermo? Parece que no tienes fiebre. —Me reí de su rostro preocupado, dándole un abrazo antes de dirigirme a la cocina, arrojando mi bolso al lado del mostrador y sentándome en uno de los taburetes. Mi madre se cernía a mi alrededor, mirándome con preocupación mientras yo me servía un vaso de jugo y agarraba un paquete de galletas.

—Estoy bien mamá, de verdad. Me sentí un poco enfermo antes pero en el camino a casa mejoré. —mentí apartando los ojos de mi madre, sintiéndome un poco culpable por mentirle cuando ella estaba tan preocupada por mí.

Mi mamá sólo asintió, abrochándose la sudadera con cremallera alrededor de su torso mientras caminaba hacia mí para darme palmaditas en la parte superior de mi cabeza y un beso rápido en la sien. Al mirarla de nuevo, encontré su expresión preocupada ahora un poco aliviada.

La gente solía decir que nos parecíamos y pude entender por qué; antes de decolorarme el cabello compartíamos el mismo tono negro, había heredado sus grandes y brillantes "ojos de boba" y sus rasgos faciales más suaves aunque mi barbilla era un poco más afilada, ambos teníamos una sonrisa característica, sin embargo, mis labios eran más carnosos y rosados que los de ella, de lo contrario nuestros rostros serían muy similares aunque mi madre tenía pequeñas arrugas en las esquinas de sus ojos y bolsas oscuras debajo de ellos. Parecía cansada pero siempre tenía una sonrisa amable en su rostro y el típico brillo en sus ojos.

—Cuídate Wonbinnie. —pidió mamá pellizcándome la mejilla mientras yo sorbía mi jugo. —Ya tengo que preocuparme por Karina, no quiero tener que preocuparme por ti también.

—No te preocupes. —traté de tranquilizarla, dándole un abrazo alrededor de su cintura y ella rió.

—Oh por cierto, hijo. —comentó de repente, juntando sus manos antes de hurgar en su bolso que estaba colgado en el respaldo de una de las sillas de la cocina. Chasqueó la lengua mientras revisaba sus pertenencias y luego soltó un pequeño 'ajá' cuando sacó un folleto doblado y me lo pasaba. Le di una mirada inquisitiva, la mujer mayor sólo me hizo un gesto para que lo mirara con una sonrisa emocionada en su rostro. Echándole un vistazo al pequeño papel entre mis manos estaba confundido, ya que era un anuncio de un resort de playa en Busan, una zona en el extremo sureste del país a un par horas de la ciudad en automóvil.

—¿Se ve bien? —respondí algo dubitativo, alzando una ceja mientras mi madre se reía caminando detrás de mí para abrazarme sobre mis hombros, su barbilla apoyada en la parte superior de mi cabeza. —¿Y tú estás mostrándome esto porque... ?

—¿Qué te parecería ir de vacaciones el próximo fin de semana? Tú, tu papá, Karina y yo. Tu papá regresará de Japón para el fin de semana. —propuso con una sonrisa. Los cuatro rara vez habíamos ido juntos de vacaciones antes, como mi padre siempre estaba en viajes de negocios nuestros descansos y los suyos nunca coincidían, por lo que nunca viajábamos a ningún lado y nos quedábamos en casa para pasar tiempo juntos. Mi madre también rara vez tenía tiempo libre en el hospital y por lo general, optaba por trabajar durante los fines de semana para obtener pagos extras. La idea de poder pasar unos días fuera de la ciudad con mi familia me hizo sonreír emocionado mientras ojeaba el folleto y asentía.

—Suena muy bien, mamá. —contesté sonriendo.

—Bien, porque ya hice la reservación. —admitió con una sonrisa tímida en su rostro.

—¿No tienes que trabajar? —pregunté y ella negó con la cabeza aunque su rostro se oscureció por un momento. Supuse que se trataba de sólo una sombra ya que su sonrisa habitual estaba de vuelta en su rostro mientras tomaba el folleto de mi mano para pegarlo en la parte delantera de la nevera con un imán.

—También será una buena oportunidad para que aumentes tus horas de manejo y practiques. —sugirió, moviendo sus cejas mientras yo gemía en desacuerdo. —Vamos, hijo. Sabes que tienes que practicar para obtener tu licencia, pronto tendrás 18 años así que será mejor que obtengas más experiencia.

—Bien, bien. —suspiré derrotado, mirando por la ventana el sedán familiar que tenía una abolladura notoria en el parachoques delantero. Me estremecí al recordar cómo había arrollado nuestro buzón la primera vez que había conducido, no hacía falta decir que yo no era un buen conductor y que estaba más que feliz de tomar el transporte público en lugar de una caja de muerte con cuatro ruedas. Todavía podía escuchar los gritos de enojo de los conductores detrás de mí por no superar el límite de velocidad.

Me coloqué una galleta entre los dientes, me levanté de la silla y agarré mi bolso para luego agradecerle a mi madre, quien simplemente tarareó y se sentó en una silla con sus lentes para leer. Al subir las escaleras y entrar a mi habitación, vacié mis libros de mi bolso en el escritorio y suspiré cuando mi carpeta de biología cayó sobre la pila. Al abrirlo hice una mueca mientras sacaba las notas de mi experimento y el de Anton, su escritura oscura y fea esparcida por la página.

Teníamos una cita de estudio.

—Por el amor de Dios. —me quejé, golpeando mi cabeza contra el escritorio. Me dolió la frente y dejé escapar un suspiro tembloroso, cerrando los ojos para ordenar mis pensamientos. Hubo silencio a mi alrededor pero todavía había un zumbido en mis oídos.

Realmente no quería ver a Anton el fin de semana, no después de que... nos besamos de nuevo.

Golpeé mi cabeza contra el escritorio por segunda vez al recordarlo... el agua impregnada del cloro de la piscina y la sensación de la espuma cavando en mi espalda, con mis ojos cerrados pude visualizar a Anton sobre mí, su cabello castaño cayendo sobre su frente y el brillo de su piercing en su labio entrando y saliendo de mi visión. Podía sentir su mano tirando de mi cabello, su boca sobre la mía ardiente y apasionada. Su torso sobre el mío, su muslo deslizándose entre los míos...

Jadeé cuando mis pantalones se apretaron y mi pene palpitaba ante el recuerdo. Me sentí enfermo, caliente y aturdido cuando mis ojos se abrieron de golpe y mi silla chirrió alarmada al empujarme hacia atrás al mismo tiempo que miraba el prominente bulto en mis pantalones.

—No, no, no, no, no... —recité, maldiciendo a mi cuerpo y a mí mismo mientras sacudía la cabeza, tratando de calmar mis pensamientos indecorosos pero la creciente incomodidad allí abajo sólo me hacía concentrarme más en el vívido recuerdo. La tensión era tan similar a cuando Anton me había tocado antes, sus grandes manos apretadas alrededor de mi miembro... acariciando y bombeando, y sus labios... Oh Dios, sus labios... sus húmedos y cálidos labios deslizándose sobre mi longitud.

—Joder. —gemí disgustado conmigo mismo pero siendo incapaz de detenerme mientras mi mano bajaba por mi estómago hasta la cintura de mis pantalones grises. Desabrochándolos, suspiré de alivio cuando la tela que me contenía cayó. Mi ropa interior se tensó con mi excitación y tragué nerviosamente a la vez que frotaba mi mano sobre la tela, conteniendo un gemido cuando la fricción envió una corriente eléctrica a través de mi cuerpo. Cuando mis párpados volvieron a cerrarse pude sentir cómo mi mano se transformaba en la de Anton, mi palma se estiraba y mis dedos más delgados se volvían más gruesos y calientes.

—M-Mierda, esto no es... maldita sea. —exhalé y mi mano libre agarró la orilla de la mesa entretanto la otra se deslizaba debajo de mi ropa interior. Mi mano estaba tibia pero no tanto como mi polla que palpitaba al recordar el lujurioso toque del castaño. El calor creció dentro de mí conforme me tocaba, mi respiración se volvía errática cuando me acercaba cada vez más al borde y la imagen de Anton sólo se tornaba más y más nítida en mi mente. Mi recuerdo de él era tan cristalino que juré que podría escucharlo gritar mi nombre en ese tono ronco.

"Bin"

—Mierda, voy a... —murmuré para mí mismo, mi voz se tensó al sentir los músculos de mi estómago contraerse y mis brazos se pusieron rígidos mientras mis caderas se doblaban en mi mano.

"Bin"

La voz de mi madre detrás de la puerta me hizo saltar, mi miembro aún latía con fuerza y mis ojos estaban aterrorizados y muy abiertos. Mis dedos resbaladizos por el líquido preseminal que derramó mi pene, se movieron con la cremallera de mi pantalón sin molestarme en abotonarlo. Escuché el pomo de la puerta retorcerse y entré en pánico, por lo que agarré una hoja de papel al azar del escritorio para limpiarme las manos incriminatorias. El papel crujió y pronto lo empujé en el respaldo de mi escritorio, mi cuerpo cayendo sobre la silla que rodó y se sacudió por el repentino peso. La carpa en mis pantalones todavía era obvia y notoria incluso estando sentado, por lo que rápidamente empujé un libro de texto sobre mi regazo sólo un momento antes de que mi madre entrara por la puerta con su mirada puesta en algunos papeles en su mano.

Tenía la espalda rígida mientras ella se acercaba a mí y podía sentir el sudor acumulándose en mi frente. Mi camisa de la escuela se adhirió a mi espalda húmeda y tragué duro deseando ignorar la creciente irritación en mis pantalones que había estado tan cerca de liberarse.

—Hijo, estaba buscando algunas cosas que podemos hacer cuando vayamos a Busan. —me comentó sin levantar la vista de sus papeles. —Hay algunas playas agradables y también podemos hacer una barbacoa en el balcón de nuestro complejo.

—S-Sí, suena bien. —repliqué rápidamente, maldiciéndome en mis adentros por lo chillona que sonaba mi voz. Mi madre finalmente levantó la vista hacia mi voz aguda y tensa, inclinando la cabeza hacia un lado preocupada.

—¿Te sientes mal otra vez? —preguntó extendiendo su mano para presionar su dorso contra mi frente. Me ericé por el contacto y el ceño de ella se profundizó. —Estás un poco caliente y sudoroso hijo, será mejor que consiga el termómetro para controlar tu temperatura, es posible que tengas fiebre. —Mis mejillas se calentaron más por sus palabras y sacudí mi cabeza alejándome un poco de su mano antes de pasar la mía por mi cabello.

—Estoy bien, mamá. Sólo necesito una buena noche de descanso. —le aseguré apresuradamente aunque no parecía demasiado convicente. —Y como dijiste, estoy un poco sudoroso por la caminata desde la escuela así que me voy a duchar ahora.

Con agua fría. Mucha agua fría.

—Está bien, cariño. —dijo sin más, acariciando mi mejilla antes de salir de la habitación. Después de que la puerta se cerrara detrás de ella, me hundí más en mi silla y me cubrí los ojos completamente mortificado.

—¿Qué demonios me pasa? —gemí golpeándome las mejillas. Todo estaba bien hasta que Anton volvió a mi vida, unos besos en un almacén apartado me hicieron descender a esta locura. Dejando escapar un ruido lastimero desde el fondo de mi garganta, saqué el trozo de papel con el que me había limpiado las manos sucias y mi corazón se detuvo al notar exactamente qué trozo de papel había usado.

Los resultados de mi proyecto de Biología.

—Oh, sólo mátenme ya. —sollocé a medias, alisando el papel arrugado mientras hacía una mueca, mi corazón martilleaba al ver las rayas pegajosas que cubrían el papel, el cual se puso un poco transparente con la humedad. No pude evitar notar que mis pantalones se apretaron un poco más al contemplar mi semen en la escritura de Anton, recordando cómo la misma sustancia se había rociado sobre su estómago desnudo aquella maldita noche hace unas semanas.

—Estás enloqueciendo Wonbin. —suspiré para mí mismo con la cabeza entre las manos.

Pero en el fondo sabía que ya había enloquecido hace unas semanas en las sábanas de Anton Lee.

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