Valentine: La Pócima de Cupido
—Tampoco es para que enloquezcas.
—¿Yo? ¿Enloquecer? Para nada —Mi voz tiembla y la perspectiva de que todo se arruine altera mis nervios—. Es que no podría ser peor. Necesito crear un cóctel antes de medianoche y mi catadora y mejor amiga me ha dejado tirada.
Mi ansiedad es tal, que creo que quedaré calva si sigo lidiando con estos niveles de estrés.
—En verdad lo siento. Wade lo planeó en secreto para San Valentín. ¡Apenas lo supe esta mañana!
Niego con la cabeza a pesar de que sé que no puede verme, sumamente arrepentida por haber proyectado toda mi desesperación hacia ella.
—No tienes la culpa Bree —Ahora me siento fatal por hacerla sentir culpable—. Estoy siendo dramáticamente egoísta. No te preocupes, ya me las apañaré.
No estoy convencida de lo último, pero debo intentarlo de alguna manera.
—¿Estás segura? Entiendo lo importante que es esto para ti. Podría hablar con…
La interrumpo antes de que salga a relucir la organizadora y controladora compulsiva que es y enumero las razones por las cuales debería permanecer al margen:
—Uno: Nadie jamás podría superar tu paladar, Breanna Kwon. Dos: Tomarás un vuelo pronto y no tendrás tiempo para nada. Tres: Debo resolverlo sola.
La escucho suspirar mientras hace silencio por un momento—. Perdóname, siento que te fallé.
—No digas tonterías —Sonrío un poco y decido que debo acabar esta conversación de inmediato si quiero obtener un resultado decente a tiempo—. Ahora ve y disfruta tu fin de semana romántico. Eres estupenda y te lo mereces. Me alegra que Wade sea capaz de verlo.
—Aw, eres una dulzura Harper —Río cortamente cuando percibo su voz conmovida—. Ten un bonito San Valentín.
—Tú también, Bree —Y soy completamente sincera al decirlo—. Te quiero mucho.
—Yo igual —Me lanza un beso y yo le envío otro antes de colgar—.
Hago ejercicios de respiración para liberar la tensión acumulada en mi cuerpo antes de constatar que solo me quedan seis horas para crear el cóctel para enamorados perfecto o mis posibilidades de conseguir este empleo se irán por la borda.
—¡Manos a la obra!
…
Anoto un nuevo intento fallido en mi cuaderno después de probar mi última fórmula.
—El zumo de granadina definitivamente no es una opción.
Hago una mueca recordando el desagradable toque agrio de la mezcla y marco mi más reciente fracaso en la agenda que mi mejor amiga ha bautizado como mi “libro de pócimas”.
Sonrío un instante al recordar a Bree. Mis sesiones experimentales son mucho más entretenidas con ella presente, sobre todo cuando el grado de alcohol en su cuerpo empieza a afectarla y me acusa de brujería y darle a beber mis pociones con fines malévolos.
Mi breve momento de distensión es interrumpido por una notificación de mi móvil. Reviso mis chats y encuentro un mensaje de parte del engreído de Darren Shiffman, quien por ser mi contrincante para el trabajo, cree tener el derecho de intentar intimidarme todo el tiempo. Ruedo los ojos para ver a qué juego de palabras barato ha acudido en esta ocasión, porque el “barreré el piso contigo la próxima vez que te vea” ya ha pasado de moda.
Me sorprendo al ver una imagen, eso es nuevo. «¡Oh, vaya! Mi querido rival ha tenido la cortesía de enviarme una foto con sus amigos donde parecen degustar su invención», pienso con amargura en cuanto la veo.
“Preparado para patearte el trasero” es el mensaje adjunto a la misma. «Genial, el imbécil de Darren ya está listo para la prueba de esta noche». Odio que semejante patán me lleve la delantera.
Estoy a punto de arrojar mi teléfono hacia algún mueble fuera del alcance de mi vista cuando una llamada entrante me desconcentra. Leo “Honey” brillando en la pantalla y sonrío porque se trata precisamente de la persona con la que necesito hablar ahora mismo.
—Hey, Valentine. Tu día especial se aproxima, ¿estás ansioso?
Me expreso con diversión, aunque hace unos segundos representaba al epítome de la frustración, debido a que ese el efecto que tiene Spencer en mí. Especialmente, cuando se acerca el 14 de febrero y puedo utilizar su peculiar apellido para hacer chistes malos.
—¿Tienes que hacer esa tonta broma cada año?
A pesar de no encontrarse frente a mí, estoy segura de que ha rodado sus ojos. Es el resultado de convivir cual uña y carne desde hace casi quince años, lo conozco como la palma de mi mano.
—Por supuesto que sí, es parte de mi tradición. Sin mis burlas sobre él, mi San Valentín estaría incompleto —Lo oigo bufar con molestia, como siempre que este tema sale a colación. Es así que decido dejar de pincharlo con el asunto, obvio, sin quitar la sonrisa de mi cara—. ¿Qué tal tu proyecto de la facultad?
Puede que la Bioquímica no haya funcionado para mí, pero la Física es totalmente la vocación de Spencer.
—Tuve que quedarme hasta tarde y tengo jaqueca, sin embargo, sé que valdrá cada instante, porque estaré libre para nuestra cita de San Valentín —Sonrío por lo adorable que suena y la grandiosa perspectiva de pasar el día juntos—. ¿Esta vez si tienes algún plan? ¿O nuevamente tendré que improvisar sobre la marcha?
Río antes de caer en mi realidad actual y sufrir un bajón—. Si no lo logro, dudo tener ánimos para salir mañana.
—Hey, ¡no me gusta ese tono pesimista! ¡Por supuesto que vas a conseguirlo! —Su fe depositada en mí, me reconforta—. Aparte, Bree está ayudándote. Han demostrado ser una dupla invencible si hay etanol involucrado.
Ruedo los ojos por su “bromita” sobre nuestra elevada ingesta de alcohol antes de iluminarlo contándole la novedad:
—Oh, en realidad no lo está.
—¿Qué? Ya lo habían acordado, incluso compré una dotación de palomitas para que no bebieran con el estómago vacío. Aunque insisto en que por más que te gusten, no conforman ningún grupo alimenticio.
—Sí, respecto a eso, gracias. Y no importa cuánto lo digas, si Olivia Pope y su inigualable estilo se nutrieron de toneladas de vino y rosetas durante siete temporadas, yo las convierto en un grupo alimenticio —Resuella inconforme (como siempre), y yo me encojo de hombros sin importarme (como siempre), antes de continuar con mi explicación—. En cuanto a Breanna, Wade la sorprendió esta mañana con boletos a París.
Él hace un sonido de comprensión—. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—Un catador ahora mismo sería muy útil, no obstante, entiendo y respeto tu posición —Tallo mis ojos por el cansancio—. Así que, ¿podrías traerme pizza? Ya que me aseguras que las popcorns no cuentan como comida.
Lo cierto es que ya se acabaron, pero hacerle creer que concuerdo con su opinión suele volverlo más accesible.
—¿Anchoas?
¿Entienden a lo que me refiero?
—Te amo.
Él ríe, y a pesar de que no puedo verlo, sé que está sonriendo ante mi descaro:
—Y yo a ti. Nos vemos pronto.
…
Para cuando Spencer llega al departamento, estoy a nada de ponerme a llorar como una nena debido a la salvaje mezcla de ira y decepción combinadas que estalla en mi interior. Este ha sido mi quincuagésimo intento, y tal como los cuarenta y nueve anteriores, ha resultado otro monumental fracaso.
Escucho el sonido de la puerta cerrándose y los pasos de mi amigo en mi dirección.
—Continuo sin entender cómo pueden gustarte las anchoas —Le oigo decir desde el corredor—. Huelen horrible.
Me siento tan mal que ni siquiera tengo fuerzas para defender al mejor pez del mundo, solo mantengo mi cabeza reposada en mis brazos mientras lucho por retener mis sollozos.
Sé que llorar no va a ayudarme en un momento así, mas soy de esas personas que sienten y viven de manera tan intensa que a veces las emociones se tornan incontrolables. En situaciones como esta, mis pensamientos racionales son completamente silenciados por mis sentimientos desbordados.
—Cariño, ¿qué ocurre?
Spence me sostiene cuando lo abrazo desesperanzada.
Él siempre ha estado para mí. Es mi mejor amigo, confidente y lugar seguro desde hace años. La mayor constante en mi vida.
Y es por ello que, tal como ocurre con él, me conoce mejor de lo que nunca llegaré a conocerme a mí misma. Percibió lo infeliz que era estudiando Bioquímica incluso antes de que yo fuera capaz de comenzar a procesarlo, me apoyó cuando finalmente me atreví a dejarlo y acogió en el momento en que mis padres renegaron de mí.
Yo… simplemente no sé qué haría sin este chico.
—Harper, entiendo lo que estás pasando y comprendo tu angustia. También sé que pedirte que te mantengas fuerte cuando todas las posibilidades parecen estar en tu contra puede llegar a sonar insensible, pero escúchame atentamente —Toma mi cara y me obliga a verlo a los ojos mientras habla en voz baja y convincente—: Aún tienes tiempo y estoy seguro de que hallarás una solución, solo tienes que volcarte en esto. Voy a ayudarte y permaneceré contigo sin importar qué. No estás sola.
Arrulla mi llanto silenciosamente mientras termino de desahogarme en su hombro. Una vez dejo todo salir, estoy lista para volver a enfocarme. Con él a mi lado, sé que no hay probabilidad de que falle.
—Tengo claro cuál debería ser su sabor, mas, no encuentro el ingrediente que me falta para equilibrarlo.
—¿Y qué podría ser?
—No tengo idea —Hojeo mi cuaderno en busca de alguna nota anterior que pueda resultarme de ayuda—. Hm, mi propósito es comprimir en mi trago una descripción sensorial del amor. El color rojo es obligatorio y debe transitar por una gama de sabores: un gusto dulce para comenzar, indudablemente arrollador aunque sin exagerar; luego un ligero toque ácido para despertar el paladar y, para culminar, un sabor dulce un poco más tenue que perdure y le otorgue una sensación cálida y atrapante.
Me pierdo por un instante imaginando el sabor perfecto que anhelo alcanzar cuando el suave murmullo de Spencer me trae de regreso:
—Como cuando estás enamorado.
—Exactamente lo que busco recrear —Le sonrío pues ha captado mi intención al instante—. Enamoramiento apasionado en una bebida.
Él me mira de una forma extraña antes de cambiar de tema y señalar las copas sobre la mesada.
—¿Estas son todas tus pruebas?
—En realidad no, solamente una docena de ellas —Alzo una ceja al pensar que ni siquiera llegan a la mitad de todos los experimentos que he hecho en las últimas cuatro horas—. El resto las deseché al instante, eran completos desastres. Estas son buenas, no obstante, ninguna llega al punto que deseo. Algunas son demasiado dulces y otras no alcanzan la intensidad que necesito.
—¿Puedo probarlas?
Abro tanto mis ojos que casi se escapan de sus cuencas—. ¿Estás loco? Tienen alcohol y conozco tus principios.
—Esto es más importante que mi miedo irracional. Necesitas una segunda opinión y yo podría dártela.
Muerdo mi lengua para dejar de pensar en mí misma y mis intereses y contenerme de aceptar la tentadora oferta.
—Spence, en verdad agradezco que quieras hacer esto por mí. Es un lindo gesto, sin embargo, conozco tu historia y siempre he apoyado tu decisión.
La madre de Spencer se sumió en un espiral de vicios después de la muerte de su esposo, entre ellos: el alcohol, claro está. No es de extrañar que Valentine no quiera relacionarse con ningún tipo de sustancia adictiva.
—Harper, eres mi mejor amiga —Toma mis manos entre las suyas con suma delicadeza—. ¡Por Dios! Eres mi vida entera —Él ríe y mira al techo buscando sus próximas palabras—. Lo cierto es que mamá fue egoísta y he pasado todos estos años encerrado en mi miedo a una predisposición genética hacia el alcoholismo porque no quería juzgarla. Preferí culpar al alcohol por su conducta y abandono cuando, en realidad, fueron producto de su irresponsabilidad.
Mi pecho vibra de orgullo porque sé que es un peso con el que Spencer cargaba y me hace feliz que finalmente esté dejándolo ir.
—Eso no quiere decir que tengas que beber —Tampoco deseo que se apresure, esta clase de procesos deben tomarse con calma—. No tienes que demostrarle nada a nadie.
—Por supuesto que no. La cuestión aquí es que quiero hacerlo, quiero ayudarte.
La determinación reflejada en sus ojos pardos me empuja a confiar en él y permitirle hacer esto.
—Vale, pero solamente uno —Cedo al final y le dejo en claro que soy inamovible respecto a esa condición—. No has comido y podría hacerte mal.
—Mientras te sea de ayuda.
Selecciono uno de entre mis mejores intentos y se lo tiendo, no sin antes advertirle:
—Toma poco y lentamente. Analiza el sabor y dime qué te parece.
Él agarra la copa cuidadosamente y bebe con control.
—Es amor.
Hago una mueca cuando me dice justamente lo que no quería oír. Está siendo amable porque es mi mejor amigo—. Spence, sé que quieres ayudarme, pero agradecería que fueras crítico.
—Lo estoy siendo, Harper, te lo juro. Esto sabe a amor, solo necesita un mejor acabado.
Reviso mis notas sobre el experimento que ha probado y su opinión coincide con la mía, el sabor final no era convincente.
—¿Qué sugieres?
—Necesitas un ingrediente que contribuya a perpetuar la dulzura de un modo fresco para evitar que se desvanezca una vez que la que persona trague. Quizás una fruta en su estado natural.
Su sugerencia tiene lógica así que comienzo a explorar esa posibilidad pensando en voz alta.
—¿Fresa? No, muy trillado.
—¿Qué tal la frambuesa? —me sugiere él—.
—Demasiado fuerte —le respondo yo—.
—Lo tengo: ¡cerezas!
—No lo sé. Por lo general oscilan entre dulces, ácidas o semiácidas.
—Pero yo no hablo de cualquier cereza —Enmarco mi ceja con la pregunta implícita—. ¿Qué te parecería utilizar picotas?
Lo miro como si hubiese hecho el descubrimiento del año porque en este momento, siento que su idea me ha abierto las puertas del cielo. Busco cerezas ambrunesas para incluirlas en mi nueva preparación, casi siempre tenemos, porque son las frutas favoritas de Spencer.
Preparo dos copas y le entrego una de ellas con precaución—. ¿Estás seguro?
Él la toma y asiente tranquilamente.
Después de brindar, compruebo que tiene justamente el equilibrio que necesito y que su sabor se ha tornado memorable.
—¡Es perfecto!
Me tiro a sus brazos en medio de un torrente de felicidad que dejo fluir con libertad.
—Me alegra haber sido de ayuda.
Lo encaro con incredulidad y me río en su cara por su ridícula modestia.
—¿“Ayuda”, dices? Me has salvado la vida. ¡Te amo!
Él acompaña mi risa y beso su mejilla antes de apartarme y ponerme a aplaudir y saltar por la estancia.
Una vez superado mi ataque de efusividad, voy hacia él con gesto curioso cuando recuerdo una frase en particular a la que no había tomado importancia.
—Antes dijiste y cito: “Es amor”.
Lo había dejado pasar de manera inconsciente, sin embargo, ahora que aterrizo en el verdadero significado de esas palabras, algo se remueve en mis entrañas.
Tomo una rebanada de pizza y la devoro para restarle peso a la cuestión. Eso y que ser dramática es parte de mi ADN—. ¿Acaso estás enamorado Spence?
—Mm, yo…
Spencer Valentine siempre ha sido muy reservado en cuestiones personales como esta. Su vida amorosa es casi un enigma para mí. Son pocas las chicas que me ha presentado y sus relaciones jamás han sobrepasado los seis meses.
En ese aspecto, debo admitir que nos parecemos.
En promedio, mis noviazgos tampoco han durado mucho. Reflexionando al respecto, nunca he llegado al aniversario en ninguna de mis relaciones y lo cierto es que, la mayoría de las veces no entiendo qué es lo que ha salido mal. Solo sé que jamás llegan a “florecer” (por decirlo de algún modo), así que sencillamente he dejado de esforzarme para que funcione.
Vuelvo a concentrarme en el presente y me percato de un detalle sobresaliente: las mejillas rojas de mi amigo.
—Spence, ¿acaso te sonrojaste? —Con una sonrisilla diabólica me acerco a su rostro, toco sus mofletes y veo cómo termina de ponerse cual tomate—. Oh Dios, en verdad lo hiciste. Eres una cereza.
—¡Claro que no! Debe ser el alcohol.
—Por supuesto, culpa al etanol. Una actitud muy madura, digna de un futuro físico experimental. Y ahora confiesa: ¿estás enamorado?
Él cierra los ojos y suelta un sonoro suspiro. Camina hasta el sofá y yo frunzo el ceño confundida antes de seguirlo, no sin antes tomar otra rebanada de pizza, claro.
«Amo las anchoas…»
El castaño se recuesta a lo largo del sofá y extiende sus brazos hacia mí. Sé lo que significa, así que, con cuidado, me acomodo sobre él y lo abrazo de costado mientras apoyo mi cabeza con su pecho y finjo dibujar garabatos sobre su piel.
—Esto es serio, ¿eh?
—Querías que confesara, ¿o no?
Sus palabras me parecen raras, por lo que levanto la cabeza para verlo de frente—. ¿De qué se trata todo esto?
—¿Recuerdas nuestra primera vez?
Que mencione la experiencia más personal que hemos compartido me descoloca. No es un asunto que tratemos con frecuencia.
—Por supuesto, mañana se cumplirán cuatro años desde ese día.
Cuando ambos cumplimos dieciséis, comenzamos a tener curiosidad por ciertos temas. Los dos queríamos pasar de la fase de “comprensión” a la de “experimentación”, ya saben, lo normal en la adolescencia. Empezamos a salir con otras personas, no obstante, no estábamos preparados para exponernos frente a otros de un modo tan íntimo, por ende, se nos ocurrió hacerlo juntos.
Y la verdad, es que fue una de las pocas decisiones acertadas de mi yo adolescente. Me sentí cómoda a pesar de nuestra inexperiencia y no voy a decir que fue mágico (porque amén de lo que afirme un gran porcentaje de las novelas románticas ninguna primera vez lo es), sí simbolizó un momento bonito e importante que compartimos juntos.
Igualmente, no son recuerdos que rememoremos a menudo. Esta es una ocasión extrañamente especial.
—Esa noche hice un descubrimiento que tardé en aceptar.
El rumbo de sus declaraciones me desconcierta—. ¿Qué intentas decirme?
—He estado con varias chicas a lo largo de los años. El dilema es que, sin importar cuánto congeniemos, o lo mucho que me gusten, nunca son suficiente —Ladeo la cabeza para evidenciar mi estupor, jamás habíamos tenido esta conversación—. Y después de tanto tiempo, creo que tengo la respuesta.
Un silencio abrumador nos envuelve y mi cerebro comienza a trabajar como un demente tratando de hallar esa “respuesta”.
—Harper, yo… —Él se sienta frente a mí y me mira fijamente.
Una posibilidad llega a mi cabeza y me pasmo de imaginarla.
—Yo… estoy enamorado de ti.
—¡¿Eres gay?!
Ambos abrimos los ojos a tope antes de reclamarle al otro al unísono:
—¡¿Qué?!
Él parece terriblemente confundido por mi desacertada conclusión, mas, yo no puedo defenderme ni disculparme porque estoy demasiado ocupada procesando su confesión.
—¿De qué rayos estás hablando?
La alarma de mi móvil llega a nuestros oídos y me pongo en pie de un salto por su significado.
—Queda media hora para las doce, debo correr —mascullo antes de tomar y guardar mis cosas en mi bolso—.
Me paro frente a mi amigo, quien también luce afectado por la situación.
—Mm… —Intento vocalizar algo, pero, las palabras se atoran en mi garganta y siento un tic-tac dentro mi cabeza que me recuerda que el tiempo sigue avanzando—. Hablaremos cuando regrese, ¿vale? —Lo señalo e intento decir algo más, aunque vuelvo a quedarme en blanco—.
Es entonces que recurro a mi última opción: huir.
Agradezco que el departamento de Spencer quede cerca del bar porque la corta distancia me permite ir caminando sin inconvenientes.
Hago el recorrido por inercia, supongo que es una suerte que me lo sepa de memoria puesto que mi cerebro ha decido desconectarse del plano físico para dedicarse a repetirme una y otra vez la chocante declaración de mi mejor amigo.
¿Spence… enamorado de mí?
Todo suena tan absurdo y bizarro dentro de mi mente como ha sido oírlo fuera de ella.
—No, definitivamente eso fue obra del alcohol —Agito mi cabeza de lado a lado con frenesí—. No debí haberle dado ese maldito cóctel.
Pensar que nuestra amistad pende de un hilo por un estúpido trago, me hace enfadarme conmigo misma.
—Sabía que debía haber declinado su ofrecimiento, amén de sus buenas intenciones.
Con un suspiro lastimero acompañado de una última negación, entro al local y decido dejar mis problemas afuera para al menos, hacer que todo esto haya valido la pena.
«Ya lidiaré con las consecuencias al regresar…»
…
—Vaya, ¿qué tenemos aquí, señorita Blake?
—Es mi creación señor Traynor.
—La presentación merece un diez. Me encanta.
Sonrío con satisfacción, realmente me esmeré para que tuviera un aspecto atractivo.
—Y le prometo que sabrá incluso mejor.
—Siempre me ha gustado su confianza —El hombre me guiña un ojo con complicidad antes de degustar el trago y comer una cereza—. Vaya, está muy bien balanceado. Es un sabor consistente sin llegar a resultar molesto o abrumador, y suave, aunque sin pasar inadvertido. Hay un toque ácido apenas perceptible que termina siendo cubierto por la fruta. Me gusta mucho tu creación. ¿Cómo se llama?
Siento que me atropello un camión cuando caigo en cuenta de que he olvidado ponerle un nombre a mi cóctel.
—Mm, bueno, yo… —Respiro para calmarme, despejar mi cabeza y buscar un buen nombre. Encuentro la respuesta en un instante—. Valentine.
—¿Valentine?
—Sí, Valentine: la pócima de Cupido.
—Me agrada —El hombre me señala y luego pregunta con sospecha:— ¿Acaso está enamorada, señorita Blake?
Podría responderle al azar, mas, un par de ojos castaños se entrometen en mis pensamientos y me empujan a hablar honestamente.
—Hace unas horas no hubiese dudado en decirle que no; sin embargo, ahora mismo, creo que no lo tengo claro —Recorro el borde de la copa con mis dedos distraídamente—.
—Pues, tiene suerte. Es 14 de febrero, no hay mejor momento para descubrirlo.
Levanto la cabeza y lo veo con una sonrisa—. Creo que tiene razón.
Él asiente antes de retomar nuestra charla profesional—. Aún debo probar la bebida del señor Shiffman, pero, créame, Valentine será difícil de superar.
—Muchas gracias, señor.
Una vez sola, preparo nuevamente mi más reciente invención con la intención de llevar a cabo un experimento.
Mojo una cereza en el líquido antes de probarla. La dulzura familiar del fruto acaricia mi paladar y una sensación cálida y confortable me recorre. Es así como tengo una epifanía.
Mis recuerdos con Spencer durante los últimos quince años se suceden en mi cabeza cual una película proyectada en una sala de cine y soy víctima de una poderosa revelación.
«El sentimiento de amor que buscaba recrear para mi trago, es exactamente lo que siento por Spence»
…
Son las tres de la mañana cuando finalmente me adentro al departamento. Necesitaba tiempo extra para organizar mis ideas y sentimientos.
¿Por qué mentir? Estoy cagada de miedo. Arriesgarme a fusilar mi amistad con el mayor pilar de mi vida es un tema serio. Pensar en la ínfima posibilidad de que todo acabe mal, con alguno de los dos haciéndole daño al otro y sin poder vernos a la cara por el resto de nuestras vidas me pone los pelos de punta.
Mas, está hecho. Spencer ha sido sincero y yo le debo lo mismo. ¡Y que el sol salga por donde le plazca!
«¡Vamos! Dejé la universidad hace poco y fui echada de casa por mis propios padres. ¡Nada puede ser peor que eso!», concluyo para infundirme valor. Aunque bien sé que, si las cosas entre Spencer y yo acaban mal, terminaría irremediablemente destruida.
Camino de puntitas para ver si el centro de mis pensamientos continua en la sala como cuando me fui, sin embargo, no es así.
Alzo una ceja al pasar por la cocina y ver todas las copas sobre la encimera vacías. Sonrío y ruedo los ojos con diversión. «Al parecer mi mejor amigo ya no es para nada abstemio».
Compruebo que la lámpara en su habitación está encendida por la tenue luz que ilumina el corredor y toco la puerta por si está dormido. Un “adelante” es la señal que recibo para pasar.
—Hola. ¿Cómo te fue?
—Quedé —digo sin más—.
En otro momento estaría brincando de alegría, pero esto es mil veces más importante.
—¿De verdad? Es maravilloso —Sé que quiere venir y abrazarme, en cambio, muerde su labio. Reconozco a leguas su ansiedad—. Estoy muy orgulloso de ti.
—Lo aprecio mucho. No lo hubiese logrado sin ti —Me deslizo sigilosamente hacia el borde de la cama donde él descansa—. Yo quería hablar contigo sobre…
—Harper —Lo miro cuando me interrumpe—, lo que dije fue cierto. Pero aún más cierto es que lo eres todo para mí y no quiero perderte; por ende, si mis sentimientos te incomodan, te prometo mantenerlos a raya como hasta ahora. No podría imaginarme una vida sin ti.
Sus palabras conmueven mi corazón de pollo, así que no aguanto más y me lanzo en su dirección para abrazarlo con todas mis fuerzas:
—Yo tampoco podría imaginarme una vida sin ti. Eres lo más importante para mí. Y, he descubierto algo. ¿Recuerdas el efecto que quería provocar con el cóctel? ¿Esa dulzura cálida y envolvente? Es precisamente la descripción de lo que provocas en mí.
—¿Acaso tú…?
—Lo que intento decirte, —Acaricio un mechón de su cabello antes de apartarlo de su cara y ver sus ojos —es que creo que… —Desvío mi vista hacia sus labios y me acerco hasta el punto en que nuestros alientos chocan entre sí al igual que nuestras narices—. Creo que estoy enamorada de ti, Spence.
Soltarlo es... liberador. Y es precisamente esa sensación liberadora la que me impulsa a continuar hablando:
—Yo también sentía que mis relaciones estaban vacías y jamás lograba encontrar el motivo. Con nadie me sentía tan en paz como contigo, ninguna cita me calaba tan profundo como nuestro tiempo juntos y ningún otro chico me resultaba tan entrañable como tú. Y es comprensible, porque ninguno de ellos era tú. Buscaba algo que ya tenía, justo enfrente. Lamento mucho no haberme dado cuenta antes.
Él toma mi cintura y me acomoda sobre sí sin despegar sus ojos de los míos. Azul y marrón; el océano y la tierra compartiendo su dominio.
—Te amo Harper Blake —murmura como un secreto mientras acaricia mi mejilla con tal delicadeza que siento ganas de llorar—.
—Y yo te amo a ti Spencer Valentine —Río con los ojos cristalizados antes de besarlo—.
Ambos vertimos nuestros sentimientos en ese beso sin poder apartar las manos del otro. Rodeo su cuello con mis brazos mientras él acaricia la piel de mi cintura con sus pulgares.
Cuando los besos pasan a mi cuello y se tornan salvajes y necesitados, entiendo que es tiempo de parar.
—Hey, hey, ¡es hora de dormir!
Él me mira como si acabara de aterrizar desde una nave espacial.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Spence, no hago el amor con chicos borrachos. El consentimiento solo es válido si estás sobrio. De lo contrario, rompería mi código y soy una dama.
—¿Borracho? ¿Yo?
—Por supuesto que hablo de ti, pequeño ebrio —Pico su nariz con mi dedo índice a la par que me dirijo a él con un tono infantil—. ¿O qué? ¿Me dirás que esas copas vacías son obra de Cupido? Porque no creo que mis pociones mejoren su puntería.
Él está a punto de refutar cuando se le escapa un hipido.
—Aw, ¡eres de los que le da hipo! ¡Que ternura!
Hago un puchero y Spence se mosquea.
—No es -¡hip!- gracioso.
—Yo no dije “gracioso”, dije adorable – Hago que nuestras narices se junten al mismo tiempo en que le sonrío juguetona para disipar sus quejas—. Ahora, vamos a dormir. Veamos si mañana recuerdas esto.
—¡Por supuesto que lo recordaré! —Él está visiblemente ofendido por mi perfectamente razonable teoría—. Esto es un asco.
—¿Seguro? Porque puedo ir a dormir a mi habitación.
Hago el amago de dirigirme a la salida y él me atrapa por las caderas y recuesta sobre su pecho.
—Estás loca si realmente piensas que te dejaré escapar.
Abrazándome con fuerza, Spencer cae rendido como efecto del alcohol. Acaricio cada facción de su rostro antes de sonreír y apegarme a él para también descansar.
…
Entro a la habitación, bandeja en mano y con el desayuno listo. Aprovechando que he despertado primero esta mañana y teniendo en cuenta que es San Valentín y Spence siempre tiene este tipo de detalles conmigo, he querido preparar algo especial para él.
Lo observo mirándome como bobo, seguramente debido a la camisa suya que estoy usando como vestido. Tan perdido en mi figura está, que debo llamarlo varias veces para que despegue los ojos de mi cuerpo.
Cuando por fin logro captar su atención le dedico una sonrisilla traviesa que deja entrever un “sé lo que estás pensando”, antes de colocar la comida en una mesita especial sobre la cama.
—¡Hey, Valentine! Si tienes cabeza para estar imaginando ciertas cosas es indicio de que no tienes resaca. Parece que eres de los fuertes, porque con todo lo que bebiste anoche deberías seguir en la Luna.
Él niega ante mi comentario y admira los alimentos enfrente suyo.
—No sabía que cocinabas. Y mira, ¡no quemaste nada! —expone entre incrédulamente divertido y verdaderamente asombrado—.
—Oye, ¡no ofendas!
Le doy un golpecito en el codo con una almohada; ahora me siento profundamente insultada.
—Lamento si me sorprende, llevas cerca de dos meses viviendo aquí y no habías lavado ni un plato.
—¡Hey, estaba demasiado deprimida para preocuparme por ser una buena huésped! —Me defiendo a la par que lo amenazo con lanzarle beicon a la cara—.
Desayunamos entre risas y comentarios animados, en tanto dejamos fluir todo como es nuestra costumbre. El increíble vínculo que compartimos hace de las suyas y nos lleva por el camino correcto.
Cuando terminamos, aparto la bandeja antes de mirarlo a los ojos:
—Feliz San Valentín.
—Feliz San Valentín, amor.
No es la primera vez que Spencer me llama “amor”, pero en esta ocasión en particular, siento una revolución en mi interior a la par que una sonrisa radiante se adueña de mi rostro. Él se acerca y deja un besito en la comisura de mis labios.
—Ayer me preguntaste si tenía un plan para hoy. Y no eral caso hasta que hace un rato, mientras cocinaba, se me ocurrió algo que podríamos hacer esta tarde, ¿te parece?
—Por supuesto que sí, pero, ¿por la tarde? ¿Qué haremos hasta entonces?
—Pues, ahora que te encuentras plenamente consciente y en tus cinco sentidos, supongo que mi código de honor está a salvo, ¿verdad? —Lo sujeto por los hombros antes de insinuar mi más reciente idea—. Por ende, creo que se me ocurren un par de cosas en las que podríamos entretenernos mientras pasa el tiempo.
Spencer muerde su labio con anticipación—. Ah, ¿sí?
—Sí, y me gustaría mostrártelas, ¿te parece? —Él sonríe de acuerdo y yo uno nuestros labios en un gesto apasionado—.
Y entre besos y caricias cubiertos por el Sol, la pócima de Cupido cumple con su misión.
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