Especial Navidad
Mis ojos se dirigen instintivamente a las ventanas de la casa. La luz del porche está encendida, pero más allá de eso, todo parece... vacío.
Luca me sigue mientras abro la puerta y entro. Él se queda fuera por un momento, como si estuviera considerando si marcharse o no, pero finalmente da un paso hacia el porche.
—Adelante. —Hago un gesto hacia el interior, cerrando la puerta detrás de él para evitar que el frío nos siga.
La casa está en silencio, salvo por el crujido de la madera bajo nuestros pies. Enciendo una lámpara en la sala de estar, y la luz suave ilumina el espacio de forma acogedora.
Luca camina hacia el centro de la sala, sus ojos recorriendo el espacio como si estuviera buscando algo.
—¿Y el árbol? —pregunta finalmente, girándose hacia mí con una expresión de genuina curiosidad.
—¿El árbol? —repito, confundida.
—Sí, Lili. El árbol de Navidad. ¿Dónde está? —Levanta una ceja, como si mi falta de comprensión le resultara incomprensible.
—No tengo árbol. —Me encojo de hombros, evitando su mirada mientras me quito los guantes y los dejo sobre la mesa. ¿Ya era finales de diciembre?
Luca parpadea un par de veces, claramente sorprendido. Luego, cruza los brazos y se apoya contra el marco de la puerta.
—¿Ni luces? ¿Ni decoraciones? ¿Nada?
—No soy muy fan de la Navidad, ¿vale? —respondo, sintiendo cómo mis mejillas se calientan ligeramente bajo su escrutinio.
—¿Cómo que no eres fan de la Navidad? —Su tono es casi incrédulo, como si acabara de decir que no me gusta respirar.
—No lo sé. —Respondo después de un momento, jugando con los bordes de mi chaqueta—. Supongo que nunca fue una gran cosa en mi casa. Mis padres trabajaban mucho, y cuando Ian se fue... —Me detengo, sintiendo un nudo en la garganta—. Bueno, simplemente no tenía sentido celebrarlo.
Luca me observa por un largo momento, y su expresión cambia. Ya no parece tan sorprendido, sino más bien reflexivo.
—Entendido. —Finalmente dice, con un tono que no puedo descifrar del todo. Luego, se endereza y recoge su casco de la mesa—. Te dejo descansar. Nos vemos mañana.
—¿Mañana? —pregunto, sintiendo un nudo de confusión en el estómago.
—Sí. No te preocupes, princesa. Ya verás. —Me lanza un guiño antes de salir por la puerta, dejándome con más preguntas que respuestas.
El crujido de la puerta al cerrarse detrás de Luca resuena en el silencio de la casa. Me quedo allí, mirando el lugar donde estaba, tratando de entender a qué se refería con ese "ya verás". La forma en que lo dijo, ese guiño despreocupado, no hizo más que aumentar mi curiosidad. El rugido de su moto hace que me sobresalte, y pronto desaparece en la profundidad del bosque.
Enciendo la chimenea y noto que el calor empieza a calar en mis huesos, pero mi mente sigue enredada en mis pensamientos. Suelto un suspiro y camino hacia el sofá, desplomándome sobre los cojines. "No tengo árbol". Las palabras me suenan ahora, después de decirlas en voz alta, tan vacías como la sala en la que estoy.
Siento un nudo en el pecho y me obligo a levantarme. No voy a quedarme atrapada en pensamientos oscuros esta noche. Abro la despensa y busco algo que pueda distraerme. Encuentro una barra de chocolate y decido preparar un chocolate caliente. Quizá algo dulce pueda hacerme sentir mejor.
El día siguiente comienza con un cielo gris, el viento sacudiendo las ventanas de la casa. Me levanto más temprano de lo habitual, incapaz de sacarme de la cabeza la despedida de Luca anoche.
Después de un desayuno rápido, decido ir al pueblo. No sé por qué, pero siento la necesidad de encontrar algo. Quizá sean los comentarios de Luca sobre la Navidad, quizá solo necesito ocupar mi mente en algo diferente, pero termino entrando en una pequeña tienda de regalos.
Lirium está completamente decorado. Las luces cuelgan entre las farolas y los escaparates resplandecen con guirnaldas y árboles iluminados. Me sorprendo al darme cuenta de que, aunque intento evitar la Navidad, hay algo reconfortante en todo esto. Quizá no sea tan malo.
Dentro de la tienda, mis ojos recorren estantes llenos de cosas pequeñas pero bonitas. Una bufanda negra gruesa me recuerda a Dante y su estilo despreocupado, así que la tomo sin pensarlo. Para Luca, veo unos guantes de cuero marrón, prácticos y elegantes a partes iguales. No sé si es buena idea comprarles algo, pero siento que debo hacerlo. De algún modo, su presencia en mi vida ha sido más constante que cualquier otra cosa en los últimos meses.
Pago las compras y salgo de la tienda con las bolsas en la mano, sintiéndome ligeramente mejor. No importa si la Navidad nunca fue mi festividad favorita, esto se siente bien.
De regreso a casa, empujo la puerta con el codo y dejo las bolsas en la mesa. Empiezo a quitarme el abrigo, pero me detengo en seco al oír algo fuera de lugar. Un ruido sordo, como el de alguien arrastrando algo pesado por el porche.
Frunzo el ceño y me giro lentamente hacia la ventana. La sorpresa que me encuentro me deja boquiabierta. Allí, en el porche, están Luca y Dante. Entre los dos llevan un árbol de Navidad enorme, tan alto que tienen que inclinarlo para poder pasar por la puerta. A sus pies hay cajas con adornos, luces y todo lo que jamás pensé que podría ver en mi casa.
—¿Qué... qué estáis haciendo? —pregunto, abriendo la puerta y saliendo al porche, incrédula.
—Montando la Navidad, encanto. —Dante suelta el árbol con una facilidad insultante y me lanza una sonrisa que podría derretir la nieve.
Luca, por su parte, se apoya en el tronco del árbol con una sonrisa más discreta pero igual de firme.
—Si no tienes Navidad, la traemos nosotros. —Sus ojos miel brillan con algo cercano a la diversión.
—¿Pero cómo...? ¿Por qué...? —balbuceo, todavía sin poder creer lo que estoy viendo.
—Lili, eres imposible. —Dante pasa a mi lado y deja una caja de adornos en la entrada—. ¿Sabes lo triste que es una casa sin luces? Me dan escalofríos solo de pensarlo.
—Además, no podíamos dejarte sola aquí, sin un árbol y sin nada que te recordara que es Navidad. —Luca habla con un tono más suave, pero su mirada me atraviesa.
Siento cómo el nudo en mi garganta crece de golpe. Ellos no tenían por qué hacer esto. No tenían por qué traer un árbol y cajas llenas de decoraciones. Pero ahí están, mirándome como si fuera lo más natural del mundo.
—Vosotros estáis locos —susurro finalmente, aunque no puedo evitar que una sonrisa empiece a formarse en mi rostro.
—Ya lo sabías. —Dante me guiña un ojo y agarra la parte inferior del árbol—. Vamos, encanto. Ayúdame con esto antes de que Luca empiece a quejarse.
—No me quejo. —Luca suelta una pequeña risa y agarra el otro extremo del árbol—. Solo digo que tú eres el que siempre hace el trabajo más sencillo. Y tú, no nos has visto nunca en plena papanoelada. El año que viene te llevaré a ver las luces de la ciudad en moto.
Los miro, negando con la cabeza mientras trato de ocultar la emoción que me llena por dentro. No estoy acostumbrada a esto. A que alguien haga algo tan grande por mí sin esperar nada a cambio. Pero aquí están ellos, desmontando la imagen que siempre tuve de la Navidad: fría, vacía, sin sentido.
—Vale, vale. —Levanto las manos en señal de rendición—. Vamos a montarlo antes de que os arrepintáis.
—¿Arrepentirnos? Esto apenas acaba de empezar. —Dante me lanza una mirada traviesa mientras entran el árbol a la sala.
Les sigo, sintiendo cómo el corazón me late más fuerte de lo habitual.
Pasamos las siguientes horas transformando la sala de estar. Dante y Luca trabajan con una eficiencia sorprendente, desempaquetando las luces, guirnaldas y adornos como si hubieran hecho esto un millón de veces antes. El árbol queda en el centro de la habitación, y aunque ocupa más espacio del que pensé que tenía, su presencia llena el lugar de una calidez inesperada.
—Esto va aquí, ¿no? —pregunta Dante mientras sostiene una estrella dorada enorme. Sus ojos brillan con una mezcla de entusiasmo y burla.
—No, todavía no, genio. —Luca le quita la estrella de las manos y señala el árbol—. Primero las luces. Siempre van primero.
—Sí, claro, señor decorador. —Dante rueda los ojos, pero su sonrisa persiste mientras se agacha para buscar el extremo de la primera guirnalda de luces.
Yo observo desde el sofá, abrazando una taza de té caliente que no recuerdo haber preparado. Mis ojos recorren la escena: Dante desenredando las luces con un nivel de paciencia que no sabía que tenía, y Luca colocándolas con una precisión casi meticulosa.
—¿Quieres ayudar, princesa? —dice Luca, lanzándome una mirada fugaz mientras estira la guirnalda hacia una de las ramas más altas.
—Lo estoy haciendo. Estoy supervisando. —Bebo un sorbo de té, ocultando una sonrisa detrás de la taza.
—Supervisando, dice... —Dante sacude la cabeza y se acerca al sofá, inclinándose hacia mí con las manos en las caderas—. Encanto, si piensas que nos vamos a encargar de todo, estás muy equivocada.
—¿Qué sugieres? ¿Que trepe al árbol? —replico, alzando una ceja.
—No sería mala idea. Pero mientras tanto, aquí tienes. —Dante me lanza una caja de adornos ligeros antes de volver a su lugar junto al árbol.
Resoplo, pero no puedo evitar sonreír mientras saco el primer adorno de la caja. Es una bola de cristal con pequeños copos de nieve en su interior. La sostengo por un momento, observando cómo brilla a la luz de la lámpara.
Nos lleva casi dos horas terminar de decorar. El árbol está repleto de luces parpadeantes, cintas doradas y plateadas, y una combinación ecléctica de adornos que parecen haber salido de diferentes épocas. La estrella dorada, la misma que Dante había intentado colocar al principio, finalmente encuentra su lugar en la cima gracias a Luca, que se sube a una silla mientras Dante le da indicaciones desde el suelo.
—Un poco a la izquierda... No, a la derecha... ¡Ahí! —Dante levanta los brazos triunfalmente cuando Luca termina—. Eres un artista, hermano.
—Y tú eres insoportable. —Luca baja de la silla, pero su sonrisa lo traiciona.
Me quedo mirándolos, sintiendo una calidez en el pecho que no había sentido en mucho tiempo. La casa ya no parece tan vacía.
—Vale, creo que necesitamos un descanso. —Digo, llevándome las manos a la cintura—. ¿Chocolate caliente?
—¿Chocolate caliente? —Dante me mira como si acabara de sugerir algo revolucionario—. ¿Dónde has estado escondiendo eso todo este tiempo?
—En la despensa, obviamente. —Ruedo los ojos, pero no puedo evitar reír mientras me dirijo a la cocina.
Luca y Dante me siguen, aunque es evidente que no tienen intención de ayudar. Se apoyan en el marco de la puerta, charlando entre ellos mientras yo preparo tres tazas grandes de chocolate caliente con malvaviscos. El aroma dulce llena la cocina, y por un momento, el ambiente se siente tan tranquilo que casi olvido todo lo que está pasando fuera de estas paredes.
Cuando vuelvo a la sala con las tazas, ellos han encendido la chimenea. El fuego crepita suavemente, lanzando sombras cálidas sobre las paredes. Nos sentamos en el suelo, las tres tazas entre nosotros, y por primera vez en mucho tiempo, me siento completamente en paz. Vuelvo a la cocina a por las galletas de canela de mamá. Me ilusiona que las prueben.
—Esto está bueno. —Dante levanta su galleta, haciendo un gesto de aprobación exagerado—. ¿Las hiciste tú?
—Son una especialidad de mi madre. —Le dedico una sonrisa suave.
Luca se limita a asentir mientras mastica. Sus ojos están fijos en el fuego, y hay algo en su expresión que me hace preguntarme qué estará pensando.
—¿Sabes qué falta? —dice Dante de repente, rompiendo el silencio.
—¿Qué? —pregunto, aunque ya estoy temiendo su respuesta.
—Vino caliente. —Sonríe de una forma que promete problemas.
—Dante, no puedes mezclar chocolate caliente y vino. Es una abominación. —Luca lo mira como si acabara de decir algo imperdonable.
—¿Quién dijo que hay que mezclarlos? —Dante se levanta de un salto y se dirige a la cocina antes de que podamos detenerlo.
—Esto no va a terminar bien. —Murmura Luca, pero su tono tiene un toque de diversión.
Minutos después, Dante vuelve con una botella de vino tinto y especias que, aparentemente, encontró en algún rincón olvidado de mi despensa. Nos lleva poco tiempo preparar el vino caliente, y antes de que me dé cuenta, las tazas de chocolate han sido reemplazadas por vasos de vino humeante.
La noche avanza entre risas, anécdotas y bromas que solo ellos podrían inventar. El vino caliente nos calienta por dentro, y aunque nunca pensé que podría disfrutar tanto de una noche como esta, aquí estoy, riendo hasta que me duelen las mejillas.
Por un momento, el mundo fuera de esta casa deja de importar. La Navidad, la primera en años que realmente celebro, se siente como un pequeño milagro. Y todo gracias a ellos.
Nos quedamos tumbados en la alfombra frente a la chimenea, rodeados de risas y el leve calor del fuego que va menguando. Las luces del árbol parpadean suavemente en un ritmo casi hipnótico, y el vino caliente ha dejado nuestras mejillas ruborizadas y nuestras palabras un poco más sueltas.
—Esto fue... mejor de lo que esperaba. —Digo finalmente, mi voz rompiendo el cómodo silencio que se había instalado.
Luca está sentado con la espalda apoyada en el sofá, sus ojos fijos en las brasas que brillan en la chimenea. Tiene esa expresión tranquila de siempre, como si pudiera encontrar paz en cualquier rincón del mundo.
—Lo necesitabas. —Dice simplemente, y aunque su tono es bajo, sus palabras me calan hondo.
Dante, que está medio tumbado junto a mí, con un brazo detrás de la cabeza, suelta una risa suave.
—Encanto, si esto te ha impresionado, espera a que lleguen los regalos. —Su sonrisa tiene ese brillo pícaro de siempre, pero hay algo en sus ojos que parece más... genuino esta vez.
—¿Regalos? —Alzo una ceja, mirándolo con incredulidad.
—¿Qué? ¿Pensabas que íbamos a decorar un árbol y emborracharnos de vino caliente sin más? —Dante se incorpora ligeramente, apoyándose en un codo mientras me mira—. La Navidad no es Navidad sin regalos.
—¿Y qué se supone que me vais a regalar? —pregunto, tratando de sonar escéptica, aunque una parte de mí no puede evitar emocionarse.
—Tendrás que esperar hasta mañana para averiguarlo. —Luca sonríe levemente, sin apartar la mirada del fuego.
—¿Mañana? —replico, fingiendo indignación.
—Sí, encanto. Mañana. —Dante se recuesta de nuevo, cerrando los ojos como si la conversación ya hubiera terminado.
La noche continúa con una calma inesperada. Luca se levanta en algún momento para avivar el fuego, y Dante, fiel a su naturaleza, se pone a tararear una melodía navideña desafinada mientras busca algo en mi despensa.
A la mañana siguiente, el aire está frío pero no helado, y el sol se filtra por las ventanas, iluminando el árbol y las decoraciones que ahora llenan la sala. Bajo las escaleras despacio, frotándome los ojos, y me encuentro con algo que me hace detenerme en seco.
Luca y Dante están en la cocina, discutiendo amistosamente mientras intentan preparar algo que, a juzgar por el caos de harina y azúcar sobre el mostrador, probablemente sean galletas de jengibre.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunto, tratando de contener la risa.
Luca se gira hacia mí, con una expresión seria pero un toque de harina en la mejilla que arruina cualquier intento de parecer intimidante.
—Estamos cocinando. ¿Algún problema?
Dante, por su parte, me lanza una sonrisa traviesa mientras sostiene un molde en forma de estrella.
—Buenos días, encanto. Pensamos que era hora de que probaras las legendarias galletas de jengibre de Dante y Luca.
—¿Legendarias? —alzo una ceja, cruzándome de brazos.
—Bueno, serán legendarias después de hoy. —Dante guiña un ojo antes de volver a concentrarse en el molde.
No puedo evitar reír mientras me acerco a ellos, observando cómo intentan coordinarse en un espacio que claramente no fue diseñado para dos personas tan grandes. La cocina, que suele ser un lugar tranquilo y organizado, ahora está llena de risas, harina flotando en el aire y el aroma dulce de las especias.
Finalmente, me uno a ellos, ayudándoles a dar forma a las galletas mientras intercambiamos bromas y nos empujamos juguetonamente en el reducido espacio. Para cuando las galletas están listas, la cocina parece un campo de batalla, pero a ninguno de nosotros parece importarle.
—Vale, lo admito. Esto es divertido. —Digo mientras me llevo una de las primeras galletas calientes a la boca.
—¿Ves? Te lo dije. —Dante me mira con satisfacción, como si todo esto hubiera sido idea suya.
Luca, que está limpiando el mostrador, se detiene por un momento para mirarme.
—Todavía no hemos terminado. —Dice, señalando algo detrás de mí.
Me giro y veo la casa de galleta de jengibre que han preparado en silencio mientras yo estaba distraída con los adornos del árbol. Está torpemente ensamblada, con glaseado goteando por los lados, pero es perfecta a su manera.
—Es... increíble. —Digo en voz baja, sintiendo una calidez inesperada en el pecho.
Dante pasa un brazo por mis hombros y sonríe.
—Si esto no te hace amar la Navidad, entonces no sé qué lo hará.
Me río, dejándome llevar por el momento. Por primera vez en años, siento que la Navidad significa algo más que fechas en un calendario. Es risa, calor, compañía. Es familia, aunque sea una familia que nunca imaginé tener.
Esa noche, nos sentamos frente al árbol con un bol de palomitas y una vieja película navideña en la televisión. No importa que la trama sea predecible ni que las palomitas estén ligeramente quemadas. Lo único que importa es que estamos aquí, juntos, y por primera vez en mucho tiempo, siento que todo estará bien.
La película termina, pero nadie se mueve del sofá. El calor de la chimenea, las luces suaves del árbol y el sonido ocasional del viento contra las ventanas nos envuelven en una burbuja de tranquilidad que ninguno parece dispuesto a romper. Estoy entre Dante y Luca, acurrucada bajo una manta que alguien encontró en el fondo de un armario.
—Vale, encanto, sé sincera. ¿Te estás divirtiendo? —pregunta Dante, su tono burlón pero con un destello de curiosidad genuina.
Levanto la cabeza de la manta y lo miro con una sonrisa perezosa.
—Un poco. —Admito, sabiendo que no me dejará en paz si intento negarlo.
—¿Un poco? —replica, llevándose una mano al corazón como si hubiera recibido una puñalada—. Esto no es "un poco". Esto es la mejor Navidad de tu vida.
Luca resopla, pero su mirada está fija en mí, como esperando mi respuesta. Me remuevo bajo la manta y tomo aire, dejando que las palabras salgan con naturalidad.
—Está bien, es... mucho mejor de lo que esperaba. Gracias, chicos. —Mi voz baja al final, porque aunque sé que son sinceros, no estoy acostumbrada a recibir este tipo de atención.
Dante se inclina hacia mí, con una sonrisa satisfecha.
—Sabía que lo admitirías. No puedes resistirte a mi encanto navideño.
—Tu "encanto navideño" es una excusa para comer galletas y beber vino. —responde Luca, con una sonrisa pequeña pero cálida.
—Eh, lo que funcione. —Dante se encoge de hombros, pero su tono ligero hace que todos soltemos una risa suave.
El silencio cae de nuevo, pero no es incómodo. Es el tipo de silencio que compartes con personas en las que confías, en las que te sientes cómodo siendo simplemente tú. Mis ojos se desvían hacia el árbol, y el brillo de las luces se refleja en los adornos de cristal. Es un espectáculo sencillo, pero reconfortante.
—¿Alguna vez habíais tenido una Navidad así? —pregunto de repente, sin saber de dónde viene la pregunta.
Luca se endereza ligeramente, como si mis palabras lo hubieran sacado de un pensamiento profundo. Su mirada va del árbol al fuego antes de aterrizar en mí.
—No lo sé. —responde después de un momento, con una honestidad que no esperaba—. La Navidad siempre fue... complicada en mi casa. Demasiadas cosas que fingir, supongo.
Dante asiente en silencio, algo poco habitual en él, y siento que hay más en su gesto de lo que dice. Su habitual chispa está ahí, pero también algo más profundo, algo que no comparte fácilmente.
—Bueno, para mí, esto es un logro. —Digo, tratando de aliviar el ambiente con un toque de humor—. Es la primera Navidad que me calienta el alma.
—Entonces, misión cumplida. —Dante me lanza una mirada cómplice antes de estirarse y tomar una galleta de jengibre de la bandeja—. Ahora, ¿qué dices de un brindis para terminar la noche?
—¿Brindis? —repito, arqueando una ceja.
—Claro. Es Navidad. —Se pone de pie con una gracia relajada y desaparece en la cocina antes de que podamos protestar.
Cuando regresa, lleva tres copas y una botella de algo que claramente no es vino caliente. El licor ámbar brilla bajo las luces del árbol mientras sirve con cuidado en cada vaso.
—¿Whisky? —pregunto, sorprendida.
—Por supuesto. Hay que acabar con estilo. —me guiña un ojo mientras nos pasa las copas.
Luca y yo compartimos una mirada antes de aceptar. Levantamos las copas, y Dante nos observa con una sonrisa satisfecha.
—Por la Navidad, las galletas legendarias y... lo que venga. —Dante levanta su vaso, y no puedo evitar reírme mientras chocamos nuestras copas.
El líquido quema al bajar, pero no me importa. Esta noche, en este momento, todo parece estar en su lugar.
Nos quedamos hablando hasta que el fuego de la chimenea empieza a menguar, y el sueño se cuela entre nosotros. Luca se levanta primero, recogiendo las copas vacías y apagando las luces una por una. Dante se estira en el sofá, y su voz, aunque somnolienta, aún conserva su tono despreocupado.
—Espero que no te hayas olvidado de los regalos, amigo —murmura, con una sonrisa ladeada mientras cierra los ojos.
Luca resopla desde la cocina, donde está dejando las copas en el fregadero. Sus movimientos son tranquilos, pero hay una chispa en su mirada cuando regresa al salón.
—No, Dante. No me he olvidado. —Dice, y sus palabras hacen que mis ojos se abran de golpe.
Dante se ríe suavemente, incorporándose para sentarse en el sofá. Sus ojos oscuros brillan con un toque travieso. Se inclina hacia un lado, sacando una bolsa de papel que había estado escondida debajo del sofá todo este tiempo.
Luca toma un paquete grande de la mesa y me lo extiende, sosteniéndolo con ambas manos como si fuera algo muy importante. Su expresión está tranquila, pero hay una pizca de nerviosismo en sus ojos.
—Es una tontería, pero... feliz Navidad. —Dice, con una leve sonrisa.
—No es una tontería. —Murmuro, tomando la caja que Luca me ofrece. La siento más ligera de lo que esperaba, pero el peso emocional de este gesto hace que mis manos tiemblen un poco.
Cojo el paquete y lo abro con cuidado. Bajo el papel, encuentro un casco integral negro brillante, impecable, con un diseño que llama inmediatamente mi atención. Tiene dos orejas de gato perfectamente integradas, dándole un toque juguetón sin perder ese aire elegante y sofisticado. Por un momento, no sé qué decir.
—Quiero que estés protegida, Lili. —Empieza, cruzándose de brazos—. Pero no quería que fuera solo un casco cualquiera. Este... tiene algo especial. —Hace una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras—. No solo te protegerá, sino que también hará que la gente te vea, que sepan que tienes algo diferente. Como tú.
Me quedo en silencio, absorbiendo lo que acaba de decir. Acaricio las orejas del casco, suavemente, notando el acabado perfecto. Él se rasca la nuca, algo que hace cuando se siente un poco fuera de lugar.
—Siempre que estamos en la carretera, no puedo evitar pensar en lo importante que eres. Y sé que tú tiendes a preocuparte más por los demás que por ti misma. —Su tono baja, volviéndose más cálido—. Esto es un recordatorio para que pienses en ti, para que sepas que alguien se preocupa por ti, incluso cuando no lo parece.
Mis dedos se aprietan un poco alrededor del casco, y siento un nudo formarse en mi garganta. No esperaba algo así. Es mucho más que un regalo práctico; es un gesto que demuestra cuánto le importo.
—Luca... no sé qué decir. —Murmuro, mirando el casco y luego a él. Sus ojos miel brillan a la luz del fuego.
—No tienes que decir nada. Solo prométeme que lo usarás. —dice, su voz firme pero suave—. Quiero que estés segura. Siempre.
Me acerco a él, aún sujetando el casco entre mis brazos, y sin pensarlo demasiado, lo abrazo. Es un gesto impulsivo, pero necesario. Siento la calidez de su cuerpo contra el mío, y durante un momento, me olvido de todo lo demás.
Cuando me separo, nuestras miradas se encuentran, y aunque él intenta mantener su expresión tranquila, hay una pequeña sonrisa en sus labios.
—Gracias. —Susurro, y su sonrisa se ensancha ligeramente.
Dante, que había estado observando desde el sofá con los brazos cruzados, carraspea de manera exagerada.
—Bueno, parece que alguien acaba de ganarse puntos extra. —dice, con una sonrisa burlona.
—Cállate, Dante. —responde Luca, lanzándole una mirada que no es ni remotamente amenazante, pero que logra que Dante se ría.
—No me digas que no tengo razón. —replica Dante, apoyándose de nuevo en el sofá mientras yo, todavía sujetando el casco, me dejo caer en la silla con una sonrisa.
Mi pecho se aprieta con una mezcla de gratitud y emoción. Luego miro a Dante, quien me lanza su bolsa de papel con una sonrisa amplia.
—Mi turno, encanto. —Dice.
Abro la bolsa, un poco más despacio esta vez, con la sensación de que Dante se ha tomado alguna libertad creativa. Dentro encuentro una chaqueta de cuero negra, de esas que parecen sacadas directamente de una revista de moda para moteros. Es preciosa, ceñida pero también práctica, con detalles cuidadosamente colocados y cremalleras brillantes.
—¿Qué...? —miro la chaqueta y luego a él, completamente sorprendida.
Dante se recuesta en el sofá, cruzando los brazos detrás de la cabeza con una sonrisa satisfecha.
—La vi en una tienda hace unas semanas y pensé que te quedaría genial. No me digas que no la vas a usar, encanto. Te hará ver como una diosa cuando estés en mi moto.
Luca resopla desde su asiento, pero no dice nada. Yo, en cambio, paso los dedos por la suave piel, todavía sin creerlo.
—Dante... esto es demasiado. —Murmuro, aunque no puedo evitar imaginarme con la chaqueta puesta.
—Nada es demasiado para ti. —responde, guiñándome un ojo—. Además, ahora ya no tienes excusas para no subirte a mi moto.
Río suavemente, sacudiendo la cabeza mientras abrazo la chaqueta. Aunque siempre parece querer impresionar, esta vez siento que hay algo más detrás de su gesto, como si realmente hubiera pensado en lo que me gustaría.
—Gracias. —Digo sinceramente, y su sonrisa se ensancha como si acabara de ganar una carrera.
Me quedo mirando los regalos por un instante, sintiendo cómo el peso de lo que representa se instala en mi pecho. Pero no puedo quedarme en silencio por mucho tiempo, no cuando yo también tengo algo para ellos.
—Ahora me toca a mí. —Digo, intentando ocultar mi nerviosismo. Me levanto y busco las bolsas que dejé en mi habitación. Cuando regreso, sus miradas están fijas en mí, expectantes.
—¿Nos traes regalos? —pregunta Dante, con una sonrisa de pura sorpresa, mientras se reclina en el sofá con aire despreocupado.
Miro los dos regalos, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Son pequeños y no tan impresionantes a primera vista como los que ellos me han dado, pero creo que les encantarán.
—Por supuesto... para los dos. —digo, sosteniendo una bolsa en cada mano y mirándolos con una sonrisa tímida.
Dante levanta una ceja, intrigado, mientras Luca se cruza de brazos.
—¿Un regalo compartido? —pregunta Dante, inclinándose hacia adelante con curiosidad.
—Más o menos. —digo, y les extiendo los regalos.
Ambos los toman al mismo tiempo, sus miradas cruzándose brevemente antes de que empiecen a desenvolverlos. La habitación queda en silencio mientras el papel cae al suelo, revelando las cajas de los intercomunicadores.
—¿Intercoms? —pregunta Luca, sosteniéndolo con cuidado y examinándolo. Su expresión es más bien reflexiva, pero hay una chispa de interés en sus ojos.
—Sí. —respondo, sintiendo cómo el calor sube a mis mejillas—. Siempre estáis en la carretera, y pensé que sería útil que pudierais hablar entre vosotros o... conmigo. —añado la última parte en voz más baja, como si temiera sonar demasiado sentimental.
Dante sonríe ampliamente, sacando el dispositivo de la caja y girándolo en sus manos.
—¿Esto es para poder escuchar tu voz incluso cuando estoy sobre la moto? —bromea, pero hay una calidez en su tono que me dice que realmente le gusta.
—O para que yo pueda escuchar tus gritos si te estrellas en alguna curva. —respondo, arqueando una ceja mientras me cruzo de brazos.
Luca suelta una risa baja, y cuando levanto la vista hacia él, veo que está sonriendo ampliamente.
—Es un regalo perfecto, Lili. —dice, mirándome directamente. Su voz es suave, pero la sinceridad en ella hace que mi pecho se apriete—. Siempre estás pensando en los demás.
Dante asiente, colocándose el intercomunicador en la oreja solo para probarlo.
—Ahora sí que vamos a ser imparables. —dice, lanzándome una mirada cómplice antes de dirigirse a Luca—. Aunque si empiezo a escucharte hablar sobre tácticas de seguridad en plena carrera, igual lo apago.
—Podrías aprender algo. —responde Luca sin perder la calma, mientras guarda el intercom en su caja con cuidado.
—Podrías aprender a divertirte. —replica Dante, guiñándome un ojo.
Los tres reímos, y por un momento, la tensión que siempre parece estar presente entre ellos se disuelve. Me siento más ligera, viendo cómo mis regalos realmente han significado algo para ellos.
—Ahora no tendré que preocuparme tanto cuando corráis en las carreras. —digo, jugando con el borde de mi jersey—. Y también podréis llamarme si... ya sabéis, si me necesitáis.
Luca asiente, y por un segundo, parece que está a punto de decir algo más, pero se queda en silencio. En cambio, Dante se levanta, sosteniendo su intercom como si fuera un trofeo.
—Esto merece un brindis. —anuncia, alargando la mano hacia la botella de vino caliente que aún queda en la mesa.
Cuando las copas se vacían y la casa está envuelta en un silencio acogedor, nos quedamos los tres en la sala, recostados en el sofá y las sillas, mirando las luces del árbol parpadear suavemente en la penumbra. El calor de la chimenea acaricia nuestras pieles, y aunque el cansancio se siente en cada músculo, ninguno parece querer romper la quietud.
—Esto ha sido... bonito. —murmuro, mirando el árbol que ahora brilla con vida en un rincón que antes estaba vacío.
—¿Solo bonito? —bromea Dante, con una sonrisa que se refleja en sus ojos. Está medio tumbado en el sofá, con un brazo colgando despreocupadamente hacia el suelo.
—No lo arruines, Dante. —replica Luca desde su silla, aunque hay un tono de diversión en su voz.
Sonrío para mis adentros, girándome hacia ellos.
—Gracias a los dos. —digo, y aunque mi voz es suave, cada palabra está cargada de sinceridad—. No sé qué habría hecho esta Navidad sin vosotros.
Dante se incorpora ligeramente, apoyando el codo en el respaldo del sofá.
—Probablemente te habrías perdido entre tus pensamientos. —bromea, pero su mirada tiene un destello de algo más cálido.
—O habrías pasado la noche en silencio, sin darte cuenta de lo que te estabas perdiendo. —añade Luca, mirándome con esa calma que siempre parece tranquilizarme.
Ambos tienen razón, de alguna manera. Pero esta vez no me siento ni sola ni perdida. Me siento... aquí. Presente. Y aunque el mundo que nos rodea sigue siendo caótico y lleno de preguntas sin respuestas, esta pequeña burbuja de luz y calor parece intocable.
El reloj en la pared marca la medianoche, y un destello de emoción cruza por mi pecho.
—Es Navidad. —susurro, como si decirlo en voz alta pudiera hacer que el momento dure un poco más.
Dante sonríe y alza su copa vacía hacia el aire.
—Por nosotros. —dice, con un gesto que es mitad broma, mitad verdad.
Luca asiente, levantando la suya, aunque su mirada está fija en mí.
—Por una Navidad diferente. —añade, su tono más suave, como si supiera exactamente lo que significan sus palabras.
Levanto mi copa también, y aunque no hay nada en ella, el gesto me hace sentir parte de algo más grande que yo misma.
—Por nosotros. —repito, dejando que las palabras llenen el aire antes de que caigamos nuevamente en el cálido silencio.
Las luces del árbol siguen parpadeando, y el fuego en la chimenea chisporrotea suavemente. Por un momento, no hay pasado ni futuro, solo este presente que parece tan perfecto como frágil. Una pequeña pausa en el caos de nuestras vidas. Y aunque sé que las próximas semanas estarán llenas de incertidumbre y desafíos, esta noche es nuestra. Y nada puede arrebatárnosla.
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