Capítulo 8
La luz del amanecer se cuela por las rendijas de las cortinas, iluminando suavemente mi habitación. Me estiro en la cama, sintiendo el leve dolor muscular en los brazos y las piernas por la tensión de la noche anterior. Aún tengo en la cabeza la sensación de la velocidad, el rugido de la moto y el viento golpeando mi cuerpo. Pero ahora, en la calma de la mañana, me siento más conectada con la casa, con el entorno, y también, un poco más conmigo misma.
Me levanto y preparo un café en la cocina, disfrutando del aroma mientras dejo que el silencio del bosque me envuelva. Todo parece tranquilo, y por un momento, esa tranquilidad me reconforta. Sin embargo, la sensación de soledad sigue ahí, flotando en el aire. Quizás por eso decido coger el teléfono y marcar el número de mi antigua casa.
El tono suena dos veces antes de que la voz cálida de mi madre responda al otro lado.
—¡Lili, cariño! ¿Cómo estás?
—Hola, mamá. —Sonrío, sintiendo cómo la nostalgia me invade—. Estoy bien. Me acabo de despertar, y todo está tranquilo por aquí. ¿Cómo estáis vosotros?
—Ay, estamos bien, todo sigue igual por aquí —responde, pero noto un tono preocupado en su voz, como si intentara ocultarlo—. Tu padre está en el huerto ahora, y yo... acabo de hacer unas galletas de canela.
Las palabras me arrancan una sonrisa. Puedo imaginarme la cocina de casa, el calor del horno y el aroma dulce llenando el ambiente. Me como una de las que me llevé, viendo como la caja se va quedando más vacía.
—Me encantaría estar ahí con vosotros, Os echo de menos.
—Nosotros también te echamos de menos, Lili. —Su voz se vuelve más suave, y siento un nudo en la garganta—. Sé que estás haciendo lo que crees correcto, pero... hay días en los que desearía que estuvieras con nosotros.
—Lo sé, mamá. —Suspiro, mirando por la ventana hacia el bosque—. Pero necesito esto. Necesito saber si puedo hacerlo por mi cuenta, encontrar lo que busco.
—Entiendo, cariño, y estoy orgullosa de ti por intentarlo. —Hace una pausa, y puedo escuchar el sonido familiar de la cafetera en el fondo—. Ah, por cierto, nos llegó otra postal de Ian.
Mi corazón da un vuelco.
—¿De verdad?
—Sí, la recibimos ayer. —La escucho moverse por la casa mientras habla—. Como siempre, no hay remitente, solo su mensaje. Es corto, pero... bueno, dice algo así como: "Espero que todos estéis bien. Yo estoy bien, no os preocupéis. Pienso en vosotros siempre. Recordad que, aunque esté lejos, nunca me olvido de casa".
—Eso suena a Ian... —digo, intentando mantener el tono ligero, pero la tristeza me embarga. Hace años que no sé nada de él más allá de esas postales, siempre sin pistas de su paradero, siempre tan herméticas.
—Sí... —susurra mi madre, y noto el eco de la misma tristeza en su voz—. Es todo lo que nos da, pero, al menos, sabemos que está bien, ¿no?
—Supongo que sí. —Me abrazo a la taza de café, buscando el calor que me falta—. Algún día volverá, mamá. Lo sé.
—Quiero creerlo. —Suspira profundamente, pero su tono cambia, volviéndose más animado—. Bueno, y dime, ¿ya has encontrado la manera de preparar tus propias galletas de canela? Sería una buena forma de mantenernos cerca.
—Todavía no me he atrevido. Creo que no saldrían igual sin ti y sin papá probándolas y diciendo que les falta más canela. —Me río suavemente, intentando aliviar la nostalgia.
—Esa es la clave, cariño: mucha, mucha canela. —Ella también se ríe, y el sonido me llena de calidez—. Y mucho amor, claro.
—Lo intentaré, lo prometo.
—Bien, entonces espero fotos de esas galletas pronto. —Se ríe, y puedo imaginarla, con esa sonrisa que siempre me calma—. Y, Lili, ya sabes, si necesitas cualquier cosa, estamos aquí. No olvides que esta siempre será tu casa.
—Gracias, mamá. Te quiero mucho.
—Y nosotros a ti, mi niña. Cuídate mucho, ¿vale?
—Lo haré. Dale un beso a papá de mi parte.
Colgamos, y durante unos segundos me quedo mirando la pantalla apagada de mi teléfono, sintiendo la distancia entre mi familia y yo como un peso que cae lentamente en mi pecho. La postal de Ian sigue en mi mente, recordándome que, aunque estemos todos tan dispersos, todavía hay una conexión que nos une.
Recuerdo las palabras de mi madre sobre las galletas de canela. Quizás, un día de estos, debería intentarlo. Al final, las tradiciones son lo que nos mantiene unidos, incluso cuando la distancia parece insuperable.
Me quedo un rato observando por la ventana mientras me termino el café. La nostalgia sigue presente, pero la energía de la mañana (y de la cafeína) me empuja a salir. Decido dar una vuelta por los alrededores en mi coche, explorando un poco más allá de la casa.
A medida que avanzo por los caminos de tierra que se entrelazan con el bosque, noto algunas señales pintadas en los árboles: flechas, números y marcas que no había visto antes. Algo en ellas me resulta familiar, y es entonces cuando recuerdo lo que Dante me dijo la noche anterior, sobre cómo él y Luca usaban la casa como punto de referencia.
Sigo el rastro de las señales, que me llevan a una carretera secundaria más amplia. Al doblar una curva, veo a lo lejos un grupo de motocicletas aparcadas junto a un pequeño claro. Reconozco las motos de Dante y Luca entre ellas, pero hay muchas más, algunas deportivas y otras de estilo clásico, todas con un aspecto imponente. Me acerco lentamente, tratando de no llamar la atención.
Mientras aparco a cierta distancia, observo cómo los motoristas se agrupan en pequeños círculos, hablando y gesticulando con entusiasmo. El rugido de los motores se mezcla con el murmullo de las conversaciones.
De repente, una mano golpea suavemente mi ventana. Me giro con un sobresalto y veo a Dante, que sonríe con esa mezcla de picardía y seguridad que siempre parece acompañarlo.
—¿Qué haces aquí, Lili? —pregunta, con una mirada que parece querer leer mis pensamientos.
—Estaba explorando y... me encontré con todo esto. —Miro alrededor, sintiéndome un poco fuera de lugar—. ¿Qué está pasando?
La expresión de Dante cambia por un momento; sus ojos se vuelven cautelosos, y el tono desenfadado que suele usar desaparece. Mira a su alrededor para asegurarse de que nadie más nos está observando antes de volver la vista a mí.
—Esto no es nada, solo un punto de encuentro. —Su tono es más bajo ahora, casi en un susurro—. Pero, Lili, aquí no deberías estar. Este lugar es privado.
—¿Privado? —repito, tratando de entender lo que dice. Miro las motos aparcadas y a las personas conversando en pequeños grupos. Todo parece normal, pero hay algo en la forma en que Dante se comporta que me pone en alerta —¿Por qué? —pregunto, aunque ya puedo intuir la respuesta.
Dante suspira y mira a ambos lados de nuevo antes de responder.
—Porque no es algo que cualquiera pueda saber. Ni siquiera nosotros hablamos de esto fuera del grupo, ¿me entiendes?
—¿Y tú participas? —le pregunto en voz baja, ahora consciente de que el tema es delicado.
Dante se cruza de brazos y, por un momento, su expresión se vuelve seria.
—A veces, pero...—Su mirada se desliza hacia el lado, y veo que está observando a alguien más. Al seguir su mirada, veo a Luca acercarse.
Luca se detiene junto a Dante. Sus ojos avellana me observan con calma, pero noto una cautela en su expresión, como si ya intuyera de qué estábamos hablando.
—¿Todo bien por aquí? —pregunta Luca, su voz suave pero firme, mientras su mirada pasa de Dante a mí.
—Sí, solo hablábamos —responde Dante con una sonrisa burlona. Parece intentar restarle importancia al asunto, pero Luca no parece convencido del todo.
—¿Te ha traído la curiosidad por aquí, Lili? —pregunta Luca, con una leve sonrisa que no llega a sus ojos.
—Estaba explorando y vi todas las motos, así que decidí acercarme — Me encojo de hombros, sintiéndome un poco fuera de lugar.
—Bueno, has llegado justo en el momento en que estamos todos en modo relax —Dante sonríe, con esa expresión fácil que siempre parece tener en la cara, como si nada en el mundo le preocupara.
—Sí, aquí nos reunimos para desconectar. No es gran cosa, pero nos sirve para ponernos al día y comentar nuestras rutas. —Hace un gesto hacia las motos aparcadas—. Y para presumir, claro.
—Ya sabes, cosas de frikis de las motos —añade Dante, riendo suavemente—. A veces puede ser un poco aburrido para los que no son del mundillo.
—Totalmente —coincide Luca, soltando una carcajada—. Así que, a menos que te interese escuchar sobre bujías y motores turbo, es probable que terminemos aburriéndote.
—Bueno, no quería colarme en vuestras conversaciones de "frikis" —bromeo, devolviéndoles la sonrisa mientras relajo la mano en el volante de mi coche—. Pero admito que me dio curiosidad.
—Y eso está bien —responde Dante, sin perder su actitud despreocupada—. Pero seguro que hay sitios más interesantes por aquí que escuchar a dos locos hablar de motores. —Hace un gesto amplio con la mano—. ¿Te apetece explorar un poco más la zona? Hay un mirador por aquí cerca que tiene unas vistas espectaculares.
Luca asiente, respaldando la sugerencia de Dante. —Eso, aprovecha para ver el paisaje. No te quedes atrapada con nuestras historias de motos, o acabarás aprendiendo más de lo que quieres sobre frenos y ruedas.
Me río con ellos, sintiéndome más relajada.
—Vale, vale, ya veo que me estáis echando.
—Para nada —dice Dante con una sonrisa—. Pero no queremos ser responsables de que te aburras.
Justo en ese momento, se acerca otro chico del grupo, un poco más joven que ellos, con una gorra al revés y una sonrisa fácil en la cara.
—¡Eh, tíos! —saluda, antes de mirarme—. Hola, ¿qué tal? —Parece amistoso y no le da mucha importancia a mi presencia.
—Hola —le respondo, con una pequeña sonrisa.
—¿Nos vemos esta noche? —dice el chico, pero se queda en silencio de inmediato cuando Luca le lanza una mirada rápida.
Dante suelta una risa ligera, como si el comentario no significara nada.
—Dame un momento, Lili. —Me mira con una sonrisa tranquila antes de dirigirse al chico—. Ven, vamos a revisar una cosa de tu moto.
Los veo alejarse unos metros, y aunque hablan en voz baja, no logro escuchar lo que dicen. Me quedo con Luca, que se queda observándome con una mirada analítica.
—Así que, ¿explorando el área? —pregunta.
—Sí, ya sabes. Me gusta conocer los alrededores —respondo, encogiéndome de hombros. Me fijo en su cabello dorado, ahora más brillante por los reflejos del sol.
Luca asiente, y su expresión se suaviza un poco, casi como si estuviera considerando algo. —Haces bien. Este lugar tiene rincones interesantes.
Por un momento, no decimos nada, y siento cómo el ambiente se vuelve más relajado, casi íntimo. Dante y el chico siguen hablando de espaldas, un poco más lejos que antes. Entonces, Luca se inclina un poco hacia mí, bajando la voz.
—Esta noche voy a pasar por tu casa —dice, con un tono que parece más una promesa que una afirmación—. Quiero asegurarme de que todo está bien.
Lo miro, un poco sorprendida, pero asiento, tratando de no mostrar demasiado la curiosidad que me despiertan sus palabras. —De acuerdo, estaré allí.
—Perfecto. —Su sonrisa es cálida, y noto un brillo en sus ojos que no logro descifrar del todo. Parece querer decir algo más, pero en ese momento Dante regresa, y Luca se echa para atrás, recuperando su expresión habitual.
—Todo en orden —dice Dante, como si nada hubiera pasado—. Gracias por esperar, Lili. —Me dedica una sonrisa—. Así que, ¿te animas a ver el mirador? Es uno de mis lugares favoritos. Las vistas valen la pena.
—Claro, me parece buena idea. —Le devuelvo la sonrisa, y de refilón miro a Luca.
—Genial. Está en la colina, no muy lejos de aquí. Solo sigue el camino de tierra y lo encontrarás sin problemas. —Dante señala con la mano, indicándome la dirección.
Luca se despide con un gesto y una sonrisa que parece una mezcla de complicidad y calma. —Que disfrutes el paseo, Lili.
—Nos vemos pronto —añade Dante, guiñándome un ojo.
Arranco y me dirijo en la dirección que Dante me indicó, siguiendo el camino de tierra que se abre paso entre los árboles. Al llegar al mirador, bajo del coche y me acerco al borde para admirar las vistas. El paisaje se extiende ante mí, con el bosque y las colinas bañadas por la luz del sol. Respiro hondo, disfrutando de la calma y dejando que mi mente se despeje. Por ahora, me concentro en la belleza del lugar, pero en el fondo, no puedo evitar pensar en la forma en que Luca me habló, y en su promesa de verme por la noche.
Sigo el camino que Dante me indicó, una senda de tierra que serpentea entre los árboles y se abre paso por la ladera de la colina. La luz del sol se filtra a través de las ramas, cálida y dorada, y el aire es fresco y agradable. Respiro hondo, disfrutando de la paz de este lugar, tan alejado del ruido y la velocidad del mundo al que estaba acostumbrada.
El mirador es un espacio abierto en lo alto de una colina, donde los árboles se apartan para dejar ver un panorama impresionante. La barandilla, de madera envejecida, grisácea por el paso del tiempo y el clima, rodea el borde del mirador, asegurando el camino y ofreciendo un punto de apoyo para los que se detienen a contemplar las vistas. El suelo es de tierra compactada y pequeñas piedras, salpicado aquí y allá por algunos arbustos y musgo que crece en las áreas más sombrías. Las copas de los árboles forman un manto verde y denso que se pierde en el horizonte, donde las montañas se elevan como una muralla natural, perfiladas con un toque azulado en la distancia. Algunos senderos serpentean a través del valle, apenas visibles desde esta altura, como líneas finas dibujadas en el tapiz de la vegetación.
Me apoyo en la barandilla de madera, que cruje ligeramente bajo mi peso, y me quedo mirando el paisaje. Todo se ve tan vasto y silencioso desde aquí, como si el mundo fuera enorme y, al mismo tiempo, yo pudiera contenerlo todo en la palma de la mano.
Un viento suave sopla, y cierro los ojos, dejándome llevar por la calma. Pero entonces, mientras estoy allí, con los ojos cerrados, mis pensamientos comienzan a llenarse de preguntas, preguntas que llevo conmigo desde que llegué. ¿Hice bien en venir hasta aquí, tan lejos de todo lo que conozco? ¿De mi familia? Mi madre me llamó esta mañana; me dijo que papá está bien, que todo sigue igual. Pero no me siento del todo segura, como si esta decisión de empezar de nuevo fuera tan incierta como la tierra que piso.
¿Por qué siento que aquí, entre estos árboles y este silencio, estoy buscando algo que ni siquiera sé si existe? A veces, en el fondo, me pregunto si me escapé de verdad o si esto no es más que un intento por llenarme de algo que siento que me falta.
Abro los ojos y miro al horizonte, buscando respuestas en el paisaje. Pero lo único que veo ahora son unas nubes oscuras que se están acercando desde el norte, gruesas y amenazantes, avanzando con rapidez. Observo cómo se extienden, como una sombra que cubre la claridad del día. Suelo disfrutar de las tormentas, pero hoy, viendo cómo el cielo cambia de color, algo en mí se inquieta.
El viento se vuelve más fuerte, revolviéndome el pelo, y noto cómo la temperatura comienza a bajar. Quizás debería regresar antes de que me pille la lluvia.
Miro una última vez el paisaje, sintiendo cómo la calma que me había traído hasta aquí ahora se convierte en un leve nerviosismo. Empiezo a caminar de vuelta, acelerando el paso mientras las nubes avanzan, cubriendo más y más el cielo. En el bosque, el viento sacude las ramas, y el sonido de las hojas se vuelve cada vez más intenso, como si la tormenta se apresurara a alcanzarme.
Es tarde, y la tormenta sigue descargando sobre el bosque. Desde el sofá, veo cómo los relámpagos iluminan los árboles y proyectan sombras en las paredes de la casa. Aunque me esfuerzo por ignorarlo, una parte de mí se siente inquieta. Me cubro la cabeza con la cálida manta que hasta ahora me envolvía desde detrás.
Unos golpes suaves en la puerta rompen el silencio, y me levanto de inmediato, casi aliviada de tener una excusa para despejarme. Abro, y Luca está ahí, con el cabello húmedo y una leve sonrisa dirigida a la manta que cubre mi cabeza.
—¿Luca? —lo miro, sorprendida —Sabía que vendrías, pero en plena tormenta... —digo, con una risa nerviosa mientras me envuelvo en la manta.
—Te lo dije, ¿no? —responde, y hay un tono suave en su voz—. Además, no quería que pasases la noche sola en medio de este diluvio.
Entra, quitándose la chaqueta y sacudiéndola suavemente. Parece haberse empapado en el camino, pero no parece importarle mucho.
—¿Todo bien? —pregunto, mirándolo de reojo mientras nos sentamos en el sofá.
—Sí, claro. Todo bien —responde, y me lanza una mirada tranquila, esa que parece decir mucho más de lo que está dispuesto a contar—. Solo quería asegurarme de que tú también estás bien.
La forma en la que lo dice, sin una sola pausa, me hace pensar que en el fondo él tampoco está tan tranquilo. Se queda en silencio, escuchando la tormenta, como si su mente estuviera en otra parte. Tiembla un poco, seguramente por el frío de la lluvia.
—Pues aquí estoy, sobreviviendo a esta casa que suena como si fuera a caerse en cualquier momento —bromeo. Le ofrezco parte de la manta, abriendo el brazo a modo de abrazo. Él se ríe suavemente y se quita la chaqueta, la deja encima del reposabrazos y acepta mi ofrenda. Huele a madera, como a pino, y a musgo.
—No va a caerse. Pero entiendo que lo parezca. Todo es diferente en mitad de una tormenta.
Asiento, y por un momento nos quedamos en silencio, bajo la manta, solo escuchando la lluvia. Él parece tranquilo, pero noto cómo sus dedos juegan distraídamente entre ellas, un gesto tan leve que podría pasar desapercibido... salvo para alguien que le observa.
—Entonces, ¿algo más te trae aquí? —le pregunto, sin dejar de mirarlo.
Él me mira, y por un momento veo algo en sus ojos, algo que duda en compartir, pero finalmente se limita a sonreír, apartando la vista.
—A veces simplemente se me hace raro dejarte sola. La tormenta, la casa... —hace una pausa, buscando las palabras—. No sé por qué, pero me tranquiliza estar aquí un rato. No tiene que haber un motivo.
Me siento algo más tranquila, y agradecida por su protección.
—Gracias, Luca. Es... agradable tenerte aquí. De verdad.
Él asiente en silencio, y se queda un segundo más, como si no tuviera ninguna prisa. De repente, la tormenta parece menos intensa, y yo me siento un poco menos sola.
—Si en algún momento la tormenta se hace demasiado... o si necesitas algo, cualquier cosa, llámame, ¿vale? —dice, con voz baja y una mirada que parece querer decir mucho más de lo que pronuncia.
No puedo evitar sonreír, sintiendo cómo mis mejillas se calientan un poco bajo su mirada.
—Lo haré. Prometido.
Me sonríe de vuelta y apoyo mi cabeza sobre su hombro. Él deja de temblar al instante, y apoya su cabeza sobre la mía. Noto su cabello húmedo goteando suavemente sobre mi mejilla, pero no me molesta. Me refresca. Cierro los ojos lo que me parecen minutos, hasta que se mueve para levantarse. Me intento incorporar para acompañarlo a la puerta, pero me detiene con su mano sobre mi hombro. Me coloca bien la manta y se pone su chaqueta.
—Tengo que marcharme ya. —Se inclina un poco sobre mí y me observa fijamente, con una intensidad que no había visto antes —Buenas noches, Lili.
Su voz es tan suave que casi podría ser un susurro. Me dedica una sonrisa suave y, justo antes de cruzar la puerta, se inclina un poco más hacia mí y, en un gesto inesperado, pasa suavemente un dedo por mi mejilla, apenas un roce. Y antes de que pueda decir nada, sale, dejándome bajo la manta, con el sonido de la tormenta y el eco de su contacto en mi piel. Un ligero aroma a madera y musgo flota en el aire, meciéndome en un sueño profundo.
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