Capítulo 5

Al día siguiente decido explorar la zona. Me encamino hacia el lago y lo rodeo, observando con curiosidad cada detalle. Los pájaros no han dejado de cantar, y el sonido de la brisa me tranquiliza. El día es soleado y la luz se cuela entre las hojas de los árboles que me rodean. Oigo un chapoteo en el agua, y para cuando me giro, veo la cola de un pez rojizo desaparecer bajo la superficie. Es un lugar tranquilo y agradable. Localizo zarzas de moras y frambuesas, y cerca encuentro arándanos y fresas. Recolecto algunas, sobre todo para plantarlas cerca de mi casa. De momento, aunque no tenga ni muebles, estoy mucho más tranquila aquí. No hay ni rastro de la prisa y el ajetreo de la ciudad. Me tomo un momento para cerrar los ojos e inspirar el aire puro del bosque. Una sonrisa me curva los labios.

Continúo con mi aventura y detecto un sonido de un animal en problemas. Parece un animal pequeño, quizá un pájaro. Me adentro más en el bosque, siguiendo el sonido. Me rasgo la camiseta con una rama con pinchos, pero continúo sin darle importancia. El sonido es cada vez más intenso, y me preocupa que pueda estar malherido. Detrás de un árbol, medio cubierto de hojas, encuentro la cría de un cuervo, graznando y retorciéndose. Quizá se haya caído del nido. Miro hacia arriba, a los árboles, pero no hay ni rastro de la madre, ni de ningún nido. No se oye a ningún otro pájaro. Se encuentra solo, en mitad del bosque. Abandonado. Me da mucha pena. Me agacho y le inspecciono, a ver si tiene algo roto. Tiene las alas bien, pero una de sus patas parece que le duele. Chilla más fuerte al tocársela, y la contrae al momento. No puedo dejarle ahí. Me rasgo la camiseta por donde la había roto la planta y envuelvo al pequeño animal con el trozo de tela. Me lo acerco al pecho y me lo llevo hacia casa.

Decido crearle un ambiente cómodo. Quizá necesite estar refugiado bastante tiempo antes de que se le vuelva a curar la pata. Pero no tengo ni idea de cuervos. No sé lo que comen, lo que necesitan... Lo dejo sobre una butaca rústica, envuelto en la tela. Dejo sobre la chimenea las bayas que había recolectado y busco en la casa alguna manta o trapo que le pueda servir de cama, que le caliente y le haga sentir cómodo. Encuentro una pequeña manta hecha de crochet en el garaje. Seguramente la hiciera mi abuela hace mucho. Es perfecta, porque es de lana y acolchada. El pequeño cuervo continúa en mal estado, se le nota, pero por lo menos ha dejado de chillar. Coloco la mantita debajo suya y sonrío al ver cómo se acurruca sobre ella. Pobrecito. Salgo fuera, al jardín, a buscar algo más para él. Encuentro una cesta de mimbre un poco rota en la parte trasera, y un recipiente sucio que puede servir de bebedero. Una vez dentro, las limpio y utilizo para él. Ahora duerme dentro de la cesta, sobre la butaca, arropado en la pieza de crochet y al lado de un pequeño cuenco de agua. ¿Lo malo? No tengo ni idea de lo que come. ¿Debería probar con semillas? ¿O con gusanos? O con fruta... ¿Quizá insectos? Aquí no tengo cobertura, ni mucho menos acceso a internet. Debería contratar una compañía, por supuesto, pero ahora tenga otras prioridades. Como ayudar al pequeño cuervo.

Salgo al jardín de nuevo. Intento recolectar un poco de todo lo que he pensado. Encuentro un gusano, bayas y semillas. Vuelvo a casa y troceo como puedo lo que he encontrado. Cuando se lo doy al ave, no pone pegas a ningún alimento. De hecho, los engulle todos, aunque primero se lanza hacia el gusano. Entonces, ¿come de todo? Decido dejarlo tranquilo, que descanse, mientras salgo de nuevo al bosque. El lago es un sitio hermoso y lleno de vida. Me encuentro con todo tipo de animales, desde ardillas hasta una tortuga en el estanque. En un momento, me parece oír los rugidos de unos motores, pero el sonido del agua fluyendo cerca de mí los amortigua. Quizá me lo he imaginado. Continúo el trayecto, subiendo y bajando caminos de tierra, piedras y hojas. Encuentro más bayas, setas y espárragos. Me los llevo, pues necesito comer algo. Aunque no sería mala idea hacerle una visita a la ciudad, aunque sea para comprar provisiones. Para cuando he rodeado todo el lago y vuelto a casa, el sol ya se pone, tiñendo las nubes de colores lavanda y melocotón. El frío se nota muchísimo más, pero gracias a la madera que he recolectado y encendido, la casa se mantiene cálida. El chisporroteo de la chimenea es el único sonido que inunda el salón. ¿Así de tranquilas iban a sentirse todas mis noches?

La mañana siguiente, después de echarle un vistazo al pequeño cuervo, me preparo y me voy al pueblo más cercano. Lirium. Casi me pierdo un par de veces conduciendo, pero consigo encontrar el camino correcto.

A medida que me adentro en Lirium me doy cuenta de que es más pequeño de lo que me imaginaba. Comparado con la ciudad donde vivía, quizá es igual de grande que un barrio, o dos como mucho. Las casas son, en su mayoría, de madera, y suelen tener entre dos y tres pisos. Hay un río que lo atraviesa, pero no tiene playa. Es más bien como si fuese una calle que separa el pueblo, solo que con piedras. Para cruzarlo, tengo que hacerlo a pie. Aparco el coche en un lado de una calle residencial y continúo caminando. No veo ni a una sola persona. Hay un rebaño de vacas bebiendo del río, sobre las rocas que lo bordean. Algunas comen hierba un poco más detrás. Sus campanas se oyen sin pausa, a medida que se mueven unas y otras. Las montañas de alzan tras ellas, tan altas que no me hago la idea de cuánto podrían medir. De hecho, sus picos están nevados. Continúo la marcha, fascinada por las vistas. Las vallas del puente terminan para adentrarme en las calles de los viandantes. Veo a la primera persona, a lo lejos. Lleva bolsas de compra. Es perfecto, porque puedo deducir hacia donde ir para encontrar el supermercado. Me tomo mi paseo con calma, dirigiéndome al lugar que sospecho debe encontrarse. El césped de los lados de las aceras está cubierto de flores, en su mayoría blancas, aunque también las hay amarillas y moradas. No había visto flores tan grandes salvo en las floristerías. Apenas hay carteles publicitarios. Toda esta sensación de encontrarse fuera del sistema realmente era impactante. Por primera vez no tenía la ansiedad que llevaba arrastrando tanto tiempo. Ojalá pudiera hablar de esto con Ian. Él me hubiese entendido. Lo presiento. Sus postales siempre vienen de lugares distintos, por lo que parece ser alguien que disfruta viajando, un aventurero. Habrá visto todo tipo de ciudades y pueblos, las dos caras de la moneda. Habrá conocido la ansiedad de frente, y también quizá la sensación de estar perdido.

Llego a una calle más transitada de lo habitual. Bueno, teniendo en cuenta que lo habitual hasta ahora ha sido la cantidad exacta de entre cero y una persona, no es muy difícil de superar. Pero en este caso había unas diez personas. Toda una fiesta. Y, bien a la vista, con sus frutas y verduras expuestas en el exterior, un supermercado.

Tras comprar lo que necesitaba, me encamino de vuelta al coche. Hay algunos alimentos que necesitan refrigerarse lo más rápido posible. Un estruendo me sorprende y hace que salte inevitablemente. El sonido retumbante de una moto deportiva entre las pequeñas calles provoca que absolutamente todos los lugareños nos giremos. Un hombre se queja, enfadado, seguramente porque también se ha asustado. Otro se queda profundamente fascinado, una Suzuki GSX-R negra con detalles plateados. Creo que es una 1000, pero no estoy segura. El conductor acelera, y su cabeza gira en mi dirección. Cruzamos miradas, aunque no pueda saberlo seguro porque su visera es de color negro, igual que el resto del casco y su ropa. Se detiene a mi lado y se sube la visera.

-Hey -me dice-. ¿Te acuerdas de mí?

-No te reconozco, lo siento -respondo, intentando averiguar donde había visto antes esos ojos de color miel.

-Soy Dante. Luca y yo te arreglamos la luz hace un par de días.

-¡Ah! Sí, claro. Perdona. Con el casco y la moto... -digo, analizando que las otras veces lo había visto con la moto de cross, no con una deportiva- ¿Esta es la otra?

-Sí, esta es la mía -acaricia el depósito suavemente-. Con una vamos por los bosques y con la otra por carretera. Es más fácil así.

-Vaya, eso es...

-Sí -nos miramos brevemente, sin saber qué más decir-. Bueno, me voy a trabajar. Pero, oye, si tuvieras casco te llevaría a casa.

-Gracias, aunque he venido en coche.

-¿Entonces no te vienes esta noche a dar una vuelta? -su voz suena pícara, como si estuviera sonriendo. Salvo que solo puedo averiguarlo por las arrugas de sus ojos.

-No tengo moto -le contesto, intentando evitarlo.

-Yo te llevo -insiste.

¿Debería aceptar? Supongo que, al fin y al cabo, debería hacer amigos aquí, ya que soy nueva. Además, me encanta esa moto...

-Solo si es en la GSX.

Ríe con ganas.

-Por supuesto que te voy a llevar con esta. ¿Tienes casco?

-No, lo siento.

-Está bien. Tu solo estate preparada a las diez.

Asentimos con una sonrisa. Se bajó la visera y arrancó, dejando a su paso estruendosos petardazos que retumbaban por la calle, y provocaban las quejas de un matrimonio de ancianos que paseaba a mi lado.

Sonrío y continúo mi camino, recordando la conversación que acababa de tener con Dante. Miro hacia mis manos, cargadas con las bolsas, y noto como el calor consume mi cara al pensar en que he estado hablando con él con este aspecto, mientras él estaba increíblemente atractivo en su conjunto. Qué vergüenza. Acelero el paso hasta llegar a mi coche, sin pararme a observar el paisaje de alrededor. Solo entro en él y cierro la puerta. Dejo las bolsas en el asiento del copiloto y me tapo la cara. ¡Qué mal! Ahogo un gritito y respiro hondo, intentando evitar pensar en la enorme vergüenza que siento. Me ha invitado a pasear de todos modos, no pasa nada. Es solo un amigo, no pasa anda. No pasa nada, todo está bien. Arranco el coche y me encamino hacia casa. Me duele la barriga de la ansiedad, y lo único que puede calmarme ahora mismo es una de esas galletitas de canela de mamá.

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