Capítulo 4
Salgo fuera y llego a tiempo para ver cómo aparcan delante de la puerta de la casa.
Los motores rugen, y el bosque parece retener su aliento. Los chicos están de regreso, y esta vez no se marchan. Se acercan a mí. El primero, con su cabello oscuro y ojos miel, que ya había visto sin casco, se presenta como Dante. El segundo, más callado, permanece en silencio, pero su mirada intensa me hace preguntarme qué secretos esconde tras su casco.
—Soy Luca —dice el segundo chico, finalmente rompiendo su silencio. Su voz es grave y profunda, como el eco de un abismo. Sus ojos avellana parecen leer mis pensamientos.
—La luz —respondo, señalando hacia el interior—. No funciona. He intentado de todo, pero no logro arreglarla.
Dante se ríe, y el sonido llena el espacio entre los árboles. El bosque parece cobrar vida, como si aprobara nuestra extraña alianza.
Luca se quita el casco, revelando un cabello rubio y un poco largo. Su voz profunda me envuelve como una manta cálida.
—¿Un problema eléctrico? —dice—. Deberíamos echar un vistazo.
Los tres entramos en la casa. La penumbra se disipa, y la luz del día se filtra por las ventanas. Luca y Dante inspeccionan los cables, los interruptores y los fusibles. Sus manos hábiles se mueven con destreza.
—Aquí está el problema —dice Luca, señalando un cable suelto—. Parece que alguien intentó arreglarlo antes, pero lo hizo mal.
Dante asiente, y sus ojos se encuentran con los míos.
—Podemos solucionarlo —dice—. Si nos lo permites.
Asiento, agradecida.
Luca y Dante trabajan juntos, sus risas y susurros llenando la casa. Los motores de sus motos de cross ronronean afuera, como un recordatorio de que el mundo sigue girando. Cuando la luz finalmente se enciende, el brillo ilumina nuestros rostros.
—Lili, ¿eh? Un nombre bonito para una chica bonita. ¿Qué te trae a este rincón perdido del mundo?
Me siento un poco incómoda bajo la mirada intensa de Dante, pero decido ser honesta. Estamos en el porche, dejando que la luz del sol nos cliente.
—Estoy aquí para empezar de nuevo, para encontrar paz y tranquilidad lejos del bullicio de la ciudad —explico, sintiendo que les debo una explicación después de nuestro breve encuentro anterior —. Mi abuelo me dejó esta casa, y quiero honrar su memoria viviendo aquí.
Luca asiente con comprensión, mientras que Dante parece intrigado.
—Es una noble causa —comenta Luca, su tono sereno y amable. —Y parece que tienes mucho trabajo por hacer aquí.
—Sí, es verdad. Y vosotros, ¿por qué aparecisteis aquí?
—Nos gustan los sitios abandonados. Sobre todo, a Dante. Sabíamos de esta casa, pero no creímos que fuera a haber alguien aquí desde... bueno, desde hace tanto tiempo.
¿Ellos habían conocido a mi abuelo?
—¿Hay más sitios abandonados por aquí? —pregunto.
—Claro —responde Dante, encendiéndose un cigarro¾, hay muchos. Pero están escondidos. La mayoría no tiene ni ruta de acceso. Por eso vamos en moto.
—Sí —añade su amigo—, estas van genial para explorar por el bosque y hacer rutas. Pero estas son nuestros juguetes. Tenemos las buenas en casa.
—¿Tenéis otra? ¿Cuáles?
—¿Quieres verlas —Dante se ríe.
—Por supuesto.
Su sonrisa flaquea por un segundo, pero vuelve a recuperarla.
—Así que una chica a la que no le aburren las motos. Interesante.
Luca se queda callado, mirando a lo lejos, al lago. Entonces se gira a mirarme.
—Tenemos que irnos —objeta.
—Sí. Se nos hará tarde —añade Dante—. Pero no te preocupes, Lili. Verás nuestros pequeños monstruos antes de lo que te imaginas.
Juntos se levantan y ponen el casco. Ambos usan un casco integral negro, pero Dante tiene la visera de color negro y Luca de color plateado, como un espejo. Me dedican una sonrisa con los ojos y se encaminan hacia las motos. Dante se gira por un momento, antes de subirse y arrancar los motores. Los veo marcharse, espantando a todos los pájaros de la zona, por donde han venido.
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