Capítulo 3
La casa está literalmente en medio de la nada. Solo bosque. Árboles, plantas, hierbas, raíces, piedras y tierra. Un lago. Y silencio. Un silencio terrorífico. Tan solo un ligero eco producido por el roce de las hojas. Y aún no ha caído la noche. De hecho, el sol brilla tan intenso que hace hasta calor. Una abeja pasa zumbando por mi lado y me despierta del trance en el que estaba sumergida. Desplazo las cajas y las maletas del coche al porche de la casa. Abro la puerta y contemplo lo que a partir de ahora es mi hogar. Una estructura de madera llena de polvo y telarañas. Está claro que necesita muchas horas de trabajo para que llegue a ser habitable. Por ese motivo me pongo manos a la obra, antes de que sea de noche. Limpio todo, paso la escoba, monto los muebles y los distribuyo a mi gusto. El sistema de aguas funciona, pero la luz, por algún motivo, no. Lleno los muebles con los contenidos restantes de las cajas y las maletas y admiro satisfecha mi trabajo. Ahora sí está a punto de ser de noche. Y la luz no funciona. Así que busco troncos, ramas y hojas secas cerca de la casa y los meto en la chimenea. Utilizo mi mechero de plasma para prender las hojas secas y veo como el fuego se expande. Se lo come todo poco a poco. Me mantengo sentada delante de él, hipnotizada, y dejo que me mantenga caliente hasta quedarme dormida.
Me despierto y el sol ilumina toda la casa. El fuego hace mucho que está apagado, y el silencio del bosque se interrumpe por un fuerte rugido. El sonido cada vez es más fuerte y parece el de un motor. ¿Un motor? ¿Aquí? Si está en medio de la nada. No, son dos motores, se aprecia a medida que se acercan. Me asomo por una ventana pero no veo nada. Salgo fuera y aparecen dos figuras masculinas con motocicletas de cross, protecciones y cascos. No les veo la cara, pero ellos a mi sí y se me acercan.
—¿Es tuya la casa?— pregunta uno de ellos mientras se quita el casco. Los rugidos de los motores encendidos hacen que me vibre el pecho. Tiene el pelo oscuro, un poco largo pero suave y la voz grave. Sus oscuras pestañas contrastan con el color miel de sus ojos—Creíamos que estaba abandonada.
—Sí, ahora sí— respondo—. Antes era de mi abuelo, pero no vivía aquí estos últimos años.
—Ah, vale. —Vuelve a ponerse el casco y, para mi sorpresa, se marchan. Tan rápido como han venido. El otro chico ni si quiera se ha quitado el casco o hablado, así que no sabría reconocerle si lo viera de nuevo. Qué par de chicos más curiosos. Y qué guapo era el primero.
No sé qué me hace sentir más desconcertada, si el estar sola de nuevo o haber interactuado (si es que esa corta conversación se puede catalogar como interacción) con alguien en este lugar tan remoto. Da igual, de todas maneras. Tengo cosas que hacer, como intentar arreglar el maldito problema con la luz.
Cuatro horas después, aún no lo he conseguido solucionar. Necesito o el equipo o un especialista. Me enfurezco. Me hace sentir incapaz, dependiente de los demás. Le doy una patada a un destornillador y sale volando hacia una esquina. Por suerte, no ha roto nada. Respiro hondo y me siento. Me lo voy a intentar tomar con calma. Vamos, Lili. Tu puedes. Voy a inspeccionar el garaje, quizá haya algo que me pueda ser útil.
El garaje es bastante amplio e iluminado, quizá cabrían cuatro coches. Pero solo caben dos, y quizá una motocicleta de esas que trajeron aquellos chicos antes, porque el resto del espacio está ocupado por una mesa de trabajo a modo de taller, con herramientas y demás. Tal vez encuentre lo que busco aquí. Después de inspeccionar entretenidamente la mesa y rebuscar entre unas pocas cajas, vuelvo a escuchar el sonido. El de los ronroneantes motores. ¿Vuelven los chicos?
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