Capítulo 21

La luz gris que se filtra por las cortinas me invita a quedarme bajo la manta un rato más, pero una leve sensación de inquietud me impide relajarme del todo. El frío que llena la habitación me recuerda que el invierno acaba de empezar.

Decido levantarme, y mientras bajo las escaleras, el olor a cenizas de la chimenea de anoche aún flota en el aire. Mis ojos recorren la sala, ahora llena de decoraciones navideñas, y por un momento, me permito una pequeña sonrisa. La Navidad siempre me pareció un concepto ajeno, pero con ellos aquí, ha sido diferente. No obstante, algo dentro de mí me recuerda que esta paz es temporal.

El rugido de un motor rompe mis pensamientos. Frunzo el ceño. Es temprano, demasiado temprano para visitas. Abro con cuidado, y ahí está Dante, con su chaqueta de cuero y su casco puesto. Se sube la visera cuando me ve, y se acerca al porche.

—¿Madrugando, encanto?—Su voz tiene ese tono despreocupado, pero sus ojos me examinan con atención.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —pregunto, cruzándome de brazos. Su presencia, aunque familiar, siempre tiene un efecto extraño en mí.

—¿No puedo venir a verte? —Su sonrisa se amplía, pero sé que no está aquí solo por una visita casual.

—Dante... —mi tono es de advertencia, pero él ya está entrando en la casa como si tuviera todo el derecho.

—Luca no está, ¿verdad? —Pregunta, mirando alrededor con un aire distraído que no engañaría a nadie.

—No. ¿Por qué? —Cierro la puerta, sintiendo cómo la tensión empieza a asentarse en el ambiente.

Dante se gira hacia mí, cruzando los brazos sobre su amplio y musculoso pecho mientras me mira fijamente. La chispa de diversión en su mirada ha desaparecido, y lo que queda es pura intensidad.

—Quiero saber qué tramas con él. —Su tono es directo, como si la pregunta hubiera estado rondando su mente durante días.

El aire parece congelarse por un momento. Cruzo los brazos, intentando mantener la compostura, pero su mirada es penetrante.

—¿Qué pasa con Luca y conmigo? —replico, aunque sé que él ya tiene su teoría.

—Anoche no quise decir nada, pero algo está pasando entre vosotros. Y no me vengas con excusas, porque no me las voy a creer.

—Dante, esto no tiene nada que ver contigo. —respondo, intentando cortar la conversación antes de que vaya más lejos.

—Claro que tiene que ver conmigo. —da un paso hacia mí, sus ojos clavándose en los míos—. Estoy aquí porque me importa lo que te pase, y no me gusta cómo él te arrastra a cosas que no entiendo.

—¡Él no me arrastra a nada! —respondo, levantando la voz más de lo que pretendía. Dante levanta una ceja, sorprendido, pero no retrocede.

—Entonces dime qué está pasando. —Su tono se suaviza un poco, pero sigue siendo firme—. Lili, si estás en algo peligroso, necesito saberlo.

El nudo en mi garganta se aprieta. Miro a Dante, intentando decidir si puedo confiar en él. Su insistencia no es solo curiosidad, es preocupación genuina, y eso hace que sea más difícil mantener el silencio.

—Está bien. —suspiro, sentándome en el sofá y señalándole que haga lo mismo—. Te lo diré, pero tienes que prometer que no vas a decir nada a nadie.

Dante asiente y se sienta a mi lado, apoyando los codos en las rodillas mientras espera. Le quito el casco con cuidado y lo dejo sobre la mesita mientras él se limita a observarme.

—Todo comenzó con esos guantes que encontramos. —empiezo, mirando mis manos mientras las entrelazo nerviosamente—. Luca y yo hemos estado investigando porque creemos que están relacionados con Blackline.

La mención de Blackline hace que la expresión de Dante cambie. Su postura se tensa ligeramente, pero no interrumpe.

—Hay algo más. —continúo, tragando saliva antes de soltarlo—. Ian... Ian es mi hermano.

El impacto de mis palabras parece golpearlo como una descarga eléctrica. Sus ojos se agrandan por un momento, y luego me mira con incredulidad.

—¿Ian? ¿El Ian que desapareció del mapa? ¿Ese Ian es tu hermano? —pregunta, su voz baja pero cargada de sorpresa.

—Sí. —asiento, sintiendo que el peso de la confesión me hunde en el sofá—. Siempre creí que lo conocía, pero las cosas que he descubierto... No sé quién es realmente.

Dante se queda en silencio por un momento, procesando la información. Finalmente, se recuesta en el sofá, soltando un largo suspiro que inunda la sala de su embriagador olor masculino.

—¿Y qué tiene que ver Luca con todo esto? —pregunta, su tono menos acusador ahora.

—Me está ayudando a buscar respuestas. Cree que hay alguien que podría saber más, alguien llamado Jack. Vamos a verlo hoy. —le explico, evitando su mirada.

Dante se inclina hacia adelante de nuevo, observándome con atención.

—¿Y dónde está Luca ahora? —pregunta.

—No lo sé. En su casa, imagino. —admito, sintiendo una punzada de incertidumbre.

Dante sacude la cabeza y se pone de pie, ajustándose la chaqueta.

—Si no está aquí, tal vez no le importa tanto como tú crees. —dice con un tono seco, antes de girarse hacia la puerta.

—¿Qué? ¿Adónde vas? —pregunto, siguiéndolo con la mirada.

—A llevarte a ver a Jack. —responde, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—¡Espera! No puedes simplemente... —empiezo a protestar, pero Dante ya está abriendo la puerta y poniéndose el casco de nuevo.

—Claro que puedo. No pienso quedarme de brazos cruzados mientras sigues a alguien que ni siquiera aparece cuando debería. —Su voz es firme, dejando claro que no va a aceptar un no por respuesta—. ¿Vienes o no?

Lo miro, dudando por un momento. Luca debería ser quien me lleve, pero Dante tiene razón en algo: no puedo quedarme esperando para siempre. Finalmente, tomo mi chaqueta y lo sigo.

El motor de su Suzuki ruge al encenderse, y cuando me pasa el casco, sus ojos me miran con una mezcla de determinación y algo más que no puedo descifrar.

—Sujétate fuerte, encanto. —dice, colocándome las manos sobre su duro abdomen.

Mientras la moto acelera y el viento frío me golpea el rostro, no puedo evitar preguntarme si estoy cometiendo un error. Pero ya no hay vuelta atrás. Estamos en esto juntos, aunque el camino sea más incierto que nunca.

La carretera parece un lienzo interminable bajo las ruedas de la Suzuki de Dante. El rugido constante del motor llena el aire, y el viento frío se cuela por los bordes de mi chaqueta. Estoy sentada detrás de él, mis brazos rodeando su cintura, sintiendo el calor de su cuerpo bajo la chaqueta de cuero. Su fragancia de cuero y menta me envuelve, mezclándose con el aire fresco y la adrenalina de la velocidad.

La moto acelera suavemente en una curva, y el paisaje parece fundirse en pinceladas de verdes y marrones. Por un instante, cierro los ojos, dejándome llevar por la sensación de libertad que siempre acompaña a los viajes en moto, aunque la tensión en mi pecho no se disipa. Dante conduce con una facilidad casi insultante, su cuerpo inclinándose justo lo necesario para mantenernos equilibrados.

Cuando llegamos a un tramo recto, aprovecho para observarlo. Su postura relajada contrasta con la tensión que sentí esta mañana al contarle todo. Su expresión sigue siendo inescrutable, pero hay algo en la forma en que me miró antes de arrancar, en esos ojos del color del caramelo que me hace dudar si está tan tranquilo como aparenta.

El paisaje comienza a cambiar; los árboles altos y densos dejan paso a un camino más estrecho, flanqueado por arbustos bajos y rocas cubiertas de musgo. Dante reduce la velocidad, y puedo notar cómo analiza cada detalle del camino. Incluso cuando está relajado, siempre parece alerta, como si el mundo a su alrededor fuera un tablero de ajedrez y él estuviera planeando su próximo movimiento. El terreno cambia, de asfalto a tierra, y siento las vibraciones bajo mis pies mientras avanzamos por un sendero que parece abandonado. Es un lugar que no se encuentra fácilmente, y esa sensación de aislamiento me pone los nervios de punta.

Finalmente, el lago aparece ante nosotros, un espejo cristalino rodeado por un bosque que parece abrazarlo. A orillas del agua, escondida entre los árboles, está la cabaña. Es pequeña y de aspecto rústico, con un techo de tejas oscuras y una chimenea que se alza como una torre solitaria. El humo no sube de ella, lo que me hace preguntarme si Jack realmente está aquí.

Dante detiene la moto junto a una valla de madera mal cuidada. Apaga el motor y el repentino silencio me golpea, amplificado por el canto de los pájaros y el susurro del viento en las hojas. Me quito el casco y respiro hondo, dejando que el aire fresco del lago me llene los pulmones.

—Bonito lugar para un ermitaño —comenta Dante, bajándose de la moto con una sonrisa ladeada.

—Es perfecto si no quieres que nadie te encuentre. —Respondo, mirando la cabaña con una mezcla de expectación y nervios.

Dante pasa una mano por su cabello, despeinándolo aún más, y luego me lanza una mirada que parece querer evaluar si estoy lista para lo que viene. Hay algo tranquilizador en la forma en que se mueve, en su presencia sólida y confiada, pero también me pone un poco más ansiosa. Él no entiende del todo lo que significa esto para mí, pero está aquí, y eso es suficiente por ahora.

—¿Lista? —pregunta, cruzándose de brazos mientras observa la cabaña con atención.

—No lo sé. —Admito, apretando el casco contra mi pecho—. Pero no puedo echarme atrás ahora.

—Esa es mi chica. —dice con una sonrisa rápida antes de empezar a caminar hacia la puerta de la cabaña.

Mis mejillas se calientan al escuchar esas palabras, pero no digo nada. Lo sigo, tratando de calmar el torbellino de pensamientos en mi cabeza. Cada paso sobre la tierra blanda parece llevarnos más cerca de algo desconocido, algo que podría cambiarlo todo.

Cuando estamos frente a la puerta, Dante se detiene y golpea con los nudillos. El sonido resuena en el silencio, pero no hay respuesta. Golpea de nuevo, esta vez con más fuerza, y una voz ronca responde desde dentro.

—¿Quién diablos es? —gruñe alguien, y puedo imaginar a Jack al otro lado de la puerta, frunciendo el ceño con desconfianza.

—Unos amigos. —responde Dante con una sonrisa que sé que no puede ver, pero que de alguna manera se siente en su tono.

—No tengo amigos. Largaos. —La voz suena más fuerte ahora, cargada de irritación.

Dante me lanza una mirada de complicidad antes de acercarse más a la puerta.

—Llevamos algo que podría interesarte. —Dice con un tono más serio, uno que no había usado hasta ahora.

Hay un silencio largo, tan denso que puedo escuchar mi propia respiración. Finalmente, el sonido de una cerradura girando rompe la quietud, y la puerta se abre un poco, revelando a un hombre mayor, con barba desaliñada y ojos que parecen haber visto demasiado.

—¿Qué queréis? —pregunta Jack, su mirada fija primero en Dante y luego en mí.

—Hablar. —Respondo antes de que Dante pueda decir nada, dando un paso al frente—. Sobre Ian. Sobre Blackline.

Jack entrecierra los ojos al escuchar el nombre de mi hermano, y por un momento, parece que va a cerrarnos la puerta en la cara. Pero algo cambia en su expresión, algo que no puedo descifrar del todo.

—Entrad. —dice finalmente, abriendo la puerta de par en par y retrocediendo hacia la penumbra de la cabaña.

Dante me mira con una mezcla de alerta y curiosidad. Me devuelve una pequeña sonrisa antes de seguir a Jack hacia el interior, dejándome con una sola opción: enfrentar lo que sea que venga a continuación.

La cabaña de Jack es tan sencilla como imaginaba. Apenas un par de sillas de madera, una mesa llena de papeles desordenados y una lámpara de queroseno que lanza sombras inquietantes sobre las paredes. Jack cierra la puerta tras nosotros y se cruza de brazos, observándonos como si ya estuviera harto de nuestra presencia.

—Habláis de Ian. —dice finalmente, su tono más un desafío que una invitación a hablar—. ¿Qué queréis saber?

Dante se sienta en el respaldo de una de las sillas, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Yo, en cambio, permanezco de pie, todavía sujetando el casco contra mi pecho.

—Sabemos que está involucrado con Blackline. —respondo, esforzándome por mantener la calma—. Y necesitamos entender en qué medida. Queremos encontrarle, ayudarle, si es que todavía podemos.

Jack resopla con una mezcla de amargura e incredulidad.

—¿Ayudarle? Si está metido con Blackline, ya no hay vuelta atrás. —Su mirada se endurece mientras me observa—. Pero vosotros siempre queréis salvar a los vuestros, ¿no? Como si la esperanza pudiera arreglarlo todo.

Dante frunce el ceño y se pone de pie, acercándose a Jack con paso firme.

—Si vas a perder el tiempo filosofando, podemos irnos. —dice, su tono tan afilado como su mirada—. Pero si tienes algo útil que decir, será mejor que empieces a hablar.

Jack parece evaluarlo por un momento, sus ojos cansados pasando de Dante a mí. Finalmente, suelta un largo suspiro y se sienta en la mesa, apartando los papeles con un movimiento descuidado.

—Ian se metió con Blackline cuando yo ya estaba fuera. —admite, su tono menos defensivo ahora—. Pero su nombre resonó en los círculos equivocados. Hizo algo, algo que ni siquiera ellos perdonan. Y si estáis buscando respuestas, será mejor que os preparéis para las consecuencias.

—¿Qué hizo? —pregunto, sintiendo que el aire se vuelve más denso con cada palabra.

Jack niega con la cabeza lentamente.

—Eso es algo que tendréis que descubrir vosotros. Pero os lo advierto: si seguís tirando de este hilo, no encontraréis el final que esperáis. —Su mirada se detiene en mí, como si quisiera asegurarse de que entiendo lo que está diciendo—. Y tú... No pareces del tipo que pueda soportar lo que viene después.

Antes de que pueda responder, Dante da un paso adelante, interponiéndose entre Jack y yo.

—Ella puede con más de lo que crees. —dice, su tono bajo pero lleno de determinación—. Ahora, si no tienes nada más que decir, nos vamos.

Jack alza las manos, una expresión de burla en su rostro.

—Claro, haz lo que quieras. Pero no volváis aquí cuando todo se derrumbe. —Se levanta y se dirige hacia la puerta, abriéndola de golpe—. Buena suerte. La vais a necesitar.

El aire fresco del lago me llena los pulmones mientras nos alejamos de la cabaña de Jack. Su tono críptico y sus palabras aún resuenan en mi cabeza, y siento que, aunque hemos avanzado un paso, aún nos falta un millón de respuestas.

Cuando estamos a punto de subirnos a la moto, siento el zumbido de mi móvil en el bolsillo. Lo saco y veo un mensaje de Victoria.

"Lili, alguien ha visto a Ian. Está en la ciudad, en un edificio abandonado cerca de los muelles. No sé si es cierto, pero pensé que deberías saberlo."

El aire se congela en mis pulmones, y durante unos segundos, no puedo moverme. Leo y releo el mensaje, esperando encontrar alguna pista más, pero esas palabras son todo lo que tengo.

—¿Qué pasa? —pregunta Dante, levantando una ceja. Su tono está cargado de sospecha, y no lo culpo. Después de todo, no puede ser fácil confiar en mí.

—Victoria. —levanto el móvil para que lo vea—. Dice que han visto a Ian en la ciudad. Cerca de los muelles.

Sus ojos se clavan en los míos, y por un momento, parece que está evaluando cada palabra. Luego, sin decir nada, sube a la moto y arranca el motor.

—Vamos.

—¿Qué? —parpadeo, confundida.

—¿A qué esperas? Sube. —Su tono es cortante, pero no agresivo—. Si alguien vio a Ian, no podemos perder el tiempo.

—Deberíamos esperar a Luca... —murmuro, aunque mi cuerpo ya está respondiendo de forma automática, subiéndome detrás de él.

—Luca no está aquí. Y si no está, es porque tiene otras prioridades. —Dante se gira ligeramente, lo justo para mirarme por encima del hombro—. Pero tú y yo sí estamos aquí, así que no vamos a dejar pasar esto, ¿verdad?

No tengo argumentos. La moto acelera antes de que pueda decir nada más, y me aferro a él mientras nos alejamos del lago, dejando atrás el silencio de la cabaña.

El camino hacia la ciudad es largo y tortuoso. Las carreteras secundarias serpentean entre colinas y bosques, y a medida que avanzamos, el sol comienza a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de naranja y púrpura. La brisa se vuelve más fría, pero la calidez del cuerpo de Dante frente a mí me mantiene enraizada.

—¿Estás bien ahí atrás, encanto? —grita por encima del rugido del motor, sin apartar la vista del camino.

—Estoy bien. —respondo, aunque mi voz tiembla ligeramente. No sé si es por el frío o por los nervios.

El viaje parece eterno, pero finalmente dejamos atrás las colinas y las carreteras vacías, y la ciudad comienza a alzarse ante nosotros. Las primeras luces se encienden, y el paisaje cambia radicalmente. Los edificios se elevan como sombras imponentes, rodeadas de auras de colores blancos y neones.

La autopista está llena de coches, y las luces rojas y blancas crean un río interminable de movimiento. Dante maniobra entre ellos con una habilidad que debería dar miedo, pero hay algo en su confianza que resulta tranquilizador.

El viento azota con violencia nuestras chaquetas y compruebo varias veces si continúo teniendo el teléfono en mi bolsillo. Cuando nos adentramos en un túnel, el rugido del motor es lo único que retumba en las paredes. Al salir, mis ojos se fijan en las luces que parpadean en la distancia, y no puedo evitar sentir una punzada de ansiedad. Ian está aquí, en algún lugar entre todo este caos, y cada kilómetro que recorremos me acerca más a él... o eso quiero creer.

—¿Sabes lo que estás haciendo, verdad? —pregunto finalmente, rompiendo el silencio

—Siempre sé lo que estoy haciendo, encanto. —responde con una media sonrisa que puedo imaginar incluso sin verlo.

La ciudad nos envuelve como una manta de neón y sombras. Dante toma un desvío hacia los muelles, siguiendo las indicaciones del GPS que he colocado en mi móvil. Los edificios se vuelven más oscuros y las calles, más desiertas. Aquí, la ciudad pierde su brillo, mostrando una cara más cruda y real.

De repente, una camioneta negra aparece detrás de nosotros, avanzando demasiado rápido para ser casualidad.

—Dante, creo que nos están siguiendo. —susurro, aunque sé que él ya lo ha notado.

—Lo sé. —responde con calma, pero acelera ligeramente, tomando una curva cerrada que nos lleva a un tramo aún más oscuro de la carretera.

La camioneta no se detiene. Se mantiene pegada a nosotros, aumentando su velocidad cada vez que lo hacemos nosotros. Mi corazón late con fuerza mientras el aire frío azota mi rostro, y siento cómo mis manos se tensan alrededor de la cintura de Dante.

—¿Qué hacemos? —pregunto, tratando de mantener la calma.

—Confía en mí. —es lo único que dice antes de acelerar de nuevo.

El sonido del motor llena mis oídos mientras Dante maniobra por las calles estrechas, buscando perder a nuestros perseguidores. Por un momento, parece que lo logra, girando hacia un callejón que nos lleva de vuelta a una carretera principal.

Pero entonces sucede.

Un coche aparece de la nada, atravesando una intersección sin detenerse. Dante intenta girar el manillar con todas sus fuerzas, pero la velocidad y la inercia son demasiado. La moto pierde el equilibrio y derrapa sobre el asfalto, y el impacto me lanza hacia un lado, mientras todo se convierte en un caos de luces, ruido y dolor.

Lo último que veo antes de que todo se oscurezca es el rostro de Dante, sus ojos miel llenos de pánico mientras se gira hacia mí, como si pudiera detener lo inevitable.

Y luego, nada.

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