Capítulo 18
El sol apenas ha comenzado a filtrarse entre las ramas de los árboles cuando el sonido de un motor rompe la quietud de la mañana. Desde la ventana, veo la silueta de Luca deteniéndose frente a la casa, su moto reflejando la luz tenue. Poe grazna desde el respaldo del sofá, como si anunciara su llegada.
Abro la puerta antes de que pueda llamar, y él me saluda con una sonrisa ligera, su cabello despeinado por el casco y el viento.
—¿Lista para jugar a detectives? —pregunta, con ese tono tranquilo que siempre parece tener.
—Lo estoy. Aunque todavía no sé muy bien qué estamos buscando. —Cruzo los brazos, intentando sonar segura, pero en el fondo me siento un poco abrumada por lo que encontré anoche.
Luca entra, dejando su chaqueta de cuero en el perchero junto a la puerta. Su mirada recorre la habitación, deteniéndose en el escritorio.
—Empecemos por ahí. —Se acerca al mueble, inclinándose para examinarlo—. Dijiste que encontraste una carpeta, ¿no?
Asiento, sacándola del cajón donde la guardé. Luca la abre con cuidado, hojeando las páginas mientras me explico.
—Había un mapa de Lirium con algunos lugares marcados. También encontré esto. —Le entrego el mensaje doblado que encontré entre los papeles. Sus ojos se entrecierran al leerlo.
—"Nos vemos en el mirador cuando sea seguro. No traigas a nadie." —Repite las palabras en voz baja, casi para sí mismo—. Esto suena... complicado.
—¿Qué crees que significa? —pregunto, sintiendo un nudo en el estómago.
Luca deja el papel sobre el escritorio y se apoya en el borde, cruzando los brazos. Parece debatirse entre qué decir.
—No lo sé. Pero el mirador no es exactamente un lugar discreto. Si tu hermano y quien sea que escribió esto se reunían allí, tenía que ser por algo importante.
Asiento, recordando la sensación de estar en ese lugar. Había algo especial, casi magnético, en la vista desde allí.
—¿Podemos ir al mirador después? Quizá haya algo.
—Claro. Pero primero revisemos aquí. —Luca se inclina hacia el escritorio de nuevo, revisando cada compartimento con meticulosidad. Mientras él se concentra, me doy cuenta de lo natural que se siente tenerlo aquí, como si siempre hubiera sido parte de este espacio.
Después de unos minutos, encuentra algo que se me había escapado: un doble fondo en uno de los cajones. Con cuidado, lo abre, revelando un pequeño cuaderno de cuero. Su cubierta está gastada, y cuando Luca lo abre, veo páginas llenas de escritura desordenada.
—Es su letra —susurro, reconociéndola al instante.
Luca pasa las páginas, deteniéndose en una entrada que parece más reciente que las demás.
"Sé que esto no durará para siempre. La velocidad es un escape, pero también es una trampa. Si lees esto, significa que algo salió mal. Lo siento. Solo quería que supieras que siempre te llevé conmigo."
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras leo las palabras. Es como si Ian estuviera aquí, hablándome a través de estas páginas.
Luca me mira, su expresión más seria que nunca.
—¿Estás bien? —pregunta, colocando una mano en mi hombro.
—No lo sé... —miro el cuaderno, intentando procesar lo que significa—. ¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué no vino a buscarme?
—Quizá no pudo. O quizá pensó que estaba protegiéndote. —Su tono es suave, pero hay una firmeza en sus palabras que me reconforta.
Cierro los ojos por un momento, tomando aire antes de asentir.
—Gracias, Luca. Por estar aquí.
—Siempre. —Su respuesta es simple, pero sincera, y me hace sentir que, pase lo que pase, estará conmigo en esto.
Me quedo unos segundos mirando el cuaderno, mis pensamientos más dispersos que nunca. La cercanía de Luca me da algo de paz, pero también me empuja a enfrentar mis miedos. Mi mente da vueltas sobre lo que acabo de leer, sobre lo que pude haber hecho o no.
—¿Crees que... crees que fue él? —pregunto en voz baja, sin mirarlo, mirando el cuaderno como si fuera la respuesta a todas mis dudas.
Luca no responde de inmediato, se toma un tiempo antes de contestar, como si ponderara sus palabras.
—¿Él? —su tono es suave, pero la tensión está presente, y noto cómo sus dedos se aprietan un poco contra la madera del escritorio.
Mi corazón late más rápido. No quiero ponerle un nombre. Es como si lo dijera en voz alta, fuera a invadirnos aún más con su ausencia. Mi hermano.
—Aquel que murió en la carrera —susurro, casi como si lo estuviera diciendo en voz baja para mí misma, sin atreverme a invocar la verdad por completo.
Luca se queda en silencio unos segundos, sus ojos se oscurecen levemente, y noto cómo su postura cambia, como si el aire entre nosotros de repente se hubiera vuelto más denso. No me mira directamente, pero puedo ver que su mirada se pierde en algún punto distante, como si estuviera reviviendo algo que no quiere volver a enfrentar.
—No era un simple accidente, Lili —dice finalmente, su voz baja y cargada de algo que no puedo descifrar del todo—. Era alguien importante para nosotros. Un amigo cercano. Un hermano, si lo piensas bien.
Su tono es serio, y la intensidad de sus palabras hace que mi estómago se apriete. Me doy cuenta de que está hablando de una herida profunda, de algo que le marcó de forma irrevocable. Pero el nombre, el nombre que me resuena en la cabeza, sigue sin ser mencionado. Como si no pudiera pronunciarlo.
—No quiero que pienses que estoy diciendo esto solo porque... —Luca se interrumpe a sí mismo, mirando al suelo como si estuviera buscando una forma correcta de continuar—. Solo quiero que entiendas que no es solo sobre velocidad. No es solo un juego. Hay consecuencias más grandes que las que uno puede ver de primeras.
Mi mente da vueltas mientras absorbo sus palabras. ¿Quién era este amigo tan importante para él? ¿Por qué se siente tan afectado, tan marcado por la muerte de alguien que ni siquiera mencionó por su nombre? Y lo más importante, ¿cómo se conecta todo esto con Ian?
Un nudo en mi garganta se forma cuando intento encajar las piezas, pero no quiero seguir presionando. Aún no. No ahora.
—No te preocupes, Luca. No estoy idealizando nada. —Mi tono es más suave, buscando quitarle peso a lo que acaba de decir. No quiero que se sienta aún más vulnerable. No quiero que vea en mí una curiosidad insana. —Solo... quiero entender lo que pasó. Y si puedo, ayudar.
Luca parece pensarlo por un segundo más, y luego su rostro se suaviza. Se nota que la conversación le ha afectado, pero me lanza una mirada que contiene mucho más de lo que palabras podrían expresar.
—Eso es lo que trato de hacer, princesa. Entenderlo también.
Y antes de que pueda añadir algo más, cambia el tono de la conversación, aunque no sin un destello de seriedad en sus ojos.
—Pero prométeme algo. No te pierdas en este mundo. Este no es el tipo de vida que quieres. —Su mirada se intensifica, como si estuviera transmitiendo más que un simple consejo.
Me quedo en silencio, absorbiendo sus palabras. Pero una parte de mí sabe que es la única forma de conseguir lo que quiero: entender.
—Lo prometo —respondo en un susurro, aunque no estoy segura de que ni yo misma crea que lo cumpliré al 100%.
Luca da un paso hacia mí, y aunque su postura sigue siendo relajada, hay algo en su presencia que exige toda mi atención.
—Sé que no es fácil. Nada de esto—Hace una pausa, sus ojos miel conectando con los míos de una forma que hace que mi corazón se acelere—. Pero si en algún momento sientes que todo se vuelve demasiado, no dudes en pedírmelo. Sea lo que sea.
—Lo haré —respondo, mi voz más baja de lo que esperaba.
Luca baja la mirada por un instante, como si estuviera debatiéndose sobre si decir algo más. Finalmente, susurra:
—Te prometo que no dejaré que estés sola en esto.
El silencio que sigue a las palabras de Luca me envuelve como una manta pesada, cargada de promesas y significados que no sé si estoy lista para descifrar. Me quedo mirándolo, intentando procesar lo que acaba de decir. Su postura, siempre tranquila y firme, parece más relajada ahora, pero me observa con una intensidad que me hace sentir desnuda.
—Gracias —murmuro finalmente, mi voz más suave de lo que esperaba, como si temiera romper el momento.
Él asiente ligeramente, pero no dice nada más. Solo me mira, y su mirada es tan fija, tan sincera, que siento un calor inesperado extendiéndose por mi pecho. El silencio entre nosotros no es incómodo, sino denso, lleno de cosas no dichas.
—¿Te pasa algo? —pregunto, inclinándome un poco hacia él.
—Nada —responde rápidamente, pero el ligero movimiento de su mandíbula me dice lo contrario. Después de un segundo, suspira y se pasa una mano por el cabello—. Solo pensaba en todo lo que esto podría significar para ti. Y en lo que significa para mí.
—¿Para ti? —repito, sorprendida.
Luca aparta la mirada por un momento, como si estuviera buscando las palabras correctas. Finalmente, vuelve a mirarme, y esta vez su expresión es más suave, más vulnerable.
—Adrien... era mi mejor amigo, Lili. Cuando lo perdimos... fue como si una parte de mí se quedara atrapada en ese momento. —Hace una pausa, su voz temblando ligeramente—. No puedo evitar pensar que tal vez este lugar, estas pistas, tengan algo que ver con todo lo que nos pasó. Y si es así... quiero estar ahí para ayudarte.
Mi corazón se encoge ante la honestidad en su voz, y una parte de mí siente alivio al escuchar que el nombre del chico que murió no es el de mi hermano. No puedo evitar dar un paso más cerca de él, como si mi cuerpo reaccionara instintivamente a su dolor.
—Luca... —comienzo, pero él levanta una mano, deteniéndome.
—No tienes que decir nada. Solo quiero que sepas que estoy contigo en esto, pase lo que pase. —Sus ojos se clavan en los míos, y la seriedad en ellos me deja sin aliento—. Siempre.
Asiento, incapaz de articular una respuesta adecuada. Pero entonces, algo en su expresión cambia; su mirada se vuelve más analítica, como si acabara de recordar algo importante.
—Dijiste que encontraste unos guantes, ¿verdad?
—Sí —respondo, frunciendo el ceño ante su repentina curiosidad—. En el bosque, dentro de una estructura.
—¿Una estructura? —pregunta, inclinando ligeramente la cabeza, su tono más alerta ahora.
Le explico lo que encontré: los papeles en el escritorio, las notas que me llevaron a investigar más allá de los límites de la casa, y cómo terminé tropezando con esa vieja estructura. Mientras hablo, Luca no aparta la mirada de mí ni por un segundo, su atención completamente enfocada en mis palabras.
—¿Crees que hay algo más allí? —pregunta cuando termino.
—No vi nada más, pero tengo la sensación de que sí. —Miro hacia la ventana, donde la luz de la mañana se filtra suavemente a través de las cortinas—. No creo que esos guantes estuvieran allí por casualidad.
Luca asiente lentamente, como si estuviera procesando toda la información. Luego, da un paso hacia la puerta.
—Entonces vamos a averiguarlo.
—¿Ahora? —pregunto, sorprendida por su determinación.
—Sí. No tiene sentido esperar. —Se gira hacia mí, con una pequeña sonrisa que suaviza la intensidad de sus palabras—. A menos que prefieras quedarte aquí.
—No, vamos. —Sacudo la cabeza, sintiendo cómo la adrenalina comienza a correr por mis venas ante la idea de investigar juntos.
Luca me lanza una mirada cómplice mientras abre la puerta, y siento una conexión instantánea, como si estuviéramos entrando juntos en algo más grande que nosotros.
Fuera, su Streetfighter nos espera, reluciente bajo la luz del sol. Me pasa el casco con un gesto que se siente casi natural, como si ya estuviéramos acostumbrados a compartir este tipo de momentos. Un ligero aroma a pino y musgo me alcanza y me pongo el casco para no quedarme hipnotizada por él.
—Sujétate bien —dice.
Y cuando arranca el motor, siento cómo la vibración de la moto se extiende por mi cuerpo, mezclándose con la emoción de lo que estamos a punto de descubrir.
Me aferro con fuerza a Luca, mis manos alrededor de su cintura, sintiendo la firmeza de su cuerpo bajo mis dedos. Es imposible ignorar la cercanía, el calor que emana de él incluso con el frío aire de la mañana golpeando mi rostro.
A pesar de la adrenalina que siempre acompaña a estas motos, Luca conduce con una calma que me sorprende. Sus movimientos son fluidos, controlados, como si cada curva y cada cambio de marcha fueran una extensión de él mismo. Me siento segura, más de lo que debería, y esa sensación hace que algo en mi interior se encienda, como una chispa que no había notado antes.
Finalmente, desacelera y gira hacia un camino aún más estrecho, cubierto de hojas húmedas y raíces que sobresalen del suelo. Reconozco el lugar al instante: la estructura de madera a medio derrumbar se alza entre los árboles, con su aire de abandono y misterio intacto.
Luca apaga la moto y se quita el casco, su cabello dorado brillando bajo los rayos de sol que se filtran a través de las ramas. Yo hago lo mismo, pero mis manos tiemblan un poco mientras intento desabrochar la correa.
—¿Estás bien? —pregunta, girándose hacia mí con una leve sonrisa.
—Sí. —Intento devolverle la sonrisa, aunque mi corazón late con fuerza por algo que no tiene nada que ver con el lugar.
Caminamos juntos hacia la estructura, y aunque el aire frío debería distraerme, no puedo evitar ser consciente de cada movimiento suyo. La manera en que sus hombros se tensan al apartar una rama del camino, cómo su respiración es firme pero calmada... todo en él parece estar perfectamente en control, y eso me desconcierta tanto como me atrae.
—Entonces, ¿aquí es donde encontraste los guantes? —pregunta, interrumpiendo mis pensamientos.
—Sí, estaban justo ahí. —Señalo hacia una esquina oscura de la estructura, donde las maderas podridas se amontonan como un rompecabezas desordenado.
Luca se acerca, inclinándose ligeramente para inspeccionar el lugar. Me quedo observándolo, notando cómo sus dedos recorren con cuidado las superficies, buscando algo que yo podría haber pasado por alto.
—Parece que alguien intentó esconder esto a propósito —murmura, casi para sí mismo.
—¿Crees que fue reciente? —pregunto, acercándome más a él.
—Es difícil decirlo. —Se endereza, girándose hacia mí, y nuestros ojos se encuentran. Por un momento, el bosque parece desaparecer a nuestro alrededor. Su mirada es intensa, como si pudiera ver directamente a través de mí, y siento cómo mi respiración se acelera.
—Luca... —comienzo, pero las palabras se me quedan atrapadas en la garganta.
—¿Qué pasa? —Su tono es suave, casi un susurro, y da un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros.
—Nada. —Sacudo la cabeza, intentando despejar el nudo en mi estómago. Miro hacia el suelo, pero la cercanía de su presencia hace que sea imposible concentrarme en otra cosa que no sea él.
—Si hay algo que quieras decir, dilo. —Su voz tiene esa calma que siempre parece desarmarme, y cuando levanto la vista, me encuentro con una pequeña sonrisa en sus labios.
Y ahí está de nuevo, esa chispa que me hace sentir más expuesta de lo que debería. Su cercanía, su manera de mirarme, todo en él parece arrastrarme hacia algo que no estoy segura de poder controlar.
Intento romper la tensión moviéndome hacia donde encontré los guantes.
—Deberíamos buscar más. Tal vez haya algo que se me escapó la primera vez.
Luca asiente, pero no se aparta de inmediato, como si estuviera evaluando algo en mi expresión. Finalmente, se inclina para seguir buscando entre los escombros. Mueve una tabla suelta, revelando un espacio debajo donde la tierra parece más compactada, como si alguien la hubiera removido no hace mucho. Mi curiosidad se intensifica mientras él examina el lugar, su rostro mostrando una mezcla de concentración y determinación.
—¿Qué crees que pueda haber aquí? —pregunto, inclinándome a su lado.
—No lo sé, pero parece que alguien se tomó el tiempo de ocultarlo bien. —Luca me lanza una mirada breve, sus ojos miel brillando con una mezcla de intriga y cautela—. Dame un segundo.
Saca un pequeño cuchillo de bolsillo del cinturón y comienza a rascar cuidadosamente la tierra. Me siento en cuclillas junto a él, observando cómo sus movimientos son precisos, casi meticulosos. El silencio del bosque nos envuelve, roto solo por el crujido de las hojas bajo nuestros pies y el sonido de la tierra siendo removida.
Finalmente, algo metálico refleja la luz.
—Espera, ahí hay algo —digo, mi voz apenas un susurro mientras me acerco más.
Luca detiene su labor y retira la tierra con más cuidado. Lo que aparece es un pequeño estuche de metal, oxidado por los años pero aún intacto. Lo coloca frente a nosotros, y mi corazón late más rápido mientras lo observa con una expresión de cautela.
—¿Quieres abrirlo? —me pregunta, tendiéndomelo.
—No, mejor hazlo tú —respondo, mi voz temblando ligeramente.
Luca asiente con seriedad y presiona los cierres de la caja. Estos ceden con un leve crujido metálico, y el sonido parece amplificarse en el silencio del bosque. Contengo la respiración mientras él levanta la tapa y revela el contenido: una foto en blanco y negro, doblada cuidadosamente, junto con un pequeño cuaderno de notas de tapas gastadas.
Luca toma la foto primero, desplegándola con cuidado. Al hacerlo, reconozco las figuras que aparecen en ella: Luca, Dante y otro chico que no había visto antes. Adrien, pienso inmediatamente. El tercero de su grupo, el que dejó una marca imborrable en sus vidas.
—Es él, ¿verdad? —susurro, inclinándome hacia Luca.
Él asiente lentamente, sus ojos miel fijos en la imagen.
—Sí. Adrien. —Su voz es baja, casi reverente, mientras recorre con los dedos los bordes de la foto—. Esta fue de una de nuestras primeras rutas juntos. Solíamos venir aquí antes de que las cosas... cambiaran.
—Se nota que había una conexión especial entre vosotros —digo, observando la foto con atención. Adrien está en el centro, sonriendo ampliamente, con una moto detrás que parece nueva. Hay una chispa en sus ojos, algo que grita vitalidad, vida.
—Era el pegamento que nos mantenía unidos —admite Luca, su tono cargado de emoción contenida—. Siempre tenía una forma de hacernos reír, incluso cuando las cosas iban mal.
Me quedo en silencio, dándole espacio para procesar mientras mis ojos se deslizan hacia el cuaderno.
—¿Qué hay ahí? —pregunto, señalándolo.
Luca deja la foto a un lado y toma el cuaderno. Lo abre con cuidado, revelando páginas llenas de garabatos y anotaciones. Algunas están borrosas, pero otras son legibles.
—Es... —empieza, pero su voz se corta mientras sus ojos recorren una página en particular—. Esto son... notas de las rutas. Nombres de lugares, distancias, puntos de referencia.
—¿Crees que pueda ser útil? —me inclino más cerca, mirando las palabras escritas a mano.
—Tal vez. Adrien siempre planeaba las rutas con mucho cuidado. Puede que haya algo aquí que nos lleve a... —Se detiene, mirando al final de una página donde hay una palabra destacada: Mirador.
Mis ojos se encuentran con los de Luca, y ambos sabemos lo que significa.
—¿El mirador? —pregunto, sintiendo cómo la adrenalina empieza a correr por mis venas.
Él asiente, cerrando el cuaderno y guardándolo de nuevo en la caja.
—Es el único que conocemos en esta zona. Si Adrien dejó algo más, podría estar allí.
Nos ponemos de pie rápidamente, y aunque mi cuerpo está tenso por la expectación, también siento una extraña calma al estar con Luca. Su determinación es contagiosa.
—Vamos. —Su voz es firme mientras recoge la caja y la guarda bajo el asiento de su moto.
Me coloca el casco con cuidado, y el roce de sus dedos contra mi piel hace que un escalofrío me recorra. No digo nada, pero él parece notarlo porque sonríe levemente antes de subirse a la moto y esperarme.
Cuando me siento detrás de él, el calor de su cuerpo me da una sensación de seguridad que no esperaba. Rodeo su cintura con mis brazos, apoyándome ligeramente contra su espalda.
El rugido de la moto corta el aire del bosque mientras salimos hacia el mirador. La carretera es estrecha y sinuosa, pero Luca la recorre con una precisión que me hace sentir como si estuviera en las manos más seguras posibles.
El viento juega con los mechones sueltos de mi cabello, y por un momento, me permito disfrutar del viaje. Aunque las preguntas y las incógnitas sobre Adrien e Ian aún flotan en mi mente, hay algo en este momento que me hace sentir viva, como si estuviera en el lugar exacto donde debo estar.
Finalmente, la moto desacelera, y el mirador aparece ante nosotros, bañado por la luz del sol de la mañana. Bajamos de la moto, y Luca me ayuda a quitarme el casco, su mirada fija en el horizonte por un momento antes de dirigirse hacia el borde del acantilado.
—Aquí estábamos cuando Adrien mencionó por primera vez que quería hacer algo grande —dice, su voz casi perdida en el viento.
—¿Algo grande? —pregunto, acercándome a él.
—Un viaje, una carrera... nunca lo dejó claro. Solo decía que quería dejar una marca, algo que lo definiera. —Luca se gira hacia mí, y en sus ojos veo una mezcla de melancolía y resolución—. Tal vez aquí podamos entender lo que dejó.
Asiento, y juntos empezamos a buscar en el mirador, revisando cada rincón, cada grieta, con la esperanza de encontrar algo más que las respuestas que buscamos.
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