Capítulo 15
El ruido de una moto rompiendo el silencio de la noche me despierta. Me acerco a la ventana, apartando ligeramente la cortina, y lo veo: Dante, sentado sobre su moto, con el casco aún puesto y una chaqueta de cuero que brilla bajo la luz de la luna. El corazón me da un vuelco; no esperaba verlo tan pronto después de nuestro último encuentro.
Toco el cristal de la ventana, confundida, pero antes de que pueda decidir qué hacer, él levanta la vista hacia mí y me saluda con un movimiento de la cabeza. Sus ojos oscuros brillan incluso a la distancia, y su sonrisa, apenas visible bajo la visera, tiene ese aire de desafío que siempre lo acompaña.
—¿Qué haces aquí? —pregunto al abrir la puerta, cruzándome de brazos en un intento de aparentar más seguridad de la que siento.
—¿Qué crees? —responde, bajándose de la moto y acercándose un poco más—. Te dije que este pueblo tiene curvas peligrosas. Pensé que te gustaría verlas de cerca.
—¿Curvas peligrosas? —repito, arqueando una ceja—. ¿Es tu forma de invitarme a algo?
Dante se ríe suavemente, inclinándose un poco hacia mí como si estuviera a punto de contarme un secreto.
—Algo así. Vamos, encanto. Tienes que ver esto.
—¿Qué exactamente?
—Confía en mí. —Su tono es ligero, pero sus ojos me desafían a decir que no.
Lo miro por un momento, intentando decidir si esto es una idea terrible o simplemente otro capítulo en esta serie de aventuras que parecen seguirlo donde sea que vaya. Finalmente, suspiro y asiento.
—Dame un minuto.
—Te espero. —Se apoya contra su moto, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Me cambio rápidamente, poniéndome algo más abrigado, y me ato el cabello antes de salir. Dante me entrega un casco sin decir nada, y cuando lo pongo sobre mi cabeza, siento la vibración de la moto bajo mis pies mientras me acomodo detrás de él.
Me agarra las manos y las coloca a cada lado de sus caderas, y antes de que pueda responder, arranca la moto con un rugido que hace eco en el bosque.
El aire frío de la noche golpea mi rostro, y aunque intento mantenerme tranquila, no puedo evitar sentir la adrenalina creciendo con cada curva que tomamos. A diferencia de la primera vez, esta vez Dante no acelera tanto; es como si quisiera que disfrutara del recorrido, que me dejara llevar por el momento.
Finalmente, salimos a un claro iluminado por faros y luces improvisadas. Hay varias motos aparcadas en fila, sus motores ronroneando en reposo, y grupos de personas conversando animadamente. La atmósfera es eléctrica, llena de emoción contenida y risas entrecortadas.
Dante apaga el motor y me ayuda a bajar, su mano firme en mi brazo mientras me quito el casco.
—Bienvenida —dice con una sonrisa, haciendo un gesto hacia el bullicio que nos rodea—. Este es mi mundo.
Lo miro, sintiéndome un poco abrumada por todo lo que estoy viendo. La energía del lugar es casi tangible, y aunque hay algo emocionante en ello, también noto un aire de peligro, como si todo pudiera descontrolarse en cualquier momento.
—¿Y qué haces aquí exactamente? —pregunto, mi voz un poco más baja de lo habitual.
—Lo mismo que todos los demás. Sentir que estoy vivo. —Su tono es casual, pero sus palabras me golpean con fuerza.
Antes de que pueda decir algo más, alguien se acerca a nosotros, un chico joven con una sonrisa fácil y una mirada que parece reconocer a Dante al instante.
—¡Eh, tío! ¿Esta es tu nueva copiloto? —pregunta, mirándome con curiosidad.
—Ella solo está de visita —responde Dante, su tono firme, pero con un destello de picardía en los ojos.
El chico se ríe y asiente antes de alejarse, dejándome con más preguntas que respuestas.
—¿Esto es... legal? —le susurro a Dante, mientras observo cómo un par de motos se alinean en la carretera cercana, listas para correr.
Él me mira, su expresión más seria por un momento.
—No, encanto. Pero lo bueno de la vida rara vez lo es.
Las risas y los gritos de ánimo llenan el aire mientras las motos rugen, preparándose para una carrera que parece más ritual que simple diversión. Observo con los ojos muy abiertos cómo los corredores se alinean, sus miradas concentradas en la línea imaginaria que marca el inicio.
Dante, sin embargo, permanece tranquilo a mi lado, como si todo esto fuera parte de un día cualquiera para él. Me doy cuenta de que está evaluando algo, o a alguien, en el grupo que se prepara. Finalmente, su mirada se cruza con la mía, y noto el destello de desafío en sus ojos.
—Sube. —La palabra es simple, pero su tono no deja espacio para discusiones.
—¿Qué? —parpadeo, sorprendida—. ¿Subirme contigo?
—Claro. ¿No querías saber cómo es este mundo? Pues esto es parte de ello.
Mi corazón se acelera antes de que siquiera haya dado un paso. La moto reluce bajo las luces, y aunque la curiosidad me empuja, el miedo intenta mantenerme en mi sitio.
—No sé si es buena idea, Dante... —murmuro, pero él sonríe con esa mezcla de arrogancia y carisma que siempre parece tener respuesta para todo.
—Confía en mí, encanto. No te dejaré caer.
Y, aunque una parte de mí grita que no lo haga, subo detrás de él, ajustándome el casco que aún llevo puesto. El motor ruge bajo mí, una vibración constante que me recorre el cuerpo como si fuera un segundo latido, sincronizándose con mi propio corazón. El mundo alrededor se reduce a tres cosas: el calor de Dante contra mis manos, el frío del viento que se filtra por mi chaqueta y el sonido ensordecedor de la moto, un rugido que parece gritar al vacío de la noche.
—Asegúrate de sujetarte bien —dice sobre el ruido, y siento cómo su voz resuena como un eco en mi casco.
Mis manos se cierran alrededor de su cintura, y puedo sentir cómo su cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante antes de la moto acelere.
La moto se dispara hacia adelante con una aceleración que me roba el aliento. Mi cuerpo se echa hacia atrás por inercia, pero el agarre firme en su cintura me mantiene en mi sitio. Es como si la gravedad misma hubiera cambiado, como si el aire ahora fuera más pesado y la velocidad lo comprimiera todo en un solo instante.
El mundo a nuestro alrededor se convierte en un borrón de luces y sombras mientras Dante guía la moto con una precisión que parece casi sobrenatural. El viento me golpea con fuerza, como miles de pequeñas agujas que se clavan en mi piel, mientras mi cabello escapa en mechones rebeldes por debajo del casco. Cada curva que Dante toma parece una danza, un movimiento fluido que desafía cualquier lógica. Me doy cuenta de que estoy conteniendo el aliento, y cuando lo suelto, es un jadeo entrecortado que apenas puedo oír por el ruido del motor.
—¡Dante! —grito, mi voz apenas audible sobre el rugido del motor y el viento. Él no responde, pero lo siento reír. Su cuerpo vibra ligeramente bajo mis manos, y ese simple gesto me da una mezcla de confianza y desconcierto. Él sabe lo que está haciendo. Él disfruta esto. Y, aunque estoy aterrada, una parte de mí empieza a entender por qué. Se inclina hacia adelante, controlando cada movimiento con una destreza que me deja sin aliento.
La carretera, iluminada solo por los faros de las motos, se extiende como un río oscuro ante nosotros. Cada curva es una mezcla de miedo y emoción pura, y aunque mi corazón late con fuerza por el riesgo, no puedo evitar sentir una chispa de emoción que crece con cada segundo que pasa. Cada curva que tomamos es un desafío a las leyes de la física, una prueba de fe que me hace aferrarme más fuerte. Pero al mismo tiempo, hay algo liberador en esta experiencia, algo que va más allá del miedo. Es como si, por un instante, no existiera nada más que este momento: el rugido del motor, la fuerza del viento y la certeza de que no hay vuelta atrás.
El aire frío se cuela por los bordes de mi casco, y mis ojos comienzan a lagrimear, no sé si por el viento o por la intensidad de todo esto. Mis piernas están tensas contra el asiento, mis brazos rígidos alrededor de su cintura, y mi mente es un torbellino de emociones: miedo, euforia, adrenalina... vida.
Dante toma una curva cerrada, inclinando la moto con una precisión que debería ser imposible. Por un segundo, siento como si estuviéramos a punto de caer, como si la gravedad finalmente fuera a reclamarnos. Pero entonces la moto se endereza, y el impulso me empuja hacia adelante, pegándome aún más a su espalda.
—¡Dios! —grito de nuevo, y esta vez, aunque mi voz tiembla, no es solo por miedo.
Lo empiezo a entender. La velocidad no es solo velocidad. Es un escape, una forma de desconectar de todo lo demás, de dejar atrás cualquier pensamiento o preocupación. Es pura emoción, un recordatorio de que estás aquí, de que estás vivo.
Finalmente, Dante desacelera, y el mundo comienza a recuperar su forma. Los árboles ya no son solo sombras borrosas, y el círculo de luz de los faros se hace más amplio, más definido. La carretera se estira delante de nosotros, y el motor, aunque todavía ronronea, parece más tranquilo ahora, como si también estuviera tomando un respiro. Cuando nos detenemos, mis manos todavía están firmemente agarradas a él, y tardo un momento en soltarme. Mi respiración es rápida, y mis piernas tiemblan un poco al bajar.
—¿Qué te ha parecido? —pregunta Dante, girándose hacia mí con una sonrisa triunfante.
—Increíble... pero aterrador —admito, todavía tratando de recuperar el aliento.
Él ríe, esa risa baja y contagiosa que parece siempre estar al borde de un desafío.
—Lo hiciste bien, encanto. Para ser tu primera vez.
Antes de que pueda responder, una nueva moto llega rugiendo desde el otro lado de la carretera. Reconozco la figura al instante: Luca.
Su moto se detiene junto a nosotros. Tiene una postura erguida, y su mirada está fija en Dante, como si quisiera decirle algo sin palabras.
—¿Qué estás haciendo aquí con ella? —pregunta, su tono más grave de lo habitual, con una firmeza que corta el aire.
—Mostrándole cómo se siente la velocidad. —Dante no parece ni un poco afectado por la intensidad de Luca.
Luca me mira entonces, sus ojos color miel llenos de preocupación.
—¿Estás bien? —pregunta, ignorando por completo a Dante ahora.
—Sí, estoy bien... creo. —Intento sonreír, pero no estoy segura de si lo consigo.
Luca suspira, sacudiendo la cabeza.
—No deberías haberla traído, Dante. Esto no es para ella.
—Déjala decidir a ella, ¿quieres? —responde Dante, cruzándose de brazos con una sonrisa burlona.
La tensión entre ellos es palpable, como si el aire alrededor se hubiera cargado de electricidad. Pero antes de que la conversación pueda ir más lejos, una voz llama la atención de todos:
—¿Listos para la siguiente ronda?
Ambos miran hacia el grupo, y puedo ver cómo Luca cierra los ojos por un momento, como si estuviera debatiéndose consigo mismo. Finalmente, me mira de nuevo.
—Lili, quédate aquí. No te muevas. Esto no es un juego.
Y antes de que pueda responder, ambos están subiendo a sus motos, listos para la próxima carrera.
Me quedo allí, observando cómo arrancan y se pierden en la oscuridad, sintiendo cómo mi corazón late aún más rápido que antes.
El rugido de las motos desaparece lentamente en la distancia, dejando atrás un vacío ensordecedor. Me cruzo de brazos, tratando de contener la adrenalina que aún corre por mis venas. La noche, que antes parecía llena de energía, ahora se siente pesada, como si estuviera conteniendo la respiración junto a mí.
Miro a mi alrededor, tratando de distraerme con algo, pero lo único que encuentro son las miradas fugaces de otros en el grupo, personas que parecen cómodas en este ambiente. Algunos conversan en voz baja, otros miran sus teléfonos, y un par se han sentado en el suelo, fumando y riendo como si nada fuera más normal que esperar a que las motos vuelvan.
Yo, en cambio, siento que el tiempo se arrastra. Miro hacia la carretera oscura, intentando escuchar algo, cualquier señal de que están cerca. Pero lo único que llega a mis oídos es el susurro del viento y el crujido de hojas bajo los pies de alguien que camina cerca.
—Es tu primera vez, ¿verdad? —dice una voz detrás de mí.
Me giro rápidamente y me encuentro con una chica de cabello corto y teñido de azul, vestida con una chaqueta de cuero y botas altas. Su mirada es amable, aunque tiene un brillo curioso.
—¿Perdón?
—Aquí, en las carreras. Se nota —dice, dándome una sonrisa antes de encender un cigarrillo—. Pareces nerviosa.
—Bueno, no todos los días te encuentras en medio de algo así —respondo, intentando sonar casual.
La chica suelta una risa ligera, exhalando el humo hacia un lado.
—Es cierto. Yo estaba igual la primera vez. Mi chico me trajo. Se cree un dios sobre dos ruedas. —Hace una pausa, mirándome de reojo—. ¿Quién te trajo, Dante o Luca?
El sonido de sus nombres me golpea con fuerza.
—¿Qué más da? —respondo, tratando de ocultar la incomodidad en mi voz.
—Es un juego peligroso, ¿sabes? —continúa ella, ignorando mi evasiva—. Algunos lo hacen por la adrenalina, otros porque creen que son invencibles. Pero todos terminan pagando el precio tarde o temprano.
Antes de que pueda responder, el rugido de las motos vuelve, rompiendo el silencio como un trueno. La chica sonríe, tirando el cigarrillo al suelo y aplastándolo con la punta de su bota.
—Ahí vienen. Suerte, novata.
Se aleja antes de que pueda decir algo más, dejándome con un nudo en el estómago mientras miro hacia la carretera. Las luces de los faros aparecen en la distancia, creciendo rápidamente hasta que puedo distinguir las figuras de Dante y Luca liderando el grupo.
Cuando se detienen, el sonido de los motores aún resuena en mis oídos. Dante es el primero en quitarse el casco, su cabello oscuro despeinado y una sonrisa satisfecha en su rostro.
—¿Qué te ha parecido? —pregunta, su voz cargada de confianza mientras baja de la moto y se acerca a mí.
Antes de que pueda responder, Luca se quita el casco también, pero su expresión es completamente diferente. Hay una seriedad en sus ojos, un peso que parece haberse intensificado durante la carrera.
—¿Estás bien? —pregunta, ignorando completamente a Dante mientras se centra en mí.
—Sí, estoy bien... —respondo, aunque no estoy segura de si lo digo por ellos o por mí misma.
Luca asiente, pero no parece convencido. Dante, por otro lado, lanza una mirada divertida a su amigo.
—Relájate, Luca. Está perfectamente bien. ¿Verdad, Lili?
Los observo, sintiendo cómo la tensión entre ellos es casi palpable. Algo en sus miradas me dice que esta no es la primera vez que están en desacuerdo sobre algo relacionado con las carreras, y probablemente tampoco será la última.
—Es tarde. Deberíamos irnos —dice Luca finalmente, dirigiéndose a mí—. Te llevaré a casa.
—No tan rápido —interviene Dante, cruzándose de brazos y arqueando una ceja—. Yo la traje, yo la llevo.
La tensión en el aire se intensifica, y aunque ninguno de los dos alza la voz, hay algo en sus miradas que parece una conversación aparte, algo que no puedo descifrar.
—Dante —dice Luca finalmente, y su tono es bajo, pero firme—. Ya has hecho suficiente por esta noche. No seas ridículo. Ella no tiene que volver contigo después de esto.
—¿Ridículo? —Dante suelta una risa seca, sacudiendo la cabeza—. Vamos, Luca. ¿Qué te pasa ahora?. No es como si fuera a llevármela a la luna.
—Ese no es el punto, y lo sabes —responde Luca, acercándose un paso más a él.
—¿Y cuál es el punto, hermano? —Dante lo mira directamente, su sonrisa desvaneciéndose, dejando en su lugar una expresión desafiante—. ¿Que tú siempre tienes que ser el héroe?
Antes de que Luca pueda responder, decido intervenir, sintiéndome cada vez más incómoda con la situación.
—Chicos, está bien. No pasa nada, puedo...
—No —dice Luca, cortándome de inmediato mientras se gira hacia mí. Su mirada, aunque seria, tiene un brillo que me calma un poco—. No te preocupes por esto. Solo voy a asegurarme de que llegues a casa.
Dante suelta un bufido y se pasa una mano por el cabello, claramente frustrado.
—¿De verdad vamos a hacer esto aquí? —pregunta, mirando a Luca con una mezcla de incredulidad y molestia—. Vamos, encanto. Tú decides.
Me quedo en silencio, sintiendo cómo ambos esperan mi respuesta, pero antes de que pueda siquiera pensar en qué decir, Luca toma una decisión por mí.
—Ya está decidido. Vamos, Lili.
Su tono es tan definitivo que, por un momento, no encuentro las palabras para discutir. Se acerca a su moto, sacando un segundo casco del compartimento bajo el asiento, y me lo ofrece con una expresión que deja claro que no acepta un "no" por respuesta.
—Luca... —empieza Dante, pero su voz suena más cansada que enfadada ahora.
—Déjalo, Dante —responde Luca, sin mirarlo esta vez.
Tomo el casco y subo a la moto, sintiéndome un poco como una pieza en un tablero de ajedrez que no entiendo. El motor de la moto de Luca ruge suavemente mientras él se asegura de que todo esté en orden. Me aferro al casco, todavía sintiendo la mirada de Dante sobre mí. Por un momento, tengo la tentación de girarme hacia él, de decir algo que alivie la tensión que parece envolvernos a los tres, pero antes de que pueda hacerlo, Luca sube a la moto y me mira por encima del hombro.
—¿Lista?
Asiento y me subo agarro a su cintura, que está igual de dura que la de Dante, ajustándome el casco con manos un poco temblorosas. Apenas me acomodo, siento cómo Luca acelera ligeramente, apartándonos del bullicio de la carrera y de la mirada penetrante de Dante.
La carretera oscura se extiende ante nosotros, y aunque el sonido del motor debería ser lo único que ocupara mis pensamientos, mi mente está atrapada en el eco de la discusión. La rigidez en los hombros de Luca es evidente incluso a través de mi agarre, y no puedo evitar sentir que lo que pasó entre ellos es mucho más que una simple discusión sobre quién me lleva a casa.
El viento frío de la noche acaricia mi piel, pero no me distrae lo suficiente. Me inclino un poco hacia adelante, tratando de acortar la distancia entre nosotros para que pueda escucharme.
—Luca... —empiezo, mi voz apenas un susurro sobre el ruido del motor.
—Más tarde, Lili —responde él sin girarse, su tono firme pero no cortante.
Me quedo en silencio, aceptando que esta no es la conversación para este momento. En lugar de eso, dejo que la calma relativa del viaje me envuelva, concentrándome en el ritmo constante de la moto y la calidez que emana de Luca. A diferencia de la intensidad y la adrenalina del paseo con Dante, este recorrido tiene un aire más tranquilo, más controlado.
Finalmente, las luces de mi casa aparecen a lo lejos, rompiendo la monotonía de la oscuridad. Luca desacelera suavemente y se detiene frente al porche, apagando el motor.
—Gracias por traerme —digo, quitándome el casco mientras bajo de la moto, mis piernas un poco rígidas por el viaje—, y por preocuparte por mí.
—Siempre —responde él, con una voz más suave ahora.
Nos quedamos en silencio por un momento, sintiendo las mejillas calientes y la noche extendiéndose entre nosotros como un velo que ninguno de los dos parece querer romper. Finalmente, me atrevo a hablar.
—¿Qué ha pasado exactamente?
Luca suspira, pasando una mano por su cabello dorado antes de mirarme.
—Dante y yo tenemos... formas diferentes de ver las cosas. —Hace una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado—. A veces eso nos lleva a chocar, especialmente cuando se trata de cosas importantes.
—¿Y yo soy una de esas cosas importantes? —pregunto antes de poder detenerme, mi voz más baja de lo que esperaba.
Luca me mira, y hay algo en su expresión que no puedo descifrar del todo, algo entre la sinceridad y el peso de una responsabilidad que no pidió. Tensa la mandíbula antes de hablar.
—Sí, Lili. Lo eres.
El aire parece congelarse entre nosotros, y siento que mi corazón late más fuerte, aunque no estoy segura de por qué. Finalmente, Luca se aparta un poco, rompiendo el contacto visual.
—Deberías entrar. Es tarde.
—Luca... —intento decir algo, pero él ya se ha girado hacia su moto.
—Descansa. Nos vemos pronto.
Lo veo arrancar y desaparecer en la oscuridad del bosque, dejándome con una sombra de tristeza.
Entro en casa y cierro la puerta detrás de mí, apoyándome contra ella mientras dejo escapar un suspiro largo. La tensión de la noche aún me pesa en los hombros, y aunque estoy a salvo, no puedo evitar sentir que algo más grande se está gestando, algo que no alcanzo a comprender del todo.
Mientras apago las luces y voy a mi habitación, me pregunto cuánto más puedo descubrir de ellos antes de que empiece a afectar todo lo que soy.
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