Capítulo 14
El aroma a café recién hecho llena la casa cuando salgo de mi habitación. Me envuelvo en la calidez de mi bata, aún sintiendo el cansancio acumulado por la falta de sueño. Sin embargo, al escuchar murmullos provenientes del salón, una pequeña sonrisa asoma en mi rostro.
Me detengo en el marco de la puerta y los veo: Luca, sentado en el sofá con una taza de café en las manos, y Dante, inclinado sobre la encimera de la cocina, inspeccionando un tarro de miel como si fuera lo más interesante del mundo. La chaqueta de cuero de Dante está tirada en el respaldo de una silla, mientras que Luca parece tan cómodo como si estuviera en su propia casa, con la misma calma que siempre lo caracteriza.
—Buenos días —murmuro, algo cohibida, pero ambos levantan la vista al unísono y me sonríen.
—Mira quién decidió unirse a la fiesta —dice Dante, dejando el tarro de miel en su sitio y lanzándome una sonrisa burlona—. ¿Dormiste bien, encanto?
—Podría haber sido mejor si no hubiera pasado todo lo de anoche —respondo con una mezcla de humor y sinceridad mientras me acerco a la cocina.
—Normal —interviene Luca—. Pero al menos, ya pasó. ¿Te apetece café?
—Sí, por favor.
Luca se levanta para servirme una taza, mientras Dante se acomoda en una de las sillas de la cocina, observándome con esa mirada que siempre parece que está evaluándome o planeando algo.
—No encontré mucho más que pan y algo de mermelada en tu despensa —dice Dante, señalando una tostada que sostiene en la mano—. Te haría unas tortitas, pero no estoy seguro de si tienes los ingredientes adecuados.
—¿Tú cocinando? —pregunta Luca, alzando una ceja mientras me pasa la taza de café—. Eso sí que sería un espectáculo.
—Eh, no subestimes mis habilidades culinarias. —Dante sonríe y le lanza un trozo de pan a Luca, quien lo atrapa al vuelo con una rapidez que me sorprende.
Los observo interactuar, sintiéndome un poco como una espectadora en su mundo compartido, pero también notando cómo, poco a poco, me voy integrando en él.
—Gracias por todo lo de anoche —digo finalmente, rompiendo el momento de bromas entre ellos—. No sé cómo habría manejado todo eso sin vosotros aquí.
Luca me dedica una pequeña sonrisa, sincera pero contenida.
—Para eso estamos.
Dante, por su parte, me lanza una mirada burlona, aunque hay algo en su tono que suena genuino.
—No te preocupes. Siempre estamos listos para rescatar damiselas en apuros.
—No soy una damisela en apuros, Dante —respondo, intentando sonar firme, pero el calor sube a mis mejillas ante su forma de decirlo.
Él se ríe suavemente, satisfecho con mi reacción, mientras Luca rueda los ojos con una leve sonrisa.
El resto del desayuno transcurre entre bromas ligeras y momentos de tranquilidad. Hablar con ellos, incluso de cosas simples, me hace sentir más relajada, como si el susto de la noche anterior se hubiera quedado atrás.
Cuando terminamos, ambos se preparan para marcharse. Luca se asegura de que tenga sus números de teléfono por si necesito algo, mientras que Dante me lanza una última sonrisa antes de salir por la puerta.
—Nos vemos pronto, encanto. Y recuerda: no dudes en llamarnos si vuelves a necesitar un par de guardaespaldas.
Cierro la puerta detrás de ellos, y por primera vez en días, siento que la casa no está tan vacía como pensaba.
El aire fresco de la mañana se siente como un bálsamo mientras camino por las calles de Lirium. Las hojas doradas caen en cascada, revoloteando con el viento, y el aroma del café recién hecho se filtra desde las pequeñas cafeterías que adornan el centro del pueblo.
Victoria me espera en una de las esquinas, su cabello recogido en una coleta alta y un abrigo marrón claro que resalta el rubor natural de sus mejillas. Me saluda con una sonrisa amplia, sosteniendo dos tazas de café humeante.
—Pensé que te apetecería algo caliente para empezar el día —dice, ofreciéndome una taza.
—Gracias. Justo lo que necesitaba —respondo, llevándome la taza a los labios y disfrutando del calor que se extiende por mis manos.
Comenzamos a caminar, dejando que la conversación fluya de forma natural. El crujido de las hojas bajo nuestros pies y el murmullo de las conversaciones en las tiendas cercanas nos envuelven en un ambiente acogedor.
—Así que... —comienza Victoria, mirándome de reojo—. ¿Cómo te sientes después de lo de anoche? Me enteré de que hubo movimiento en tu casa.
La miro, un poco sorprendida, pero luego recuerdo que en un pueblo pequeño como este, las noticias parecen viajar a la velocidad de la luz.
—Sí, fue... extraño. Vi a alguien en la ventana, pero no sé quién era. Por suerte, la policía vino rápido, y... bueno, también estaban Luca y Dante.
Victoria asiente, interesada, mientras me guía hacia una pequeña tienda de antigüedades que tiene escaparates llenos de libros viejos y curiosidades.
—Esos chicos siempre están metidos en algo. —Hace una pausa, con una sonrisa ligera—. Pero parece que te han tomado bajo su ala. Eso es bueno. Dante es un poco... ¿cómo decirlo? Intenso. Pero Luca tiene un corazón de oro.
—Sí, lo sé —admito, recordando la calma que Luca siempre parece transmitir, incluso en los momentos más tensos.
Nos detenemos frente a un escaparate, observando un par de tazas de cerámica pintadas a mano. Victoria me lanza una mirada traviesa.
—Ahora, cuéntame algo menos serio. ¿Qué tal te va adaptándote a Lirium?
Me tomo un momento para pensar antes de responder.
—Es extraño. Me gusta el lugar, y estoy empezando a encontrar mi sitio aquí, pero... todavía siento que estoy descubriendo cómo encajo en todo esto.
Victoria asiente, como si entendiera perfectamente lo que quiero decir.
—Te entiendo. Creo que todos llegamos a Lirium con algo que resolver. Es como si este lugar atrajera a las almas perdidas. —Se ríe suavemente, como si estuviera confesando algo personal.
Seguimos caminando hasta llegar a un pequeño parque con bancos de madera desgastados por el tiempo. Nos sentamos y, durante un rato, simplemente disfrutamos del sol que se filtra entre las ramas de los árboles.
—¿Sabes? Me gusta cómo has ido encontrando tu lugar aquí —comenta Victoria, mirándome con una sonrisa cálida—. Aunque todavía no hayas descubierto todo, creo que vas por buen camino.
—Gracias, Victoria. Tenerte aquí hace que todo sea más fácil —respondo, y noto cómo su sonrisa se ensancha, genuina y llena de complicidad.
La conversación deriva hacia temas más ligeros, desde libros hasta anécdotas de su infancia en Lirium. El tiempo parece detenerse en este rincón tranquilo, y siento que, poco a poco, este pueblo y las personas en él están empezando a sentirse como un hogar.
Decidimos comer en un restaurante de comida italiana y comprar en algunas tiendas de las calles de Lirium. Victoria tiene un gusto excepcional para la moda, y captó al instante mi estilo, por lo que me aconseja en base a él.
Después de despedirme de Victoria, decido caminar un poco más por Lirium antes de volver a casa. La noche está cayendo, y las calles del pueblo comienzan a teñirse de luces cálidas que parpadean desde las farolas y las ventanas de las casas. Hay un leve murmullo de vida que me hace sentir acompañada, aunque mi mente está lejos, vagando entre los pensamientos de la noche anterior y las conversaciones del día.
Cuando doblo una esquina, el rugido de una moto rompe el aire, abrupto y vibrante. Me detengo en seco, buscando con la mirada la fuente del sonido. No pasa mucho tiempo antes de que vea una silueta conocida: Dante.
Está apoyado contra su moto, hablando con un grupo de personas que no reconozco. Sus gestos son amplios, despreocupados, pero hay algo en su postura que me resulta más tenso de lo habitual. Los demás parecen tan enigmáticos como él, vistiendo chaquetas de cuero y botas desgastadas, y sus risas resuenan en el aire, mezclándose con el ruido ocasional de otras motos que pasan cerca.
No quiero acercarme demasiado, así que me quedo a una distancia prudente, observando desde las sombras de un callejón cercano. A medida que el grupo se mueve, sus palabras llegan hasta mí en fragmentos que no logro entender del todo. Pero hay algo en la forma en que se mueven, en la energía que los rodea, que me inquieta y me intriga al mismo tiempo.
De repente, una de las motos arranca con un rugido ensordecedor y, antes de que pueda reaccionar, acelera por la calle principal, dejando una nube de humo detrás. Los demás del grupo estallan en vítores, y aunque no entiendo el motivo de la celebración, puedo sentir la adrenalina en el ambiente.
Dante no sube a su moto, pero su mirada sigue el rastro de la que acaba de desaparecer en la distancia. Hay algo en sus ojos, algo oscuro y casi melancólico, que me hace preguntarme qué es lo que realmente significa este mundo para él.
Sin darme cuenta, me muevo un poco más cerca, queriendo escuchar más, pero un pequeño ruido bajo mis pies —el crujir de una hoja seca— llama su atención. Se gira, y nuestros ojos se encuentran.
Por un segundo, el tiempo parece detenerse. Dante arquea una ceja, claramente sorprendido de verme allí, pero su expresión pronto se transforma en esa sonrisa suya, cargada de picardía y desafío.
—¿Espiándome, encanto? —pregunta, su voz lo suficientemente alta como para que el resto del grupo también me mire.
Me quedo paralizada, sintiendo cómo el calor sube a mis mejillas.
—No... no es eso. Solo estaba... paseando. —Intento sonar casual, pero incluso yo sé que mi voz tiembla un poco.
Dante se acerca a mí, dejando su moto atrás y cerrando la distancia entre nosotros. Su sonrisa persiste, pero sus ojos están fijos en los míos, intensos y evaluadores.
—¿Paseando? A estas horas, y justo por aquí... Qué casualidad —dice, inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Y tú? —replico, tratando de recuperar algo de control en la conversación—. ¿Qué haces aquí?
Él se ríe suavemente, pero no responde de inmediato. En cambio, se cruza de brazos, como si disfrutara de la situación.
—Digamos que este es mi lugar de recreo —responde finalmente, con un tono que no deja claro si está bromeando o diciendo la verdad.
—¿Tu lugar de recreo? —repito, levantando una ceja.
Dante se acerca un paso más, y su voz baja un poco, como si quisiera que solo yo lo escuchara.
—Hay cosas que no todos entienden, encanto. Pero a algunos nos gusta la velocidad, el riesgo, sentir que estamos vivos. ¿Sabes a lo que me refiero?
No sé qué responder. Algo en su tono y en su mirada hace que mi corazón lata más rápido, pero no estoy segura de si es por la adrenalina o por la forma en que me mira, como si supiera algo que yo no.
Antes de que pueda decir algo, otra moto pasa rugiendo por la calle, y el resto del grupo vuelve a vitorear, distrayéndolo momentáneamente. Aprovecho ese momento para dar un paso atrás.
—Bueno, será mejor que siga mi camino —digo, tratando de sonar casual, aunque mi voz sigue traicionándome.
Dante me mira de nuevo, y su sonrisa se ensancha.
—Hazlo. Pero ten cuidado, encanto. Este pueblo tiene más curvas peligrosas de las que parecen.
Sin esperar respuesta, se gira y vuelve con su grupo, dejándome ahí, con el corazón latiendo con fuerza y una mezcla de curiosidad y desconcierto en el pecho.
Mientras me alejo, el sonido de las motos y las risas del grupo se quedan atrás, pero la sensación de haber visto algo que no debía permanece conmigo.
El camino de vuelta a casa se siente más largo de lo habitual. La noche ha caído por completo, y el aire fresco roza mi piel mientras intento procesar lo que acabo de ver. Las motos, el rugido ensordecedor, las risas... todo parece como algo sacado de una película, algo que no debería estar sucediendo en este pequeño y tranquilo pueblo.
Y Dante.
Sus palabras siguen resonando en mi mente, como si su tono bajo y confiado se hubiera impregnado en el aire. "Algunos nos gusta sentir que estamos vivos..." Hay algo en él, algo que no puedo explicar, que me atrae y, al mismo tiempo, me hace querer mantenerme a cierta distancia. Es como si siempre estuviera al borde de un precipicio, y me pregunto si no está esperando que alguien lo empuje o lo salve de caer.
Cuando llego a la casa, Poe grazna suavemente desde su rincón, como si estuviera saludándome. Me detengo un momento en el umbral, dejando que el silencio me envuelva y tratando de sacudirme el nerviosismo que siento.
—Estoy bien, Poe —murmuro, más para convencerme a mí misma que para tranquilizarlo a él.
Dejo las llaves sobre la mesa y me dirijo al sofá, donde recojo Rebecca del lugar donde lo había dejado. Intento sumergirme de nuevo en la historia, pero mi mente sigue volviendo a las motos, al grupo, a Dante.
¿Qué quiso decir con lo de "curvas peligrosas"? ¿Era una advertencia, una broma, o simplemente otra de esas frases suyas que parecen decir más de lo que dicen en realidad?
Cierro el libro con un suspiro, dándome cuenta de que no voy a poder concentrarme. Camino hacia la ventana y observo el bosque que rodea la casa, ahora sumido en la penumbra. El miedo que sentí anoche parece un recuerdo lejano, reemplazado por una inquietud completamente diferente.
Saco mi teléfono, casi sin pensarlo, y reviso los mensajes. No hay nada nuevo, salvo la conversación con Victoria sobre nuestros planes para coser juntos. Pero mis dedos dudan sobre la pantalla, como si estuviera considerando escribirle a alguien más.
No lo hagas, Lili, me digo a mí misma. Pero a pesar de todo, siento que la curiosidad empieza a ganar terreno.
Finalmente, dejo el teléfono a un lado y me dejo caer en el sofá. El silencio de la casa, que normalmente me reconforta, ahora parece lleno de preguntas sin respuesta.
Mientras cierro los ojos, una imagen de Dante, con su sonrisa y su mirada intensa, flota en mi mente. Y, aunque no quiero admitirlo, una parte de mí se pregunta si lo volveré a ver pronto, y qué secretos más podría estar escondiendo.
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