Capítulo 11

La tarde ha caído sobre la casa, envolviéndola en una calma que parece casi mágica. Estoy sentada en el sofá, con Cumbres Borrascosas abierto en mis manos, absorta en la intensidad de los personajes y en cómo sus emociones los arrastran a lugares oscuros. La compañía de Cuervo, que salta de un lado a otro por el respaldo del sofá, me hace sentir un poco menos sola. Parece que se recupera rápido. De vez en cuando, se detiene a observarme, ladeando la cabeza con curiosidad.

El rugido de una moto me saca de mi lectura. Me sorprende, ya que no esperaba visitas, pero al abrir la puerta, encuentro a Luca sacándose el casco, de pie en el umbral, con una sonrisa tranquila. Las luces reflejan el dorado de su cabello, lo único claro de todo su aspecto.

—¿Te pillo en mal momento? —pregunta.

—No... —digo, algo sorprendida—. Pasa.

Luca entra con pasos tranquilos, sus ojos recorriendo la estancia hasta detenerse en Cuervo, que lo observa con sus oscuros ojos inteligentes. Una sonrisa se dibuja en sus labios mientras se acerca con cautela.

—¿Tienes un nuevo amigo? —pregunta, sin apartar la vista del ave. Cuando vino a verme la otra noche, Cuervo dormía.

—Se llama Cuervo —respondo, sintiéndome un poco tonta al decirlo. Él suelta una pequeña risa.

—Cuervo. Vaya, nombre original, ¿no? —bromea, y noto un destello juguetón en su expresión—. ¿Te importa si le cambio el nombre algún día?

—Si se deja, es tuyo para intentarlo —le respondo, devolviéndole la sonrisa. Cuervo, como si comprendiera que estamos hablando de él, emite un graznido bajo y se aleja hasta la esquina del sofá, al parecer reservándose su opinión sobre el tema.

Luca observa al ave un segundo más y luego su atención vuelve a mí y al libro que tengo en las manos. Se sienta a mi lado en el sofá, no muy cerca, pero lo suficiente como para que su presencia sea tangible, cálida.

—¿Qué estás leyendo? —pregunta, inclinándose levemente para ver el título.

Cumbres Borrascosas. Es... bastante intenso. A veces no sé si me gusta o me asusta. —Digo esto en tono de broma, pero veo que él se interesa de verdad.

Suelta una risa suave y su aroma me tranquiliza.

—Supongo que a veces eso es lo que nos atrae de las historias, ¿no? Que nos muestren algo que no encontramos en el día a día. —Hay un toque de sinceridad en su tono, como si mis palabras lo hubieran tocado de alguna manera que no esperaba.

Nos quedamos en silencio por un momento, una pausa cómoda y tranquila. Cuervo se mueve por el respaldo del sofá, como si supervisara la conversación con su atención imperturbable.

Finalmente, rompo el silencio.

—¿Por qué has venido, Luca? ¿Necesitabas algo?

Él baja la mirada por un momento, como si considerara qué decir, y luego me dedica una sonrisa que parece a la vez tímida y confiada.

—No, en realidad. Solo quería verte un rato. —Su respuesta es tan sencilla que me sorprende y me hace sonreír al mismo tiempo. Hay algo en su franqueza que me hace sentir cómoda, como si no tuviera que fingir nada frente a él.

Un silencio más profundo cae entre nosotros, hasta que mi estómago, sin advertencia, suelta un rugido que rompe la tranquilidad del momento. Siento cómo el color sube a mis mejillas, avergonzada, y me llevo una mano al vientre, riendo nerviosa.

—¿Eso es hambre? —comenta Luca, divertido, y sus ojos brillan con una chispa burlona—. ¿Te apetece salir a cenar?

—No es mala idea... —respondo, intentando disimular mi vergüenza y al mismo tiempo la emoción que siento.

—Entonces, vamos —dice, levantándose y extendiéndome la mano. Tomo su mano y, mientras me pongo de pie, siento el contacto de su piel cálida y firme. No lo suelta de inmediato; en cambio, me sostiene un segundo más, como si ese gesto pudiera decir más que cualquier palabra.

Nos miramos un momento, en silencio, hasta que él suelta mi mano y se dirige hacia la puerta, manteniendo la puerta abierta para que salga primero. Siento cómo el corazón me late con fuerza al salir.

Cuando salimos de la casa, Luca se acerca a su moto, dándole una palmadita suave en el asiento, y se gira hacia mí con una sonrisa.

—Espero que estés lista para la segunda ronda —dice, señalando la moto.

Sonrío, notando cómo su voz transmite una mezcla de calma y emoción contenida. Me coloco el casco y subo detrás de él, rodeando su cintura con los brazos, apoyándome suavemente contra su espalda. La moto vibra bajo nosotros, pero no se siente incómoda; es una sensación que me llena de expectativa, como si el mundo alrededor de repente fuera más ancho y lleno de posibilidades.

Luca arranca, y al poco tiempo estamos saliendo del bosque, deslizándonos por la carretera. La noche es fresca, y el viento juega con mi cabello, que se escapa en pequeños mechones por debajo del casco. La conducción de Luca es suave, sin brusquedad alguna, y noto que se adapta a cada curva con una fluidez que me hace sentir completamente segura.

A medida que avanzamos, me relajo más, sintiendo la carretera fluir bajo nosotros. La velocidad no es tan intensa como la primera vez; esta vez es un recorrido tranquilo, como si él quisiera que el viaje fuera más sobre el paisaje que sobre la adrenalina. No puedo evitar sonreír bajo el casco, disfrutando de la sensación de libertad, de la cercanía, y de la confianza que su conducción tranquila me transmite.

Cada tanto, él desacelera un poco, como si me estuviera mostrando algo en el camino: un árbol frondoso aquí, una vista despejada allá. Me doy cuenta de que estoy experimentando algo más allá de un simple paseo, y siento cómo el peso de la semana y de todas las preguntas sobre la vida en el pueblo se van disipando, dejándome solo con el momento.

Finalmente, Luca se desvía hacia un camino más estrecho que nos adentra en Lirium, y después de unos minutos llegamos a un pequeño restaurante, escondido entre las pequeñas calles. La fachada tiene luces tenues y cálidas, y a través de las ventanas puedo ver mesas de madera y unas pocas personas cenando, sumergidas en sus conversaciones. Es un lugar acogedor, moderno, con luces tenues y paredes oscuras que resaltan las blancas mesas decoradas con velas y elementos de cristal.

Nos bajamos de la moto, y él me guía hacia la puerta. Al entrar, un hombre detrás de la barra levanta la vista y sonríe al vernos. Va vestido con una camisa blanca y una chaqueta de traje negra, a juego con su corbata.

—Luca —dice el hombre, con una sonrisa cálida—. Hace tiempo que no pasabas por aquí.

—Sí, he estado ocupado —responde Luca, devolviéndole la sonrisa.

El hombre me dedica una mirada amistosa antes de dirigir su atención de nuevo a Luca.

—Ve a la mesa de siempre. Os llevo algo en un momento.

Nos dirigimos a una mesa junto a la ventana, y me siento, todavía sintiendo el leve cosquilleo de la velocidad en mis venas. Luca se sienta frente a mí y, por un instante, nuestras miradas se encuentran, como si el paseo hubiera creado un vínculo invisible entre nosotros.

—Así que... Cuervo, ¿eh? —comenta Luca con una sonrisa traviesa, retomando nuestra conversación anterior.

—¿Qué? Es un buen nombre... o eso pensé —respondo, fingiendo una leve ofensa.

Luca se ríe suavemente, y su risa tiene un tono cálido, despreocupado. —No digo que esté mal... pero creo que merece un nombre más... digno.

—¿Y qué propones, entonces? —pregunto, inclinándome hacia él.

Él se queda pensativo, como si estuviera considerando seriamente la pregunta. Luego, su expresión se vuelve divertida.

—Algo con personalidad, como... Edgar. Edgar es un nombre serio, digno de un cuervo que parece que sabe todos nuestros secretos —dice con una sonrisa que me hace reír.

—¿Edgar? —repito, divertida—. Creo que Cuervo y yo tenemos que pensarlo. No es tan fácil como parece cambiar de nombre.

Nos reímos y, por un momento, disfruto de la comodidad de estar ahí, en ese pequeño restaurante, con él. Nos sirven agua en nuestras copas de cristal.

—Poe también es un buen nombre —añade cuando el camarero se marcha—, sobre todo si te gusta la literatura oscura.

—¿Así que sabes de literatura? Interesante —respondo.

—¿Te sorprende? —arquea una ceja mientras bebe de su copa de agua, reflejando destellos a través del cristal. Se ve extremadamente elegante y atractivo solo con ese sencillo gesto.

—No me lo esperaba, si te soy sincera. Pero me gusta —añado rápidamente, con una pequeña tos que anhela eliminar esa última frase—. ¿Cuál es tu escritor favorito?

—No tengo —deja la copa sobre la mesa, sonriendo—. Ni libro favorito, ni género favorito. Ni si quiera tengo canción favorita. Hay muchos que me gustan, pero no creo en la superioridad divina de ninguno. ¿Tú tienes?

—Te entiendo —asiento levemente y miro a mis manos, que por algún motivo se han puesto a jugar solas entre ellas sin mi permiso. Las separo y rezo para que no se haya dado cuenta de mi nerviosismo—. He tenido muchos escritores favoritos a lo largo de mi vida, pero el hecho de que vaya cambiando siempre quizá te de la razón con respecto a que no hay uno que sea superior a los demás.

Nos sirven un par de platos de pasta a la trufa y una botella de agua burbujeante. Los aromas son tan deliciosos que no puedo evitar salivar.

—¿Cómo es tu historia con Poe? —pregunta después de que hayamos probado la cena.

—Poe, ¿eh? Está bien — me río, aceptando el hecho de que ya le ha puesto otro nombre—. Lo encontré explorando el bosque alrededor de mi casa. Estaba herido, no podía mover la pata. Le dolía mucho, y me dio mucha pena dejarlo ahí, solo. Ya has visto que es solo una cría, lo hubiese tenido difícil para sobrevivir. Así que decidí cuidarlo.

—Parece que se recupera rápido. ¿Pero cómo supiste lo que necesitaba para comer?

—Fui probando, no tenía ni idea al principio —me meto otro montoncito de pasta enrollada en la boca, y él me imita, asintiendo.

Cuando me termino el agua, decido probar el agua burbujeante, y el eco de una moto se oye en la calle,

—Luca... Ayer, escuché algo sobre carreras —digo, mirándolo mientras me lleno la copa—. No sé si es cierto o solo un rumor, pero me dijeron que hay gente que hace carreras en los caminos.

Luca se queda en silencio por un momento, y noto que su expresión se vuelve más seria. Es evidente que el tema le incomoda, pero al final asiente, sin intentar disimularlo.

—Es cierto —admite en voz baja—. Hay un grupo de personas... que encuentran en eso una manera de liberarse, de sentir algo que quizás no encuentran en otro lugar.

—¿Tú participas? —pregunto, aunque ya puedo intuir la respuesta.

Luca suspira, y noto una leve tristeza en su mirada.

—A veces. Aunque no siempre estoy de acuerdo con eso. Hubo un tiempo en el que... las cosas se salieron de control. Perdimos a alguien, y desde entonces, todo cambió. Para muchos, especialmente para Dante, la velocidad es la única forma de huir de todo lo demás.

—¿Y tú? —pregunto en un susurro, sintiendo la intensidad de la conversación—. ¿Por qué lo haces?

Él se queda pensativo y, tras un segundo, responde, bajando la voz.

—Por lealtad. Para no dejar a los demás solos en algo que... bueno, que ya no me da la misma emoción que antes.

Un silencio se instala entre nosotros, cargado de comprensión. La tristeza que veo en Luca me hace entender que para él, esas carreras no son solo un juego, sino algo más profundo y complicado. Es como si se hubiera quedado atrapado en un lugar al que ya no pertenece, pero del que tampoco puede escapar.

Aprovecho el silencio para cubrir su mano con la mía en un gesto de apoyo, y él me mira con una mezcla de sorpresa y gratitud.

—Gracias —murmura, apenas audible, y noto que su expresión se suaviza.

Nos quedamos así, en silencio, con las manos entrelazadas. La intimidad de este momento es tan genuina como profunda, y siento que, sin palabras, estamos compartiendo algo que no necesita explicación.

Finalmente, Luca retira la mano con suavidad, su sonrisa de siempre regresando a sus labios, aunque esta vez tiene un matiz de timidez que no le había visto antes. Me doy cuenta de que hay muchas cosas en él que quiero entender, capas que intuyo, pero que él guarda con cuidado. Él me calienta el corazón, y me gustaría devolverle el favor. El ambiente en el restaurante se ha vuelto más tranquilo a medida que las pocas personas que había se marchan.

Luca se reclina en su asiento, observándome con una mezcla de curiosidad y satisfacción.

—No pensé que alguien como tú elegiría un lugar tan apartado para empezar de nuevo —comenta.

—¿Alguien como yo?—pregunto, intrigada.

—Sí. —Él hace una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Alguien que parece... no sé, muy en control de todo. Como si lo tuvieras todo claro. —Se encoge de hombros, y noto una sinceridad en su tono que me desarma un poco.

Le devuelvo la mirada, tomándome un momento para encontrar las palabras.

—Bueno, puede que aparente tener las cosas claras... —le respondo, sin apartar la mirada—. Pero la verdad es que me da un poco de miedo no saber a dónde pertenezco.

Él asiente lentamente, su expresión volviéndose más seria.

—Creo que todos estamos buscando un lugar donde sentirnos así, aunque sea por un momento.

Decido hacer algo que me sale de forma espontánea, algo que creo que puede demostrarle lo mucho que valoro esta noche. Con una sonrisa tímida, saco mi móvil y abro la cámara, estirando la mano hacia él para incluirlo en la foto. Luca me mira sorprendido, pero se acerca, y juntos sonreímos mientras capturo el momento. Cuando miro la foto, siento una extraña felicidad, como si de alguna forma este instante fuera el comienzo de algo.

Luca sonríe al ver la imagen y me mira con una expresión cálida.

—Gracias, Lili. De verdad.

—Gracias a ti, Luca. Eres muy... —Hago una pausa, intentando encontrar la palabra adecuada—. Caballeroso.

—Y tú pareces una princesa.

Al salir del restaurante, la frescura de la noche nos envuelve y siento cómo el aire frío acaricia mis mejillas, recordándome el calor acogedor del restaurante. Luca camina a mi lado, en silencio, con las manos en los bolsillos y una expresión tranquila en el rostro.

Nos detenemos bajo la suave luz de una farola, y, aunque estoy a punto de seguir caminando, me doy cuenta de que él se ha girado hacia mí. Nos miramos en silencio, y siento que todo lo que ha pasado esta noche, cada palabra y cada sonrisa compartida, se mantiene flotando en el aire, conectándonos de una forma que no puedo explicar.

—Gracias por esta noche, de verdad —le digo, rompiendo el silencio, pero sin apartar la mirada.

Él sonríe, y me doy cuenta de que su sonrisa tiene un toque de timidez que no había visto antes.

—No hay de qué. La he disfrutado mucho más de lo que esperaba.

Sus palabras me sacan una sonrisa, y me sorprende lo fácil que es estar con él, lo natural que se siente todo.

Mientras caminamos hacia la moto, Luca hace una pausa y me mira de reojo.

—¿Sabes? —comienza, su tono algo reflexivo—. No esperaba que una simple salida a cenar se sintiera tan... —Se detiene, como buscando la palabra adecuada—. Tan cómoda.

—Sí... —asiento, disfrutando de la sinceridad en su voz—. Pienso lo mismo.

Él asiente, y me siento tentada a decir algo más, pero en lugar de eso, simplemente nos quedamos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.

Llegamos a la moto, y antes de subir, él me mira con una mezcla de diversión y curiosidad.

—Entonces, Lili... —dice, arqueando una ceja—. ¿Qué se siente que te lleven en moto?

Sonrío, riéndome de su tono despreocupado.

—Cada vez me gusta más —respondo, sabiendo que mis palabras son más sinceras de lo que quizás debería admitir.

Luca suelta una risa suave y se coloca el casco, ayudándome luego a ajustar el mío. Mientras lo hace, siento el roce de sus dedos en mi barbilla, un contacto breve, pero que hace que mi corazón se acelere.

—Perfecto. Entonces, princesa... —dice con un tono juguetón, y siento un calor en el rostro al escuchar su apodo—. Asegúrate de no soltarte en el camino de vuelta.

Asiento, sin poder ocultar una pequeña sonrisa, y me aferro a él, rodeando su cintura con confianza. La moto arranca y, en el trayecto de regreso, el silencio entre nosotros no se siente incómodo; es una especie de acuerdo tácito.

Las luces de Lirium y luego la oscuridad del bosque pasan a nuestro alrededor mientras avanzamos, y aunque el viento y la velocidad llenan el momento de emoción, siento que también hay una paz que antes no estaba ahí. La velocidad se vuelve secundaria, casi un susurro que acompaña la sensación de una cercanía que no necesita palabras.

Finalmente, llegamos a mi casa y la moto se detiene suavemente junto al porche. Me bajo y me quito el casco, y él hace lo mismo, observándome con una expresión calmada.

—Gracias, Luca. Ha sido... —digo, y en mi voz hay una mezcla de gratitud y algo más, algo que no termino de expresar.

Él asiente, con esa sonrisa suave que parece comprender más de lo que dice.

—Lo sé.

Nos miramos un momento más, un silencio que se interrumpe cuando se vuelve a poner el casco y se sube a su Ducati. Se gira a mirarme y me hace un gesto de despedida antes de arrancar y desaparecer en la oscuridad del bosque.

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