Capítulo 10
Decido buscar algún libro en la pequeña estantería del fondo de la cafetería para despejarme de la conversación tan intensa que acabo de tener con los chicos. Hay algo encantador en esa sección de libros usados, como si cada uno de ellos guardara secretos de sus antiguos dueños. Paso los dedos por los lomos, leyendo los títulos, hasta que veo uno que me llama la atención, una novela clásica que recuerdo haber querido leer desde hace tiempo: Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë. Es un clásico que siempre quise leer pero que nunca había tenido tiempo de empezar. Hay algo en la idea de una historia oscura y de amores intensos que me atrae.
Extiendo la mano para sacar el libro del estante justo cuando otra mano, tan rápida como la mía, lo alcanza también. Siento el roce y me vuelvo, algo sorprendida, encontrándome con una chica de mi edad que me observa con una mezcla de asombro y diversión en el rostro. Tiene el cabello oscuro y una sonrisa fácil, y su expresión muestra la seguridad de alguien que ya conoce bien este lugar.
—¡Vaya! Parece que tenemos el mismo gusto literario —bromea, riendo con una voz que suena cálida y cercana.
—Parece que sí. La verdad, siempre quise leerlo, pero nunca me he atrevido... No es una historia cualquiera —respondo, sintiendo que no tengo que fingir nada en su presencia.
—Es justo por eso que es mi favorito —dice, bajando la voz casi en un susurro—. Esta historia... no se parece a nada. Las relaciones que describe son tan... brutales y apasionadas. —Hace una pausa, con una sonrisa melancólica—. Me recuerda que no todo tiene que ser perfecto para ser verdadero.
La intensidad de sus palabras me toma por sorpresa, y noto que siento algo parecido. Las historias complejas siempre me han atraído, sobre todo cuando exploran los aspectos oscuros de las emociones. Quizás porque me siento identificada, de alguna forma, con ese deseo de huir y encontrar algo auténtico, por mucho que duela.
—Creo que necesito algo así ahora mismo —murmuro, casi sin querer, sintiendo que ella entiende lo que quiero decir.
—Yo también lo releo cada vez que necesito un recordatorio de que a veces, en la vida, el amor puede ser complicado, y aun así... valioso. —Parece pensativa por un momento, como si recordara algo personal.
Hay un silencio entre nosotras que no se siente incómodo. Luego, extiende la mano con una sonrisa amigable.
—Soy Victoria.
—Lili. Encantada —respondo, estrechando su mano.
Victoria sonríe y, con naturalidad, me invita a sentarme. Acepto, sorprendida de lo fácil que resulta hablar con ella, como si nuestras almas estuvieran en la misma sintonía. Pedimos café, y pronto estamos inmersas en una conversación que fluye como si fuéramos viejas amigas.
—¿Por qué te interesa Cumbres Borrascosas? —me pregunta, apoyando la barbilla en la mano mientras me observa, curiosa.
—Es complicado —respondo, sintiendo que puedo ser honesta con ella—. Supongo que... siempre he querido encontrar una historia que no fuera idealizada, algo que mostrara la crudeza de las emociones reales, incluso cuando duelen.
Victoria asiente, como si entendiera perfectamente.
—Esa es la razón por la que yo volví a este libro tantas veces. Me gusta esa autenticidad, esa intensidad que no se oculta.
La conversación se desvía hacia nuestras vidas y nuestras historias. Le hablo un poco sobre mi reciente mudanza, y ella me cuenta que creció en este lugar y que le encanta su mezcla de calma y caos.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? —pregunto, curiosa.
Ella asiente, revolviendo su café de forma distraída, como si eso le ayudara a ordenar sus pensamientos.
—Sí—dice Victoria—. Llegué hace unos años buscando tranquilidad. Antes vivía en la ciudad... y, bueno, digamos que el caos era divertido hasta que dejó de serlo.
—¿Y cómo terminaste aquí? —pregunto.
—No fue un plan maestro, si eso es lo que piensas. —Hace una pausa—. Pero hay algo en este lugar, ¿sabes? Aunque no sea mi hogar de siempre, ahora me siento más yo misma aquí que en ningún otro sitio. Es difícil explicarlo. Es... la calma, sí, pero no solo eso. Es como una mezcla de orden y caos. No sé cómo explicarlo mejor.
Me quedo pensando en lo que dice y asiento, sintiendo que comprendo a lo que se refiere. Incluso en el poco tiempo que llevo aquí, he sentido esa dualidad, esa paz que puede convertirse en misterio cuando cae la noche.
—Creo que sé a qué te refieres —digo finalmente, recordando mis propias experiencias en la casa y en el bosque. La tranquilidad a veces puede ser engañosa.
Ella me observa, como si quisiera ver si hay más detrás de mis palabras, y luego sonríe.
—Y tú, ¿qué te hizo venir hasta aquí? —pregunta, con genuina curiosidad.
—Es complicado... —digo, tomando un sorbo de mi café para darme un segundo para pensar. Al final, decido ser sincera—. Supongo que también buscaba esa tranquilidad, aunque todavía no sé si era exactamente lo que necesitaba.
—No estás segura —dice ella, y asiente como si lo comprendiera perfectamente—. A veces, no se trata de lo que buscas, sino de lo que encuentras. Quizás este sitio te dé algo que ni siquiera sabías que querías.
Sus palabras me sorprenden. Hay algo en Victoria que parece muy seguro y decidido, como si realmente supiera lo que dice. Por un momento, me siento vulnerable al hablar de esto, pero me reconforta la forma en que ella escucha sin juzgar.
—¿Te has arrepentido alguna vez? —pregunto, queriendo entenderla mejor.
Victoria se queda pensativa antes de responder.
—No lo llamaría arrepentimiento... a veces es más bien una mezcla. Echo de menos la emoción de la ciudad, esa sensación de que siempre hay algo por descubrir. Pero aquí... tengo algo que allá nunca tuve. Aquí siento que pertenezco, aunque de vez en cuando me den ganas de huir otra vez.
Ambas nos quedamos en silencio unos segundos, como si esas palabras fueran una verdad compartida entre nosotras. De alguna forma, me siento aliviada de conocer a alguien que entiende esa mezcla de sensaciones, ese deseo de encontrar un lugar donde encajar y al mismo tiempo el impulso de escapar de todo.
—Deberías venir a tomar una copa esta noche con mis amigos —dice de repente, sonriendo—. Así puedes conocer el otro lado de este "pueblo tranquilo".
La idea de pasar una noche fuera, en buena compañía, me resulta tentadora. Acepto sin pensarlo dos veces, agradecida de haber encontrado a alguien que parece tan afín a mí.
La noche cae, y me encuentro de nuevo con Victoria en la entrada de un bar local, donde la música suave se mezcla con las voces de la gente. Ella me da la bienvenida con una sonrisa animada y me presenta a sus amigos, un grupo variado que enseguida me hace sentir parte de la conversación. Todos parecen conocerse bien y hablan con un tono distendido que se contagia fácilmente.
Me los presenta uno a uno: Nico, un chico de cabello rizado que bromea sin parar; Raquel, de personalidad más reservada pero amable; y Laura y Sara, que me saludan con entusiasmo.
Pasamos un rato hablando de libros, de películas y de música, y siento que estoy encajando en el grupo mejor de lo que había esperado. Me resulta refrescante, como si finalmente estuviera conectando con alguien en este lugar.
En medio de una carcajada colectiva, escucho el rugido de varias motos que pasan a toda velocidad por la carretera cercana. El ruido es fuerte, vibrante, y hace que mis ojos se abran con sorpresa. Miro hacia la ventana, tratando de distinguir algo, pero las motos ya han pasado.
Nico se ríe al ver mi expresión.
—¿Es la primera vez que oyes a los "locos de la carretera"? —pregunta, sonriendo.
—Sí. ¿Qué fue eso? —pregunto, con una mezcla de curiosidad y emoción.
Raquel se ríe y hace un gesto hacia la carretera con la cabeza.
— Bienvenida al lado oscuro del pueblo. Son las carreras nocturnas. Se han vuelto casi una tradición para algunos aquí. Peligroso, pero... creo que es su manera de desafiar al mundo.
Miro a Victoria, tratando de entender mejor. Ella parece divertida y baja la voz como si fuera a contarme un secreto.
—Sí, aunque no todo el mundo aprueba... el método —añade Victoria, con una expresión que mezcla diversión y cautela.
Me sorprendo por un momento, procesando la idea de que este pequeño pueblo tranquilo tenga un lado tan secreto y lleno de adrenalina. La intriga me invade, pero decido no preguntar demasiado.
Después de unos cuantos brindis, parece que el alcohol empieza a hacer efecto en Nico, que de repente lanza un par de bromas cada vez más exageradas y rompe a reír solo, contagiándonos a todos. Victoria le da un codazo, pero su propia risa la traiciona.
—Creo que alguien se ha pasado un poco con las copas, ¿no, Nico? —bromea Raquel, mientras Nico intenta mantenerse en pie, exagerando su tambaleo a propósito para hacernos reír más.
Victoria rueda los ojos y se levanta, con una sonrisa divertida. —Va, venga, antes de que alguien se caiga de verdad. Vamos, caballerito, hoy tendrás escolta hasta la puerta de tu casa.
Nos reímos mientras todos nos levantamos y rodeamos a Nico, que finge estar al borde del desmayo. Nos dirigimos hacia la salida del bar en grupo, acompañándolo mientras él se apoya en cada uno de nosotros por turnos, entre carcajadas.
La noche es fresca y el aire limpio de las montañas me llena los pulmones. Los faroles del pueblo proyectan sombras largas en la calle empedrada, y el murmullo de nuestras voces parece resonar en el silencio nocturno.
—¿Sabéis? —murmura Nico mientras avanzamos por la calle, y su tono tiene una pizca de dramatismo cómico—. Con amigos así, iría al fin del mundo. Incluso... incluso al otro lado del pueblo.
Nos reímos, y Victoria, a su lado, le lanza una mirada divertida. —Lo dices ahora, pero a ver si mañana te acuerdas siquiera de esta caminata.
Raquel me sonríe desde el otro lado de Nico, compartiendo un gesto de complicidad.
—Ya ves, Lili, aunque no lo parezca, a veces el pueblo tiene más vida de la que se ve a simple vista.
—Sí, eso estoy empezando a descubrir —respondo, sintiendo que cada paso nos une un poco más.
Cuando finalmente llegamos a la casa de Nico, él hace una gran reverencia de agradecimiento, y nos despedimos con risas y promesas de vernos pronto. El grupo se va dispersando en distintas direcciones, y Victoria y yo seguimos caminando juntas un trecho.
—¿Sabes? Esta noche ha sido de las mejores desde que llegué aquí —le digo, sintiéndome extrañamente reconfortada.
Victoria me sonríe, dándome una suave palmada en el brazo.
—Me alegra escucharlo. Lo que me faltaba aquí era una nueva compañera para las noches de caos —dice, guiñándome un ojo.
Nos despedimos al llegar a una bifurcación en el camino, y la veo alejarse, su figura proyectando una sombra larga bajo los faroles. Me quedo en silencio, observando cómo la noche se cierra a mi alrededor. La brisa mueve las ramas de los árboles, y el eco lejano de una moto resuena en el aire, recordándome que en este lugar tranquilo también hay secretos que esperan ser descubiertos.
Camino hasta mi coche, sintiendo la emoción de haber encontrado personas con quienes compartir mis días aquí y la curiosidad latente de todo lo que aún me queda por conocer en este extraño y fascinante lugar.
Es mediodía cuando salgo de casa, todavía recordando la noche anterior con Victoria y el grupo. El recuerdo de las risas y las anécdotas compartidas aún me saca una sonrisa, aunque el cansancio sigue un poco presente.
Estoy saliendo de una tienda de comestibles cuando, al girar una esquina, me encuentro con Dante, apoyado despreocupadamente en su moto y con la mirada fija en el horizonte, como si esperara a alguien o estuviera tomando un descanso. Va todo vestido de negro, una especie de traje de cuero ceñido que le resalta su cuerpo musculoso. Él se da cuenta de mi presencia y se gira hacia mí, esbozando una media sonrisa, tan confiada como siempre. Un mechón de pelo negro le roza la frente, haciendo que casi se me caiga la bolsa que llevo en la mano.
—Vaya, Lili. —Me observa de arriba abajo, con ese aire divertido que parece caracterizarlo, y que solo consigue ponerme más nerviosa—. ¿Explorando el pueblo?
Intento mantener la compostura.
—Algo así. Y tú... ¿qué haces aquí?
Dante se encoge de hombros, fingiendo un aire casual.
—Digamos que estoy esperando a ver qué pasa.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y, sin pensarlo demasiado, decido lanzarme y tantear el terreno. La curiosidad puede más que mi cautela, y me atrevo a preguntarle algo que lleva rondándome la cabeza desde la noche anterior.
—Escuché algo sobre... carreras —digo, intentando que suene casual, pero veo cómo su sonrisa se amplía de inmediato.
Dante ladea la cabeza, mirándome con una expresión divertida y calculadora, como si hubiera estado esperando esta pregunta.
—¿Ah, sí? ¿Y qué has escuchado, encanto? —responde, como si fuera un tema cualquiera, pero en sus ojos hay un brillo de desafío.
—Que aquí algunos se entretienen con eso —contesto, y no puedo evitar mirarlo con una mezcla de curiosidad y cautela. El corazón se me acelera cuando su mirada reposa por un momento sobre mis labios.
Su sonrisa se torna más oscura, y, sin apartar los ojos de los míos, se cruza de brazos, con aire despreocupado, como si fuera inmune a todo.
—¿Carreras? Qué interesante —murmura, con un tono burlón—. Y dime, Lili, ¿qué opinas tú de eso?
—Depende —respondo, sin perderle la mirada—. Supongo que puede ser... arriesgado, para algunos.
Dante se ríe suavemente y da un paso hacia mí, bajando un poco la voz, como si estuviéramos compartiendo un secreto. Puedo oler su aroma, una mezcla de cuero y menta.
—No todo el mundo está hecho para el riesgo. —Sus ojos se clavan en los míos, y siento que estoy siendo evaluada, como si me estuviera poniendo a prueba.
Intento no reaccionar, aunque el ritmo de mi corazón no coopera. Su cercanía y el aire intenso que le rodea son difíciles de ignorar.
—¿Y tú? —pregunto, sin apartar la vista—. ¿Estás hecho para el riesgo?
Dante sonríe, satisfecho con mi pregunta, y durante un momento se queda en silencio, como si lo disfrutara. Luego, con esa arrogancia natural que tiene, dice:
—Digamos que el riesgo y yo nos llevamos bien. ¿O te sorprende?
Niego con la cabeza, intentando no dejarme intimidar, aunque su actitud me descoloca. La forma en que me mira hace que me sienta como si él ya supiera de antemano cuál sería mi reacción.
—Nada en ti me sorprende... todavía —respondo, lanzando una pequeña provocación, aunque el tono de mi voz suena más desafiante de lo que pretendía.
Dante se inclina un poco hacia mí, sin borrar la sonrisa.
—¿Eso es un reto, Lili?
Siento el calor subiendo a mis mejillas, pero mantengo la mirada.
—¿Lo quieres tomar como un reto?
Él se ríe de nuevo, y la profundidad de su mirada me hace sentir atrapada en una especie de juego del que solo él conoce las reglas.
—Bueno, ya sabes que algunos retos merecen la pena —dice en un susurro. Luego, vuelve a echarse hacia atrás y se coloca el casco en la mano, como si la conversación hubiera terminado.
Antes de subirse a la moto, se vuelve una última vez hacia mí, y en sus ojos hay una chispa de desafío.
—Si algún día te cansas de buscar respuestas, Lili... puede que encuentres algo interesante en las preguntas.
Arranca la moto sin esperar respuesta, y el sonido del motor retumba en el aire mientras se aleja, dejándome con una sensación de vértigo que no puedo explicar. La intriga me quema por dentro, y aunque no sé hasta dónde quiero llegar, una parte de mí desea seguirle el juego.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top