Capítulo Uno

Hay algo en el ambiente nocturno —especialmente en las fiestas—, que me fascina. Quizá es porque la gente puede ser libre por unas horas y olvidarse de todos los problemas; o quizá es que no tienen que fingir lo que no son bajo las luces neón y la música a todo volumen, solo disfrutan.

Justo lo que me ocurre a mí.

Si mi familia supiera que trabajo por voluntad propia en una discoteca como camarera, se escandalizarían, llegando al punto de que creerían que es casi el fin del mundo y me obligarían a dejarlo, sin tener en cuenta mi opinión.

Por eso se lo oculto —entre otros muchos motivos—, porque no quiero que decidan ese aspecto de mi vida. No cuando ya lo han hecho desde que tengo memoria.

Esta fue una de las primeras decisiones que tomé por mí misma y sin presiones, una de la que estoy muy contenta, y pienso alargar al máximo el secreto mientras pueda.

—Veinte euros a que esos dos acaban besándose. —Uno de mis compañeros en la barra de hoy, Arnau, señala a una chica y un chico que están apoyados en una columna, hablando—. Él está poniendo mucho esfuerzo.

Los observo y frunzo el ceño. No, no parece que vayan a ir a más. Ella está aún tensa, la forma en la que agarra el vaso, con la palma por encima, demuestra que no se siente en total confianza y que no se fía de él. Tampoco la culpo; es mejor ser precavida.

—Que sean treinta a que ella se marcha con sus amigas en cuanto tenga oportunidad.

Arnau cruza los brazos, haciendo que sus músculos se marquen más en la camiseta negra apretada que lleva, y me mira con cierta condescendencia.

—¿Seguro que quieres perder tan fácil el dinero? —Arruga un poco la frente justo cuando una de las luces se refleja en su piel olivácea—. Luego no querré quejas ni que me intentes manipular.

—Lo subo a cuarenta —reitero muy convencida.

—Uy, que me vas a hacer rico —bromea y me da una palmada cariñosa en la espalda. Adoro a Arnau desde el primer día que comencé a trabajar aquí, sobre todo desde que me di cuenta de lo mucho que nos complementamos por lo parecidas que son nuestras personalidades—. ¿No deberías quejarte de que no se apuesta sobre esas cosas y que está feo?

—¿Por qué? —Me encojo de hombros, es obvio que si estoy siguiéndole el juego es que no me molesta—. ¿Acaso me estás diciendo eso porque quieres que me eche atrás? Sabes que lo éticamente correcto me da igual. Sobre todo cuando me hace falta el dinero.

—Dinero que vas a perder... —añade entre risas.

Justo en ese momento, ambos se acercan a nuestra barra y me adelanto para ser la que los atienda. Sí, estoy segura de que voy a ganar, pero si acelero un poco el proceso, solo por si acaso, no es nada malo.

—¿Qué os pongo? —Parpadeo más rápido de lo habitual mientras miro al chico. He captado su atención, así que me relamo el labio inferior, que llevo pintado de un sutil rojo, para acabar mordiéndolo de forma sutil—. ¿Hola?

Wow.

No falla. Qué básicos son los hombres cuando quieren. Tampoco he hecho nada del otro mundo, pero se le ve muy joven —o en otras palabras, fácil de impresionar—, si no me equivoco, debe tener unos diecinueve años más o menos, y aunque no sea mucho mayor, siento que hay un abismo entre nuestras edades.

¿Se me veía tan inocente hace cinco años?

—De eso no tengo, lo siento —bromeo y miro a la chica, que está observando la situación. Debo caerle mal, pero le estoy haciendo un favor—. Vais juntos, ¿no? Así os atiendo a la vez y es más rápido. —Es gracioso cómo responden a la vez de forma totalmente contradictoria, lo que lleva a que la chica se marche, muy indignada—. Creo que te has quedado sin cita. Te invito a un chupito porque me sabe mal.

—¿Y si me invitas a darme tu número?

Río y preparo todo para hacer lo que le he dicho, sirviendo el mini vaso y el alcohol que la gente suele pedir en estos casos. No es el primero —ni el último—, que se interesa por mí mientras trabajo. Es algo bastante común y que nos pasa a la mayoría del equipo; es normal, no nos han contratado solo por nuestras perfectas nociones en la hostelería, también por nuestro aspecto físico, porque así los clientes se acercan más a la barra y gastan más dinero.

—Si dices bien mi nombre a la primera, te doy mi teléfono —le reto—. ¿Te atreves?

No lo conseguirá; menos a la primera. Hacerlo de este modo es mucho más divertido que darle una negativa directa, así sigo siendo amable y no se va a marchar enfadado. Incluso ha habido chicos que lo han intentado varias veces, siempre pagando una consumición, lo que se convierte en beneficio para mí.

—Claro, tampoco puede ser tan difícil. —Sonrío, pobre iluso. Aprovechando el cambio de canción a una un poco más lenta, me acerco a su oído y le digo mi nombre. El cambio en su expresión es tan evidente que no puedo no reír, victoriosa—. ¿En serio?

—Totalmente. —Niega con la cabeza; se ha rendido—. Buena suerte.

Se acaba el chupito muy rápido y se marcha, por lo que aprovecho para limpiar la barra.

—Has hecho trampa.

—¿Yo? —Pongo mi mejor expresión de niña buena y hago un pequeño puchero mirando a Arnau. Cuando se molesta, como ahora, se le nota un poco el acento que ha heredado de su padre—. No sé de qué me hablas.

—Has saboteado nuestra a propósito.

Qué calada me tiene.

—No sé de qué me hablas —sigo haciéndome la inocente—, no es como si hubiera coqueteado un poco con él, le hubiese invitado a un chupito y sugerido que, si pronunciaba bien mi nombre, le daría mi número.

Arnau enarca una ceja, pero no se enfada; al contrario, me abraza como si le hubiese hecho mucha gracia.

—Adoro estas cosas tuyas, Yizhuo —asegura, guiñándome un ojo—. Como tu nombre es tan fácil, acabas ganando siempre.

—De hecho, lo es —rebato, apartándome el pelo hacia un lado—. Si lo comparas con el de mis padres o hermanos, incluso el de mis sobrinos... —Aprieto los labios. Puedo entender que para alguien que no esté acostumbrado al chino resulte complicado, pero en realidad es sencillo—. Además, a ti no te costó mucho.

—Porque soy genial.

La noche, aunque sea viernes, es bastante tranquila. O al menos eso parece, no hay más gente de lo habitual y podemos hacer pequeños descansos en los que aprovechamos para bailar —a ambos nos encanta—, y hacer el tonto. De todos mis compañeros de trabajo, él y María, que es la encargada, son con los que me llevo mejor.

Sobre las tres y media, justamente María me hace un gesto desde una de las salidas para que vaya con ella.

—Tienes que cambiarte de barra —menciona y aunque sea una orden, no me importa. Viniendo de ella no—. Han llegado varios grupos en la zona vip y eres la que más idiomas sabe de la plantilla.

—Vale, voy.

—Espera —pide, cogiéndome de la mano—, no quiero que pienses que es porque uno de los grupos es...

En otra situación me hubiera hecho la ofendida, solo para sacarla de quicio —adoro hacerlo—, pero con estos temas, y sobre todo con ella, prefiero comportarme. María es de esas personas que se pasan de correctas y formales, siempre teniendo todo bajo control y una fiel seguidora de las normas. Antes de decir algo se asegura, al menos tres veces, de que no va a ofender a nadie ni que se la puede malinterpretar.

—María, que hay confianza —la corto, sonriéndole para que vea que no me importa—. Sé que no es por eso. Además ni que el chino fuera el único idioma que sé hablar. Quizá me estás reclamando por mi increíble dominio del catalán

Antes de ir a la barra de la zona más exclusiva, me ato el cabello en una coleta, comprobando en uno de los espejos que está bien. Si me han pedido que vaya ahí es que habrá mucho trabajo y prefiero que el pelo no me moleste en la cara.

Si tuviera que elegir, me quedaría siempre en las barras normales. Allí la gente suele ser mucho más amable y no van con esos aires de superioridad que me ponen de los nervios. Casi siempre que tengo pequeños altercados son en la zona vip.

Al llegar entiendo lo que me ha querido decir María; hay un grupo bastante grande de asiáticos, que por su ropa deben ser empresarios que acaban de cerrar un trato y lo están celebrando. No entiendo qué hacen aquí, o por qué han elegido este sitio, pero no me voy a quejar, suelen dejar muy buenas propinas.

—¡Te vas a casar, hermanita! Ya era hora, en realidad.

No suelo escuchar conversaciones ajenas, pero cuando dejo la botella de la mejor ginebra que tenemos —y que cuesta más que mi sueldo— encima de la mesa de otro reservado, acompañado de bengalas que iluminan un poco sus rostros, me es inevitable. Además, hablan en una mezcla de catalán, castellano e inglés que me resulta de lo más curiosa.

Antes de marcharme, compruebo que tienen vasos suficientes, al igual que hielo, bebidas de mezcla o cualquier cosa que puedan necesitar.

—Espera. —A la que creo que iban dedicados las felicitaciones y gritos me mira—. Como debes haber escuchado, voy a casarme.

—Sí, lo he escuchado. Muchas felicidades.

¿Va a quejarse de que esté tardando más tiempo de lo normal? Solo estoy haciendo mi trabajo. No lo parece, no por cómo me mira. Se nota que la mayoría de los que están sentados han pasado ya el umbral de estar achispados por la forma en la que se ríen y hablan.

Todos menos uno, que tiene sus ojos clavados en mí.

—Bebe con nosotros una copa para celebrarlo —me pide la chica de golpe—, por favor.

—Lo siento, pero estoy trabajando y...

—Por favor —insiste. Sus ojos, que por la luz de la bengala parecen grises, son muy expresivos. No hay segundas intenciones, o eso creo, es solo que está contenta por el momento y quiere compartirlo con todo el mundo—, aunque sea un chupito. No puedes hacerle ese feo a una futura novia, ¿no?

No entiendo su interés, tampoco he visto que haya invitado a la otra camarera que los ha atendido antes.

—Si no quiere, no insistas —comenta el que primero estaba gritando.

—Tú calla, que es nuestra fiesta. —Señala al hombre de su lado, que tiene la mano encima de su rodilla. Supongo que debe ser el futuro marido—. ¿Me harás insistir mucho más? Porque odio hacerlo.

Con el tiempo he aprendido que llevar la contraria a los clientes es contraproducente; no solo porque se genera un ambiente negativo, también porque gastan menos dinero. Si están contentos, acaba por beneficiarme.

—Solo uno —concedo, con una sonrisa.

Por mucho que me niegue a que sea de la botella cara, la chica insiste y no puedo hacer nada. Tampoco soy tonta y no rechazo algo que probablemente no pueda probar más.

Me lo acabo lo más rápido que puedo para poderme marchar cuanto antes, pero al notar aún la mirada de ese hombre —que no ha dejado de hacerlo desde que he llegado—, casi me atraganto.

No sé qué es lo pretende poniendo tanta atención en mí, ¿quiere que le diga algo? ¿le falta alguna bebida? Mi compañera no me ha indicado nada, tampoco María, así que estoy perdida. Analizo de forma rápida —otra vez— si falta algo en su mesa.

Ahí, aprovechando que se supone que estoy repasando que esté todo, es cuando lo miro de forma disimulada. Es un hombre muy atractivo, con unos profundos ojos azules que parecen irreales. Aunque lo que más me llama la atención son sus manos; grandes y varoniles.

¿Qué será capaz de hacer con ellas? ¿Qué sería capaz de hacerme a mí?

Intento recomponerme —porque mi mente me ha traicionado—, y después de agradecer varias veces que me hayan invitado, vuelvo a la barra y sigo haciendo mi trabajo; sin embargo, tengo la sensación de que no dejan de observarme.

Hago como si nada, atendiendo a todo aquel que necesita una bebida, pero sé muy bien que el que me está mirando tanto es ese hombre.

¿Qué se supone que quiere?

—Hola. —Me giro, ya que estaba dejando una botella en su sitio, y lo veo. Es él—. Hola —repite.

Su voz es como sus manos, una delicia que hace que mis pensamientos no sean muy normales. Ahora que está de pie veo que también es alto. ¿Tiene algo malo, algún defecto que no se vea a simple vista?

—Hola —respondo esperando a que me diga qué bebida quiere. No lo hace—. ¿Os falta algo? ¿Quieres una bebida en concreto?

—Ah, no, todo está bien —niega y se arremanga un poco la camisa. Sin duda tiene dinero, su reloj es muy caro—, es casi imposible que nos acabemos todas. Aunque a saber, ahora están bailando y vendrán sedientos.

—¿Queréis que os sirva varias botellas de agua?

—Estoy seguro de que eso puede hacerlo alguna de tus compañeras. —Desprende una seguridad que es muy atrayente. Es guapo y lo sabe; lo está usando a su favor—. Me llamo Oriol.

Sonrío. Ya lo entiendo; está intentando ligar conmigo. Por eso me miraba, quería llamar mi atención de algún modo.

No es que no me halague —a una siempre le sube el autoestima este tipo de cosas—, pero es que, por muy guapo que sea, creo que me saca demasiados años para mi gusto.

—Encantada, Oriol.

—¿No me vas a decir tu nombre?

—Eso tendrías que ganártelo, ¿no crees? Si lo digo así, sin más, pierde un poco la gracia. —Alza ambas cejas y entorna los ojos, le ha gustado mi respuesta. Sin dejar de mirarme, se inclina un poco hacia delante—. ¿Algo más?

—¿Me estás echando?

—Tú estás aquí pasándotelo bien, yo trabajando.

Voy hacia otro lado de la barra al ver que otros clientes me llaman. Intento no desviar la mirada hacia él, que sigue en el mismo sitio, observándome con una sonrisa. No sé qué le resulta tan divertido. Si quiere pasar la noche con alguien, estoy segura de que hay infinidad de mujeres —y hombres—, que estarán dispuestos. Por su aspecto no debe de tener problemas para ello.

—¿Si te pido una copa puedo quedarme aquí? —vuelve a hablarme cuando estoy atendiendo a un chico a su lado—. Y hablar contigo, claro.

—¿No prefieres celebrar con tus amigos que se van a casar?

—Para mí estaban casados desde hace tiempo, esto es solo un trámite —responde con rapidez. Es como si supiera lo que voy a preguntar antes de que lo haga—. Tienen un hijo en común, ¿no es eso compromiso suficiente?

—Depende —admito apretando los labios. Es mucho más ambiguo y largo que eso—. Querer compartir tu felicidad con tus amigos y casarse es romántico.

—Así que eres de esas...

—Adivino, tú eres de los que no cree en el amor —apunto y dejo de limpiar vasos para estar totalmente pendiente de la conversación..

Era obvio, todo en él lo grita.

—Sí y no. —Ladea un poco los labios y pone una mueca—. Creo en el amor porque veo a mis amigos, pero...

—¿Pero? —insisto.

Sé que he entrado en su juego —es demasiado obvio—, pero la conversación me resulta interesante en cierto modo. Eso y que también es muy atractivo y me gusta alegrarme la vista.

—No considero que sea para mí.

—Curioso que estés intentando ligar conmigo, ¿no?

—¿Intentando? —repite mi palabra y se ríe—. Lo estoy consiguiendo.

—Estás muy seguro de ti mismo.

Demasiado. Eso ya me hace pensar que está acostumbrado a ganar en este tipo de situaciones. Debe ser su táctica, mirar mucho a alguien, captar su atención y atacar.

—Tú misma has dicho antes que estabas trabajando. —Asiento; al menos me escucha—. Y estás hablando conmigo, eso demuestra que tienes cierto interés por mí.

—O que quizá no estoy tan ocupada...

—¿Tanto te cuesta admitir la verdad?

—Será tu verdad. —Por si alguno de los jefes me ve, decido servirle una copa con lo que creo que estaba bebiendo el reservado—. ¿Ves? Sigo trabajando mientras hablo. Puedo hacer varias cosas a la vez.

Él me entiende sin necesidad de que se lo explique, ya que me da un billete de cincuenta.

—¿Si te digo que te quedes con el cambio pensarás que estoy intentando sobornarte para que sigas hablando conmigo?

—No —miento. Me lo ha parecido, pero decido jugar un poco con él para ver a dónde llega.

Además, es más divertido así.

—¿Y para que me digas tu nombre?

—Para eso tendrías que pagar mucho más —bromeo y río.

Puede que sí que esté algo interesada en él. Al menos se está esforzando un poco.

—Cuéntame algo de ti —pide, dando un sorbo a la copa que le he servido—. ¿O quieres seguir siendo misteriosa?

—Que no te diga mi nombre no me hace misteriosa, Oriol —ronroneo el suyo queriendo, solo para ver su reacción. Sonríe sin que se le vean los dientes, le ha gustado—. Pregunta y puede que te responda.

—¿Puede? —Asiento de forma sutil—. Así que tendré que probar suerte... —Traga saliva, preparándose—. Sé que es de muy mala educación, pero ¿debo preocuparme por tu edad?

Si fuera menor de edad, no estaría trabajando aquí, pero que se haya preocupado —en cierto modo— con algo tan básico me da una ligera idea de su personalidad.

—Tengo veintitrés.

Me callo el hecho de que suelen decirme que aparento menos.

—Bien... —Vuelve a dar otro sorbo de la copa—. Sé de lo que trabajas, tu edad, pero sigues sin darme tu nombre...

—Le estás dando demasiada importancia a algo que no la tiene.

—Es educación básica.

—Así que eres de esos... —uso su misma frase en su contra y eso le causa gracia—. De esos hombres caballerosos con grandes modales.

—¿Sabes qué? —Niego y él me hace un gesto para que me acerque con la excusa de que el ruido de la música es muy alto—. Si te digo lo que estoy pensando en hacerte, que no es poco, estoy seguro de que no creerías que soy un caballero de excelsa educación.

La piel se me eriza solo con oírlo. Ha dejado claras sus intenciones.

—¿Crees que me voy a asustar?

Hay algo en él atrayente, como una fuerza magnética que me hace mirarlo. Sé que es una mala idea, que debería haber cortado la conversación mucho atrás, pero no quiero.

Me da igual que sea mayor que yo. Me da igual que todo en él indique que es un hombre del que hay que alejarse; nunca me he llevado bien con mi parte más racional.

—Al contrario, estarías deseando que se hicieran realidad. —Sus amigos le llaman y rompen la magia del momento. Si no lo hubieran hecho, lo más probable es que le hubiese dicho que viniera conmigo a una sala de descanso—. ¿Si te espero al cierre vendrías conmigo?

—¿Y así hablamos con más tranquilidad?

Quiero ver su reacción, ver si se decepciona por la posibilidad de que solo quiera eso. Si le molesta, no lo demuestra.

—Si es lo que quieres, no tengo problema. —Se acaba la copa de un solo trago y sonríe—. Te invito a desayunar, pero con una condición.

—¿Mi nombre?

Asiente y se marcha, haciéndome un gesto para que le diga que sí a marcharnos juntos. Lo tengo muy claro; no lo haré.

Ha sido divertido, pero un hombre como él solo indica peligro.Y aunque sea temeraria, hay riesgos que es mejor no cometer.






Y aquí tenemos el primer capítulo jeje. ¿Qué os ha parecido? Os leo. 

Estoy muy nerviosa, la verdad. Espero que os guste la historia tanto como a mí me está gustando escribirla :)

Muchos besos xx

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