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El vuelo a Colombia sucedió sin problema alguno. Emiliano estaba huyendo de la ley por un crimen que no cometió, cosa que ninguno se imaginaría hacer en la vida, aunque él lo estaba realizando. Llegó al aeropuerto de Colombia y pronto se dirigió a un hotel 5 estrellas y se hospedó en la suite dorada.

Todo iba de acuerdo al plan, nada fuera de lo normal y esperaba que en México ya se estuvieran arreglando las cosas.

No era así.

De hecho, la teniente Piper seguía arrestando a los implicados. Fang fue encontrado en su oficina, Buster en plena despedida de soltero y, como sabemos, Emiliano escapó.

— Nos falta uno —dijo el comandante Rico.

— ¡Es cierto! Falta el desgraciado ése... —dijo Piper, por eso la miró Rico extrañado de su actitud.

— No pensé que le importara mucho este caso, teniente...

— ¡¿Cómo no me va a importar?! ¡Si el muy infeliz me dijo gorda! —entonces Rico comprendió el enojo de su teniente, ella estaba así porque le habían dañado el orgullo y ahora, ¿quién se lo sacaba de la cabeza?

— No se preocupe, Piper —dijo seguro el comandante— encontraremos rápido a el hombre que le dijo ese apodo tan malo. Encontraremos a Emiliano.

— Pero dígame la verdad, comandante... —murmuró Piper sonrojada— ¿estoy gorda?

— Tranquila, teniente —Piper sonrió— nadie le presta atención a esas cosas —la sonrisa de ella desapareció y se marchó ofendida.

Rico solo podía preguntarse qué había dicho de malo. Mujeres, ¿quién las entiende?

En Bogotá, mientras tanto, Emiliano buscaba el noticiero mexicano en un Café Internet. Ya estaba en primera plana que su empresa estaba siendo utilizada para el lavado de dólares y él no lo podía creer. ¿Quién le había hecho ese daño? Llevaba tan sólo un día en Colombia y se enteraba de eso.

En eso pensaba cuando salió a caminar y conocer un poco Bogotá. Le pareció sorprendente que en todos sus viajes en el mundo, nunca visitó Colombia y tenía una ciudad muy bonita. Ya era tarde, prefirió volver a su hotel, aunque como no conocía el lugar se perdió.

Entró por un callejón muy solitario, no pensó que fuera malo o... peligroso. De pronto, entre tres lo tomaron y lo empujaron contra la pared apuntando con un arma su cabeza. Lo golpearon y lo dejaron sin nada en los bolsillo, solo con unos pocos dólares.

Se llevaron su pasaporte, su dinero, su reloj de marca, su chaqueta cara y básicamente, todo lo que necesitaba para salir de Colombia e ir a Brasil.

Estaba malherido, le dolía todo, solamente lo dejaron con una bolsa de una marca costosa vacía. Agradeció mentalmente eso, de no ser por la ignorancia de los ladrones, también se lo hubieran quitado y vendido a un buen precio. Caminaba, casi gateando, y siguió así por un buen rato hasta que vio un enorme letrero con luces y colores llamativos. Leyó lo que decía:

BAR GARIBALDI en Bogotá

Se sintió como si estuviera en casa, se sintió en México, en su patria al verlo. Se dirigió como pudo a ese lugar. Ahí encontró a un enorme Frankenstain que cuidaba la puerta con un uniforme de color azul.

— Disculpe, señor... necesito ver al dueño de este lugar —decía Emiliano con claro dolor— o el administrador, necesito hacer una llamada al extranjero y no tengo celular, me acaban de asaltar.

— Grrrr... —un gruñido fue la única respuesta del Frankenstain.

— Por favor, de verdad lo necesito. Mire, soy extranjero, soy mexicano y necesito llamar a mi país.

— Grrr... —volvió a responder. Emiliano rodó sus cuencas. Se estaba hartando.

— Si no lo hago, creo que no voy a poder regresar a México. Se lo suplico... —leyó el gafete que tenía en su uniforme— Frank, por favor.

— Grrr... —Emiliano soportó no gritarle.

"¡Me tienes hasta la madre, cabrón!", gritó en su mente. Se tranquilizó.

— ¿Puedo hablar con algún otro trabajador de aquí?

— Grrr...

Emiliano ya estaba a punto de gritar, cuando de repente apareció una zombie, o momia quizá, frente a él vestida de mariachi.

— Frank, ¿qué es todo este escándalo? —preguntó algo molesta. Emiliano abrió sus cuencas de par en par y Emz quedó con la boca entreabierta al verlo. Como si hubiese sido la película de Hotel Transilvania, cuando se miraron hicieron un 'click'.

Emz se sorprendió de ver a un muerto viviente como ella, ya que en su corta vida, solamente había visto a Frank y a ella misma. Ver a otro era... curioso. Casi lo mismo para Emiliano, aunque para él, ese sentimiento fue más allá, ya que nunca había visto a una momia más bonita que ella. Había salido con muchas mujeres, pero nadie... con algo que ella emitía con tan solo su presencia. ¡Y eso que la acababa de ver!

— Disculpe... —dijo un tono más bajo de voz Emiliano— es que soy extranjero, y necesito hacer una llamada a México.

— ¿México? ¿Usted es mexicano?

— Sí, sí lo soy.

— Pero... ¿Sí es mexicano, mexicano? ¿Mexicano de México?

— Eh... Sí, ¿y de dónde más? —rio Emiliano.

— No... —ella también se rio— me refiero a que si es de verdad, que aquí en Colombia es raro ver a mexicanos. Por lo menos en esta zona, o creo que no conozco más allá de aquí y mi casa —ambos rieron bajo— si necesita una llamada, con gusto le preguntaré a mi jefe y veremos qué se puede hacer. Estoy segura que don Griff lo va a ayudar.

— Gracias, gracias... —Emiliano no tenía otra manera de expresar su gratitud.

— Pase adelante, es bienvenido al Bar Garibaldi —él asintió y la siguió. Al entrar, miró con detalle un póster pegado a la pared con luces y ahí estaba la momia que lo ayudaba. Decía: Presentamos a... El Lucero de México.

Lucero, ese era un hermoso nombre. Eso pensaba Emiliano.

— ¿Y cómo terminó aquí en Colombia? —preguntó Emz.

— Es una larga historia...

— Lo veo muy mal, ¿le pasó algo malo aquí?

— Bueno, sí... Me asaltaron...

— ¿Lo asaltaron? ¡Dios mío, lo atracaron! Con más razón debe entrar, vamos a que le curen las heridas.

— No se preocupe, con la llamada es más que suficiente —sonrió Emiliano.

— Pero... —Emz suspiró— ¿sabe qué? Espere aquí, ya vuelvo —y lo dejó sentado frente a la barra del bar. Emz se dirigió a una de las camareras, a Emiliano le llamó la atención que el color de su cabello era púrpura— Shelly, cuida este cliente mientras me voy. Lo acaban de atracar. Es mexicano.

— ¿Lo atracaron? —dijo sorprendida la camarera— ¿y le quitaron todo? ¿Cómo que mexicano?

— Este... Sí, soy mexicano. Y sí, me quitaron todo —dijo con decepción lo último—. Bueno, quedé con un poco de dinero en mis bolsas.

— Qué mal que se lleve esa imagen de Colombia —Shelly suspiró y tomó de la barra una bandeja con dos tragos— ¿y qué hacía a estas horas paseando por calles tan peligrosas?

Emiliano iba a responder, sin embargo, Shelly siguió hablando.

— ¿No quiere tomar algo? ¿Un tequila, quizá?

— No gracias —sonrió.

— Mire que nuestro tequila es muy bueno —volvió a ofrecer sonriente. Él se rio y asintió.

— Bueno, solo un tequila.

— Tenemos simple y doble.

— Tráigame uno doble.

— A la orden —y con eso, Shelly se fue.

Emz fue a la oficina de Griff y ahí sentada a su lado estaba Colette charlando con él. Ella le explicó lo que sucedió con 'el mexicano', ya que así se refirió en toda la conversación a Emiliano sin saber su nombre, y que necesitaba una llamada al extranjero.

— ¿Usted cómo se le ocurre ofrecer tal cosa a un extranjero? —preguntó Griff— ¿no sabe que esas llamadas son costosas? ¿Y a México? ¡Bah! Me va a salir una millonada.

— Nosotros no limosneamos nada, Emz —agregó Colette con desagrado.

— Es que lo acaban de atracar, entiéndalo, don Griff —suplicó Emz— él necesita ayuda —Griff no estaba aún de acuerdo, así que Emz bajó la mirada— ¿sabe qué? Todo lo que gaste él en esa llamada, yo se lo pagaré con mi sueldo.

— ¿Pero está segura, niña? —le preguntó Colette con una sonrisa cínica— ese dinero le puede servir para su... condición.

¿Acaso Colette se burlaría siempre de que es pobre? ¡Por favor, ella ya lo sabía! No necesitaba que se lo recordara. Aunque lo soportó.

— Sí...

— Conste —dijo Griff accediendo— no quiero que me ande diciendo más tarde: "pero, don Griff, yo nunca...", que aquí tenemos de testigo a mi hija.

— Sí, sí, sí. Lo prometo, es de mi sueldo. Gracias, muchísimas gracias —fue sincera al agradecer y se marchó casi corriendo a buscar a Emiliano. En eso, Emiliano recibía el tequila que le compraba a Shelly. De un trago se lo tomó y se arrepintió demasiado.

Era el peor tequila que había probado en su vida.

— ¡Me dijeron que sí! —celebraba Emz mientras corría hacia él— entre a la oficina de don Griff. Él lo va a ayudar.

— No sabe cuánto se lo agradezco —fue sincero y se puso de pie— usted es un ángel.

— Ay, no es para tanto, ¿sabe? —se apenó Emz sonrojada y se acariciaba el cabello. Ese pequeño, pero llamativo gesto, no pasó desapercibido para Edgar, quien ya se moría de ganas de conocer al nuevo cliente. Los miraba fijamente a lo lejos sin decir nada, parecía que los mataba con esa manera de verlos. Los celos del Coloso de Jalisco fueron activados.

— En serio, se lo agradezco, Lucero —volvió a decir Emiliano y Emz se confundió.

— ¿Lucero?

— Sí, eso decía el letrero de la entrada...

— ¡Ah, claro! No, ese es mi nombre artístico. "El Lucero de México", no... Yo me llamo Emz.

— ¿Emz? Es curioso, distinto, me gusta más que Lucero. Tiene muy bonito nombre.

— Gracias, pero no perdamos más tiempo. Sígame a la oficina que le digo —y sin más, se marcharon a la oficina del jefe de Emz.

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