19
Emz, después de terminar sus clases en la universidad, quiso irse de inmediato a su casa, sin embargo, afuera la esperaba Bull en su auto. Ella rodó sus ojos fastidiada e hizo como si no lo hubiera visto. Bull, por su parte, se atravesó en su camino impidiendo que siguiera caminando.
— ¿Por qué me evitas? —le preguntó él con una risa.
— Doctor Blanco —suspiró ella—, tengo algo de prisa.
— Por favor Emz, te he dicho mil veces que dejes de tratarme como doctor Blanco, dime solo Bull, ¿cuántas veces lo voy a tener que repetir?
— Discúlpeme, pero me tengo que marchar. No he visto a mi novio en todo el día.
— Su mexicano ya nunca se fue, ¿verdad? —ella hizo una medio sonrisa mirando hacia el cielo con cierta ilusión.
— No, aunque no me lo diga, sé que extraña a su país... ¿Quién no lo haría? —respiró hondo y soltó el aire muy lentamente—. Qué ganas tengo de verlo, cuando le hago compañía, creo que no se siente tan solo.
— Sí, entiendo —respondió sintiendo como cuchilladas cada palabra que salía de la boca de Emz—. Cuando uno está enamorado, quiere lo mejor para esa persona.
— Sí... —afirmó—, que tenga feliz día, doctor Bull.
— Déjame llevarte —ofreció señalando su auto.
— No, gracias, puedo irme en bus.
— Emz... Deja de esquivarme, mira, te tengo una oferta de trabajo.
— ¿Una oferta? —repitió sorprendida.
— Sí, hablé con una amiga y puedes trabajar con ella en un horario flexible, olvídate de las noches trabajando hasta tarde, olvídate del bar y las rancheras, con este trabajo vas a poder incluso comprarte tu casa... —decía entusiasmado—, el puesto es bueno y el sueldo es mejor.
— Lo que usted me dice es demasiado bueno para ser verdad —murmuró.
— ¡Pues es verdad! Dime, ¿qué piensas de eso? Con mi recomendación entre tu currículum, ella te aceptará más rápido de lo que esperas.
— L-le agradezco mucho... —se conmovió ella—, pero no creo que pueda aceptar.
— ¿Qué? —se confundió—. ¿Por qué no?
— E-es por el bar —mintió—, tengo un contrato que no se puede romper tan fácilmente. Debería hablar con don Griff y llegar a un acuerdo, y, ¡ay, no! Es demasiado.
— Si quieres yo hablo con don Griff, tenemos una buena amistad y seguro lo convenzo.
— ¡No! Así va a ser peor... Entiéndame, yo sé porqué se lo digo.
— No me digas que es porque no te quieres separar del mexicano. Porque si es por eso... —guardó silencio, y Emz se tomó personal eso, por lo que hizo una mueca de disgusto.
— Ese mexicano tiene nombre, y es Poco, y no, no es por él la razón por la que no acepto su propuesta. Ya le expliqué mis motivos, allá usted si me cree o no —repuso molesta—. Ahora sí, me tengo que ir.
— ¡Emz! Solo piénsalo —insistió tomando su mano evitando que se fuera—. Estás cometiendo un error si no aceptas, es una oportunidad única. Lamento si te ofendí, no quise hacerlo.
— Bueno, lo haré —cedió—, voy a pensarlo y le daré mi respuesta.
— ¿Hasta cuándo voy a tener que esperar? Que la vacante se puede perder. Lo más que te puedo ofrecer es unos dos días.
— En dos días tendrá mi respuesta —undió sus hombros y Bull negó con la cabeza en desaprobación.
— Solo espero que no desperdicies esta chance. En fin, tu tío nunca me perdonaría si te dejo abandonada en pleno Bogotá después de ir a la universidad, déjame acompañarte. Súbete a mi carro, y deja de ser tan terca.
Emz sabía que Bull no pararía de molestarla o de visitarla si seguía siendo así de cortante, y tarde o temprano Poco se enteraría de esas visitas y luego todo se malpensaría. Por lo tanto, sin decir nada, subió al asiento del copiloto seguida por Bull al asiento del conductor. Bull sonrió con vanagloria y ella solo recostó su cabeza en la ventanilla cerrada con un gesto neutral.
En México todo era muy distinto a lo que se vivía en Colombia... Fang y Buster iban a confesar frente a un tribunal con respecto al caso de Poco, o como ellos lo conocieron, Emiliano. El Primo no dudó ni un instante en la inocencia de su mejor amigo, y le dijo al juez lo que en verdad conocía con ese tema.
Rosa estaba presente en todo aquello...
— ¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad frente a esta Corte de Suprema Autoridad? —preguntó el juez cuando El Primo tenía levantada su mano a la altura de su hombro. Rosa se mordía la uña de su pulgar nerviosa y el abogado del Primo sudaba frío del resultado que dieran a un hombre que era claramente inocente, pero que por lealtad a su amistad, no diría nada en su contra.
— Lo juro —respondió El Primo.
— Puede bajar su mano —él obedeció—. Señor Carlos del Valle, se le acusa de complicidad en el caso Sánchez con lavado de activos, junto a Fang Román y Buster Marcella. ¿Cómo se declara?
— Inocente.
— ¿Sabe que su pena aumentará si las pruebas en su contra son demasiadas y sigue adelante asegurando su inocencia?
— Lo tengo muy en claro.
— De acuerdo... Prosigamos en ese caso. Si se declara inocente, ¿qué tiene que decir con las pruebas en su contra?
— Firmé el documento que Emiliano me dio porque me iba a regalar un coche nuevo, como el buen amigo que es, y después de eso, nos enteramos que ese bendito aparato estaba repleto de dólares. Los dos estábamos muy sorprendidos.
— ¿Y por qué su presunto amigo ha huido con destino a Brasil?
— Fue un consejo de su abogado, el licenciado Byron Corona.
Sin embargo, a pesar de que El Primo dijo la verdad en su totalidad, la justicia mexicana no fue lo suficientemente contundente y vieron a lo obvio: él era otro cómplice de Emiliano Sánchez. Dieron receso y después de que deliverara el tribunal, dijeron el resultado, que fue una triste realidad para Rosa, una injusticia para el abogado del Primo y una pena tremenda para el acusado.
— Lamentamos decir... —dijo el juez revisando el papel que se le había entregado con el resultado—, que por pruebas en su contra, señor del Valle, usted es declarado culpable de complicidad en lavado de activos.
— No... —murmuró Rosa con un sollozo y con sus ojos llenos de lágrimas.
— Y se le condena a siete años en el reclusorio de alta seguridad Preventivo Varonil Norte. Se cierra esta sesión —y, con el sonido del martillo, El Primo se quedó en silencio sabiendo que por ese tiempo ya mencionado, no volvería a su vida normal. Así, se lo llevaron de nuevo a la prisión, dejando a Rosa desconsolada llorando en uno de los baños.
Como decía, también dieron orden de que se declaran los otros dos sospechosos: Buster y Fang. Para Buster, no se le hizo muy difícil mentir y declarar culpable a Emiliano de todos los cargos, sin embargo, lo tenía muy nervioso el hecho que Fang tuviera que confesar... Fang no estaba tan seguro de seguir mintiendo porque seguía comprometido con la hermana de Emiliano.
— Puede bajar su mano —le dijo el juez a Fang terminando el procolo—. Señor Fang Román, se le acusa de complicidad en el caso Sánchez con lavado de activos, junto a Carlos del Valle y Buster Marcella. ¿Cómo se declara?
— Inocente... —susurró viendo de reojo que Lola, su prometida, estaba presente.
— ¿Sabe que su pena aumentará si las pruebas en su contra son demasiadas y sigue adelante asegurando su inocencia?
— Sí...
— En ese caso, continuemos. ¿Cómo demuestra su inocencia? —Fang tragó saliva en su seca garganta. Miró a Byron a su lado, quien se veía igual de preocupado que Buster más temprano ese mismo día cuando le recordó que debía mentir para salvar su pellejo. Los segundos eran tan lentos que, supo de inmediato que si seguía así en la corte, no se podía imaginar a él mismo en la cárcel.
¿Pero era tan necesario lanzar al agua a Emiliano, a quien más que un amigo o cuñado era casi un hermano? Nada tenía sentido. Mas, lo más seguro era que Buster ya había acabado con lo que quedaba de pruebas que declararan inocente a Emiliano, y que si decía la verdad, iba a terminar hundidos como El Primo (a quien ya sabían cómo había terminado su situación gracias a Byron).
— Soy... —empezó a decir y suspiró con el alma destrozada—, inocente porque no tenía ni idea de lo que Emiliano hacía en su empresa. Pero yo sí creo que él es culpable, por todas las pruebas que hay en su contra.
Dos confesiones en contra de Emiliano, una a su favor. Las pruebas demostraban que los que estaban en contra tenían razón. Y no tardaron en declarar a Buster y a Fang inocentes de todos los cargos para después, decirles que saldrían libres en pocos días.
¿Qué sería de Emiliano, o mejor dicho, Poco ahora? Dos de sus mejores amigos, junto a su hermana, decían que era culpable y el único amigo que sí le creyó ahora estaba en la cárcel injustamente. De todo aquello se enteraría, aunque más adelante. Creyó que en Colombia nadie se enteraría de su obscuro secreto y ahora, a quien consideró amigo, lo estaba amenazando con decir la verdad si no se alejaba del nuevo amor que, sin querer, había vuelto su pasado, presente y futuro.
Su todo.
Como dice la canción: Por Tu Maldito Amor. ¿Por qué se tuvo que enamorar? Fue una estupidez, fue algo no planeado, fue un amor maldecido por el mismísimo diablo, quizá por eso no podía dormir bien o tenía esas ganas de morirse de verdad y prefería estar encerrado sin que Emz se enterara de nada...
Por su lado, Emz creía que Poco estaba pasando por una resaca horrible (que en cierta forma agradecía, porque no quería que él la viera llegando a su hogar con su tío Mortis en el carro del doctor Bull), ya que cuando salió de su casa para buscarlo, encontró a Colt parado junto a su puerta con su violín esperándola.
— Buenas noches, Emz —la saludó con una sonrisa el pelirrojo—. Tengo un mensaje de Poco.
— ¿De verdad? —preguntó desconcertada.
— Sí, es que... Le conté más temprano que tenía un guayabo del verraco y que era mejor dejarlo descansar, ¿no?
— Este... Sí. ¿Por qué? ¿Se encuentra peor? —indagó con preocupación.
— Él está en la inmunda... —bufó—, ya le dejé unas pastillas para el dolor de cabeza y se quedó dormido por fin, pero me pidió que no lo molestara nadie. También me dijo que la acompañara al bar... Porque no está acostumbrada a irse sola desde que llegó aquí.
— Pobrecito... —Emz puso su mano en su pecho con pena—, igual, si le dijo eso, será mejor que lo deje descansar... Con las ganas que tenía de verlo... De seguro fue a la droguería por medicina y por eso cuando lo fui a buscar con don Stu, él no estaba —Colt se encogió de hombros asintiendo y ella suspiró—, supongo que será hasta mañana. Caminemos entonces, o si quiere puedo llamar a un taxi y...
— Ya lo llamé, no se preocupe, viene en camino —Emz asintió sonriente y hablaron de otras cosas hasta que llegó el taxi. Colt cambió su sonrisa a un gesto serio y le hizo una pregunta a la muchacha en cuanto el taxi aceleró, una pregunta que la exaltó y la hizo sonrojar tanto que su cara parecía un tomate:— Emz... ¿Usted lo ama?
— ¿A-a quién? —titubeó con vergüenza.
— ¿Cómo que ha quién? A Poco, es obvio.
— Es que me sorprendió su pregunta, eso es todo...
— ¿Y entonces? —volvió a cuestionar luego de un rato de silencio—. ¿Ama a Poco?
— La respuesta creo que es obvia... —se retorció en su asiento incómoda, con sus manos juntas porque le temblaban por lo que estaban hablando.
— Quiero escucharlo de sus labios, porque Edgar por más que lo intentó en los cinco años que lleva trabajando en el bar con usted y no hablar de Blanco, porque Bull no tiene una sola oportunidad con usted. Menos con cualquier hombre que se le acerque en el bar, siempre ha sido muy discreta con eso. ¿Y usted sí sabe que es como mi hermanita, sí o no? —Emz asintió—, pues con más razón quiero verla feliz. Y si está con un tipo que no quiere, mejor déjelo.
— ¡Yo no voy a dejar a Poco! —lo contradijo.
— ¿Lo ama?
— A él lo amo con todo mi ser, actualmente, es mi razón de seguir en esta segunda oportunidad que tuve luego del accidente de tránsito —Colt se le quedó viendo buscando mentira en su mirada.
Algo que no encontró.
— Me alegro por ambos...
Otra cosa más que Emz no estaba enterada, era que Colt pensaría el resto de la noche si darle una oportunidad a Poco de explicarse o no.
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