13
Las siguientes semanas en México fueron, como bien diría cualquier persona en la situación de Poco, o más bien Emiliano, todo iba... Valiendo madres en simples palabras.
Fang no soportaba seguir mintiéndole a Lola, se sentía tan culpable de que Emiliano estuviera huyendo en un país por un crimen que no cometió y se acababa de enterar que El Primo había sido arrestado... ¿Qué tenía que ver el pobre tipo en toda esta historia? ¡Todo estaba yendo por un camino totalmente injusto! La preocupación de Fang era notoria, y eso le causaba dudas a Byron.
— Fang nos va a delatar... —le dijo Byron a Buster en privado—, lo noto muy angustiado...
— No, no creo que sea eso —sonrió preocupado Buster viendo a lo lejos a Fang, quien estaba pensativo en la esquina de la cancha del reclusorio—, a Fang solo le está costando asimilar la situación... Verás que se recompondrá pronto. No te preocupes.
— Espero que tengas razón —suspiró Byron—, si dentro de un mes, Fang no declara que Emiliano es culpable, puedes empezar a asegurarte que ambos estarán en la cárcel por un largo tiempo —Buster tragó saliva en seco con esa idea. Tenía que convencer a Fang de alguna manera. ¿Cómo lo haría? No podía hacer más que hablarle.
Por otra parte, la familia de Emiliano tampoco la estaba pasando bien. El comandante Rico los había estado visitando constantemente para hacerles preguntas. El primer día que los habían visitado, la teniente Piper no podía creer la gran cantidad de regalos que tenían en esa casa por la boda cancelada de Fang y Lola. Estaba boquiabierta viendo los utencilios de cocina y las joyas que bien podían costar miles de dólares por lo hermosas que eran.
— Comandante... —susurró Piper tomando un collar y midiéndoselo en su cuello—, ¿qué va a pasar con este montón de obsequios? ¿No los irán a devolver, verdad?
— Supongo que los tendrán que devolver —respondió Rico.
— ¡Qué lástima...! —suspiró la rubia dejando el collar donde lo había encontrado con cuidado—, ¿qué habrá pensado la pobre novia al enterarse que su prometido y hermano son unos criminales que trabajaban con una banda de lavado de dólares?
— Lo lamento mucho por ella, teniente —agregó Rico—, pero ella tarde o temprano tendrá que aceptar la realidad.
— ¿Ustedes quiénes son? —dijo con enojo Lola llegando hasta donde se encontraban ambos policías—. ¿Quién les da derecho de pasar a mi casa solo para criticar a mi hermano y a mi pareja?
— Soy el comandante Rico, y ella es la teniente Piper —señaló a la susodicha y ella se rio nerviosa—, tenemos una cita con su papá. El licenciado Roberto Sánchez, ¿él se encuentra por aquí?
— Aquí estoy —salió también el padre de Lola y Emiliano—, yo me encargo de atender a nuestros invitados, mi amor —le sonrió él a Lola y ella se fue lanzándole una mirada cruel a Piper y a Rico—. Me citó para decirme algo de lo que YO tengo la certeza que es falso, ¿no?
— ¿Hasta cuándo se va a seguir engañando, señor Sánchez? —le preguntó Rico—, su hijo es culpable, sino, ¿por qué huyó?
— Emiliano no huyó, su abogado el licenciado Byron, me explicó su situación y mi hijo solo se fue a un viaje de negocios con el propósito de terminar en Brasil. Es más, vayan a ese país y contacten al amigo que lo iba a recibir. Les puedo dar su número de teléfono y dirección con la certeza que Emiliano estará ahí y se entregará porque sabe que es inocente.
— Se lo reitero —le dijo Piper al licenciado Sánchez—, su hijo no es inocente. Las pruebas en su contra son contundentes.
— El día, señorita, el día que ustedes me traigan esas pruebas, yo voy a empezar a dudar de la inocencia de Emiliano. De lo contrario, no lo voy a hacer.
— Y se las voy a traer —repuso Rico—. Le voy a demostrar que la teniente Piper no le miente —Piper se enrojeció porque Rico la defendió y bajó la mirada apenada. Sin embargo, ninguno de los otros dos presentes le prestaron atención—. De igual manera, es su hijo, y está claro que le va a costar aceptar la realidad de los hechos.
— Le prometo, comandante Rico, que si me entero de que Emiliano es culpable... Yo mismo lo traigo de dónde sea que esté y lo entrego.
— Eso dice ahora —contradijo Rico—, sin embargo, cuando ese momento llegue, usted como padre no se va a atrever, se lo aseguro. En fin, no solamente venimos a hablarle de Emiliano, sino que venimos a preguntarle si nos da permiso de registrar el departamento de su hijo.
— Hagan lo que deseen, estoy completamente seguro de que mi hijo no tendrá nada sospechoso en él.
— Gracias, señor. Para eso necesito que me firme este documento que me autoriza lo mismo que le digo —Piper sacó de su bolso que traía lo que Rico mostró y le entregó una pluma para que el papá de Emiliano firmara—, y además, me sería muy útil que me proporcionara el número de teléfono que Emiliano iba a visitar en Brasil.
— Con mucho gusto —dijo el hombre leyendo muy lentamente la hoja que Piper le había entregado.
Por su parte, El Primo estaba recibiendo otra visita de Rosa en el reclusorio. Ella le sonreía contándole lo que estaba aconteciendo en el hospital desde su ausencia. El Primo la escuchaba con atención con una enorme sonrisa en su cara y esa era una de las cosas que a Rosa le encantaba de parte de El Primo: el esmero que él le entregaba para lograr enamorarla. Por eso mismo, le dolía tanto que estuviera encerrado en un reclusorio tan injustamente. Ella también lo amaba tanto como él lo hacía, y seguramente estaría encerrado en prisión como mínimo cinco años siendo inocente. Todo era culpa de ese Emiliano, él no debió abandonarlo, ¿no eran acaso mejores amigos?
— Tus papás me dijeron... —le decía Rosa al Primo— que pronto se irían a Canadá, no soportan escuchar más comentarios en tu contra.
— Les doy la razón... —suspiró El Primo—, no me gustaría que un ser querido estuviera en prisión por un crimen que no cometió y estar escuchando las críticas de esa persona, porque no las creería y todos me empezarían a odiar por defender a mi familia. Es normal que quieran darse un descanso.
— ¿No te parece que te están abandonando? ¿Cómo logras perdonar con tanta facilidad?
— No los estoy perdonando, solamente, siento que tomaría la misma decisión si yo estuviera en su lugar.
— ¡Eres completamente inocente, Carlos del Valle! —exclamó Rosa poniéndose de pie—. Dentro de un mes es tu juicio, ¡si no declaras que Emiliano es culpable nunca saldrás de aquí! ¿Sabes acaso... —Rosa empezó a sollozar— lo mucho que me va a doler tenerte lejos?
— Rosa... —El Primo se sonrojó, y se le acercó para abrazarla—, todo saldrá bien, te prometo que voy salir, y voy a estar a tu lado.
— ¿Pero y si no...? ¿Y si te declaran culpable...?
— Hay que mantenerse positivos, no me van a encerrar por siempre, eso es seguro.
— Te van a encerrar... Y solo por defender a tu amigo...
— La justicia no siempre está en lo correcto, la gente solamente va a creer lo que dicen los periódicos de mí, no van a conocer la historia que hubo detrás, porque no me van a creer.
— Doctor —llamó su atención uno de los policías— el tiempo ya se acabó. Debe entrar de nuevo.
— Denos solo cinco minutos más... —suplicó El Primo.
— El reglamento es claro, no quiero meterme en problemas —El Primo suspiró y le dio un beso en la frente a Rosa haciendo que ella se sonroje.
— Si me condenan, y no estoy libre en poco tiempo, olvídate de mí, ¿quieres? —Rosa pareció ofenderse por lo que él le dijo.
— ¿Cómo me voy a olvidar de ti —se molestó ella—, después de tantos años trabajando a tu lado y después de todas las veces que hemos salido estos últimos meses? Estás loco si crees que voy a dejar de visitarte.
— Si no salgo en pocos años, ¿te vas a quedar toda la vida esperándome? Te comprenderé si conoces a alguien más y me desechas... No estaré enojado contigo.
— Señorita, se tiene que marchar —les recordó el policía.
— Pues lástima —frunció su ceño Rosa—, porque yo seguiré visitándote una vez a la semana, durante todo el tiempo que estés aquí encerrado.
— Pero... —Rosa se alejó y se dirigió a la salida.
— Nos vemos la próxima semana, Primo —le dijo y salió de ahí.
Dicen que la desdicha de otros, es la alegría de otra persona. En este caso, la ausencia de Emiliano afectaba en gran manera a El Primo, sin embargo, el hecho que Emiliano no se haya ido y que ahora se llamara Poco, hacía feliz a Emz. Emz se encontraba en el autobús, con Shelly a su lado hablándole de la noche loca que tuvo y de cómo Poco le confesó su amor.
— ¿Y usted qué le dijo? —preguntó boquiabierta Shelly.
— Le dije también mis sentimientos hacia él.
— ¡Ay, no...! —exclamó Shelly poniendo su mano en su frente—, ¡eso nunca se hace, Emz!
— ¿Por qué no?
— Porque usted tiene que hacerse un poquito difícil, además que Poco y usted no se conocen hace mucho tiempo. ¿Y si le rompe el corazón?
— Shelly... Cuando habla así de Poco, me recuerda a mi tío Mortis.
— Poco estaba borracho, ¿qué pasa si ahora cuando la vea le aclare que lo que él dijo en realidad no era lo que quería decir?
— Shelly, suficiente, no sea envidiosa.
— ¿Envidiosa? ¿Por qué tendría envidia de su relación con Poco?
— Mmm... —se rio Emz a lo bajo—, pues yo conozco de una chica que no ha sido correspondida en su eterno amor por otro muchacho... Un mariachi, creo, y ella es mesera del bar en el que trabaja el mariachi...
— ¡Ay, no empiece de nuevo con el mismo cuento! —hizo una mueca de disgusto Shelly—. ¿Cuántas veces le tengo que recordar que no estoy enamorada de la rrrata miserable de Colt? —prolongó "r" de la palabra "rata"—. No es como si me gustara su sonrisa o su pelo bonito y rojo, me da escalofríos de solo imaginarme la idea de tenerlo frente a mí comiéndomelo, acabando con esa boca que me hace... —Shelly se sonrojó escuchando las fuertes risas de Emz a su lado.
Sí, Shelly anhelaba estar en esa situación con Colt.
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