Capítulo 9




Nolan no podía decir con certeza, cuándo fue la última vez que durmió tan profundamente. Pero a la mañana siguiente, ni siquiera se percató de que Day se levantó para ir al colegio, a pesar de que le dejó un tímido beso en el hombro, sin querer excederse con las libertades dejándolo en su mejilla.

    Se revolvió entre las sábanas, estiró los brazos con pesadez, bostezó delicioso, le sonrió al techo, y cerró de nuevo los párpados con la sonrisa pintada en el rostro.

    Se tomó un momento así. En viajar mentalmente hasta sus piernas, recordar cómo las enredó anoche entre las de ella, de dormir con la nariz sobre su hombro, aspirando su aroma entre sueños, y sintió que la piel se le erizaba ante el recuerdo. Movió los dedos que le hormigueaban de imaginar su rostro nuevamente entre ellos. Se lamió los labios hambrientos por ella, y reventó una carcajada.

    Estaba eufórico, con el pecho inflado de gozo.

    Un espasmo a las afueras lo hizo salir de su fantasía. Se incorporó y alzó la persiana a su espalda para visualizar el patio, donde Anna sostenía una escoba junto a un montón de hojas, y cubría su boca con una palma mientras tosía con esfuerzo.

Se puso de pie, se cambió con lo primero que encontró y se dispuso a bajar para ayudarla.

Bajó las escaleras a saltitos alegres, tomó el último pilar para apoyarse y girar con gracia. Cruzó el comedor directo a la salida trasera, cuando un colorido panfleto sobre la encimera llamó su atención.

Lo tomó con una mano y lo leyó con interés. Era publicidad de una agencia de viajes, y llevaba impresos a distintos destinos. Lo que llamó su atención fue que, en la sección de Japón y Francia, estaban escritos con la letra de su madre, varios números y precios que no entendía del todo.

La tos de Anna resonó nuevamente en el jardín, y Nolan colocó el panfleto en su bolsillo a prisa, para volver hacia la salida.

—Oh, Nolan, cariño —dijo tosiendo de nuevo—. Se te está volviendo una costumbre sorprenderme.

—¿Necesitas ayuda?

Anna le entregó la escoba y fue a sentarse en la banca del pórtico, mientras él comenzaba a barrer las hojas faltantes.

—Llevas meses con esa tos, deberías ir con un médico.

—Tonterías. Es el polvo que levanta la escoba lo que me pone así.

—¡Nolan! Qué bien que ya despertaste —llamó su madre desde el garaje—. En cuanto acabes con eso, vienes acá para que me ayudes a ordenar.

Hizo una mueca pesarosa y Anna rio con encanto.

—Si creías que tu suspensión serían vacaciones, estabas muy equivocado.

—Jamás lo creí, mamá no sabe lo que son unas vacaciones.

—Lo hace por ti, cariño.

Nolan continuó barriendo, ignorando sus palabras, porque no estaba tan de acuerdo.

En cuestión de unos minutos, le fue fácil ignorar su entorno, y sonreírle al montón de hojas bajo sus pies, porque después de anoche, sentía que el mundo entero le hacía cosquillas.

—Oh, esa cara... —canturreó Anna—. ¿Me parece a mí, o ese amor no correspondido ha cambiado su curso?

Nolan se encogió de hombros, avergonzado de ser tan evidente, y le sonrió con timidez.

—No lo sé, puede ser —dijo, disfrazando su verdad, como hacía siempre.

—Ya me lo contarás después, pillo. Ahora que se ha calmado esta condenada tos, iré a ver qué necesita tu madre.

Se puso de pie y se marchó hacia el garaje.

Nolan no tardó en comenzar a empaparse la piel del sudor del verano, y el esfuerzo del trabajo. En cuanto terminó de meter las hojas dentro de sacos, y colocado junto al basurero de la entrada, sacudió sus manos y se encaminó hacia la parte trasera, donde le habían indicado.

—No me parece lo mejor, Anna —reclamó su madre, y al percibir la cautela con la que hablaban, se recargó contra un muro y se quedó muy quieto.

—No puedes ser tan fatalista siempre —se quejó ella—. Puedo hacer ambas y aprovechar sus mejores épocas.

—No lo sé... No me parece lo correcto.

Peloteó la idea en su cabeza, y recordó el panfleto con los viajes señalados.

—¿Qué no es lo correcto? —interrumpió Nolan, incapaz de quedarse oculto ni un minuto más.

—¡Por Dios! —chilló Anna—. Tienes que parar con estas apariciones tuyas o me vas a provocar un infarto.

    —Perdona —dijo indiferente mientras sacaba el papel del bolsillo—. Encontré esto en la cocina, ¿es de ustedes?

La mirada comunicativa que se dieron le dejó muy claro que no era parte de su plan que se enterara de ello, al menos no todavía. Entrecerró los ojos con juicio, y su madre le quitó el papel de un tirón.

—Sí, es nuestro —respondió firme, confirmando así, que no daría más respuesta que esa.

Anna la riñó con la mirada, y le dedicó una sonrisa tierna a Nolan.

—Tu madre y yo queremos ir de viaje —explicó con calma.

—Lo imaginé. ¿A Japón y Francia?

—Solo Japón —aclaró su madre.

—Sí, es de lo que hablábamos. Francia será después porque ahora el tiempo no es el mejor para los turistas.

—¿Ahora? —cuestionó Nolan.

Anna sonrió con los labios fruncidos, como si Nolan acabara de dar directo al clavo.

—Nos iremos en un par de semanas.

—¿Qué? —preguntó estupefacto—. ¿No es un poco precipitado?

—Ibamos a contarlo en la cena. Sabemos que es repentino, pero es que... —dijo Anna y se encogió de hombros—. Encontramos una buena oferta y...

—Anna y yo soñábamos con viajar a Japón para nuestra graduación.

—Ya —dijo comprensivo—. Pero cuando eso pasó, Day y yo ya estábamos aquí para arruinar sus planes.

—Cariño, no digas eso —respondió Anna, abrazándole los hombros—. Ustedes son lo mejor que nos pasó en la vida.

—Me cuentas si sigue siendo así ya que visiten Japón —dijo irónico.

—Basta de sarcasmos y manos a la obra con el garaje, que hay muchísimo por ordenar.

Y bastó con que viera la cantidad de cajas y cacharros desperdigados, para que Nolan soltara un bufido apesumbrado.





Day divisó la alocada cabellera naranja de Jessica al final del pasillo, y sacudió la mano alegre para saludarla mientras corría hacia ella.

    —¿Cómo te fue en el examen de álgebra? —preguntó la rubia.

    —¿Y esa cara? —cuestionó con picardía—. Estás demasiado alegre para ser semana de exámenes.

    —¿Alegre? Qué va, estoy igual que siempre.

    —Y después de que suspendieran a Nolan por tres días por romper a tu prospecto.

    —Ese prospecto es un idiota.

—¿Estás dándole la razón a Nolan? —preguntó incrédula.

—No, no —se apresuró a corregir—. Pero es que él...

Tragó saliva. Recordando que si le explicaba lo sucedido, debía contarle que el peluche se lo regaló Nolan, y eso era peligroso, imprudente, y, al mismo tiempo, excitante. Porque se moría por reventar las mariposas que le revoloteaban dentro.

—¿Y bien? —presionó Jess.

Divagó por la extensa cantidad de un segundo, y resopló sin poder contener la emoción.

    —Vale... Voy a contarte, pero necesito que prometas, ¡no! Que jures, ¡por tu vida!, que no le dirás nada a nadie nunca.

    —Para tu buena suerte, eres mi única amiga. Así que, a menos que no quieras que le cuente a los árboles, tu secreto estará a salvo conmigo. Y me ofende que lo preguntes —gruñó.

    Day miró a los costados, asegurándose de que nadie estuviera cerca, o atento. Se encogió de hombros, y acercó los labios a la oreja de su amiga.

    —Iván no me mandó el peluche del hámster.

    —¿¡Qué!?

    —¡Sh! —calló ella mientras inspeccionaba el alrededor en busca de fisgones.

    —¡Pero qué miserable! ¿Cómo lo has sabido?

    —Nolan me lo dijo.

    —¿Nolan? —dijo cruzándose de brazos juiciosa—. ¿Y ese cómo lo supo?

    —Porque fue él quien lo envió.

    La mandíbula de Jess se desencajó tanto, que casi le rozaba las clavículas.

    —¡Mierda, Day! ¡Lo sabía! —chilló mientras daba saltitos de gusto—. ¡Lo sabía!

    —¡Cállate! Estás gritando demasiado.

    —¡Es que yo lo sabía!

    —¿Cómo ibas a saberlo si ni siquiera yo lo sabía?   

    —Te dije que todo el mundo se daba cuenta, menos ustedes, ¿lo dije o no lo dije? —preguntó orgullosa.

    —Vale, sí, pero dices eso de todo el mundo. Leer tantas comedias románticas te tiene frito el cerebro viendo romances donde no los hay.

    —¡Pero esta vez acerté! —dijo divertida mientras cerraba su casillero y se encaminaba al aula con Day por su lado—. ¿Y qué piensas hacer?

    —¿De qué?

    —Pues sí, ¿vas a decirle a tu madre? ¿Van a mudarse a otro lado? ¿Cuál es el plan?

    —¿El... plan? —preguntó en un hilo.

Se mordió el labio inferior, porque había estado tan distraída pensando en sus labios besándola, que no pensó en cómo iban a manejar la situación. Es decir, le dijo a Nolan que no podía repetirse, pero, ¿en qué posición colocaba su amistad esa situación? ¿Y por qué la palabra amistad de pronto le irritaba para referirse a él?

    —¿Qué fue exactamente lo que pasó?

    Day respiró profundo, y le contó con lujo de detalles, todo lo sucedido, mientras la pelirroja soltaba chillidos y pataleaba como una groupie de la banda más famosa del momento.

    —... y entonces le dije que no podía volver a suceder...

    —¿Qué le dijiste qué? —preguntó molesta.

    —Pues eso, que no puede volver a suceder.

    —Pero... Day, ¿a ti te gusta?

    —¿Nolan?

    —No, el profesor Fisher que huele a cheetos rancios, ¡claro que Nolan! ¡¿De quién carajo hablamos?!   

    —Pues... sí, claro, ¿cómo no va a gustarme? Es mi amigo de toda la vida.

    —No me refiero a ese gustar, me refiero a gustar gustar. ¿Qué sentiste con ese beso?

Day sacudió los hombros estremecida, y tuvo que contener la sonrisa que amenazaba con ensancharse en sus labios. Soltó el aire y negó con la cabeza.

    —Es como en los libros, ¿cierto? —cuestionó Jessica maravillada.

    —Es mejor —respondió ella—. Porque cuando acabas un libro, tienes que pasar a otro e intentar emocionarte igual con otras parejas, y otras historias. Pero él no... él es Nolan. El único que existe y ha existido siempre.

    —O sea que, ¿te gusta desde siempre?   

    Analizó sus palabras y se encogió de hombros.

    —Creo que... siempre ha estado ahí dentro, solo que no había sabido verlo.

    —¡Ay, Day! —chilló emocionada mientras se lanzaba a sus brazos—. ¡Es hermoso!

    —Yo creo... —dijo repentinamente cabizbaja—. Que es todo lo contrario.

    —¿¡De qué hablas!? ¡Tienes en tus narices un romance digno de una novela y no lo ves!

    —Es que... Jessi, no podemos. ¿Qué van a decir nuestras madres si descubren que nos estamos...? Tú sabes, a escondidas, bajo su propia casa.

    —Los libros de amores prohibidos son los mejores.

    —No podemos —replicó insegura—. Quizá cuando él vaya a la universidad y no tengamos que compartir techo...

    —Sí, ese sería un buen momento para hacerlo oficial. Mientras tanto...

    —¿Ocultarlo? Es lo más triste del mundo —dijo dolida, porque ella deseaba gritarlo al mundo.

    —Puede ser triste, sí, pero también emocionante —alentó ilusionada.

    —Para ti, Jess. Pero, tú sabes... Yo prefiero un bajo perfil, una vida calmada.

    —Lo dice quién sufre de crisis ansiosas si no puede estirarse igual que otras bailarinas.

    —Eso fue un golpe bajo.

    —Vale, sí, tienes razón, lo siento. Pero es que... ¡Vamos, Day! Los conozco de siempre, no hay nadie más hecho el uno para el otro que ustedes dos.

    —Por lo mismo, es algo que puede esperar un tiempo para que podamos hacerlo bien, sin escondites.

—No lo sé, Day...

    —Así tiene que ser. Jude y mamá siempre nos han dicho que si te hace sufrir, te estresa o te incomoda, no es amor. Tenemos que disfrutarlo si queremos que funcione, y yo quiero que funcione.

    —Se me olvida que te criaron en el club de las madres divorciadas.

    Day la fulminó con la mirada y ella tuvo que ocultar una carcajada tras la palma.   

    —¡Oh, vamos! Madi fue muy creativa con ese chiste.

    Y aunque la conversación no avanzó más que eso, no pudo dejar de darle vueltas todo el día. Especialmente, en el camino de vuelta a casa, en el que pedaleaba a duras penas, sintiendo las piernas como un montón de gelatina, luchando por dentro, con la dualidad de correr a verlo, u ocultarse en su habitación y evitarlo a toda costa.

    Porque estaba segura de que quería detenerlo todo hasta que hubiera terreno seguro, pero su corazón desbocado le exigía otra cosa. Esa sensación era tan ajena para ella, que no sabía si sería capaz de frenarlo.

    Para su buena suerte, cuando llegó, encontró a todo el mundo en el comedor conversando, y guardaron silencio en cuanto la vieron entrar.

    —¡Day! Cariño, ven acá —llamó Jude energética, indicándole que se sentara.

    Obedeció la petición y tomó asiento a su lado, observando estupefacta a todos. Su vista se detuvo al reparar en la publicidad sobre la mesa con chicas de ojos rasgados, kimonos y las fotos de varios templos orientales.

—¿De qué va esto?

    —Van a irse de viaje —anunció Nolan con seriedad.

    —¿Qué?

    Anna asintió una sola vez con una sonrisa expectante.

    —¿A...? ¿Japón? —preguntó la chica.   

    —Y tú a Francia —completó Nolan, aburrido.

    —Nolan, hijo... ¿Podrías dejarnos a nosotras dar la noticia? A ti se te dan de pena —riñó Jude.

    Se encogió de hombros, cruzó los brazos y observó a Day atento, quien sintió que el aire se le cortó en el momento en que sus ojos se cruzaron. Nolan no pudo evitar notar la reacción de su cuerpo, evidentemente nerviosa, esforzándose por no mirarlo, por lo que contuvo una sonrisa mordiéndose el labio, y ella desvió el rostro, sintiendo la garganta demasiado seca.

    —¿F-Francia? —preguntó afectada.

    —¡Sorpresa! —chilló Anna—. Bueno, no es que vayamos ahora...

    —No, será hasta el próximo verano —añadió Jude.

—¿El próximo...? Pero, ¿por qué?

    —Porque nunca hemos viajado juntas —respondió su madre con ternura.

    —¿Iremos solo nosotras?

    —Solo nosotras —completó con la mirada acuosa.

    —¡Vaya! ¡Eso es genial! ¿Y ustedes van a Japón? —preguntó a Jude y Nolan.

—Eh... no, cariño —explicó Jude tomándole una rodilla—. Iremos tu madre y yo, porque era nuestro sueño de graduación.

—¿Es esta la crisis de los cuarenta?

Nolan ahogó una carcajada y Anna rio libremente enternecida.

—Era lo que hablábamos antes de que llegaran, vamos a irnos en dos semanas y...

—¡¿Dos semanas?! —chilló y se incorporó rápidamente al percatarse de su asalto—. ¿No les parece... demasiado pronto?

—Eso dije yo —añadió Nolan.

—Había una oferta que no pudimos rechazar —explicó Anna—. Y necesitamos de toda su responsabilidad para poder irnos tranquilas.

Day asintió una sola vez, y posó la mirada hacia Jude y su madre, que le explicaban la gestión de la casa, los puntos a los que debían poner atención, como sacar la basura el viernes, cuidado de plantas, y esas cosas de las que normalmente no se ocupaban. Pero aunque las miraba a ellas, por dentro quería gritar.

Estaba mordiendo su alma por no chillar histérica, ante la idea de quedarse en la casa a solas con Nolan.

¿Por qué justo ahora?, se preguntaba. ¿Por qué justo después de haber metido la pata tan hondo?

Mordisqueaba el interior de sus mejillas e intentaba controlar el temblor de sus manos.

Y él, se deleitaba escudriñando cada parte de Day, disfrutando de su tremendo esfuerzo por mantenerse estática y tranquila, siendo que él percibía cada uno de sus músculos tensionados, su ceja temblorosa obligándose a estar quieta, y sus labios tan apretados que formaban diminutas arrugas.

Su cuerpo entero ahogaba un grito, y pensó, que tendría que ser un caballero, y hacer algo más tarde para relajarla.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top